El 1 a 0 fue mezquino a favor de River, que fue muy superior en todo: lo táctico, lo físico y lo futbolístico. Unión dependió de alguna jugada de Machuca, que para colmo fue expulsado, y si no fuera por Moyano, perdía por una mayor diferencia.
(Enviado Especial a Buenos Aires)
No hay nada que discutir. Unión fue ampliamente superado durante casi todo el partido y apenas hubo una reacción en el final que no alcanzó para nada. Sólo para dar una imagen más firme, pero que no alcanzó en lo más mínimo para merecer algo. Fue todo de River, que sólo cometió el pecado de no haberlo liquidado por una mayor diferencia.
Unión supo en un primer tiempo totalmente desfavorable, lo que es sufrir un partido. River lo pasó literalmente por encima, sobre todo en la primera media hora. Después, ese ritmo vertiginoso, imparable, abrumador, se tomó un respiro. Fue el único momento, aunque las situaciones siguieron siendo propiedad absoluta de River. Salvo cuando Machuca recibía la pelota y encaraba, a veces son una actitud individualista, pero sin encontrar socios para vulnerar a un rival muy rápido, concentrado y que recuperó siempre sobre la misma pérdida de la pelota, obligando a que Unión terminara rifando la pelota con pelotazos sin destinatario fijo.
Ni siquiera pudo aguantarlo un rato Unión. Ya a los diez minutos lo perdía, en una jugada en la que River sacó rápidamente un lateral, metieron el centro desde la izquierda y apareció Nacho Fernández para meter la pierna y colocar la pelota lejos del alcance de Moyano.
Unión lo padecía al partido, porque le costaba mucho adivinar los movimientos del rival. El único que tenía una posición fija en la cancha era Enzo Pérez. Luego, Paradela, De la Cruz, Aliendro y Nacho Fernández se movían, rotaban, cambiaban posiciones y eso le creaba una gran confusión a Unión. Lejos de entender lo que debía hacer, Unión caía reiteradamente en imprecisiones, no podía avanzar, no generaba situaciones y apenas lograba medianamente emparejar el trámite cuando River se tomaba algún pequeño recreo.
El resultado era exiguo. River había tenido suficiente dominio, situaciones claras y méritos acumulados para que el partido no tenga una diferencia mínima a su favor. Además, eso lo dejaba con vida a Unión, pese a que no se vislumbraba de qué forma podía llegar a inquietar en serio a un Armani muy tranquilo y a una defensa que tenía solidez y no daba la impresión de verse desbordada en ningún momento, salvo cuando encaraba Machuca, en soledad y lejos del arco.
Muy poco de Zenón (arrancó por derecha y pasó luego a la izquierda), lo propio pasó con Cañete, ni hablar Marabel. Y así, Unión se vio desbordado, superado por un River incansable, movedizo y al que le faltó contundencia para irse con una ventaja superior al descanso.
Vera sobre la línea le ahogó otra chance a River en el comienzo del segundo tiempo y esto le siguió dando vida a un River dominador. En ningún momento dejó de presionar y condenar a Unión a un ahogo constante. No le dio posibilidades de jugar cómodamente. Todo lo contrario. Y lo mejor de todo es que esa gran superioridad no se traslucía en el marcador. Hasta que a los 20 minutos, llegó una jugada en la que el único jugador de Unión capaz de desequilibrar (Machuca), recibió la pelota en un costado, lo fueron a marcar entre dos, le sacaron la pelota, reaccionó con un cabezazo en el estómago a un rival y se armó un tumulto que Echenique resolvió con roja para el delantero de Unión.
Si 11 contra 11 era mucho más River, 11 contra 10 era una quimera para Unión, que ya tenía a Juárez en la cancha en reemplazo de un Zenón muy tibio. Demichelis reaccionó rápidamente para incluir a Borja por Paradela, que había jugado un buen partido. Pero la idea, con un delantero más, era la de tratar de definir el partido con otro gol.
Munúa metió a Vecino, Roldán y Gerometta por Marabel, Aued y Vera. Fue un intento a sabiendas de que sólo un milagro o una jugada fortuita le podía dar una mínima chance de llegar al gol. Mínima chance que se fundamentaba exclusivamente en que el resultado era de River pero por la mínima diferencia.
Y así fue hasta el final. Con Moyano aportando dos o tres atajadas que mantuvieron con algo de vida a un Unión que era lento en comparación de velocidades con el rival, pero que también era mucho menos en lo futbolístico frente a un rival superior en todo.
Unión terminó el partido con un amor propio que no le alcanzó para modificar el destino que inexorablemente era el de perder el partido, pero al menos esa imagen se revirtió y ya no pareció sufrir tanto en esa parte final, aunque tampoco dio la impresión de acercarse al milagro del empate. Lo ganó River. Lo ganó bien. Y hasta mereció hacerlo por una diferencia mayor.