Juan José Becerra (Junín, Prov. Buenos Aires, 1965) es un escritor difícil de encasillar, va del artículo periodístico, al género del ensayo, sin olvidar la novela, ni los guiones de televisión; Becerra atraviesa los géneros como “pancho por su casa” el texto es un artificio que desglosa y compone con precisión quirúrgica.
¿Cómo fue construyendo esos múltiples caminos de la escritura? Según su mirada, no hay casillas para los escritores; “un escritor es justamente una voluntad que se sale de las casillas”. Sus trabajos hablan de él y de su afán por vivir de la literatura. El hecho de poder hacer varias cosas vinculadas a la escritura las asocia más bien con la necesidad y con la fatalidad de no poder vivir de la literatura; “siempre me pareció que la relación está invertida, que yo no podía vivir de la literatura, sino que la literatura que hubiese en mí, tenía que vivir de mí, que yo fuese su aportante, su combustible, su financista”. Se dedica a varias cosas vinculadas a la escritura, pero todos están orientadas a conseguir el tiempo libre para escribir “libros de deseo” que, en su caso, son las novelas; “el resto, lo tomo como un trabajo”.
En su novela El artista más grande del mundo, uno de los protagonistas plantea hacer un solo libro para que sea vendido como si fuese una obra de arte. Ese planteo dispara la siguiente pregunta ¿La literatura está destinada a perecer, o a ser un objeto consumido por muy pocos? Comenta Juan José que hay un pasaje de la novela que asocia con la frase de Héctor Libertella cuando dice “Donde hay un libro, hay un mercado”; que no deja de ser una variación de la frase de Lamborghini, “No se puede, no gustarle a todo el mundo”.
-Resumiendo: Un lector gusta de tu libro, “Como en la relación de la escritura de los libros, con la lectura o con el lector, son relaciones de a uno; tiene mucho sentido si una persona considera a un libro una obra de arte, aun cuando esa persona sea una sola, y ese sentimiento no se reproduzca, no se multiplique, aun así, cuando se trate de un solo lector, ese libro es una obra de arte”.
-Me gustaría, como lector, leer un libro que no lo leyera nadie más. La posibilidad de que uno pudiese comentárselo a alguien, con la condición que ese alguien no lea el libro, y que uno sea la única persona que le transmita lo que es ese objeto.
-En tus novelas La interpretación de un libro y El artista más grande del mundo, los protagonistas son escritores ignorados (uno tiene una sola lectora y el otro no vende) ¿Qué encontrás de vos en tus personajes?
-La verdad que no estoy seguro, quizás algún tipo de reflexión sobre la poca importancia que se le da a la literatura, y el superpoder que tiene al nivel de la intimidad en la que un libro se relaciona con un lector, en esas situaciones pueden provocarse pequeñas revoluciones, como una especie de “yo y él”, casi una emulación de una relación de pareja, donde hay amor y odio. Creo que eso es lo que ocurre con estas dos novelas, en la que cada cual cuenta su historia. Los escritores que aparecen ahí como personajes, son un poco retobados, un poco felices, un poco incomprendidos, y en ambos casos ninguno de los dos tiene importancia —que es lo que me parece a mí, que ocurre con los escritores— ningún escritor tiene importancia, excepto que un lector le conceda su tiempo para escucharlo, para leerlo, para dejarse influir por su voz, por la cosa distintiva que tenga el escritor.
-Todos los lectores hacen con los escritores “la prueba de paciencia”, que tiene que ver con: la forma en cómo me decís lo que me
decís, y en el fondo lo que vibra es: “si me hace desear lo que escribiste”.
-Eso es lo que encuentro, como una especie de pesimismo vinculado a la importancia que puede tener la literatura en el mundo, pero concediéndole también a la literatura ese pequeñísimo, pero muy intenso poder que tiene sobre algunas personas que entregan su tiempo a la lectura.
Roland Barthes decía que había libros diurnos que uno lee sentado, asociados a la lectura obligada, de formación; y después, los otros libros que eran “libros del placer” los libros que uno se lleva a la mesa de luz. Curiosamente, esos dos campos, según cómo los describía Barthes, eran “libros del aburrimiento” que son como ansiolíticos, libros que te hacen dormir. Quizás esa sea la razón por la que nunca conecte mis horas de lectura con la experiencia de la lectura. Para mí, leer es un acontecimiento hipervital, cómo vivir o más intenso que vivir.
-En la literatura argentina no están muy presentes las escenas de sexo, en cambio, en tus novelas sí lo están ¿Qué atractivo le encontrás?
-Mira, ese es un tema que está zanjado, y que existió muchísimo antes de que yoempezara escribir, y de que existiese la literatura. El lenguaje es un aparato, y/o artificio lleno de malentendidos, pero tiene la voluntad de reconstruir, de recrear, de componer, mecanismos para que las cosas no se pierdan. Toda esa voluntad multiplicada de querer representar el mundo, es muy natural como hecho de la vida de las personas; describir dos personajes en un acto sexual para mí es exactamente igual que describir un personaje comiendo, viajando o trabajando. También es innegable la presión sobre determinados discursos, donde el lenguaje opera como censura o castigo. Siempre comparé el discurso de la pornografía con el de la geografía; porque al fin y al cabo son sistemas de representación al que el lenguaje le prestó su servicio. Creo que porque es tan común, que la literatura no se ocupa de eso, yo a veces me ocupo.
-Fuiste uno de los guionistas del documental sobre Ricardo Fort “El comandante Fort”, y de la serie “El Encargado” ¿Cómo encaraste los
guiones?
-Mi aporte a la serie y al documental, yo los asoció a la mano de obra. Es pura línea de montaje, uno termina siendo un engranaje de una maquinaria, porque se disuelve en términos de autoría. La diferencia entre participar de un guion y hacer una novela es una diferencia de soberanías; el tipo que hace una novela “hace lo que se le canta”; pero en el guion es una perdida total de la autonomía. Pero obviamente el pacto es ese, no hay autor. ¿Quién es la autoridad de la obra? Para mi hoy, estas cosas las hacen las plataformas, que tienen un poder de veto como en el antiguo Hollywood; donde un tipo decía sí o no, e intervenía sobre el objeto artístico.
Amor
Juan José Becerra (Seix Barral). La nueva novela se sitúa en el año 2123; y el amor ya no existe, ni siquiera existe la palabra. Hay un narrador que va recordando historias de amor, con fechas y através de formas cortas de narrar, se van contando hechos. Esa trama va configurando el vínculo entre China Del Río (una editora de libros de papel) y el poeta Marcial Ledesma, quienes a través del escritor Julián Basualdo, reconstruyen su historia de amor.
Becerra básico
Nació en Junín en 1965, es autor de los ensayos Grasa (Planeta, 2007), La vaca. Viaje a la pampa carnívora (2007), Patriotas (Planeta, 2009), Fenómenos argentinos (Planeta, 2018); y de los relatos de Dos cuentos vulgares (2012). Las novelas Santo (1994), Atlántida (2001), Miles de años (Emecé, 2004), Toda la verdad (Seix Barral, 2010), La interpretación de un libro (2012), El espectáculo del tiempo (Seix Barral, 2015), El artista más grande del mundo (Seix Barral, 2017) y ¡Felicidades! (Seix Barral, 2019).