Opinión

Una historia de vedas rotas, urnas y boletas sábana


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"Votá bien", le recomendó blandiendo su índice un remisero mayor a una joven pasajera al darle su vuelto. Fue muy temprano a una escuela a la que, de no ser porque se ganará 10 mil pesos como autoridad de mesa, jamás se le hubiera ocurrido entrar. Cuando era chica, era solo de varones y así aún le parecía. Hacía frio a las 7 de este domingo 13 de agosto.

Ella no se animó a preguntarle al conductor por quién sufragar y quizá tampoco le importara. Solo quería que le devuelvan lo poco que le quedaba de ese segundo billete de mil. "Diez mil menos 1.300", sacó la cuenta. A la tarde-noche, después de cerrar la mesa y enviar los telegramas tomaría el colectivo gratuito porque se vota, para no tocar los 8.700 de ganancia.

Él dio por sobreentendido que ella debía saber por quién votar para hacerlo bien, y quizá tampoco fuera lo que hubiera querido decirle. Ambos, de alguna manera, acaso más por cierta cortesía urbana que por la legislación vigente, respetaron la veda.


Antes, en el camino, ella hizo lo que hace siempre que hay un hombre al volante de los que miran demasiado por el espejo retrovisor. Se calzó los auriculares y repasó sus redes sin levantar la vista de la pantalla. La propaganda política, en manos de militantes, la espantó y se preguntó cuánto se ganará haciendo tareas de trolls.

En el teléfono había publicidad política pero referida a la elección provincial, no a la nacional, así que eso estaba bien, según recordó de la instancia de capacitación obligatoria. Si después da la casualidad que junto al candidato a la Casa Gris aparece el precandidato a la Rosada es otro tema, claro.

El señor del índice altanero volvió a su casa y se acostó con ánimo de no volver a levantarse hasta tarde. Que voten los demás, pensó. Aunque no tenga 70 así me siento, se justificó. Y encima hoy no tendría los pesos extra de las Paso provinciales, cuando hizo de chofer para un partido que ahora ni lo llamó. En el grupo de whatsapp de la remisería no había tampoco ofrecimientos para una changa de esas.

La veda era palpable en la calle desde las 8 de la mañana del viernes 11 de agosto, pero en internet era otra cosa. Las infracciones virtuales a las prohibiciones de una legislación proveniente de otra realidad, de otro siglo, se repetían. Viejos que se resisten a ser el pasado y jóvenes que temen al futuro. "Votá bien, nena", se dijo ella y finalmente metió una boleta cortada en el primer sobre que entró a la urna de la mesa que presidía. Le entregaron una cajita con algunos alimentos saludables según su etiqueta desprovista de sellos negros y unos alfajores que tenían varios de ellos. Se los dio a los fiscales partidarios con los que compartiría la jornada entera.

* * *
La joven moza se acercó a la mesa donde esperaba su mini picada de fiambres una pareja de gente grande, que casi ni hablaba. No la habían llamado pero con toda amabilidad, les avisó a los canosos: "Son las 19.45, si desean otro liso por favor pídanlo antes de las 20, porque vamos a cerrar el barril". Los bebedores fuera de horario apuraron el trago e hicieron marchar otra vuelta de inmediato, aún a riesgo de que se caliente la cerveza. Se miraron a los ojos y brindaron por última vez durante el sábado 12, a las 19.59.

En el camino a pie de regreso a casa vieron que otros bares no tenían la misma recomendación a su personal, y que las bandejas iban cargadas de vasos con el dedo reglamentario de espuma, pasadas las 20.30. Él se acordó de los kioscos a los que no se les permite vender porrones a unas cuantas cuadras a la redonda de la cancha el día del partido, mientras que a la salida, en medio del amontonamiento de Cándido Pujato siempre había gente vendiendo latas, al lado de la policía. Sabía que también en el Centenario pasaba lo mismo.

Después le señaló un candidato en la pared de ojos claros, tan claros y luminosos como permite el photoshop y le mintió de que iba a votarlo. "Sí, mañana buscalo", le respondió ella también burlona, a sabiendas de que se trataba de un aspirante a concejal que obviamente no iba a ser parte de los comicios nacionales.

Y de paso le tomó examen: "¿Cómo se dice, comicio o comicios?". Él le respondió -y creyó habérselo dicho antes, incluso varias veces-, que esa palabra no se puede escribir en singular, que es perfectamente colectiva y siempre debe llevar una ese al final. Y que eso lo alegraba. Que uno sea simplemente uno: un ciudadano, un voto. Y que es el único momento en que vale lo mismo el dueño de toda la cerveza del planeta que el mínimo bebedor con dinero para un sorbo.

Volvieron a discutir sobre la reciente muerte en el Obelisco en la ciudad de Buenos Aires y, aunque pensaran en un caso que todo fue casual porque la vida es finalmente contingente; y en el otro que se trató de algo que tendría detrás alguna forma de conspiración indescifrable, repleta de oraciones condicionales, coincidieron en que el asunto tenía un simbolismo similar al de la expresión "los comicios". La RAE no tiene ninguna definición para "comicio". No puede ser un asunto de uno. Unos minutos antes de su hora final, el que caería muerto por un infarto y por causas que se seguirán discutiendo por varios días más, había quemado una urna, el corazón de la democracia.

 


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