Llegó a Santa Fe

En la pandemia hizo un "clic" mental y decidió lanzarse a remar el río Paraná

Un kayakista de 58 años se lanzó a la aventura de atravesar el majestuoso río en una travesía de varios meses. La lluvia lo dejó en estas costas. 


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Antonio Vigon está solo y desayuna despacio. Pasó en soledad los últimos días. Solo en el río, solo en un arenal, en otra orilla. La naturaleza y él. Ahora tiene un cacharro con un masacote pastoso que se lo mete en la boca con una cuchara. Tiene 58 años, es delgado y está sentado sobre un banco de cemento bajo el quincho de paja del club de Caza y Pesca, a orillas del río Colastiné. A un costado está su compañero, el kayak amarillo, un P&H Scorpio M. Y junto a la embarcación, su carpa iglú, que armó al atardecer para pasar la noche y descansar. Después vino la lluvia. Embucha otra cucharada y tiene la mirada perdida en las gotas que caen y caen, sereno, acostumbrado a esta soledad elegida para viajar. Son las primeras horas del día. Todo es naturaleza viva. Sobra oxígeno en el aire fresco que entró con la sudestada.


El kayakista llegó a Santa Fe este jueves por la tarde tras remar durante todo el día. Así lo viene repitiendo día a día. Fue serpenteando el Colastiné desde su nacimiento en el Paraná, a la altura de la isla El Chapetón, hasta arribar al club que le brindó alojamiento de camaradería durante su estadía. Buscó especialmente en el mapa el "Caza y Pesca", de Colastiné Sur, y lo señaló como su destino. "Es que le escapo a las grandes ciudades, te traen problemas", dice, "por eso elegí este lugar que amablemente me permitieron utilizar -agradece-. Así lo hice en las postas anteriores y así lo quiero seguir haciendo hasta llegar al Tigre, en Buenos Aires, a donde pienso arribar allá por el 31 de enero, más o menos". Le queda gran parte del verano para clavar sus remos en el agua.

 


De dónde viene


La travesía comenzó en los Esteros del Iberá, en la provincia de Corrientes. Hasta allí fue hace unas semanas atrás desde el Tigre junto a un grupo de kayakistas. Permanecieron varios días recorriendo esta preciosa reserva natural argentina que es un Parque Nacional, conviviendo con los yacaré, carpinchos y demás especies que lo habitan. Luego, el resto de la flota regresó por tierra a Buenos Aires. Y Antonio inició entonces su derrotero en solitario por el Paraná. ¿Qué busca quien abandona la rutina en la ciudad y se dispone a navegar sin apuro el río?
 

Si bien hizo una estimación de tiempo, trazó rutas y definió postas, Antonio tiene en claro que viaja sin reloj. No tiene ningún apuro en llegar. Su viaje es una exploración de la naturaleza pero también de su propio ser. "Es que la pandemia nos hizo eso, creo", dice, "nos permitió tomar conciencia de qué queremos hacer en esta vida. Y yo decidí no perder el tiempo y lanzarme a esta aventura".


Antonio conversa con El Litoral mientras continúa su desayuno. Ese plato que a la vista no parece demasiado atractivo. "Mirá, yo como una vez al día -explica-. Arranco con mate con miel y después preparo esto con leche en polvo, granola y Nestún. Hago una entrada y después el plato fuerte: una polenta con frutos secos, aceitunas y tomates", describe. "Como esto una vez por día, seis veces por semana. Después, todo líquido. Ese es mi esquema", apunta, y embucha otra cucharada. "Soy vegetariano".

 

Feliz. La sonrisa en el rostro habla de un hombre pleno en su aventura.Foto: Flavio Raina.

 

Para no deshidratarse Antonio carga en cada posta un bidón con 10 litros de agua potable, un termo con otros dos litros, uno más de medio, y una botella de 1,5 litros. "Son 14 litros que me duran un máximo de 4 días. Ese es el tiempo que tengo hasta llegar a otra posta. Son tres noches. Y es lo que me va a pasar ahora cuando reme hasta Victoria, no hay nada en el medio, es todo humedal", estima.

 


De Santa Fe irá a Paraná, luego a Diamante y allí ingresará por los arroyos Azotea y Las Mangas, al Pre Delta. Luego piensa atravesar el parque nacional Islas de Santa Fe, "donde quiero encontrar los irupé", dice, y bajar hasta Puerto Gaboto. Atravesará San Lorenzo, quiere cruzar hasta Victoria. "A Rosario ni lo toco", dice, con la idea de evitar las grandes ciudades. Así continuará bajando luego hacia el Tigre.

 


-¿Por qué decidió remar el Paraná?


-En marzo remé durante un mes, desde Tigre hasta Villa Paranacito -cuenta-. Fueron 400 kilómetros y los hice en un mes. En realidad, no tenía la idea de hacer tanto viaje, como el que estoy haciendo. Me sumé a la expedición por los Esteros del Iberá, que se iba a hacer en junio, pero después se postergó por el aislamiento social para octubre. Entonces me pregunté: ¿por qué sólo un fin de semana?, si podía bajar el Paraná hasta el Tigre. Y decidí armar este viaje.


Antonio tenía la idea de comenzar su derrotero en Ituzaingó, Corrientes. Esto es aguas abajo de la represa Yaciretá. Pero para ello debía viajar más hacia el noreste por tierra. Entonces decidió comenzar la aventura en la misma latitud, en Bella Vista. "Desde allí hasta el Tigre tengo 1000 kilómetros", dice.


Un viaje tan largo demanda de una preparación. No sólo tiene que responder el físico sino también hay que estar predispuesto para todos los climas y no puede faltar nada. Lleva una carpa, abrigo, utensilios, agua y comida. También un handy de mano para comunicarse, en caso de urgencia o necesidad. Es que puede aparecer algún peligro en medio del río. "Un amigo misionero me recomendó no navegar en el límite con Paraguay, porque hay mucho tráfico ilegal y podían confundirme", dice.

 


El kayakista pretende avanzar por el Paraná "cosiendo" ambas costas, es decir, parando de cada lado del río. "Por eso, en definitiva, el viaje se amplió a 1.700 kilómetros". Son 76 postas en distintas ciudades. "Mi estimado es estar el 31 de enero en Buenos Aires. O sea, unos 75 días de viaje y otros 35 para los imponderables", dice, mientras atraviesa uno de esos días: llueve y se quedó en Santa Fe.


Agasajado


Y la lluvia le arrimó gente. Porque se corrió la bolilla de su presencia en el club y lo contactaron otros kayakistas locales que lo piensan agasajar durante el fin de semana para compartir sus historias en el río. "Me dijeron que me van a llevar a conocer una laguna que hay por acá", dice, en relación a la Setúbal.


En el club de Caza y Pesca también están contentos de poder tenderle una mano y abrirle sus puertas. "Estamos agradecidos con su visita", dice Silvia Herrera, la secretaria. "Antonio en su recorrido dio con las costas del Colastiné y eligió el club, esto nos llena de orgullo y esperamos que su travesía lo colme de satisfacción".

 


La travesía


Al definir cada destino de la travesía Antonio tuvo en claro que debía remar unos 30 kilómetros por día. "Mi gran incógnita era saber cuántos días de autonomía tendría, sin necesitar nada más que lo que llevo a bordo", cuenta el kayakista. Y se muestra asombrado por la intensidad de la corriente del Paraná, que lo arrastra aguas abajo a mayor velocidad de la prevista. "El viaje me demanda como máximo cuatro meses. Como dispongo de tiempo, no quiero ir corriendo", dice.
 

La pregunta del millón es: ¿cómo hace para disponer de tanto tiempo para la aventura? El hombre es inversor en una constructora y en un astillero (Bramador). Su economía está sujeta a los vaivenes del mercado. Y en la pandemia le tocó, como a muchos, atravesar una dura crisis financiera. "Los últimos años fue llorar y pensar cuándo cambiará ésto, hasta que hice el duelo y me dije: voy a disfrutar la vida. Creo que la pandemia me hizo el clic. Cambié mis valores y prioricé otras cosas. Salí del cemento, las posesiones, el pelear todo el día para tener más. Lo importante es la salud y tener tiempo, lo demás es relleno", dice ahora convencido de sus palabras.

 


Escapar de la locura ordinaria para sumergirse en plena naturaleza verde y marrón de islas y el río no le impide mirar también lo que está pasando en el resto del país y del mundo. "Estoy sorprendido con los remolcadores que bajan desde Paraguay", dice Antonio. Debe cruzarlos en el medio del río con sumo cuidado y a una distancia prudencial para evitar que lo arrollen y naufrague. "He visto cerealeras abandonadas en las orillas con sus mangas quietas mientras pasan estos lanchones remolcadores llenos de soja desde Paraguay", describe y se queda pensando.


-En lo que va del viaje, ¿cómo vio la geografía de las islas tras las quemas?


-Las quemas son una constante en todas las provincias. Te das cuenta de que lo único que se hace en nuestras tierras es invertir en ganado. Lo único que le sirve al hombre es una vaquita.

 


Afuera del quincho sigue lloviendo. Por momentos con intensidad. Más allá pasan los camalotes aguas abajo contra la sudestada que genera un oleaje espumoso y marrón. Los árboles se hamacan con las ráfagas de viento. Antonio permanece guarecido allí, a la espera de que vuelva el sol, para continuar su viaje.


"Yo paso mucho tiempo solo", repite, "casi la totalidad del día", dice, y se queda mirando la nada.


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