Se llama Claudio Garnero y fue el responsable del trabajo realizado hace dos décadas. Le contó a El Litoral que pintar el puente le llevó dos años y tuvo un "percance" que lo marcará de por vida.
Claudio Garnero es un esperancino de 44 años a quien hace dos décadas la historia le dio un protagonismo inesperado: con sus manos pintó el Puente Colgante de Santa Fe. En un trabajo que le demandó unos dos años previos a la reinauguración de la majestuosa obra de ingeniería en 2002, el pintor de obra se ocupó de llevar cada pieza de hierro del antiguo gris metalizado al actual rojizo terracota.
Tras la publicación de El Litoral de esta semana, en la que se recuerda aquel hito de la historia santafesina, cuando el símbolo de la ciudad cambió de color, Claudio se comunicó con el diario: "Hola, me llamo Claudio, soy el que pintó el Puente Colgante hace 20 años". Fue entonces que se decidió ir en busca de los detalles de esta micro historia cobijada bajo la otra gran historia. Cómo fue que el destino lo ubicó en ese "sitial en las alturas" de vida la ciudad fundada por Juan de Garay.
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"Yo había comenzado a trabajar para una empresa contratada por la Provincia para pintar el puente", recuerda hoy el pintor industrial, que por entonces tenía apenas 24 años y recién comenzaba con su oficio al combate de la corrosión. Y la prueba que le deparaba el destino iba a ser una de las más recordadas en su vida, junto a otra: los trabajos de pintura que hizo en el otro gran puente de Santa Fe, el Rosario-Victoria.
Protagonista. Claudio todavía conserva una lata de la pintura original con la que se pintó el Puente Colgante, cuyo nombre del tono es "Rojo Candioti". Foto: Mauricio Garín
La empresa que lo contrató para pintar el Colgante era de Buenos Aires. "Tuve que aprender sobre la marcha, ahí, colgado sobre una silleta, esa fue mi primera gran experiencia en altura", admite Claudio, y recuerda aquellos "días de fuertes vientos en los que me daba vértigo y tenía que meterme adentro de las antenas hasta recuperarme, para seguir pintando".
Ese color rojizo terracota fue una elección de la Comisión de Defensa del Patrimonio Histórico y Cultural, junto con Cultura de la Provincia y de la Municipalidad. No fue arbitraria. Responde al resultado de un debate con la posterior elaboración de un informe en el que constan las justificaciones arquitectónicas para que no haya más de un color sobre la estructura. "La idea era que no se noten los manchones de óxido", simplifica Claudio, en diálogo con El Litoral, "porque el antiguo color gris dejaba a la vista ese óxido", dice.
Foto: Archivo El Litoral / Guillermo Di Salvatore
Para los santafesinos que peinan canas y todavía conservan el recuerdo del antiguo Puente Colgante que se llevó la inundación de 1983, el paso de aquel tono gris al actual terracota fue resistido, producto quizá de la misma naturaleza humana ante los cambios. Lo mismo ocurrió con las luces led que lo tiñen de distintos colores por las noches. Mientras que para los más jóvenes es natural ver ese color terracota y los juegos de luces sobre la mega estructura de hierro que se erige en la desembocadura de la laguna Setúbal, con sus dos grandes antenas y sus cables tensores como brazos que sostienen el tablero por donde se transita.
"Ese color terracota se llama 'Rojo Candioti' (el nombre del puente es "Ing. Marcial Candioti") y fue elaborado especialmente por la marca Sherwin-Williams a pedido de los especialistas encargados de la restauración", menciona el pintor. "En la casa de mi madre todavía conservo un tarro con el sello", confiesa con nostalgia. Lo que no conserva Claudio es su anillo de boda. "Hacía poco que me había casado, el joyero me lo había fabricado un poco más grande, me dijo que lo hacía porque después iba a engordar, pero nunca engordé (risas) y una tarde pintando ahí arriba se me cayó al río", cuenta y vuelve a sonreír.
"Aquel día estaba en la punta de la antena subiendo con una soga la máscara para arenar cuando se me cayó el anillo y me quedé mirando como se perdía bajo el agua", describe como si fuese hoy. "Así que debe estar sumergido al pie del puente, igual que la infinidad de herramientas y piezas que se fueron al agua durante la construcción", recuerda.
Junto a Claudio Garnero trabajaron dos ayudantes. Pero todas las tareas de pintura pasaron -en su mayoría- por sus manos. Fue él quien a fuerza de soplete, con una mano sobre la cuerda para equilibrarse y con la otra gatillando para expandir el color sobre la superficie, convirtió con paciencia el gris en terracota. "Yo pinté casi todo, digamos que todo", refuerza. "A la antena nueva le di una primera mano de fondo en tierra y luego ya emplazada", cuenta. "Y en el obrador montado en el predio de la Estación Belgrano arené los caños de agua que cuelgan por debajo y las barandas, les daba un fondo y una vez emplazados les daba el color".
Foto: Archivo El Litoral / Guillermo Di Salvatore
La estructura del Puente Colgante conserva dos secretos "en clave". Uno fue descubierto por Claudio, hace 20 años, cuando lo pintó. "Cuando estaba arenando la punta de la antena más vieja, la que no colapsó, descubrí un nombre en alemán y la fecha '1925', tallados con un cortafierro sobre el hierro. Debe haber sido la huella de uno de los obreros que trabajó en la construcción del antiguo puente", piensa el pintor.
Cabe recordar que el Colgante comenzó a construirse a principios del siglo pasado y fue inaugurado en 1928. Los trabajos de construcción de los pilares de soporte estuvieron a cargo del ingeniero Alberto Monís, mientras que la estructura metálica fue adjudicada a una sociedad francesa de empresas, compuesta por la Societé des Chantiers et Ateliers y la M. G. Leinekugel le Cocq, ambas con base de operaciones en Gironda, Francia.
El otro secreto que en este preciso momento ya no es tal le pertenece. "Cuando pinté de terracota todo el puente dejé mi sello secreto. Por debajo del tablero, atrás de los caños de agua, sobre el cemento, en un rinconcito de una de las cabeceras pinté con un rodillo "Garnero" (su apellido), confiesa orgulloso de su obra el pintor. "No sé si todavía estará porque nunca pasé por debajo del puente".
Foto: Mauricio Garín
"Un puente así debe ser pintado aproximadamente cada diez años", dice Garnero. Ya pasaron dos décadas y a la vista parece intacto. "Fue un gran trabajo", dice.
-¿A dónde aprendió el oficio de pintar en la altura?
-En el Puente Colgante -sonríe-. Fue mi primer trabajo. Después pinté el Rosario-Victoria. Y en la actualidad pinto tanques de petroleo, entre otras cosas.
Diciembre de 2001, mientras se reconstruía el puente. Foto: Archivo El Litoral
-¿Cómo se combate el temor a las alturas?
-Los primeros días tenía un miedo bárbaro. Pero después se me pasó. Al final de la obra ya sentía que estaba sobre una hamaca, ya no tenía más miedo. Pero me quedó el vértigo de los días de mucho viento.