Pablo Rodríguez
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Desde hace siete décadas, a 30 kilómetros de Venado Tuerto, se encuentra la escuela rural CER N° 81 Mariano Moreno, en el paraje La Escondida del departamento General López. Funciona como anexo de la escuela N° 6.008, de San Eduardo, y allí tres docentes conviven diariamente con once alumnos, llevando adelante la tarea titánica de enseñar, educar y brindar conocimiento a niños de nivel primario e inicial.
Los chicos, de diferentes edades, reciben la enseñanza de las maestras que cobijan a los nueve más grandes en un sólo salón “multicursos”, y a los dos más pequeños en un espacio improvisado en la cocina. Cada una de ellas imparte un conocimiento que se divide entre el amor que les brindan y los temas que van adaptando para cada uno ellos de acuerdo a sus edades.
Hace varios años que la institución educativa buscaba padrinos que los ayuden con las necesidades primordiales que tienen y con las que luchan a diario. Después de un tiempo y varias cartas que fueron a la gran ciudad en busca de apoyo, algo ocurrió.
La información de que existe una escuela, ubicada a once kilómetros de la Ruta Nacional 8 -apenas pasando el kilómetro 354-, muy lejos de comodidades y separada de la modernidad de la ciudad, llegó a oídos de la ONG Verte Reír, que viajaron para conocer a los niños y a sus docentes. Este fue el comienzo de la historia, donde el primer objetivo es conseguir medios de transporte (bicicletas) para que cada uno de los chicos pueda llegar a clases sin recorrer varios kilómetros a pie.
Amor por la enseñanza
La directora de la escuela La Escondida, Adriana Rey, dijo en primer lugar que muchos de los chicos que asisten a la escuela, residen en un radio de ocho kilómetros. Algunos, cuando los padres pueden, van en bici, auto o a caballo, pero la mayoría de las veces, lo hacen caminando.
“Todos caminan más de una hora para ir a clases, tanto para llegar como para volver. A veces lo hacen acompañados por adultos, porque la mayoría son nenas y en invierno, cuando se van, ya es de noche”, relató a Mirador Provincial.
Sobre el vínculo con la ONG Verte Reír, explicó: “La escuela de San Eduardo hace años pertenece a la Asociación Civil Padrinos de Alumnos y Escuelas Rurales (Apaer). Este año nos escucharon y nos consiguieron unos padrinos de Buenos Aires, chicos jóvenes y solidarios. Ellos ya habían trabajado el año pasado con una escuelita de Chaco y desde entonces quisieron hacer el programa más federal, apadrinando una escuela en cada provincia, y en Santa Fe, eligieron la nuestra. Por eso vinieron a visitarnos”.
Rey se mostró emocionada ante el reconocimiento de la gente con el correr de los días para colaborar con la escuela, en la que dicho sea de paso, el año pasado con las inundaciones la pasaron bastante mal: “Estamos lejos de la ciudad y en el 2016 estuvimos más de un mes sin que los chicos o nosotros, podamos ir a clases”.
En este sentido, remarcó que desde Verte Reír se hayan sorprendido por el tema del transporte y la logística de los chicos para cursar, por lo cual tienen en mente conseguir bicicletas para cada uno de los 11 alumnos.
Finalmente, destacó: “También tenemos como proyecto y buscamos alternativas para solucionar el tema de la calefacción o el aula del jardín que funciona en la cocina. Tenemos dos calefactores que funcionan a tubo y a veces cuando los caminos están intransitables nos cuesta traerlos. Entonces, el proyecto inmediato es poner calefacción eléctrica abasteciéndonos de la Cooperativa Eléctrica de Venado. Los inviernos son húmedos y con el frío se siente más”.

Los docentes y su “otra realidad”

Claudia Rodríguez y Nerina Bombaggi son dos jóvenes docentes que diariamente recorren entre 60 y 80 kilómetros para dar clases a los chicos de La Escondida. Entre otras cosas, coinciden en la tranquilidad del lugar y lo especial de enseñar en este tipo de espacios.
“Es complicado, distinto, pero es lindo. Se siente la solidaridad de los chicos entre ellos y es especial. La paciencia que tienen, sobre todo, es gratificante”, afirmó Rodríguez, que es quien está al frente del aula “multicursos”.
Cada jornada recibe a tres niños de primer grado, dos de tercero, uno de cuarto, dos de sexto y uno de séptimo. Todos en un solo salón. “Los chicos son tranquilos. Se pasa distinto el día, lo que vuelve la situación diferente a la de otras escuelas. Partimos de un tema en general para todos. Y después los vamos bajando por grados”, aseguró.
Por su parte Nerina Bombaggi, que a diario viaja desde María Teresa, lo hace para encontrarse con los dos alumnos más pequeños de la institución, en el jardín, de 13 a 16.30, cuando el tiempo acompaña. “Si llueve, no pueden llegar ni ellos ni nosotros. Por eso aprovechamos cuando el sol acompaña para trabajar a full”, ponderó.
Finalmente, informó que por estos días están avanzando con tareas en la huerta, producción de dulces y todo lo que sea didáctico, dentro de la sala. “Es un grupo tranquilo. Ya tuve experiencias años atrás y es hermoso. Otra realidad, otro mundo. Poder dar todo lo mío para que puedan sonreír todos los días me hace feliz”, resumió.