Nerina Ostuzzi, la ilustre oculta profesora de Literatura que reseñó la contratapa de libros de autores argentinos y del mundo, se animó a contar a este medio, sus aventuras en Buenos Aires, las desavenencias del idioma castellano en su propio país y el recorrido laboral por las editoriales tanto conocidas como emergentes.
-Nerina, tu origen es rosarino, pero tu origen literario, ¿desde dónde empieza?
-Sí, soy rosarina de pura cepa, nací en Rosario en septiembre de 1983. Fui a la escuela 658, Fundación San Cristóbal que la bancaba la compañía de seguros que lleva el nombre. Y mi origen literario empieza a los 7 años, cuando mi maestra nos hizo leer Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Borneman, después Dailan Kifki de María Elena Walsh y quedé impactada. Y en la secundaria, una profesora que se llamaba Alejandra, nos daba fragmentos de tal obra a todos para analizar y a mí me deslizaba el libro entero porque yo ya había entendido que iba a ser profesora de literatura y de ahí no me corrí jamás. La secundaria se llamaba Centro de Excelencia Educativa, en Montevideo y Entre Ríos. Se fundió rápidamente: duró lo mismo que el gobierno del presidente Menem.
Hice el profesorado de Lengua y Literatura en el Instituto Olga Cossettini, que se dictaba en el Colegio Normal 1, porque en aquel momento no tenía edificio propio. Más tarde se trasladaría a la calle Sarmiento al 3000. Era la carrera de menor cantidad de alumnos y llegamos a recibirnos sólo diez. Después estudié dos años de especializaciones en la UBA, en Buenos Aires, en Literatura Argentina cuyo resultado fue el post título de licenciada en Literatura. La UBA hizo un convenio con la Universidad de Palermo, para continuar cursando en sus aulas. Era una universidad hermosa y los días que me quedaba en Buenos Aires, paraba en la pensión universitaria de la secretaría de la UBA, en el barrio Monserrat. Ahí la pasaba bomba, era hermoso, divertido, noches larguísimas de guitarra, cantábamos entre todos los pibes del interior. La mayoría se quedaba todo el tiempo y yo, sólo en épocas de examen. Después cursaba en forma virtual porque ya estaba trabajando de profesora.
-La casualidad en el profesorado de Nerina coincide con su estilo de vida: estar en el momento y en el lugar justo, incluso a la hora señalada. Te recibiste a los 22 años de profesora y en muy poco tiempo estabas trabajando en un prestigioso colegio de la ciudad.
-Llevé el currículum a todos los colegios tanto públicos como privados y al Virgen del Rosario no, porque me habían dicho que si no tenía ningún conocido que ni me molestara en ir. Un día pasé por la puerta y me dije, ¿por qué no? En la entrada la recepcionista me hizo llenar una planilla, un bodrio que tenía más de veinte hojas. Mientras llenaba esos ítems que preguntaban si eras “hija de” o ex alumna y en todo iba poniendo no, justo bajó una secretaria del secundario y le pregunta a la portera quién era yo, le contesta: “una profesora de Lengua” y la secretaria dice: “Esto es Dios, es la providencia” y me lleva de la mano por la escalera a secretaría. En ese momento dos profesoras de Lengua estaban pidiendo licencias. Pasé de ser recién recibida a trabajar 40 horas semanales reemplazando a ambas. Luego una de ellas renuncia y tomo el cargo de titular en menos de un año.
-En esos primeros años laborales, entre 2009 y 2014, fuiste a Buenos Aires para los cursos de Literatura Argentina y Literatura Europea mientras continuabas estudiando otro profesorado, el de Historia, en el Olga Cossettini. Te mantendrías ligada a la institución trabajando incluso en las publicaciones internas, haciendo adscripciones y artículos hasta que una de las editoriales más importantes del país te convoca.
-Los profesores de la UBA se encargaban de señalar a los alumnos que se destacaran en algo relacionado con las editoriales que en esa época reclutaban estudiantes. Y empiezo a trabajar en la gran editorial dentro de los formatos virtuales y luego para las contratapas de libros. Lo más destacado era recibir los emails de escritores muy conocidos que admiraba y había leído desde pequeña. Eso me abrió muchas puertas. Empiezo a ir a las ferias de libros, a contactar a gente del mundo de la literatura. Trabajé a full durante mucho tiempo, muy comprometida y después se empiezan a dar otras salidas. Los formatos que iban ofreciendo no eran los que yo buscaba para trabajar y fui dejando poco a poco a la gran editorial. El resultado es positivo, reseñé a escritores y escritoras muy grosas conocidas en todo el mundo; trabajé en revistas de compendio literario que salían en la Feria del Libro de Buenos Aires, en donde sugería leer tal novedad. En la mayoría de esas reseñas nunca salía mi nombre. Mayormente sale el nombre de la editorial y del autor. Es un laburo de las sombras, como “Los nadie” de Galeano. Cuando yo decía en dónde trabajaba me comentaban: “Ay, qué groso, qué lindo, ¿en dónde te puedo leer”, en tal contratapa, a lo que me contestaban que no salía mi nombre, y claro, ese era mi trabajo. Yo era una nadie. Pero me abrió puertas para reseñar en otros lados, a muchos escritores emergentes. En este momento trabajo en correcciones de obra con un seguimiento completo, también en tesis de grado o doctorales; tipo freelance para editoriales independientes y otras muy conocidas. Hago artículos y reseñas de libros o publicaciones universitarias.
-¿Cómo llegás al teatro?
-A través de Damián Giampechini. Hace poco en la Televisión Pública salió en la serie Las polacas, que es todo un trabajo de él. Un día me ofrece hacer una obra para La cocina de los dramaturgos, algo que él no tenía ganas de continuar porque iba y venía de Europa para Rosario. Estaba haciendo su doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Era un concurso en el que había que hacer un guion, un texto teatral o sea, yo tenía la idea pero necesitaba que él lo llevara al teatro, ayudarme a guionarlo. Escribí Psicosis punto com y Damián me ayudó a teatralizarla. La envío al concurso La Cocina de los Dramaturgos en el año 2019 y ganó, y fue representada durante dos meses con un hermoso grupo de teatro. Al año siguiente fui de nuevo con El virus que nos parió, con el que gané de vuelta. Pero no pudo representarse por la pandemia. Lo veían 50 personas por streaming cuando en vivo teníamos 50 personas por día. Nadie se sintió a gusto y también perdimos dinero. Lo bueno es que ambas obras quedaron registradas en Argentores.
Máximas Paulita
Nerina utiliza el seudónimo de Paula Blanco en las redes sociales. Es su segundo nombre con el apellido de su madre. La causa fue porque en la versión Nerina Ostuzzi, tuvo problemas con alumnos al sufrir preguntas tanto agresivas como inoportunas de un domingo respondiendo sobre tal examen. Sus amigos optaron por nombrarla Paulita, algo que ya quedó fijado en el ambiente pese a su primer nombre. Aquí su versión sin mordaza sobre la vida literaria y rosarina.
-Gracias a la Feria del Libro y a las grandes editoriales que te van llevando por la vida, lo vi a Galeano, en vivo, sentada adentro escuchándolo mientras afuera había miles de personas mirándolo por pantallas gigantes. Yo, como tenía colgado el cartelito de que
trabajaba en la feria, me mandé y lo vi, lo escuché y lo filmé. Después de ahí dijo que se iba al programa de Mirtha Legrand… al menos comió gratis.
-La locura de los escritores con las reseñas es fantástica. Porque vos tenés un libro que es tuyo y que otro te lo agarre y te lo reseñe, es algo complicado. Hay anécdotas de escritores -sin nombre por supuesto- muy conocidos, que son tan mañosos que por ejemplo te dicen: “poné tal palabrita” para decir tal cosa y vos les decís: ¿quién hace la reseña vos o yo? Por otro lado también es su obra y los tenés que escuchar. Es como el papá que te dice: “no le des chocolate a mi hijo”, y tienen razón, es su trabajo, su hijo. Les discuto todo, pero también los respeto. Algunos varones son agradecidos, pero las más agradecidas son las mujeres y no es que estoy marcando una cuestión genérica, pero son las que te hacen una devolución diciendo: “Ché qué copado” ó “lo plasmaste tal cual lo pensé”. Porque una quiere lograr que la contratapa de un libro esté buena, que surta el efecto al lector y se entusiasme con el libro.
-Hubo un jefe del mundo literario de Buenos Aires que no sé qué inquina tenía con los del interior. Me dijo -tanto a mí como a otros chicos de Córdoba- que teníamos palabras campesinas o formas de narrar con una tonada. Fue raro porque la verdad no sentía que un texto tuviera tonada. Igual las reseñas salían sin corregirnos una sola palabra pese a su constante bardeada. En las reuniones cuando nos tocaba opinar decía: “bueno porque la mirada del interior…” etcétera. Una cosa porteñocentrista que no era de todos, a la mayoría de los porteños no les importaba adónde habíamos nacido. Aunque algunos han llegado a preguntar: “¿en Rosario hay Internet?” Y qué pensaban, ¿que éramos una comunidad menonita? Yo les contestaba cualquier cosa, que andábamos en carreta, que nos comunicábamos con palomas mensajeras o que no había electricidad. Hay una especie de bardo porteño versus rosarino. Creo que desde los unitarios y federales nos estamos peleando, que el puerto sí, que el puerto no, que los comegatos, que los clubes “chicos” de fútbol y de ahí no salimos nunca.
-En la universidad privada de Buenos Aires me preguntaron: “¿no te dijeron que hay un código de vestimenta?” pantalón de vestir o jean con botas sugerían. Yo iba a estudiar con zapatillas, buzo, carpetita en mano y ellos caían casi trajeados con sus notebook. La UBA en cambio era una belleza, era una ciudad dentro de la ciudad misma. Los profes que trabajaban en la UBA eran distintos en el ámbito privado, como más serios, más acartonados, como Jekyll y Hyde: en la pública grandes maestros de camisa suelta, en la privada señores serios de traje.
-Trabajé los últimos dos años sin contrato en la editorial grande. La excusa era por la pandemia, pero bueno, me parecía que debían devolvernos algo de dignidad y volver al sistema anterior de contrato de trabajo. Llevo un año sin reseñarles y hace unos días me llamaron para que trabaje, les dije que me hicieran un contrato de trabajo, ellos dijeron que no y terminamos renunciando todos los del interior sin penas ni glorias.
-Una vez en la residencia universitaria, llamamos a un programa de radio por un concurso en donde se podía ganar una picada de fiambres. Estábamos casi desesperados de hambre y llamé para contestar y gané. Era una pregunta literaria y el conductor me dice: “¿de dónde sos? Porque tenés tonada”. Le digo de Rosario y contesta: “Viste había una tonada ahí”. La falta de la “s” en nuestro rosarigasino nos denuncia malamente. Peor el día que pedí dos bochas de helado en una heladería y el heladero preguntó qué eran dos bochas. Lo mismo con la costeleta, una carnicera me contestó: “roast beef”. Ahí es cuando te das cuenta de un idioma con tonada por estos lados
rosarigasinos.