Relatos desde el país del mundial
Santafesinos en Qatar: cómo es vivir en un contenedor y sentirse al borde del acoso
Gustavo y Pamela llegaron a Qatar y lo disfrutan de una manera distinta. Pamela cuenta sus impresiones como mujer: “Las mujeres acá están todas tapadas y, en mi caso, me siento invadida en mi espacio personal porque los hombres nos ven distintas”, cuenta.
La zona de los contenedores, muy cerquita del aeropuerto, con un amplio fan fest con pantalla gigante y mullidos “puf” que sirven para reposar y ver los partidos (más de uno se debe quedar dormido al rayo del sol a la siesta), es uno de los grandes atractivos de esta copa del mundo. Había que pagar entre 80 y 100 dólares por cabeza y por día para poder dormir en esos contenedores que poseen las comodidades mínimas: dos camas, aire acondicionado, un ropero, el baño, una pava eléctrica para calentar el agua y una heladera. Allí conviven turistas de todo el mundo. Y ahí estuvimos con Gustavo y Pamela, dos avanzadísimos estudiantes de ingeniería en sistemas de la Universidad Tecnológica Nacional, a los que le faltan dos materias que, seguramente, rendirán cuando lleguen a Santa Fe. Uno Gustavo, es de barrio Roma; Pamela se mudó hace poquito al barrio Sur (“Me mudé y me vine al Mundial, así que ni conozco el barrio todavía”, nos cuenta).
“Es algo nuevo, se vive muchísimo el ambiente del fútbol, hay agua caliente en los contenedores, pantalla gigante y gente de todo el mundo”, cuenta Gustavo, que ostenta su camiseta de Colón “Es la primera vez que me la pongo porque hasta ahora anduve con la de Argentina, pero te puedo asegurar que afloraron los santafesinos. Es un llamador increíble esta camiseta”.
Pamela, como buena ecónoma, cuida el bolsillo. “Pensamos que los precios estaban más elevados, pero no, están bien. Compramos en el Supermercado, economizamos bastante, no fuimos a ningún restaurante, el contenedor tiene una buena heladera y un loco argentino se compró un anafe y cocina en el contenedor… ¡No se imaginan lo que es eso!”.
De todos modos, ella aclara que lo que más extraña “es la comida y la facilidad, que no tenemos, de tomarte una birra en cualquier lado”. Y asiente Gustavo, que agrega: “Acá se hace de noche a las 5 de la tarde y está especial para arrancar con un liso”.
Respecto de la situación con las mujeres en esta parte del mundo, las diferencias que se establecen y las costumbres tan particulares y criticadas en otras partes del mundo, Pamela fue clara y específica: “Nosotros venimos de Egipto, que es peor acá. No están acostumbrando a la vestimenta occidental y a mí me pasó de todo. Por ejemplo, nenes con edad de escuela primaria que se enloquecen por mi pelo, por el color y por lo largo que es y me piden fotos… Y los hombres miran mucho, se acercan y preguntan si estoy casada con Gustavo, y yo no estoy acostumbrada a que me pase eso. Acá las chicas están todas tapadas, pero hace mucho calor y yo no puedo andar en pantalones largos siempre. Al principio lo hice, pero ahora no. Me pongo un short y me miran las piernas de una manera alevosa… Literalmente, te invaden el espacio personal, se te vienen encima, casi es un acoso y por eso, la primera palabra en árabe que aprendí es “lalalala”, que quiere decir no. Si no te cubrís, te sentís acosada”, señaló.
Respecto de las túnicas, dijo que “todas son negras y acá hace mucho calor, imagináte taparse todo el cuerpo de esa manera, con esta temperatura y con mangas largas. Es insoportable”, agregó Pamela, que junto a Gustavo se quedarán por lo que dure esta primera fase, “porque el presupuesto dio para eso”.
Indagando un poco los precios, hay varios puestos de comida en ese sector. Una pizza, por ejemplo, está en el orden de los 15 dólares; una botellita de agua vale 2,50 dólares; un café cuesta 4 dólares y un café con leche está en los 5.20 dólares, mientras que se puede comer una hamburguesa por 8 o 9 dólares, “pelada” y sin acompañamiento de ninguna índole.
Los contenedores parecen haberse diseñado para gente joven, en esencia, pero en el recorrido pudimos observar que hay de todas las edades. Basta con acostumbrarse y saber disfrutar. Todos coinciden en algo: se respira mucho clima de fútbol. Hay dos pantallas gigantes, mucha comodidad para tirarse en esos amplios y confortables “puf” y observar los partidos. Cuando visitamos el lugar, estaban jugando Suiza y Camerún a la hora de la siesta. Y aseguramos que el “rating” era muy bueno.