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01-04-2019
A 37 aņos de la gesta

Vivir para contarla: Malvinas en palabras

Vivir para contarla: Malvinas en palabras
Aurelia Müller y Walter Gaioli tienen algo en común: su estrecha relación con la Guerra de Malvinas de 1982. Por un lado, el relato de una madre que perdió a su hijo en el Crucero ARA General Belgrano. Por el otro, un excombatiente que narró todo lo vivido durante esos días en las islas.

José Prinsich
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El Crucero ARA General Belgrano era considerado el orgullo de la Marina argentina no sólo por sus grandes dimensiones y su capacidad de 13 mil toneladas sino también por su historia, ya que operó en la costa oeste durante la Segunda Guerra Mundial y sobrevivió al ataque japonés en Pearl Harbor allá por 1941, de donde salió sin daño alguno.

En abril de 1982, el buque partió desde el puerto y fue a altamar a luchar una guerra que nadie parecía querer. Su joven tripulación estaba allí, cumpliendo con su deber y sin saber que un submarino británico se movía en su dirección. Los dos se encontrarían en la tarde del 2 de mayo en las heladas aguas del Atlántico Sur.

Desde Casa de Gobierno, a través de Radio Nacional, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto dio lectura al comunicado que nadie quería escuchar. El mismo daba cuenta del hundimiento del ARA General Belgrano, luego de los dos torpedos lanzados por el submarino nuclear inglés. De los 1.093 tripulantes, 323 desaparecieron en las profundidades del mar y de los cuales nueve eran entrerrianos: Jorge Baiud, Gerardo Ferreyra, Sergio Zárate, Luis Gianotti (Paraná), César Zapata (Federación), Sergio Iselli (Concepción del Uruguay), Héctor Caballero (Basavilbaso), Jorge Sendros (Concordia), Héctor Correa (Gualeguay), Delis Brouchoud (Colón), Humberto Giorgi (Ibicuy), Carlos Vila (La Paz) y Julio César Monzón, oriundo de Don Cristóbal Segunda.

No olvidar

Sentada sobre un sillón y acompañada por la Virgen del Carmen, patrona de la ciudad de Nogoyá, Aurelia Muller recuerda aquel día como si fuera hoy. Ya han pasado 37 años de la Guerra de Malvinas y las historias aún permanecen intactas así como también ese último saludo de su hijo Julio, antes de partir rumbo al crucero. El amor de madre se ve reflejado no sólo en sus palabras sino también en su piel ya que lleva tatuadas las islas, esas que tanto hicieron sufrir al pueblo argentino.

Pascucho, como lo apodaban al cabo Monzón, terminó sus estudios primarios en Don Cristóbal Segunda (Departamento Nogoyá). Luego, hizo un año en escuela agrotécnica Las Delicias y posteriormente decidió ingresar en la Armada. “En enero del ’82 se recibió de cabo segundo. A él le gustaba la cocina, tal es así que cuando venía de la escuela cocinaba, pero la condición era que solamente yo podía comer primero porque los hermanos no podían probarlo. Tengo libros de cocina que él me traía. En mi casa tenía una cancha de futbol, que se la ayudé a marcar. Le encantaba pescar, andar a caballo y estudiar”, recuerda doña Aurelia.

Mientras relataba las andanzas de su hijo, la señora sacó un pequeño bolso que atesora. En su interior guarda objetos que le fueron entregados desde la Base Puerto Belgrano al año de culminado el combate. Cada vez que se abre ese bolsito, un sinfín de sentimientos salen a la luz y alguna que otra lágrima se escurre entre sus mejillas. Un recibo de sueldo, cartas, una cruz de lata, hilo y aguja para coser junto a la ropa de civil son algunos de los elementos que permanecen allí.
Aurelia vivía en el campo cuando comenzó la gesta de Malvinas. Se enteraba muy poco sobre lo que ocurría. En su última comunicación, Pascucho no le había anunciado que viajaría al Atlántico Sur. La noticia del ataque al Belgrano fue un puñal para ella. Fue a través de la radio que se enteró del hundimiento. Dos días más tarde, luego de hacer dedo hasta la “Ciudad de la Guitarra”, logró contactarse con Puerto Belgrano para recibir información, pero todo fue en vano y tuvo que volverse a su casa con la angustia en el pecho ya que nadie sabía nada.

Al día siguiente se dirigió hasta Crespo, donde le manifestaron que Julio Monzón estaba en la lista de los 270 rescatados. Movida por esa alegría, depositó en una urna el dinero que recientemente había cobrado como empleada doméstica. Pero el joven rescatado no era Pascucho sino Elbio Oscar. El 15 de mayo le avisaron que su hijo había quedado en el fondo del mar.

“Este hecho significó no solamente la pérdida de su hijo sino la incertidumbre del lugar de su descanso final y un dolor que el tiempo no mitiga”, manifestó la escritora Enriqueta Defilippe. La historia de Monzón estuvo ligada al General Belgrano mucho antes de subir al crucero y alistarse para defender a la patria. El joven había bailado en la Escuela Nacional Nº 60 de Don Cristóbal la danza “La Condición”, que en 1813 tuvo como protagonista al creador de la bandera nacional en su visita a Catamarca.

Vivir para contarla

A pocos metros de la casa de Walter Raúl Gaioli se levantó un pequeño monumento junto a un mástil en conmemoración de los caídos en la Guerra de Malvinas. Cada 2 de abril, la bandera argentina flamea en la localidad de Seguí y los vecinos se reúnen para recordar a aquellos héroes que dejaron su vida para defender al país.

Con mucha predisposición, Walter recibió a MIRADOR ENTRE RÍOS para charlar sobre lo sucedido hace 37 años. En las paredes de su vivienda nada daba cuenta de su presencia en las islas. No tenía fotos ni medallas, ni nada por el estilo. Pero desde el inicio de la charla se pudo constatar que fue partícipe de uno de los acontecimientos bélicos más importantes de los últimos años. Su calidad de excombatiente se vio reflejada en las anécdotas, los nombres y los datos proporcionados.

En 1977, un año después de la instauración de la dictadura en la Argentina, el oriundo de Hernández ingresó al ejército en la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral. Luego de mucho esfuerzo y dedicación, se recibió y lo destinaron a Monte Caseros (Corrientes), en 1980. Con apenas 24 años, Walter era cabo en el tercer año del Regimiento 4 de Infantería.

A las 7 de la mañana de ese 2 de abril, los oficiales y suboficiales se encontraban en el comedor del regimiento convocados por su jefe, teniente coronel Diego Alejandro Soria, quien tenía una noticia para darles: se habían tomado las Islas Malvinas. La mayoría no se percataba de que ese día iba a quedar marcado para siempre en cada uno de ellos.

Los jóvenes conocían Malvinas solamente de alguna clase de geografía. Lejos de sus familiares y con la incertidumbre por lo desconocido, la tripulación partió rumbo a Comodoro Rivadavia. “Nos dijeron que nosotros no íbamos a Malvinas”, recordó Walter ante la mentira.

En la provincia de Chubut estuvieron una semana, donde los equiparon con ropa de abrigo. Pasados los siete días, los llevaron en un vuelo a Río Gallegos, que supuestamente se dirigía a Río Turbio (Santa Cruz). Cuando la compuerta se abrió, el primero que pisó tierra firme fue el entrerriano. Todo era sorpresa y los cambios de planes provocaron la bronca en más de uno.

Por la patria

Después de tanto movimiento, el Regimiento 4 de Infantería llegó a las Islas Malvinas, a tan sólo 2.400 km de distancia con Monte Caseros. Los aviones de combate invadían el cielo en Puerto Argentino. La delegación argentina permaneció en el sur un total de 55 días donde pasaron hambre, frío y mucha soledad. Como primera medida tuvieron que hacer 14 kilómetros caminando, con todo el equipamiento a cuesta, para dirigirse hasta el cerro Monte Harriet, donde estuvieron alojados.

“La convivencia entre los suboficiales era buena y nosotros manteníamos la coordinación con los soldados. Yo no tenía manejo de tropas, solamente tenía uno o dos soldados porque estaba en el tema de inteligencia, al principio, pero el trabajo mío era matar corderos para poder comer”, explicó Gaioli. En cuanto a los oficiales, el seguiense dejó en claro que “más de uno se cagó. Cuando volvieron al Regimiento, volvieron a ser la porquería que eran antes. Mientras tanto vos le estabas cuidando la espalda”.

En el tiempo que estuvieron allí comieron polenta, fideo hervido o guiso pero la rutina los llevó al cansancio y eso los motivó a salir a cazar los corderos de los ingleses, que habían dejado en sus establecimientos. Almorzaban cerca de las 4 de la tarde cuando los aviones ingleses bombardeaban la zona. Walter llegó al sur con 70 kilos, el corte de pelo al estilo militar y una buena aptitud física, lo que le había permitido consagrarse subcampeón entrerriano en 1.500 metros allá por 1975. En esos dos meses, adelgazó 16 kilos, se dejó el bigote y los pelos le crecieron un poco más de lo normal.

El clima era húmedo y era el terror de las noches. Muchos soldados tuvieron el denominado “pie de trinchera”, que terminaba con la amputación de uno o varios dedos. Constantemente lloviznaba y, en varias ocasiones, nevó. No tenían un cronograma con horarios hasta fines de mayo cuando los cambiaron de posición desde Monte Harriet hasta Monte Dos Hermanas.

El 12 de junio, a las cuatro de la madrugada, terminó la historia para estos muchachos. “Nos tomaron prisioneros porque no teníamos con qué tirar. No nos llegaban municiones. Estuvimos catorce días en combate permanente. El resto de los días estuvimos sin hacer nada”. Walter Gaioli y sus compañeros llegaron en avión a El Palomar, situado al lado del Colegio Militar de la Nación. Estaban sucios, barbudos y con mucha hambre. Un matrimonio de Puerto Madryn los encontró y les ofreció un teléfono. Llamaron a sus familiares y lo único que les dijeron fue: “Estamos vivos”.

Desde 1982 hasta la actualidad, el excombatiente no pisó nunca más la zona de guerra. “Si pudiera volver el tiempo atrás, volvería a combatir. Fui a defender lo que es nuestro”, culminó.

Poesía

“Un silencio profundo nos envuelve,
se estremecen las aguas argentinas,
los piratas se roban nuestra sangre.
Pero no podrán robarnos la memoria del niño
aquel que preso en su saquito de pequeño Belgrano bailarín,
llevaría su picardía, su cariño y su ternura a las listas eternas del Belgrano”.

Fragmento de la poesía a Julio César Monzón (por Enriqueta Defilippe)


 



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