Entrevista

Van Bredam: “Escribir es un acto de salvación”

El escritor, galardonado con el Premio Fray Mocho en 1982, en el género Poesía; y el Premio Nacional José Pedroni, en 1996; estuvo en Paraná para asistir a un reconocimiento que se le brindó en la Biblioteca Provincial.
20-09-2018 | 17:59 |

Para Van Bredam, “escribir es un diálogo permanente con toda la tradición literaria, con todo lo que nos ha sido posible leer y conocer”.
Carlos Marín
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Encontrarse cada tanto con Orlando Van Bredam es poder retomar el hilo de una conversación que ha tenido distintos encuentros a lo largo de los años. El inicio del recorrido fue en 2008, cuando tras muchos años sin visitar Paraná para hablar sobre literatura, el escritor nacido en Villa San Marcial, regresó a la capital de la provincia. El año anterior había obtenido el Premio Emecé de novela por “Teoría del desamparo”. Desde entonces retorna periódicamente para reactualizar un vínculo que consolidó al calor de viejas y nuevas amistades que hallan una pasión común en escribir. Y también en practicar el olvidado –y tan necesario– ejercicio de la charla sin tiempo.

Días atrás, el escritor –que partió de Entre Ríos para radicarse en Formosa, en 1982, tras ganar el Premio Fray Mocho en el género Poesía con su poemario “Los cielos diferentes”– volvió a la provincia en la que nació para participar de un reconocimiento que se le brindó en la Biblioteca Provincial. Antes de ese momento gozoso del reencuentro público con amigos, dialogamos con este entrerriano que ya se siente un formoseño más.

“Llegué a Formosa con dos valijas, una pequeña, en la que cargaba lo que habitualmente uno lleva en un viaje. La otra, más grande, que se me desfondó por el peso al llegar, rebalsaba de libros”. Así evoca Van Bredam el arribo a El Colorado, localidad ubicada a 150 kilómetros de la capital de aquella provincia, donde llegó a comienzos de los 80, en busca de trabajo. Allí, en ese lugar desconocido por la mayor parte de los argentinos, este autor ha hecho su obra. Tal como García Márquez construyó –en parte– sus relatos en Aracataca, o Daniel Moyano en La Rioja, el entrerriano encontró en ese paraje formoseño el lugar desde el cual decidió narrar y narrarse.

Literatura y docencia

Llegó a aquel sitio, lejos de Entre Ríos, para percatarse de que en realidad no podía despegarse de su comarca natal, que volvía en cada verso, en cada poema que escribía. Y que compartía con sus alumnos –en veladas inolvidables– música de artistas entrerrianos. Pasaron los años y a mediados de los 90, finalmente hubo un viraje y apareció la prosa. Y allí sí, Formosa y todo un universo de mitos y personajes emergió en sus relatos. De manera que como alguna vez señaló uno de sus profesores –en el histórico Colegio de Concepción del Uruguay–, Van Bredam es un poeta que canta Entre Ríos en sus versos y un prosista que eligió Formosa –región en la que ya hecho raíces– para narrar.

Sus primeros relatos los escribió en los 90 y luego de hacerlos circular entre amigos y ser sometidos al “juicio del tiempo”, logró un paso importante con la publicación de algunos de sus textos en la revista “Puro cuento”, que fundó y dirigió el chaqueño Mempo Giardinelli. Luego llegaría el Premio Emecé de Novela.

Así, durante más de cuatro décadas, Van Bredam ha conjugado dos pasiones en su vida: la literatura y la docencia.

“Volver aquí es encontrarme con mi familia, con queridos amigos con los cuales compartimos un recorrido por el camino de la literatura”, confió el escritor durante su estadía en Paraná. Y adelantó que mientras prepara una antología de su obra que espera editar a mediano plazo, sigue escribiendo y que aún tiene proyectos por realizar.

El destino de la obra

En 2007 ganó el premio Emecé con “Teoría del Desamparo”, y en una conferencia que brindó en Paraná contó que le dio alivio saber que su novela se había salvado del fuego, destino para todas las obras presentadas a ese concurso que no resultaron galardonadas.

– ¿Puede plantearse esta situación como una tragedia para el escritor, es decir ver a su producción fenecer calcinada sin ver la luz pública?

– Bueno, el primer gran problema que tiene un escritor, una vez terminada su obra es responder a la pregunta ¿Qué hago con ella ahora?
Generalmente los que no tenemos la posibilidad de dialogar con las grandes editoriales, en realidad con cualquier sello, o contar con un editor, tratamos de resolver este asunto presentando nuestros trabajos en concursos. Y la mayoría de las veces el destino final es el olvido. Cuando gané el Premio Emecé, como bien lo recuerda, mi novela se salvó del fuego, literalmente. Y eso en cierto punto es un alivio para nosotros, que hemos puesto tantas horas de trabajo, parte de nuestra vida en esas páginas. Es decir trabajamos con la incertidumbre acerca de qué va a pasar con lo que hacemos. Es una tarea siempre al borde del precipicio, para definirla de alguna manera. No sabemos exactamente qué va a ocurrir. Estamos entre el fuego y algo importante, que es la devolución de los lectores. Que a uno lo lean, que recuerden algo de tu libro, es la modesta gloria del escritor. No reside en otro lugar.

– También relativizó en aquel momento la cuestión de la “fama”.

– Cierto. No creo mucho en los premios, porque pienso que no otorgan algo especial al escritor. Aquella vez dije que lo que me había posibilitado el premio era encontrar algo maravilloso: lectores. Porque es el lector el que construye el circuito lógico de la literatura. Charlando con una colega, le pregunté una vez: “¿Qué es un escritor para vos?”. “El que tiene lectores”, me contestó.

– ¿Cuál es, entonces, el sentido profundo del esfuerzo del escritor?

– Para mí es un acto de salvación. Es concretar actos muy personales de salvación. Hay gente que trae hijos al mundo y pone en ellos todo el esmero para que la recuerden cuando no esté. En este sentido, la literatura es hija de la finitud humana. Porque del tiempo de Cervantes, sólo quedó él; nadie, muy pocos acaso, se acuerdan de los reyes que tenían más poder y riqueza que Cervantes. Pero sin él no estudiaríamos, por ejemplo, a Felipe II.

El poeta Carlos Álvarez, decía siempre “mucha gente trabaja para ganarse la vida. Nosotros escribimos para ganarnos la muerte”. Es decir para estar más allá de ese hecho perentorio y lógico que es el fin de la vida. Tampoco se trata de filosofar mucho. La mejor definición que yo encontré acerca de por qué escribe uno, la tuve de una poeta riojana, Lucía Carmona, que una vez en Formosa afirmó: “Escribo por una necesidad casi fisiológica, como comer, dormir, amar. No hay una razón, hay una necesidad”. La necesidad de escribir viene con uno. Hay gente que me dice “yo quisiera escribir”, entonces, digo yo “no sos escritor”. El escritor ya está escribiendo. Cuando era niño ya estaba haciéndolo; de alguna manera lo hacía a través de historias inventadas o escribía versos a escondidas. No estaba esperando a que apareciera el “maestro” o quien le dijera que tenía que hacerlo sino porque obedecía a una necesidad, del mismo modo que tiene cualquiera en un área de trabajo o en el campo del arte.

El mejor juez

– ¿Qué debe contener un texto que ha escrito para que considere que es publicable?

– Coincido con Juan Manuel Alfaro en que hay que esperar, no hay que apresurarse a publicar. A veces cuando uno es joven se impacienta para juntar poemas y armar su primer libro, que debe ser la emoción más fuerte, ver el primer volumen impreso. Pero después tiene que saber que debe esperar, como pasa con las frutas para sacarlas del árbol cuando corresponde.

Lo mismo sucede con un texto literario. En lo personal espero mucho, antes de publicar algo que he escrito. Y en el caso de una novela nunca me ha llevado menos de cuatro o cinco años escribirla. A veces me parece ridículo hasta este tiempo, por ejemplo “Colgado de los tobillos”, que no tiene más de ochenta páginas y me llevó ocho años, entre el día que nació la idea y el momento en que efectivamente decidí darla por concluida.

– Insisto ¿qué parámetros toma en cuenta para juzgar que un trabajo puede ser puesto a consideración del lector?

– Satisfacer al lector más exigente, que es uno mismo. Por eso un escritor debe leer mucho para tener modelos literarios que le permitan pensar su propia obra.
Porque, hay que repetirlo, toda obra se hace en referencia a la tradición literaria. Sin modelos –que tienen relación con la lectura cotidiana de literatura–, no se puede tener una dimensión clara de la propia obra. En cierto sentido, uno se ubica como un eslabón más dentro de una cadena que lo precede y lo continuará. En este aspecto escribir es un diálogo permanente con toda la tradición literaria.

Mientras escribo un trabajo, paralelamente sigo leyendo todo lo que puedo. Y de pronto, esas novelas que recorro como lector, alumbran nuevas ideas para lo que escribo. De pronto esos textos, sin necesidad de imitarlos, resuelven nuestro propio trabajo. Repito, escribir es un diálogo permanente con toda la tradición literaria, con todo lo que nos ha sido posible leer y conocer.

De modo que esa autoexigencia nace del diálogo con otros textos. Cuando siento que un trabajo mío tiene lo que quiero –algo difícil de definir porque para cada uno hay exigencias distintas–, entonces tal vez accedo a publicarlo.

– A su juicio, ¿cuánto es prudente aguardar antes de publicar?

– Hay textos míos que han tardado muchos años en ser publicados, porque mis amigos entendían que no reunían las condiciones. Y se los agradezco, porque al postergar su circulación, comencé a ver los defectos que tenían. Eso, obvio, es muy importante. Y también es evidente que una obra nunca se termina hasta que se publica. Uno está incesantemente corrigiendo. Algunas de mis novelas han tenido tentativamente más de diez títulos diferentes. Titular es ya de por sí un tema. Siempre tengo uno provisorio, pero lo voy cambiando sea por la sonoridad, por la trama o como un modo de decirle al lector “es por acá”.

Educación: entre la literatura y la vida

– ¿Cómo es la vida de un lector en un lugar como El colorado? ¿Cómo consigue los textos que le interesan?

– Cuando me fui de Entre Ríos llevé dos valijas. Una chica con ropa. En la grande llevé libros. Esta segunda era tan pesada que cuando llegué a El Colorado se me desfondó. Esos volúmenes llegaron a un lugar donde yo sospechaba –incorrectamente, fruto del prejuicio– que no había libros. Pero sí había. En la biblioteca de la escuela secundaria del lugar estaban a disposición cinco mil títulos que habían llegado como donación de un médico de Santa Fe. Era una gran colección, formada por un gran lector. Como detalle, muchos de esos volúmenes estaban autografiados por escritores de la región. Así que allá pude leer primeras ediciones de Mateo Booz, Velmiro Ayala Gauna y conocer los casos de Frutos Gómez. También a Aldous Huxley. Y en cuanto a la posibilidad de acceder a títulos diversos, hay que reconocer que Internet es una vía interesante para eso.

– ¿Pudo capitalizar la posibilidad de contar con ese patrimonio que descubrió en la biblioteca de El Colorado?

– Por supuesto. Siempre me interesó romper los límites que separan lo que pasa en la escuela de la vida. Porque ¿de qué se trata educar sino de hablar en torno a la vida? En ese sentido no puede estar una en un lado y otra por otro. Un día, recuerdo, les dije a los estudiantes: “hoy no tenemos clase en el aula. Vamos a ir a la biblioteca”. Fuimos y les propuse que cada uno buscase algo que le interesara entre los anaqueles. Y luego que lo leyese y comunicara la impresión que tenía con sus compañeros. Así que salvar esa distancia, y también poder llevar al aula textos de los autores que nombré y compartirlo con mis alumnos fue un modo de empezar esa tarea que siempre me gustó: promover la lectura.

– ¿Cómo concreta esta última aspiración en el aula?

– Para mí la educación pasa por ahí; primero por desestructurar el aula. Segundo: entusiasmar. Siempre digo que la escuela no entusiasma porque los docentes no se entusiasman. Hace años que sueño con una didáctica del entusiasmo. Doy clases en la universidad y cuando veo a mis pocos alumnos que me miran esperando que les diga algo académico y relevante, yo les hablo de la vida.

Pero empezamos a hablar de la vida para entrar luego a la literatura. Y eso para explicarles que todo lector lee desde sus prejuicios. Y recién allí ingreso a la teoría literaria, cuando la clase ha estado hablando de, aparentemente, bueyes perdidos. Entonces lo que hay que mostrar todo el tiempo en la escuela es que ésta y la vida son una misma cosa. Que no existe un divorcio entre el conocimiento escolar, académico, y el mundo que está más allá de los muros de la universidad, de la puerta de la escuela. Los latinos decían “no nos educamos para la escuela, sino para la vida”. Si no entendemos eso, es difícil cambiar muchas cosas. Y para mí enseñar literatura, más que el análisis formal de un texto es entender qué nos llevamos de un libro luego de leerlo.

Teorías anticipatorias que devienen reales

– En “Teoría del desamparo” se manejan varias tesis, entre ellas la que refiere a la corrupción de cierto sector de la clase política. Acontecimientos recientes reactualizan esa perspectiva que, como autor, planteó en esa novela hace ya más de diez años. Parece que una vez más “la realidad supera la ficción”.

– Bueno, hay que decir que es la realidad la que imita al arte. Fijesé que escribí “Nadie detiene las ambulancias” una novela que su publicó aquí, en Paraná, editada por Fundación Editorial La Hendija. Esa historia la concebí a partir de una anécdota que me contaron, que era sobre una ambulancia de El Colorado –lugar donde vivo– que iba con una carga de cigarrillos de contrabando.

Y como era un vehículo que se suponía estaba destinado al traslado de personas con alguna enfermedad, podía pasar los controles sin problemas. Hasta que ocurrió. Este año, seguramente se habrán enterado, en marzo, encontraron dos ambulancias del Sipec, es decir dependientes del Ministerio de Salud Pública de Formosa, que transportaban una tonelada de marihuana. Hablo de bienes del Estado empleados para eso. En esa novela planteaba ya que el crimen no es sólo aquel vecino que mata a su mujer, sino que también hay que considerar las raíces profundas que el crimen, la mafia, tiene con relación a toda la vida social de una comunidad, región, provincia o país.
Hay un mundo –ligado a intereses de la política– que cuando escribí “Teoría del desamparo” no era tan visible, hoy está muy a la vista en Argentina y el mundo. Es claro que la falta de ética del individuo daña todo lo que puede construirse desde el Estado. Una de las ideas que trabajo mucho con los estudiantes de Literatura europea, y que los autores de ese continente plantean desde hace años, es sobre la ética individual como construcción de un mundo posible. Entonces, en la medida en que el sujeto no sea ético, toda construcción que pueda realizarse desde el Estado será inútil, porque todos los sistemas terminarán por derrumbarse, como ha ocurrido con tantas revoluciones y con tantos otros emprendimientos que en apariencia eran maravillosos pero que finalmente terminaron cayendo por sus propias debilidades y falencias en las personas que formaban parte del mismo.
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