Desaliento y esperanza, tragedia y milagro

El partido más largo de su vida

El ímpetu y carisma del uruguayo Roberto Canessa es indescriptible. Su historia, tras haber sobrevivido 72 días en la Cordillera de Los Andes junto a 15 compañeros de equipo del Old Christians de Montevideo, recorrió el mundo. El paralelismo con el rugby y la enseñanza del deporte, fueron vitales en la hazaña de la que fue protagonista.
10-12-2018 | 17:45 |

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Tenía que sobrevivir, la última obra literaria del uruguayo. Un relato esperanzador.



Gabriel Baldi

Una historia de superación, valor y temperamento. Salir adelante aunque todo parezca perdido, es posible siempre y cuando uno crea que puede. Ese, es el mensaje de Roberto Canessa tras sobrevivir 72 días en plena Cordillera de Los Andes, en 1972.

La histórica gesta del joven plantel de rugby del Old Christians Club de Montevideo que sufrió un terrible accidente cuando se dirigía a disputar un partido en Chile, dio la vuelta al mundo y su enseñanza aún se mantiene latente entre las proezas más grandes de la humanidad.

Según sostuvo el uruguayo, la esencia y el espíritu del rugby fue puesto en valor durante la inesperada vivencia, dado que como grupo necesitaron verdaderamente trabajar en equipo, dividir los roles de liderazgo y principalmente, levantarse frente a la adversidad de encontrarse en un lugar donde “el silencio aturde” –confesó–.

Por más que el tiempo pase, la heroica historia cobra mayor trascendencia. Sus imprevistos protagonistas hoy recorren el mundo para llevar un mensaje cargado de sensaciones encontradas entre la felicidad y la tristeza, la vida y la muerte, el milagro y la tragedia.

“Para algunos de mis compañeros, la mejor noticia que recibimos en plena montaña fue escuchar a través del radio del avión que dejarían de buscarnos. Eso, implicaba que debíamos valernos por nosotros mismos y salir al frente”, contó.

-Al referirnos al hecho, ¿debemos hablar de milagro o tragedia?

-Yo lo veo como un accidente, un hecho que nadie esperaba ni imaginada. Una desgracia. En lo personal, si trazo un paralelismo como el deporte, puedo decir que fue el partido más largo de mi vida: duró 72 días. Y desde lo grupal, nos valimos de muchas cosas para poder salir adelante después.

-¿Cómo fue aquel “volver a empezar” después del suceso?

-Cuando volvimos a Uruguay e intentamos retomar la práctica rugby en el Old Christians sentimos un vacío importante en el grupo ya que a nuestro plantel le faltaban ocho de sus jugadores. Hubo un profesor de gimnasia del colegio, Carlos Verginella, que decidió volver al club para ayudarnos a reconstruir el equipo y nos planteó un proyecto a largo plazo para la reconstrucción de la institución. Lo que nos pareció muy buena idea y es lo que se usa ahora. Uno tiene que pensar en jugar bien, después como consecuencia llegarán los campeonatos. Entonces se generó el proyecto y ya ese año salimos campeones y de ahí en adelante llegaron varios títulos más. Es muy importante trazarse metas a largo plazo para no frustrarse si las cosas no salen en corto período.

Los valores

-¿Cómo transmiten ustedes aquellas vivencias hoy en día?

-A los primeros que les transmitimos todo obviamente es a nuestros hijos. Yo creo que el temperamento del rugby es lo que a nosotros nos pasaba en la caminata por la Cordillera de Los Andes, es ir paso a paso. Cada paso es un montón. Es lo mismo que pasa en una cancha. Después de un try en contra es un comenzar de nuevo y uno hasta el último minuto está empujando. Eso de no entregarse ante la adversidad fue lo que vivimos y lo que marca el espíritu del rugby. Ese temple sobrio es el verdadero espíritu de un rugbier. Yo creo que un rugbier es un valiente callado.

-¿Tiene presente en los dilemas de su vida cotidiana aquella famosa caminata por la cordillera que lo llevó a encontrar la salvación?

-Sí, sobre todo a veces cuando tengo niños con problemas cardíacos muy graves voy paso a paso. Le aumentas el suero, esperas unas horas; le das más oxígeno, te tomás un tiempo y pensás que puede estar pasando… Lo mismo nos pasó en la caminata. Todo parecía imposible pero si podías dar un paso ya ibas marchando. Yo sabía que si era capaz de dar 100.000 pasos hacia donde se ponía el sol iba a estar fuera de la Cordillera. Y a todo esto lo hice mi forma de pensar.

-Fundamentalmente en esa última travesía, ¿cómo se dividieron los roles del liderazgo?

-Lo más importante fue saber que nosotros tuvimos una oportunidad que los otros no tuvieron. En este caso, en un equipo, hay veces que a algunos les toca entrar a la cancha y otros no pueden jugar el partido. Pero nunca dejamos de ser un equipo. Cuando logramos salir de la montaña, había amigos que no iban a poder jugar nunca más, y a nosotros nos tocaba jugar el partido por ellos. Sabíamos que teníamos una gran responsabilidad y oportunidad, que la revivo actualmente cuando veo a los familiares de las personas que no llegaron. Hay que destacar que el rugby es un estado mental y el club que logra concientizar eso, es realmente un club de rugby.

-Ahora, a más de cuatro décadas del accidente, seguramente es más fácil asimilar todo pero, ¿cómo fue sobrellevar eso con tan solo 20 años de vida?

-Sin dudas, ahora es mucho más simple. A los 20 años jugás, corrés, pasas la pelota, pateas, tenés mucha energía, vivís mucho más instintivamente. Pero yo creo que hay inconsciente interno que es el que te va llevando con los años y eso con el correr del tiempo se va aflorando y se va concientizando. Ese amor a la camiseta, al club, etc.

-¿Con qué sensación describe el hecho de ver después de tanto caminar, al arriero que los llevó nuevamente a la civilización?

-Fue como terminar un partido y sentir que habíamos ganado. Exactamente la misma sensación que cuando el referee toca el silbato y sabemos que estábamos arriba en el marcador y ya pensás en el tercer tiempo. Hasta antes de ese momento sentíamos que íbamos perdiendo 29–0. Pero justamente fueron los amigos caídos quienes nos dieron fuerzas para volver.

-¿Vivían entonces en aquella oportunidad como que si estaban disputando un partido de rugby?

-Sí, pero inconscientemente. Eso de ir paso a paso, estar al asecho de la oportunidad que aparezca y no bajar los brazos nunca. Cosas que aprendimos del rugby y las pusimos en práctica en esa oportunidad.

-¿Considera usted también, que una de las mejores noticias durante la tragedia fue haber escuchado que la búsqueda del avión caído había caducado, cómo sostuvieron algunos de sus compañeros?

-En realidad, personalmente lo tomé como una noticia muy mala. Algunos de una manera muy romántica dicen que fue buena, pero creo que si en ese momento hubiésemos escuchado que nos venían a buscar los helicópteros, hubiera sido una noticia mucho mejor.

-¿Siempre creyeron que podían?

-En realidad, siempre supimos que no nos íbamos a entregar. Cuando rezábamos el Padre Nuestro y decíamos: “…hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, pedíamos que a nosotros nos dejara en la tierra.

El rugby

-¿Cómo llegó al rugby?

-Llegué por ser alumno del Colegio Stella Maris. El rugby para nuestro colegio era muy importante. Antes de que se introdujera este deporte en nuestra escuela, se puso en la balanza el rugby por un lado y el fútbol por otro, con la intención de disciplinar al alumnado. Finalmente se optó por el rugby. En nuestra época era muy distinto al estilo que se practica ahora. Actualmente se entrena mucho más o quizás de una manera distinta a la que lo hacíamos nosotros, aquella vez solo dos ocasiones por semana y nada más.

-¿Qué recuerdos tiene del plantel en la previa a aquel viaje?

-Recuerdo que no habíamos tenido muchos partidos. Si me acuerdo que en la temporada anterior hicimos una gira al mismo club que nos hubiera recibido en el ‘72, Old Boys, y la pasamos realmente bien, por eso fue que decidimos volver, aunque muchos de nosotros éramos muy chicos y eso fue algo que en la tragedia nos jugó a favor. Yo pienso que el entrenamiento que teníamos fue muy importante. Todos los que estábamos intentando la salida de la Cordillera en la expedición final éramos los cinco que más entrenado teníamos nuestro cuerpo: Nando Parrado, Antonio Vizintín, Gustavo Zerbino, Roy Harley y yo.

La historia

El 13 de octubre de 1972, el avión Fairchild Hiller FH-227 perteneciente a la Fuerza Aérea Uruguaya partió rumbo a Santiago de Chile trasladando al equipo de Old Christians, formado en aquel entonces por alumnos y ex estudiantes del colegio Stella Maris de Montevideo.
Aunque el vuelo nunca arribó a destino y los 40 pasajeros a bordo fueron víctimas de un terrible accidente, la historia de superación que llevaron adelante los 16 sobrevivientes de la tragedia fue, es y será recordada por siempre en el mundo entero.

Canessa, cuando atendía a sus compañeros heridos en medio de la devastadora situación que produjo el accidente, con tan solo 19 años y siendo un simple estudiante de segundo año de medicina, se sintió la persona más afortunada del planeta: estaba vivo. Y por eso mismo, -según señala en su libro Tenía que sobrevivir- debía estar eternamente agradecido.

Mientras el grupo famélico se dirimía entre la vida y la muerte, Canessa jugó un rol preponderante para salvar a los demás sobrevivientes al atravesar la cordillera de los Andes junto a Nando Parrado y sin ningún tipo de equipo, en busca de ayuda.
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