Leonel Giacometto
A la sanata sobre un resurgimiento no, al envoltorio sanatero de los fomentos, aspavientos, compresas, y favores entre lo que fue y será la que podría ser una vuelta a esa nebulosa que, allende, podría dejar entrever, en el año donde, tanto en Rosario como en toda la Argentina, otra vez, aunque vaya a saberse desde dónde, y si pierden qué, irse todo a la mierda, y cualquiera de nosotros ser víctima de amar y/u odiar según el estado partidario de la política que nos subyuga, podría ser que con eso viniera la marca que el teatro rosarino (y de muchas otras ciudades) tiene como germen y origen, reproducción, manoseo, y difusión en “los grupos”, de dónde, también, “la creación colectiva” es ley, hoy, decía, sea cual sea el parámetro, ahora, donde el teatro es lo que es, aun donde cada comisario envejecido siga batallando y vampirece a la rubia mientras el proceso de acoplamiento entre lo partidario, lo oficial y lo teatral congregue bacterias y el prestigio infatilmente deseado de algún creador pos 60 no dejará huella, a todo eso, a toda esta sanata enredada adrede, mejor dejarse llevar por otra gente que hace, y deshace arte con la gracia divina del talento y el empuje desde los proyectos propios y no de lo anterior, donde aun el mito es adolescente y frugal, porque en Rosario vale todo, siempre y cuando seas sujeto comprometido con el otro, que vive acá, también, donde los elefantes se mueren mejor.
El tufo de la heterosexualidad
“Un escenario oscurecido por la violencia toma por la garganta a un Tom demasiado confundido y avasallado por el dolor de una pérdida. En una granja perdida en el vacío de los que viven lejos y aislados, cuatro personajes son reunidos por un muerto que alguna vez fue un buen amante, un hijo que escapó, un hermano triste y negado, un falso novio”, se puede leer en la gacetilla de prensa de la versión argentina de la obra del autor canadiense Michel Marc Bouchard (2 de febrero de 1958, Saint- Cœur-de-Marie, Alma, Canadá) Tom en la granja, con la dirección de Aquiles Pelanda, y las actuaciones del mismo Pelanda, Leandro Iossa, Lucía Dominissini, y, Paula Luraschi, que fue estrenada en 2019, y que este año vuelve a renovar temporada.
La mayoría está al tanto que la curiosidad es muy importante para formarse en un modus vivendi que va más allá de todo lo que se puede tocar, ver, oler, o degustar. No hacerlo, implica un problema. Esto último es prioritario y urgente, como las temáticas que dispara y aborda Tom en la granja. Sabemos que ser puto (ahora es legal y está bien) es fundante desde la injuria, y, que, gracias a que la mayoría normalizó su forma, a la minoría hay que tolerarle, cuidarla, y respetarla. Todos sabemos eso. Pero ahí nos quedamos. Y es así para todo, porque ya lo sabemos todo (eso). Y acá está el problema: normalizamos completamente ese saber. Nos deja tranquilos saber que ahora se pueden ver, denunciar y juzgar las agreciones de género ante la luz pública. Y eso, repito, está bien. Pero no. Es este exceso de positivismo lo que está acelerando lo preocupante que es cerrarlo todo ante y por la opinión pública diciendo que obras como Tom en la granja ponen “en debate esto o aquello sobre las violencias”, usar tan anodinamente la palabra paradigma, como tantos otros discursos que, paradójicamente, existen para luchar contra un poder tan hegemónico que, de tanto repetirlo y quedarse ahí, de tanto copiar y pegar, son el verdadero discurso hegemónico en un tiempo donde el germen ya no es lo que pensamos, sino que, de tanto, ya no sabemos qué pensar y aceptamos la imposición de lo que hoy está bien porque ayer estaba mal. Y no. Está todo mal, porque esto es desentenderse de ser sujeto plausible de estandarizarse en lo correcto porque es lo bueno que necesitamos todos, que ahora es todes, y que en la granja donde sucede la obra, aunque la usen, las palabras sostienen su propio juego dramatúrgico y expanden el sentido, y es la actuación a la que hay que explotar y autoexplotarse porque ahí está la magia y está lo nuevo. Sobre todo cuando no son cosas de maricones ni de mujeres los espacios donde se da el deseo, sino de hombres. Varones, vamos a ser claros. Y sea en Canadá, cuyo presidente es todo menos un hombre, porque un político no es un hombre sino un elemento perverso, aunque de ahí viene el formato, o sea por acá, la versión argentina de Tom en la granja, que fue y es acá en Rosario, vale más que todo el paquete que hay de obras extranjeras actuales en CABA. Y lo vale porque, aun jugándole en contra, es la actuación de los varones que hacen de varones dentro del repertorio actoral argentino de hombres lo que hoy se busca, aun apenas mordiéndose la cola. Pero al menos se mueve.
Más sobre Tom en la granja: https://linktr.ee/tomenlagranja
Ficha técnica
Título: Tom en la granja (Tom à la ferme).
Autor: Michel Marc Bouchard.
Traducción: Boris Schoemann.
Dirección: Aquiles Pelanda.
Elenco: Aquiles Pelanda, Leandro Iossa, Lucía Dominissini, Paula Luraschi.
Asistencia general: Leandro Doti.
Entrenamiento actoral: Esteban Trivisono.
Coreografía: Imanol Muñoz.
Realización de escenografía y montaje: Danilo Molinos.
Diseño lumínico y operación: Igal Chami.
Diseño gráfico: Leandro Doti.
Asesoría de vestuario: Lorena Fenoglio.
Fotografía: Natalia Merlo, Toni Frillochi.
Video y trailer: Marco Cettour.
Producción general: Aquiles Pelanda y Leandro Doti.
Funciones: viernes a las 21.30 en Espacio Bravo, Catamarca 3624, Rosario.