En Gualeguaychú

Carnavaleros… y algo más

Son hombres y mujeres que forman parte de uno de los espectáculos más importantes del verano argentino. Cada sábado por la noche son fotografiados y grabados por cientos de cámaras. Mirador Entre Ríos te invita a conocer qué es de la vida después de las plumas, a qué se dedican los integrantes del Carnaval del País.
04-03-2019 | 18:21 |

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Agustina Díaz, pasista del carnaval, deja su traje y se convierte en licenciada política y docente universitaria en la UBA y en la UADER.




Sabina Melchiori
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En una fecha tan especial para los que tienen al carnaval como su gran pasión y muchas veces su cable a tierra, Mirador Entre Ríos entrevistó a referentes de las comparsas de Gualeguaychú, que viven al Carnaval del País como un evento único y que esperan con muchas ansias durante todo el año.

La gran familia de las carrozas, trajes, formas y colores festeja este fin de semana la conmemoración del carnaval, una celebración que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana.

¿Qué hacen los carnavaleros después de dejar las plumas a un lado?

Mauro Andrada, director de batucada y rector

La foto de portada de la página de Facebook de Marí Marí, lo muestra de traje rojo y pantalón negro, en el medio de dos columnas de batuqueros dándole paso a una morena preciosa que samba con la misma facilidad con la que respira. La función de Mauro es dirigir a esa orquesta de percusiones que hace lucir a la pasista y que cada noche cierra el paso de la comparsa por el
corsódromo.

De chico jugaba a ser lo que es hoy. Con sus amigos del barrio Villa María juntaba latas, tachos y baldes y salían desfilando por las calles. De todo lo maravilloso que se ve en el carnaval de
Gualeguaychú, a Mauro siempre le llamó la atención la música de las batucadas. Por eso, cuando tuvo edad suficiente, tocó las puertas de la comparsa Kamarr, se probó, y lo sumaron a tocar el redoblante. Fue el verano del ’96.

A su vez, se recibió de profesor de educación secundaria en Ciencia Política y hoy también tiene a cargo la Rectoría del Instituto José María Bértora.

“La docencia y la dirección de la batucada tienen puntos en común. El manejo de grupo y la organización fueron cosas que aprendí siendo batuquero y director de batucada. Hay estrategias que no son del ámbito de lo formal que las he aprendido de los ensayos de la batucada y se aplican a la docencia, como buscar de qué manera aprende cada uno y en qué lugar se siente más fuerte, cómo se le puede sacar provecho y entender que todos tienen distintas capacidades. En la batucada uno enseña el corte, la variación rítmica, y también valores para trabajar en grupo, y eso es igual en la docencia”, analizó Bértora.

Coincidentemente, algunos alumnos del colegio del que es rector, son también dirigidos por él en la batucada. Sin embargo, Mauro asegura que “son súper ubicados” y que “saben respetar cada lugar”.

Cuando le preguntamos qué actividad no dejaría jamás, dijo que ninguna “porque más allá de que mañana me toque jubilarme, uno nunca deja de enseñar (ni de aprender) y la batería y el samba son expresiones que muestran otras facetas del ser humano, alimentan el espíritu y el alma”.

Agustina Díaz, politóloga, militante y bastonera

Por su modo de bailar, su enorme sonrisa y su belleza, es casi imposible que “Achu” ─ como se la conoce ─, pase desapercibida. Tal es así, que hace un par de temporadas fue coronada reina del
Carnaval del País.

La primera vez que pisó el corsódromo fue como suplente en una escuadra, pero el bichito carnavalero le había picado mucho antes cuando siendo gurisa participaba de los corsos infantiles y con sus vecinitos se hacían trajes y jugaban al carnaval en la cuadra.

“Siempre me deslumbró el carnaval y formar parte de él fue un camino de ida que creo que nunca se va a agotar, de algún modo u otro siempre seguiré vinculada a él”, aseguró Agustina.

Con la misma pasión milita en política, lugar desde donde en el último tiempo se ha involucrado en lo referente a cuestiones de género. Es licenciada en ciencia política y docente universitaria en la UBA y en la UADER.

“Todo lo que hacemos forma parte de nuestra identidad. Amo la cultura popular, amo el folclore y el tango (géneros que bailo) así como el carnaval. Creo que todas esas expresiones tienen una profunda raíz social y política, por eso el carnaval no estuvo ajeno a la censura durante la dictadura, así como otras manifestaciones culturales. Todo forma parte de un todo. Además, hay espacios plenos de confluencia. Por ejemplo, la Universidad Autónoma de Entre Ríos cuenta con una diplomatura en Fiesta Popular de Carnaval Regional, una instancia de educación no formal destinada a los hacedores carnavaleros que ha tenido la intención de reconocer la producción de saberes fuera del mundo académico e integrarlos a la educación superior. Fui docente de esa diplomatura y fue una experiencia maravillosa”, señaló.

Al ser consultada sobre la reacción de sus estudiantes cuando se enteran que sale o la ven desfilar en el carnaval, dijo que “en la mayoría de los casos la reacción es buena, sobre todo en la gente más joven o de mi edad. También existe prejuicio, eso es innegable, pero creo que en estos tiempos ya es algo anacrónico o que parte del desconocimiento. El carnaval no sólo ha sido históricamente un ámbito de desarrollo de la cultura popular sino, además, un espacio de liberación para las mujeres”.

Santiago Parga, periodista, cocinero y carnavalero

Sin temor a exagerar, se podría afirmar que Santiago tiene el carnaval en los genes. Su papá Luís y su mamá María Rosa formaron parte de la primera edición de Marí Marí. Una de sus tías fue reina de Papelitos, mientras que otra brillaba en Kamarr. Su abuela bordaba trajes cuando se lo pedían, y en su casa siempre había alguien que acompañaba con mates y charlas el proceso de armado de alguna comparsa. 

Como si eso hubiera sido poco, su bisabuela Rosa, vivía sobre la misma avenida que se transformaba en el “corsódromo” cuando el actual no existía. Así que no había noche en la que el pequeño Santiago se perdiera del espectáculo. “No éramos conscientes del show que teníamos ante nuestros ojos, corríamos entre los integrantes, mientras ellos desfilaban. Nuestra única preocupación era la de juntar alguna pluma que se caía de algún traje y llegábamos al punto de cambiarlas por cosas muy valiosas para la época: bolitas, chicles, o algún trago de coca por ejemplo”, recordó Parga. 

La historia parece una escalera. El paso siguiente en el camino hacia la cima, que desde su infancia consistía en ser integrante de su comparsa favorita, fue repartir agua entre los que desfilaban: “Esa experiencia es casi como que te pongan la 10 en el primer partido de tu vida. ¡Ya sos parte del espectáculo! Vas con la botella y el vaso casi temblando, esperando que cualquiera te mire con intenciones de tomar un trago de agua. Después, por ahí tenés suerte de ser palillero, entonces vas al lado de la batucada con un puñado de baquetas de reemplazo por si a alguien se le quiebran”.

Según Santiago, “desfilar en tu comparsa, dentro del cosmódromo, termina siendo la gran frutilla del postre. Ese lugar te transforma, te saca tristezas, sueño, problemas del día a día, lo que sea. Todo es diferente dentro del carnaval”. 

Y fuera del carnaval tiene dos trabajos: a la mañana hace pastas en la fábrica de sus padres y por la tarde participa de un programa de radio. Allí es donde el mundo carnavalero se cruza con el laboral, porque en los medios de Gualeguaychú se habla del carnaval gran parte del año.

“Siempre me río con la cara que pone la gente cuando se entera que salgo en el carnaval, muchos no te creen, entonces tenés que andar buscando en el celular alguna foto para demostrar que es verdad. Para nosotros es algo tan normal, lo tenemos tan naturalizado que no nos damos cuenta muchas veces lo imponente que es el espectáculo”, comentó el joven.

Juan Boari, cirujano, casco azul y arengador

Al hombre que cada sábado entusiasma al público, contagia alegría, logra que se paren de sus asientos y bailen aún los más reticentes al movimiento, y que anuncia la salida a escena de Marí Marí con una potencia vocal deslumbrante, le tocó vivir una de las experiencias más fuertes que le pueda tocar a un ser humano.

A los 33 años se alistó como integrante del Cuerpo de Paz de la ONU en Haití con el deseo de sumar experiencia a su carrera. Después de seis meses y faltando apenas 15 días para regresar, lo sorprendió el terremoto devastador. En el supermercado donde estaba cuando empezó el temblor murieron 50 personas. Fue entonces que decidió extender su estadía, ya que el pequeño hospital donde trabajaba era el único que había quedado en pie y la gente golpeaba las paredes para ser atendida. Realizó cirugías prácticamente de continuo durante tres días. “Había miedo y sufrimiento, salí golpeado pero fortalecido”, recordó a casi diez años de aquella experiencia. Su rostro es pura alegría. Juan tiene la sonrisa fácil. Y en los 500 metros de pasarela en el corsódromo de su ciudad, no se le borra ni por un segundo.

“Soy el arengador o animador de Marí Mari. Eso me saca un poco esto del altruismo de la medicina, esa idea de que los médicos somos bichos raros que solamente se dedican a trabajar con pacientes en los hospitales, no es así. Yo tengo una vida social que me encanta y en el carnaval me empapo de lo que es la sociedad. Porque durante diez noches un albañil puede ser Alejandro Magno; un médico, arengador; una ama de casa, la reina; y un abogado un leproso”, sostuvo Boari.

Cuenta también que sus pacientes se sienten orgullosos de que su médico sea el que anima en el carnaval, y entre muchas anécdotas recuerda la vez que en pleno desfile se encontró con un paciente muy joven al que había pasado por una cirugía complicada y que al verse se abrazaron en lo que él define como “un gesto de valoración y reconocimiento”. También le pasa que sus jefes,
“tipos muy acartonados”, se ponen felices de ver a su colega en el carnaval.

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