Desmemoriado, sin frescura, con muy poco peso ofensivo y sin esa capacidad colectiva que lo llevó a la gloria. Colón es todo eso adentro de la cancha, porque afuera estuvo la verdadera fiesta. Acá no se puede hablar de otra cosa que no sea el momento futbolístico de Colón, que dista bastante del que lo llevó a obtener el título de campeón. Que es bajo, muy poco agresivo, con delanteros que terminan desconectados del resto del equipo no por culpas propias sino porque la pelota no le llega. Y que apenas tiene algunos pasajes como ocurrió en el comienzo del segundo tiempo, hasta que los cambios introducidos por Sanguinetti permitieron que el partido se emparejara y que Banfield, en el final, tuviese una jugada muy clara en aquél tiro libre que ejecutó Matías González y que pegó en el poste izquierdo de Burián y que luego el propio arquero terminó salvando providencialmente con la plancha de su pie derecho luego del rebote en Piovi.
Domínguez viene hablando desde hace un largo tiempo de que está faltando el goleador y el asistidor. Lo dice por el Pulga Rodríguez, que estuvo sentado en un palco, que se puso la 10 sólo para la foto y que hoy está en Gimnasia. Por eso, en la búsqueda de esa reconstrucción del ataque, el técnico intentó con Formica de 10 y con Leguizamón arriba junto a un apagado Farías. No funcionó. Algo mejoró en el segundo tiempo, cuando de un solo “saque”, Domínguez metió a Bernardi, Castro y Morelo. En ese pasaje, que duró unos 10 o 15 minutos aproximadamente, Bernardi fue el que estuvo más cerca, en dos ocasiones. En una no llegó por poco y en la otra la tiró afuera. Al menos, hubo un par de jugadas adentro del área, algo que Colón antes no perdonaba y que hoy añora, porque desde el gol de Morelo ante Huracán que no se marca uno desde adentro del área. ¡Once partidos convirtiendo goles de penal o desde afuera del área! ¡Y pocos!
Al partido lo pudo ganar en un momento y también lo pudo perder. En definitiva, el resultado no está mal y el 0 a 0 lo terminó calificando al partido y a las debilidades que tuvieron los dos equipos, no tanto por falta de ambición sino más bien por falta de aptitud.
Pasó poco y nada en el primer tiempo. En realidad, pasó poco y nada en todo el partido. Banfield recostó mucho su juego por el costado derecho de su ataque. Le regaló la pelota y el terreno cuando la pelota pasaba por los centrales, tomó bien a Aliendro y Colón perdió cualquier posibilidad de conexión de volantes con delanteros. Farías y Leguizamón quedaron aislados y, por ende, no hubo llegadas de peligro frente al arco de Altamirano.
Algo se alteró con los cambios, pero fue sólo una ráfaga. Cuando Sanguinetti decidió los ingresos de Pons y Cuero, su equipo, que le había cedido la iniciativa al rival, se adelantó veinte metros en la cancha y todo volvió a emparejarse. Sin lucidez, sin muchas jugadas de peligro, sin ideas. El partido apenas se sacudió con dos o tres jugadas frente a cada arco y nada más.
La verdadera fiesta estuvo afuera, la dio la gente. Y en el final del partido, con la copa, con el Pulga, con Sergio Torres, con la emoción a flor de piel, con la felicidad de un grupo de jugadores y un entrenador que supieron armar una estructura futbolística muy sólida, convincente y contundente para llegar a lo más alto. Y que ahora, pasada ya esa emoción, sigue en un estado de aletargamiento futbolero, bastante alejado de esas virtudes que lo llevaron a la gloria.
Hubo un marco festivo porque la gente volvió a la cancha después de más de 500 días, de un período de sufrimiento para muchos, de miedo por la vida, por lo que le podía pasar al ser querido y en el que Colón le dio a su pueblo la alegría más importante de la historia, postergada por 116 años. La gente volvió a su casa como hincha-campeón. Fue el gran marco, el de la gente, para un contenido pobre si se habla puramente desde lo futbolístico.
Quizás esto último, lo de la producción futbolística, pase en este caso a un segundo plano. Será un análisis secundario, porque la prioridad era festejar, reencontrarse con esas tribunas que estuvieron mudas durante tanto tiempo y que marcaron, en el silencio obligado, una etapa gloriosa. Se festejó allí, afuera de la cancha. Será cuestión de volver a creer ciegamente en este equipo. Para eso, no hay otra que recuperar la memoria y volver a las fuentes. Que hoy están lejanas.