¿Fe, leyenda o cultura popular?
Gauchito Gil: miles de fieles celebraron su fiesta y agradecieron sus favores
A la vera de las rutas de Argentina es común ver los altares de color rojo venerando al “Gauchito Gil”, una creencia nacida en Corrientes que llegó a todo el país. Promeseros de diferentes provincias viajan cada 8 de enero para pedir y agradecer. El santuario de Chajarí creció exponencialmente en la última década.
En la intersección de 25 de Mayo y 28 de Mayo de la ciudad de Chajarí se encuentra el predio del Gauchito Gil, propiedad de Eduardo “Lalo” Paredes, quien inició con este lugar como una promesa, para luego convertirse hace más de diez años en un espacio muy convocante cada fin de semana, y especialmente los 8 de enero, día en que se recuerda a este “santo pagano”. Al celebrarse su día durante las vacaciones de verano, y como el predio se encuentra sobre la colectora de la Autovía Artigas, son muchos los turistas que paran a saludar en el “altar” de Chajarí. Según cuenta una de las leyendas, “hay que parar para tener buena suerte en el viaje, así que por las dudas nadie se arriesga”, dice entre risas Eduardo. Por el predio del gaucho Antonio Gil este año pasaron promeseros de Buenos Aires, Córdoba, y varias zonas de Entre Ríos.
Aunque comenzó con una simple imagen de Antonio Gil en un pequeño altar y el rojo característico, con el correr de los meses y años este lugar creció para venerar al santo popular. Personas que no pueden llegar a Mercedes, en Corrientes –cuna de Antonio Gil– se acercan a Chajarí a pedir y agradecer, y en esto la pandemia tuvo mucho que ver ya que en los años en que no se pudieron realizar las celebraciones multitudinarias, los “promeseros” eligieron estas alternativas.
Historias
Dialogando con fieles durante el 8 de enero pudimos conocer algunas historias, como la de Marta, de 53 años, quien todos los años concurre para agradecer por haber “curado” a su hija. “Llueva o truene todos los años estoy presente, cuando era más joven iba hasta Corrientes, pero ahora vengo acá, eternamente agradecida”, asegura la señora de la zona de colonias aledañas a Chajarí.
Otra de las historias es la de Héctor, quien cuenta que pidiéndole “al gaucho” se le abrieron puertas de negocios que hicieron mucho bien “para mi familia, que es lo más importante, por eso agradecido siempre. No vengo a pedir, simplemente a agradecer”, remarca.
Banderas, velas, carteles y todo tipo de “tributo” dejan los promeseros en agradecimiento al Gauchito Gil.
Pero entre las placas que cubren el lugar se pueden leer muchos pedidos; por problemas de salud los más recurrentes, mientras que amor y trabajo no se quedan atrás.
Pero no todo es rezar, pedir y agradecer. La visita al predio tiene el agregado de poder disfrutar de la bailanta. La que también comenzó realizándose únicamente para los 8 de enero y ahora se impuso cada fin de semana. Miles de personas acudieron en la noche del sábado 7 para recibir el día con fuegos artificiales y bailar durante todo el domingo. El día 8 de enero la entrada a la bailanta fue libre y gratuita.
¿Quién fue Antonio Gil?
Antonio Mamerto Gil Núñez, nació un 12 de agosto, posiblemente de 1847, en Mercedes, provincia de Corrientes, en una zona que en guaraní llamaban Paiubre. Decían de él que tenía un excelente manejo del facón y que su mirada hipnótica era temible para los enemigos y fulminante para las mujeres.
La historia registra que fue un peón rural que sufrió los horrores de pelear en una disputa entre hermanos, en la Guerra de la Triple Alianza, y que luego fue reclutado para formar parte de las milicias que luchaban contra los federales.
La leyenda cuenta que Ñandeyara, el dios guaraní, se le apareció en los sueños y le dijo: “No quieras derramar sangre de tus semejantes”. El Gauchito no lo dudó más y desertó del Ejército. Esa rebeldía, y conquistar a la mujer que pretendía un comisario, fueron algunos de los motivos de su sentencia de muerte. Le siguieron otras desobediencias intolerables para el poder de turno: se ganó el amor y la complicidad de la peonada correntina que lo empezó a conocer como a un justiciero, como a un héroe que protegía a los humildes.