Hagar Blau Makaroff Beatriz Vignoli se encontraba preparando su próximo libro, uno de poesías en torno al concepto del pasear luego de haber recuperado la calle en la pospandemia. Pero al cruzar la avenida San Martín se tropezó en plena calzada y los planes cambiaron: se quebró una muñeca, y lejos de frenar el avance del libro, éste mutó en el que presenta ahora junto a Editorial Biblioteca, nada menos que en la propia Vigil. Un libro tras la caída, sobre el aprendizaje de un mundo donde la recuperación –personal y colectiva- indefectiblemente es con la ayuda de las redes afectivas.
“Es un libro que pienso como recuperación en muchos sentidos, porque es una soldadura, además de mi muñeca, de la colección Poetas Argentinos, que dejó de publicarse en 1977 con la intervención militar a La Vigil”, aseguró a Mirador en un bar donde sonaba Charly García con sus dinosaurios como telón de fondo. Es que este libro reinaugura la colección de poesía mencionada, y además ella es la primera mujer en integrar la serie que arrancó con Paco Urondo, luego Francisco Madariaga, Hugo Gola, y se interrumpió con el libro de Rodolfo Alonso con la intervención militar.
Para la autora, el de ese espacio cultural fue un genocidio cultural, “una destrucción deliberada de la cultura popular, y la desintegración de lo social fue parte del plan de la Dictadura”, y ahora “la Vigil está recuperando ese acervo y sus lazos, y es un honor ser parte de esa recuperación. En marzo del año pasado me caí y me quebré y a partir de entonces todo fue cuidado, amigas que me ayudaron con cosas de la casa y los médicos. La civilización para mí fue recuperada ahí. La Vigil y yo estamos haciendo juntos esta soldadura”.
En torno a Expreso, nombre que da a este nuevo libro, la poeta relató: “Esperaba el colectivo en San Lorenzo, y cuando lo vi venir con esas letras iluminadas bajo el nombre de Expreso, me gustó. Me recordó a Expreso Imaginario y a El expreso de Poli, los programas que mi generación consumía, pero además pensé en el concepto de la libre expresión, porque era un libro pensado para escribir a partir de las ideas que se me ocurren cuando camino y paseo, una alegoría a la libertad de volver a tomar la calle tras el encierro y a expresarme”.
Claro que al dialogar con la Editorial Biblioteca para este libro, ella veía el paralelismo con la importante recuperación del acervo cultural que la historia de la Vigil viene realizando, como un modo de “curaciones sociales” ante tanto daño represivo. De esta forma un nuevo significado que tocó a muchos miembros de la biblioteca: Ex presos. Todavía ella no se había quebrado su muñeca y no sabía que pasaría por su propio cuerpo la vivencia de la herida, el encierro, la necesidad de cuidados de otros para sanar. Fue ese su proceso de aprendizaje, y es un libro “agradecido con mucha gente que ayudó a sanar”, aseguró.
Pero sobre la cura social, el otro lado de la cinta de Moebius, en Expreso Vignoli dedicó un poema dedicado a Mabel Temporelli, una detenida en Devoto, a la cual ella entrevistó con motivo de una muestra. Hay además un poema dedicado a Federico García Lorca, Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni, basado en un sueño que Beatriz tuvo de aquellos años infaustos de represiones y muertes de estas grandes plumas. Y otro dedicado a Rubén Naranjo, uno de los más reconocidos gestores de la Vigil. Los desaparecidos y detenidos del totalitarismo más reciente, que aún tiene pendiente heridas por sanar.
“Cuando pensamos los efectos de la dictadura pensamos en lo más urgente, reclamamos dónde están los desaparecidos, juzgar a los asesinos que no sigan sueltos (y siguen habiéndolos aun), y que volvamos al estado de derecho. Pero las marcas que dejó en la sociedad siguieron de formas más sutiles: el encierro por la pandemia fue un sometimiento más sobre la gente, y la sociedad agachó la cabeza. Hay hábitos de la sociedad que la dictadura impuso en ese momento como el aislamiento y el individualismo, que persistieron. Y suena Charly en la radio!”, reflexionó locuaz la escritora.
Expreso es su primer poemario luego de la compilación de toda su poesía escrita hasta 2021, compilado en el libro Viernes, de la editorial Nebliplateada, que se presentó en febrero pasado en la peluquería literaria de Pablo Bigliardi. En aquella compilación fue publicado otro libro que Beatriz escribió antes que Expreso, y que había sido inédito hasta ahora: Tálamo era su nombre. “Tálamo significa hogar, espacio seguro, y eso es algo que no tenía yo en mi propia casa en dictadura, y el tálamo es una parte muy adentro del cerebro, de la misma forma nació como un libro oculto, incrustado en Viernes”, precisó sobre aquel otro libro casi contemporáneo a Expreso.
En este nuevo libro hay una versión extendida de su poema Luna en Piscis –en Tálamo está la primera versión- sobre una de las primeras salidas tras el encierro pandémico de Beatriz, el cual dedicó a las mujeres muralistas del colectivo AMMURA, y donde describe la aventura de cruzar el río Paraná, algo hasta entonces lejano en su experiencia vital.
La experiencia del traumatismo en vía pública
El momento de la caída de la poeta en plena avenida San Martín fue fundante para el libro, y también para la propia vida de Vignoli, quien aseguró: “Yo me hubiera muerto si no fuera porque me levantó Luz, una médica que cruzaba al lado mío de casualidad, y cuyo apellido nunca supe. Quedé en la calzada y venía un colectivo, y no me podía levantar sola porque sostenía mi muñeca quebrada con la otra mano. Y fue ella la que me llevó al hospital y se quedó cuidándome con una generosidad asombrosa, a la que siempre le voy a agradecer”.
Fue entonces que vio la caída, aunque parezca mucho, como algo providencial porque “el proceso fue de enajenamiento, un extrañamiento ante el propio cuerpo, será porque tengo un umbral alto del dolor o será porque tenía que vivirlo así para que pudiera experimentar la compasión. Como sea lo que me di cuenta en el momento que me operaban la mano es que mi conciencia no es mi cuerpo”. Esto lo transmite con audacia en su poema Letanía:
Mi brazo gato, mi antebrazo pájaro,
mi muñeca Pinocho Galatea,
mi puente de titanio,
mi hueso remendado,
un extraño mi brazo obra de otros
adosado a mi cuerpo.
Mi brazo ciborg,
mi brazo terminator (…)
A Beatriz la operaron tras la caída y esos días fueron muy duros: “Fue un tiempo de necesitar mucha ayuda, y gente muy ocupada se hizo el tiempo, me decían ‘tengo una hora, ¿qué puedo hacer por vos?’ con un respeto enorme. Desde niña hice siempre todo yo sola, la mayor de cinco hermanos. Fue la primera vez que necesité ayuda porque sola no podía”. Por esto aseguró: “Es un libro muy agradecido con todos los que me cuidaron”. Y es cierto, además de las mencionadas, hay dedicatorias en casi todo el libro a todas las personas que la cuidaron.
Poco antes de su caída “había soñado que Angélica Gorodischer se moría y que yo estaba en esa esquina de la avenida San Martín donde después me cai. Iba a su velorio, veía cruzar los seis coches fúnebres y yo llegaba cuando ya se terminó”. Angélica no había muerto aun, pero Beatriz contó su sueño en la reseña que hizo de despedida en febrero pasado a la novelista de ficción, también oriunda de la zona sur, a quien solía cruzar en el barrio. “Cuando la veía me decía ‘vecina, ¿tiene una taza de azúcar para prestarme?’ con un tono pícaro y nos reíamos mucho. No fuimos cercanas pero nos teníamos mucho aprecio”, aseguró.
No es el yeso que aprieta.
Es la memoria del genocidio negro
que se abre paso en mí.
Quinientos años de dolor en un instante
se me vienen encima
desde el fondo del cuerpo.
Y con la mano libre
abrazo mi muñeca aprisionada,
acuno a mis ancestros.
Solo Vignoli es capaz de procesar por el cuerpo de tal forma un cambio de planes como fue su idea de libro de paseos a un libro de quiebre y recuperación, y en un poema ella representa el abrazo con su mano derecha a la otra herida como un grillete que se vuelve abrazo a sus ancestros esclavos, que según recuperó hay orígenes mulatos del Paraguay de los tiempos del Virreinato. “Yo soy poeta, hago hablar a los espíritus, a mí me gusta mucho bailar, y cuando me quebré hacía danzas afro. El toque de tambor del carnaval negro es con las manos torcidas hacia abajo, y desde mi caída no puedo hacer más ese movimiento con la izquierda”.
Pero a pesar de esa nueva imposibilidad, aseguró que “la danza aparece mucho en los poemas, con la Mironga de los aparecidos en la Casona Yiró”, así como en su poema Western, donde suena con tambores y dice “cuando la vida es un collage incomprensible lo que hay que hacer con eso es la poesía”. Es entonces un libro de la quietud y del movimiento.
La quietud en el poema del encierro de Mabel Temporelli, “de cómo su cuerpo se bancó los asesinatos de sus compañeras para sobrevivir, y la resignifiqué yo, pensando cómo un cuerpo se banca tantas cosas, pero las huellas quedan profundas en la memoria”, arguyó.
Cuando operaron a Beatriz, dos semanas después de su caída, la sedaron pero permaneció despierta y consciente todo el rato. “Yo escuchaba cómo serruchaban y daba algo de impresión, pero me dediqué a disfrutar de la música, cantaba Seguir viviendo sin tu amor del flaco Spinetta y el tango Decí por dios que me has dao, y los médicos se reían un montón”. Algo de esto dejó entrever en su poema La paciente canta con ese particular humor suyo.
Y la paciente canta. Habla de tango.
Y el camillero habla de Julio Sosa.
Y entre las luces blancas y la camilla metálica
a las siete a eme, suena la voz del Flaco.
Rock nacional de su tiempo, del de antes.
Música de taller.
(Poema dedicado por Vignoli al doctor Ariel Barbiera y su equipo.)