Un proyecto trunco

Las idas y vueltas del Puerto de la Música en Rosario

 


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Lucía Dozo


El Puerto de la Música se gestó como un proyecto cultural masivo, abierto e inclusivo, que se planeaba fuera construido sobre un predio de tres hectáreas ubicado junto al río Paraná, en Rosario, sobre avenida Belgrano desde avenida Pellegrini hasta calle Cerrito.

El diseño fue proyectado por el maestro brasileño Oscar Niemeyer (1907-2012), seguidor y gran promotor de las ideas de Le Corbusier, uno de los personajes más influyentes de la arquitectura moderna internacional. Dentro de sus principales proyectos arquitectónicos se destaca la construcción de Brasilia como nueva capital de su país durante los años ’60, el Sambódromo de Río de Janeiro, inaugurado en 1984, y el Museo de Arte Contemporáneo de Niteroi, que abrió sus puertas en 1996. En estas obras más recientes, Niemeyer continuó trabajando con tipologías ya exploradas en sus proyectos anteriores: losas sinuosas, cúpulas, bóvedas y plataformas, en definitiva, el vocabulario de su universo curvo.

El Puerto de la Música representa uno de los últimos proyectos del arquitecto brasileño. Sería su primera obra en nuestro país, por lo que podría transformarse en un ícono arquitectónico de proyección global. Esto significaría mucho más que un proyecto cultural puntual; sería toda una oportunidad para el desarrollo integral de la ciudad y la región, que instalaría a Rosario como una de las capitales culturales de Latinoamérica.

El Puerto de la Música fue presentado en 2008, durante el primer tramo de la gestión de Hermes Binner como gobernador de la Provincia. La iniciativa consistía en un complejo cultural constituido por salas de concierto, centro de exposiciones y hasta una escuela de música, todo a la vera del río Paraná.

El proyecto se truncó, entre algunas otras disputas y reclamos, porque la edificación estaba planificada sobre avenida Belgrano, entre Pellegrini y Cerrito, a pocos metros de la Terminal Puerto Rosario, y se presentó el problema de la jurisdicción de esas tierras. La legislación vigente sobre puertos plantea una transferencia de las tierras portuarias a las provincias a condición de que se hagan cargo de la actividad, lo que generó un conflicto de intereses entre Provincia y Nación. En 2019, con la noticia de la recuperación de los terrenos de la zona franca de Bolivia, la ex intendenta Mónica Fein volvió a poner en agenda el tema y fue uno de los lemas de campaña de Antonio Bonfatti.

Con la resolución de la Corte Suprema, que fijó en más de 86 mil millones de pesos a favor de la Provincia de Santa Fe, se puso punto final al histórico juicio que inició el socialista Hermes Binner a la Nación por descuentos indebidos del 15% en los fondos coparticipables durante nueve años. En este contexto, Bonfatti aprovechó para volver a pedir por el Puerto de la Música.

Luego de la decisión del máximo tribunal, también el gobierno de Omar Perotti comenzó a estudiar distintas obras de infraestructura productiva: “Buscamos proyectos que generen hoy mano de obra, pero que también generen empleo una vez finalizadas. Tenemos que tener la inteligencia de utilizar los recursos para que impacten el doble”, dijo el mandatario provincial. En ese sentido, Perotti admitió que entre los distintos proyectos se analiza reflotar el famoso puerto.

Niemeyer: el poeta de las curvas
En el Puerto de la Música se ven algunos de los rasgos autorales más importantes del arquitecto brasileño, principalmente su preferencia por la curva y el uso del blanco. “No había razón para hacer una caja rectangular y la curva en este sentido responde a las necesidades acústicas de la sala”, explicó Niemeyer, quien agregó que su intención es “hacer una arquitectura grácil, variada y diferente”. El brasileño también trabajaba desde la postura de que la disciplina debía ser inclusiva, lo cual se manifestaba en su decisión de pensar los exteriores de sus proyectos como espacios colectivos. Esto se ve materializado en su proyecto para el Puerto de la Música, donde planteó un gran portón sobre el fondo del escenario, el cual podría abrirse para espectáculos al aire libre, con capacidad para 25.000 personas. “La idea es que la arquitectura llegue al pueblo, que se asiente en la base de que todos tenemos iguales oportunidades”, explicó.

La elección de Niemeyer a fines de 2008 tiene condimentos simbólicos particulares; era un momento en el que el país buscó sumar esfuerzos con Brasil por la crisis internacional y estaba próxima la celebración del Bicentenario de la Revolución de Mayo, en 2010.

Rosario ya cuenta con obras de importantes arquitectos internacionales como el portugués Alvaro Siza, el español Oriol Bohigas, el colombiano Laureano Forero y el argentino radicado en Barcelona Mario Corea. Con la presencia de una obra de Niemeyer se pretende reproducir el impacto económico denominado “efecto Bilbao”: en España, en 1997, en esa ciudad del País Vasco se construyó el Museo Guggenheim Bilbao, creación del arquitecto canadiense afincado en Estados Unidos Frank Gehry; el museo convoca cerca de 1.000.000 de turistas mensuales.

El Puerto de la Música forma parte del plan estratégico de Rosario generado en 1994 y es la única obra que falta por concretarse. El proyecto urbanístico plantea su integración con sectores emblemáticos de la ciudad como el parque Urquiza y el Parque Nacional a la Bandera.

Detalles sobre el proyecto

El proyecto se ubica en terrenos portuarios, ocupando un amplio predio sobre el río Paraná, junto al puerto. El conjunto está formado por una cúpula blanca con otros dos volúmenes: uno cilíndrico recorrido por una suave rampa y otro arqueado elevado para no interrumpir las visuales hacia el río. Los tres edificios delimitan una gran plaza pública para más de 30.000 personas.

De siluetas blancas, gráciles y puras, las curvas recuerdan a la Ópera de Sídney diseñada por el arquitecto danés Jørn Utzon en Australia, aunque conceptualmente estas dos obras se concibieron de diferente manera. Con un diseño novedoso e integrador, en el Puerto de la Música el espectáculo no se limita a los espectadores de la platea, sino que alcanza a los de la plaza. Su escenario será visible tanto desde el interior del edificio como desde la plaza central pública. El conjunto se inserta en un planteo general que apunta a revalorizar la costa del río Paraná.

El auditorio cubierto en forma de cúpula cuenta con capacidad para 2.500 espectadores divididos en dos plateas, una alta y otra baja. Estas se comunican con el foyer a través de rampas y escaleras helicoidales. El escenario de 800 metros cuadrados tendrá mayor altura que la sala principal. Debajo de la platea se ubica una escuela de música con dos auditorios para las muestras de los alumnos, espacios para exposiciones, depósitos y camarines. El total del volumen suma 18.000 metros cuadrados, con 80 metros de ancho, 120 de largo y 42 de altura, aproximadamente.

El arquitecto explicó que el aspecto exterior del proyecto fue definido de una forma no arbitraria sino que está ligada al problema estructural. La curva sobre la platea es suave para responder de forma adecuada a la acústica. La llegada al escenario exige mayor altura, por lo que otra curva se impone allí. La explanada exterior puede albergar 30.000 personas más. Desde allí es visible el escenario del auditorio mediante la apertura de una de sus paredes.

La plaza queda delimitada por el volumen en forma de cúpula y el prisma arqueado que se encuentra al otro extremo, donde se ubican el restaurante y la sala de exposiciones. Con forma de búmeran y tres niveles, el bloque se eleva para no interrumpir las visuales al río.

Un pequeño volumen cilíndrico donde se disponen las oficinas administrativas y venta de entradas delimita el acceso al predio. Su contorno es recorrido por una suave rampa. El programa se completa con un estacionamiento para 1.000 vehículos. La estructura principal del edificio es de hormigón armado y esto, a su vez, otorgará su aspecto definitivo a la obra. Niemeyer fue pionero en la exploración de las posibilidades constructivas y plásticas del hormigón armado.



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