Ariel Gustavo Pennisi
Luego de su resonante nouvelle “Lo incomible” (Azul Francia editorial, 2021), Marcos Apolo Benítez presenta una nueva historia, su cuarta y la primera edificada desde el encierro de la urbanidad. El pabellón abismado (Borde Perdido Editora) tiene lugar y fecha de estreno, será el próximo viernes 11 de noviembre a las 19:30 horas en Craz Librería (Córdoba 954, Pasaje Pan, local 10, Rosario) en un evento que contará con dos presentadoras de lujo: Beatriz Vignoli y Patricia Fochi. Una novela sobre “la convulsión permanente del lenguaje” o mejor dicho “la locura”. Mirador Provincial dialogó con el escritor.
Marcos Apolo Benítez en primera persona
-En tus anteriores historias, el encierro quizás a cielo abierto, aparece como escenario de fondo en el Chaco, aquella tierra que desde la ficción ofrece miserias atrapando a sus personajes en sus propias condenas existenciales. El pabellón abismado es tu cuarta nouvelle, en esta oportunidad el encierro se presenta de forma institucional, ¿podríamos pensar al encierro como tema transversal en tu obra? - Sí, está bien lo que decís, el encierro y sus puntos de fuga es para mí el conflicto existencial primero. Cada una de mis nouvelles podría ser una aporía en torno a eso. Pero el cautiverio es antes que nada un embrollo del lenguaje, un discurso maniatado. Por lo tanto, el desenredo comienza en la materialidad de las palabras. No hay manera de zafar que no sea atravesando el lío. Esta dificultad es propia de la obra de arte.
-¿Cuándo nace El pabellón abismado?, ¿qué te llevó a abandonar Chaco como escenario ficticio y ubicarte dentro de una institución? -Nace a partir de impresiones que fui haciendo durante mi paso profesional por un psiquiátrico. Pero esas impresiones fueron hechas desde un punto de vista literario, es decir: la ignorante curiosidad y transfiguración de todos los objetos. El escritor es un personaje que está de incógnito y se camufla con otros personajes, es un infiltrado, un doble agente que únicamente rinde cuentas a la patria literaria. De aquellas anotaciones adulteradas por la ficción resultó esta historia. Chaco es ante todo un paisaje mental, una alegoría de lo impenetrable, lo real inaccesible que sin embargo incide y produce efectos en la realidad, o también, tomando una frase que dice Silvio Mattoni en la contratapa: "la parábola de una destrucción". En ese sentido, Chaco siempre está. Pero lo que se desagrega en esta novela es la ruralidad, y entra la urbanidad, aunque en su reverso tabú: el manicomio, que a su vez es un nuevo impenetrable. Por otro lado, siempre estamos dentro de las instituciones: la familia, la escuela, el hospital, la política.
Sobre la realidad y la ficción
-¿Qué rol tuvo en la historia tu experiencia profesional de tres años dentro de uno de los principales psiquiátricos de la ciudad de Rosario?, ¿es una nouvelle testimonial? -La experiencia en el loquero fue determinante en cuanto a impacto y fascinación. La ficción puede ser un acceso verosímil a hechos que están en el límite de lo posible y lo decible. Lo testimonial es ficcional, porque necesita de diferentes artificios de escritura que puedan dar cuenta de fenómenos muy raros y hacer escuchar algo que está en un borde audible. No hay vía regia a lo real, apenas aproximaciones ficcionales.
-¿Cómo escritor ubicás un límite demarcatorio posible entre realidad y ficción? -Por supuesto. Sin esa distinción, desde luego porosa, problemática pero diferenciada al fin, la literatura no tendría sentido, o se achataría hasta quedar reducida a mera gacetilla informativa. Hay algo de la época que pretende fusionar ambos niveles, empobreciendo los distintos juegos del lenguaje. Cuando colapsan los diversos registros, la vida se empobrece. Quizá la definición de la estupidez, la perversión y otros colapsos consista en confundir realidad y ficción.
La locura
-En la ficción desarrollás un concepto interesante sobre las nuevas formas de abordaje de las personas que sufren enfermedades mentales al hablar de “la cura por gestión”. ¿A qué te referís?, ¿es pensable como crítica al sistema de salud mental en el ejercicio profesional? -De la sugestión a la cura por gestión, es una ironía. Y bien podría servir de concepto crítico, ya que resulta útil para pensar el asunto: la mayoría de las veces los tratamientos quedan reducidos a gestiones administrativas. Se gestiona un turno, una plaza, una internación, y eso, de conseguirse, ya se considera un logro y éxito curativo en sí mismo. Lo que prima es la estadística. En el medio intervienen decenas de burócratas, profesionales y otras instituciones. También aparecen colados, gente que nada que ver. Es un carnaval tedioso. Mientras tanto se multiplican archivos, carpetas, legajos, catálogos de patologías, códigos, papelerío ilegible. Un mar de información inútil. Y sobre todo cuchicheos, rumores, prejuicios. Y no me refiero a los inevitables malentendidos, sino a aturdimiento. ¡Como para esquizofrenizar a
cualquiera! En fin, de esa manera el paciente queda sepultado como un alfiler en un pajar. Muchas veces imaginé que un loco era alguien cuerdo que entró a esa maquinaria tortuosa y no salió jamás. Yo mismo creo que hubiera sucumbido si no salía a tiempo. Se cita mucho a Kafka, pero se habla poco del terror burocrático: la gangrena del discurso.
-¿Cómo define Marcos Apolo Benítez a “la locura”? -La locura es lo que rompe cualquier definición unánime y estable de locura y razón. Es la convulsión permanente del lenguaje, como la lava de un volcán. Sin desconsiderar las teorías y representaciones de la locura moderna, el libro también se remonta a una tradición más clásica de la locura, perteneciente a la tragedia griega, que dice que la locura viene de afuera, de los dioses, y cuya divisa tantas veces repetida es: "a quién los dioses destruyen, antes lo enloquece". Es la idea de daimon, las furias, las euménides, las erinias como agentes de la locura. De ahí la figura de una harpía en la tapa.
-¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto literario? -Sí, siempre. Sólo que el proyecto literario me trabaja a mí.
El pabellón abismado (fragmento) Durante mucho tiempo me imaginé trabajando en un hospital psiquiátrico, hasta que el azar quiso hacer coincidir la realidad con lo que yo fantaseaba. Alguien me contó acerca de la convocatoria a concurso público para un puesto en “un hospital de salud mental” y, a pesar de la reticencia inicial y la poca expectativa, finalmente accedí a la evaluación.
Ahora heme aquí en el loquero, específicamente en el Servicio Ambulatorio de Asistencia en Adicciones. En un hospital psiquiátrico, los problemas relacionados con el consumo de drogas corresponden al 90% de los casos. Esto tiene su lógica: lo que no cubren las drogas legales, lo suple la farmacia negra, como si fuera una manera de autorregular el dolor, la desesperación y el aturdimiento. Las sustancias caen como insectos en el nido de las alucinaciones y delirios.
(...) Los locos deambulan por los pasillos. Van y vienen, esperan. Hay algunas pocas banquetas de madera muy lustradas por el uso. Algunos aprovechan para recostarse y dormir una siesta, otros esperan interminables horas hasta que los atienden y otros andan por los pasillos de puerta en puerta, forzando los picaportes de los consultorios hasta ver si por casualidad algún profesional se olvidó de cerrar con llave y se abre alguna. Casi que lo hacen a su pesar y con escepticismo, ya que rara vez alguna puerta queda sin traba.
Bio Marcos Apolo Benítez, nació en J.J. Castelli, Chaco, en 1983. Desde el año 2001 vive en Rosario. Es psicoanalista. Publicó: Chaco. Odio en el impenetrable (Santiago Arcos editor. 2015), La Paliza (Paradiso 2017) y Lo Incomible (AzulFrancia 2021). El pabellón abismado (Borde Perdido Editora) es su cuarta nouvelle.