Desde que se inauguró hace ocho años, los usuarios y usuarias que utilizan el servicio señalan las mismas promesas incumplidas de las cuales también se quejan los vecinos y vecinas del barrio. La demanda se multiplicó inversamente proporcional a las mejoras de la estación.
Pasaron unos ocho años desde la inauguración de la estación Apeadero Sur en San Martín y Batlle y Ordóñez, en la zona sur de Rosario. Apenas se cortaron las cintas prometieron que el flamante espacio contaría con bar, negocios gastronómicos y locales comerciales. Casi una década después la estación sigue en la lista de espera.
No solo se enfocaron los anuncios en el Apeadero Sur, sino también en presuntas mejoras en el barrio, mayor presencia de fuerzas de seguridad, eliminación del basural a cielo abierto, pero, sobre todo, reubicación de vecinos y vecinas que constantemente ponen en riesgo su vida por vivir a la vera de las vías del tren que se dirige a Retiro. Esto también sigue siendo una cuenta pendiente.
Si bien, según datos de Trenes Argentinos, el servicio del tren entre Rosario y Retiro registró un crecimiento de más del 58 % respecto a la prepandemia. En enero de 2020 se emitieron 19.463 boletos, mientras que en igual mes de este año viajaron 30.800 pasajeros, las inversiones no incrementaron de forma proporcional.
Esperar el tren en la estación es sentirse “desamparado” como relató Julia, una vecina del barrio a Mirador Provincial. Es que ella “frecuentemente” viaja a Buenos Aires por este medio porque tiene familiares allá. “La verdad es que ni el baño se utiliza y no hay ni un bar ni una climatización que te permite estar cómoda”, agregó.
El servicio de tren sale todos los sábados a las 6:12 de Retiro y llega a las 11:52 a Rosario Norte. Y vuelve a la ciudad de Buenos Aires los domingos a las 16:26 llegando a las 22:06.
Otro pasajero frecuente es Gastón, quien contó a este medio que la “inseguridad” está “a la orden del día”. Como es comerciante, todas las semanas viaja a Capital Federal por asuntos laborales. “Cuando vuelvo con bolsos me da mucho miedo que me afanen, porque la zona está desprotegida, no hay presencia de ningún agente por acá y menos en la estación”.
Cerca de 70 millones de pesos le costó al Estado nacional reconstruir la estación hace ocho años. La mega obra prometía ser el reseteo del sistema ferroviario, pero terminó siendo un globo decorado de ilusiones rotas y una decepción más para los vecinos.
La impactante obra, que tiene más de 1.200 metros cuadrados, ascensores, escaleras mecánicas, una sala de espera para más de 500 personas y un andén con una extensión de 300 metros, prometía ser el puntapié inicial de la puesta en valor de una zona deprimida y la posibilidad de realizar nuevamente una conexión veloz con Buenos Aires, tan exitosa como supo serlo en décadas pasadas, pero que aún sigue esperando.
Los pasajeros tienen que cruzar las vías para poder subirse a una formación, no hay ningún tipo de negocio funcionando dentro, ni siquiera un bar para tomar un café mientras se espera. Tampoco hay una zona de confort para los días de extremo frío o calor. De noche, la mayoría de las personas, se siente aislada e insegura.
Otra de las quejas de los usuarios pasa porque si bien los pasajes son accesibles, los horarios de salida y regreso son sumamente incómodos y escasos; y hay una notable falta de conectividad entre la estación y el resto de la ciudad.
Tras las promeses esgrimidas, hoy en día, en el barrio Irigoyen, donde se ubica la estación, todo sigue igual. “No hay seguridad ni luminarias, los chicos cruzan las vías como si fuese una cortadita, hay perros durmiendo en las vías (por las que pasa el tren) y nuestras casas están a centímetros de ellas. Es un riesgo que se corre todos los días”, relató Paola, otra vecina de la zona.
Reubicación, el gran sueño
Desde hace décadas cientos de familias viven a la vera de las vías del ferrocarril en distintos puntos de la ciudad, sin más intenciones que ubicarse en una pequeña parcela de tierra para intentar construir su vivienda, se enfrentan todos los días a innumerables riesgos.
Entre animales, niños corriendo y madres que salen a trabajar, el angosto pasillo con vías se transforma en una calle muy transitada que carece de cualquier medida de seguridad que proteja a los vecinos del riesgo que conlleva caminar por allí, ahora que el tren llega y parte todos los días.
“Hace un tiempo, un tren al pasar por acá destruyó la fachada de una casilla y le arrancó el brazo al dueño de casa, es tremendo y sabemos que nadie está exento de que le pueda pasar lo mismo”, señaló otra de las vecinas del Apeadero Sur que se acercó a dialogar con este medio.
La mayoría de las familias que viven a centímetros de la vía caminan por ellas con mucha naturalidad, pese a saber el riesgo que conlleva. “No queda otra que caminar por las vías para salir de acá, porque nuestras casas están construidas frente a las vías y no hay otra salida esquivarlas”, explicaron las jóvenes vecinas.
El hecho de que las familias estén ubicadas allí, invisibles al incesante tránsito vehicular que circula por la avenida San Martín (paralela a las casillas), genera que “la mugre, la basura se acumulen” y se formen depósitos de residuos que no sólo expanden un olor hediondo, sino que “atraen ratas, cucarachas, lauchas” y otras alimañas. “Es horrible convivir con eso y más cuando hay chicos”, cuentan las vecinas.
Aunque el volumen de personas que transitan por la estación y el barrio Irigoyen va en aumento, las tan ansiadas y necesarias obras siguen brillando por su ausencia. La desidia oficial sigue generando desazón entre los vecinos y vecinas que, no obstante, mantienen la esperanza de que, algún día, se cumplan las promesas.