Pablo Bigliardi
No fue fácil para Alejandra Méndez explicarles a sus padres en qué consistía una carrera humanística cuando vino a Rosario a estudiar Psicología desde San Cristóbal, en el año 1997. La resolución de la hija doctora colmaba las expectativas y la preocupación de la salida laboral, de abrirse camino en la ciudad como psicóloga, serían problemas difíciles de resolver en el concepto de los padres, en especial cuando en el pueblo se debe contestar a qué se dedica la hija, ¿Gestora Cultural? ¿Qué es eso?
-Me gustaba esa idea de la psicología para comprender la conducta humana por mis propias historias de vida, pero en el fondo buscaba una carrera que me involucrara en lo cultural.
Pasó su niñez y adolescencia armando grupos y formando parte de la acción actoral o poética de su ciudad natal. En la secundaria, cuando se hacían competencias deportivas o artísticas, ella participaría de la organización minuciosa en cada acto o escenario.
En la época de la primaria estaba metida en el grupo de pintura, en el coro, en teatro, siempre trabajando en las organizaciones. Jugaba a hacer concursos de canto y armaba el jurado, la coreografía o el vestuario ubicándome siempre detrás de escena. Solía pasar meses organizando eventos con las chicas del barrio, en el patio de mi casa. Armaba un show articulando cada parte e invitábamos a las madres para que vieran el espectáculo. Yo dirigía y presentaba, pero no quería ser la protagonista, sólo organizar; muy de capricorniana. Me di cuenta de que había nacido para esto cuando sentí la pasión y el disfrute en el uso de las agendas por ejemplo, es algo que me encanta, las colecciono, las lleno y disfruto de tener algo para organizar. Ahora continúo con esa especie de juego bajo la responsabilidad de adulta. Siempre me río de esas anécdotas, de cuando preparaba hasta los caramelos en un platito, ese tipo de pormenores de un evento completo que servía incluso para que mi madre y vecinas socializaran o chusmearan sobre los aconteceres del barrio.
Pese a su timidez, a Alejandra no le costó habituarse a la ciudad. Conoció a la gente del ambiente literario como algo que buscaba por propio instinto. Iba a los ciclos de poesía que mayormente se organizaban en bares. Si bien sus padres continuarían ayudándola en el alquiler del departamento, se las arregló para no sentirse culpable del abandono de la carrera para seguir su instinto artístico y trabajó de niñera, en un kiosco o lo más loco como dice ella, fue trabajar en un instituto de radiología bajo cierta precariedad al respecto de las placas y la radiación del ambiente.
-Changas para sobrevivir, darle una mano a mis viejos y que no les costara tanto sacrificio. Empecé a ir al taller literario de Concepción Bertone, quien me enseñó todo lo que tenía que saber del oficio y del ambiente. Las primeras lecturas que hice en público fueron gracias a sus sugerencias, como dándome una mano para que ingresara al ambiente. Fue muy generosa al igual que Hugo Diz quien en su ciclo de "Poesía en los bares", me dijo: "nena vos tendrías que presentar a los poetas" y yo le contesto, "¿Yo, por qué?" Respuestas de una timidez muy propia de mí que no me ha permitido avanzar del todo. "Tenés que presentar a los poetas porque yo estoy cansado, necesito ayuda", me dijo y le contesté que probaría y las primeras veces fueron espantosas. Nombraba mal los apellidos y me trababa, pero poco a poco fui puliendo mis errores frente al público. Fui conociendo mucha más gente del ambiente que yo misma luego invitaría a mis propios ciclos y todo gracias a Hugo que me fue llevando como de la mano.
Ese entusiasmo, la pérdida del miedo de hablar frente al público la animó a organizar su primer ciclo al que nombró "Tercer mundo", entre los años 2007 y 2011, por organizarse en el bar del mismo nombre, en Rioja y Sarmiento, Rosario. Lo inició junto al poeta Leandro Llull y más tarde lo continuaría sola.
-Fue un antes y un después en cuanto a las historias del ciclo. Por supuesto que hay muchos ciclos y eventos que fueron importantes aquí en Rosario, pero Tercer Mundo fue un clic que duró cuatro años. Se hacía todos los lunes y pese a que era el día inicial de la semana, la gente iba a tomar algo y a escuchar a los poetas. La situación derivó en las primeras trasnoches del Festival Internacional de Poesía, bajo una propuesta que recibí de los organizadores Osvaldo Aguirre, Martín Prieto y Daniel García Helder. Las primeras trasnoches se hicieron en Tercer Mundo, después fue más itinerante y se hicieron en los bares Jekyll & Hyde, Pasaporte, etcétera. Fui la pionera de esas trasnoches porque Tercer Mundo me termina de colocar en la escena cultural, se presentaban libros y se leía poesía por supuesto como primera instancia. Ahí también se debatió el destino de la Casa de la Poesía que al final se perdió por esa cosa individualista que tenemos los poetas y que no logramos ponernos de acuerdo. Había mucha gente que quería recuperarla, continuar de alguna manera haciendo algo y no hubo acuerdo. Al final como todo ciclo, como la misma palabra lo dice, Tercer Mundo terminó. Una va buscando otros desafíos y queda la anécdota de la enorme cantidad de gente que pasó por ahí como Diana Bellesi, Carlos Del Frade y muchísimos más.
Con la poeta y gestora cultural Mariana Vacs, Alejandra coordinó el Festival Grito de Mujer; fue invitada como gestora cultural en el año 2015, al Centro Cultural Kirchner y Tecnópolis para ciclos de poesía del Litoral y como dice ella siempre da una mano para el Festival Internacional de Poesía en Rosario. Desde el 2016 organiza lecturas en la Biblioteca Argentina. Un trabajo de tiempo completo en donde el teléfono es su mejor aliado y la adrenalina de correr para las múltiples circunstancias de conseguir un hotel para tal poeta, el almuerzo en restaurante a convenir y las múltiples llamadas a las secretarías o ministerios, soportan un desgaste que tanto ella como su agenda sobrellevan detrás de los asuntos. Pero Alejandra es poeta y tiene cuatro libros en su cuenta.
-Cuesta mucho mantener el trabajo individual de la escritura en la que me encuentro inmersa y de la que salgo para construir y gestionar. Me produce un enorme placer difundir al otro, siempre que das desinteresadamente algo vuelve como una ley universal. Me siento como un gran motor de muchas personas laburando y ese engranaje te ayuda a crecer por el simple hecho de compartir tu escritura y por escuchar al otro. Es muy importante escuchar cada voz, cada tono. Es como saber que una aportó para que eso se esté dando, en especial darle la voz al emergente, al desconocido a los colectivos. En el último Festival Internacional de Poesía trabajamos a destajo con Cristian Molina en un contrapunto interesante en el que nos entendimos. Se notó mi estética, mis invitados y los de él. No es una cuestión de ideología política, ni de qué cuadro seas, se trata de hacerlo bien, la organización tiene que salir perfecta. No es para cualquiera, tenés que tener cintura y saber que este tipo de trabajos se dan de esa forma y a resolverlo. Los objetivos que nos habíamos planteado se lograron como la apertura real y la inclusión en serio, genuina. Trabajar con gente produce un gran desgaste y siempre es negociar, accediendo a determinadas cosas o negar otras y una relega mucho de sí, de su propia obra en pos del otro. A lo mejor tendría muchos más libros publicados, creo que hoy la escritora o el escritor están atravesados por su cuestión laboral que suele ser ajena a la construcción narrativa o poética y exige esta división del trabajo en la que distribuís tu tiempo disfrutando de tu trabajo y escribiendo.
Libros -Tengo cuatro libros que se fueron publicando casi como solos. Al primero me lo sacaron de las manos de tanto militarlo en los ciclos y en las lecturas. Siempre llevaba el mismo y en la previa decía "de mi libro inédito". Iba a los eventos como inédita, sin libro publicado, aun siendo invitada a enormes festivales como el de Córdoba y Mendoza, y de tanto leerlo casi podría decirte que "Tarde abedul" salió solo, por su propia cuenta. En el año 2013, y a través de la Editorial "La Pulga Renga", Fede Rodríguez, Mario Castells y Pablo Ascierto, me lo sacaron de las manos para que saliera a la calle. Es que tampoco salía por mi obsesión capricorniana de corregir y corregir hasta el último acento. No es que escriba para publicar porque sé que de alguna manera llegan las oportunidades. Me quedo esperando y algo pasa aun sin estar en busca de la editorial. El segundo libro me escucharon leerlo en un festival y la editorial "De acá", de San Luis, publicó mi segundo libro, "Charlas con Cuchúa". Más tarde envié "Trece maneras de enfocar a otro pájaro" a Alejandra Pipi Bosch, de Ediciones Arroyo. Juego obviamente con el poemario de Steven Wallace, en "Trece maneras de mirar a un mirlo", desde ese lugar y con otros pájaros. La idea parte de un proyecto trunco que intentamos con Vero Laurino, Fernando Marquínez y Richi Guiamet. La idea era hacer un proyecto en el cual se conjugaría la poesía y el cine. Esos poemas fueron pensados primero desde el cine, en donde hubiera pájaros y yo venía trabajando eso de Wallace y fueron generándose esos trece poemas. El cuarto, "Rapsodia", fue publicado por CR Ediciones. Es anterior a Charlas con Cuchúa, pero yo quería que saliera primero porque hay una especie de duelo en esos poemas. Son proyectos armados sin pensarlos casi. No es que me digo: "ahora me siento a escribir un libro sobre amor", no puedo, a mí la escritura me tiene que tomar y no sé si se enmarca en el concepto de inspiración sino en algo que te toma y una lo sigue como miguitas de pan en el suelo. Me cuesta horrores cuando me invitan para una antología temática sobre temas específicos. Tengo que pensar en relación a ese tema y para mí la poesía es un trabajo interno, para adentro y a la vez un diálogo con lo que pasa afuera.