Hay una verdad inquebrantable y que en tiempos como este, y futuros aun más inciertos, es preciso resaltar: la edición de historieta independiente argentina no sería la misma sin la Crack Bang Boom o en el peor de los casos ni siquiera sería. A lo largo de estos doce años de vida, la convención de historietas rosarina se constituyó en un verdadero evento cultural, un espacio de pertenencia que obliga a las editoriales a sortear las dificultades eternas de la economía argentina con el fin de presentar, al menos, un libro nuevo. Y si bien la historieta argentina se destaco siempre por ser un autentico bastión de resistencia y por tener espalda para sortear conflictos, es cierto que estos últimos años no la tuvo para nada fácil. Bastaba hablar solo con algunos de los responsables de editoriales presentes para que estos coincidan en lo difícil que resultó editar este año por numerosas razones, entre las que se destacan los “exorbitantes costos” de impresión agravados por la inflación.
Bill Parker en 1939 creó a Billy Batson, un niño que al pronunciar "shazam" podía transformarse en un superhéroe. Para las editoriales cada año la palabra mágica es Crack Bang Boom, frase que les permite calzarse la capa y hacer lo impensado: editar en este país. Crack Bang Boom (de ahora en más CBB) es una convención fiel a su título, cuyo principal objetivo es celebrar la historieta. No hay relleno, ni dobles intenciones, ni grandes campañas publicitarias. Por supuesto que dado su paulatino crecimiento se ha ido renovando, pero siempre sin desviarse de ese foco principal. Es a estas alturas una maquinaria aceitada, en apariencias imposible de romper, porque al fin y al cabo es de todos.
La aclaración no es caprichosa sino que pretende visibilizar el lugar de preponderancia que brinda la convención a la historieta, característica que los medios masivos de comunicación – mayormente audiovisuales- no suelen retratar al recoger generalmente lo más colorido de la misma.
En cuanto a la edición de este 2023, que se extendió desde el jueves 17 al domingo 20 de agosto, dos de los momentos más emotivos del certamen se dieron cita teniendo como marco una nueva entrega (la sexta) de los Trillo, premios que enaltecen lo mejor del comic nacional.
En un espacio Crack (Galpón 11) repleto - casi exclusivamente por gente de la historieta - Eduardo Risso, artista y gestor principal del evento, tomo la palabra para comunicar lo que ya era un secreto a voces, incluso, desde la edición pasada. Tras el acuerdo firmado con la Municipalidad de Rosario, que extendió el evento por diez años, esta edición sería la última en desarrollarse en los galpones ubicados en la intersección de la Bajada Sargento Cabral y la ribera del río Paraná. El año entrante comenzará a escribir una nueva historia en el predio de la ex Rural del Parque Independencia al que, si bien cuenta con mayor extensión y una ubicación si se quiere mucho más estratégica, cuesta imaginárselo cobijando la misma dinámica de los participantes. Sin dudas, muchos de ellos extrañaran la mística del río y las visitas constantes a cada uno de los espacios. Después de la comunicación, la melancolía inundo la sala, con sensaciones encontradas, de cierres de etapa, de despedidas, pero también bienvenidas. Sensaciones que el propio Risso plasmó más tarde a través de sus redes sociales:
“Se cerró una nueva edición de la Crack y también un ciclo de 12 años en los espacios históricos que nos acompañaron y nos vieron crecer como evento. Nos mudamos, pero siempre pensando en la gente, en darle mayor comodidad y mejores servicios. Iniciamos una nueva etapa llenos de esperanza y sintiendo el cariño y agradecimiento que crece junto al evento. ¡Gracias!".
El segundo momento a destacar tiene que ver con el sentido y merecido premio a la trayectoria otorgado a Eduardo Mazzitelli, guionista de mil batallas, dueño de una extensa carrera en Argentina y Europa. Muchas de sus obras más conocidas lo tienen formando dupla con Quique Alcatena, con clásicos en su haber como “Travesía por el laberinto”, “Metallum Terra”, “Shankar”, “Acero líquido”, “Pesadillas”, “El Ziggurat”, “Imperator”, o “Dinastía Maldita, de reciente publicación a cargo de Merci Editorial.
Gentileza: Maximiliano Conforti.
“No dejen morir nunca a la historieta, porque si bien les va a dar muchísimas penas, muchísimas batallas perdidas, realmente es la puerta más grande abierta a la imaginación. No tiene límites. Yo que quería ser ingeniero experto en computadoras, hay días como el de hoy en el que realmente digo menos mal que me dedique a otra cosa. Gracias a todos los que me eligieron para el premio, pero especialmente gracias a todos los que siguen peleando para que la historieta se mantenga viva”, sostuvo llevándose numerosos aplausos.
El resto de los premios recayeron en “La Madriguera” (de Femimutancia) como Mejor obra público adulto; “La caja 3: apestados” (de Esteban Podetti) como Mejor obra de humor gráfico; “Max Hell: rescate en Oberón” (de Guillermo Hohn y Pablo Tambuscio) como Mejor Obra para público infantil; “Nathaniel Fox y la tierra hueca” (de Rodolfo Santullo, Manuel Loza y El Santa) como Mejor Webcómic; y “Santa Sombra” (de Paula Boffo) como Mejor portada. Asimismo, hubo galardones para Carlos Dearmas como Mejor dibujante (por “Apagón”, una jugada historia prologada por Estela de Carlotto, que realizó junto a Martín Tejada y que habla acerca del terrorismo de Estado en Jujuy) y Rodolfo Santullo como guionista por “La Orden del Bes”.
Una conmovida Paula Andrade recibió el premio de mejor antología por su obra “Metamorfosis”, mientras que la joven Dolores Alcatena cosechó el de mejor autor integral por “El fuego que purifica”, editada bajo el sello propio Jano Comics. Su padre, el señor Quique Alcatena, fue reconocido con el premio al Mejor Rescate, por su Universo DC publicado por Ovni Press. La premiación estuvo atravesada por la buena camaradería entre los nominados quienes festejaban genuinamente el triunfo de sus colegas, incluso algunos concurrentes jugaban una suerte de prode con las categorías presentadas. El principal merito de la entrega fue visibilizar el caudal de artistas jóvenes con los que cuenta el país, que son los encargados desde hace tiempo de luchar contra los molinos de viento.
Al igual que en años anteriores se plasmaron una serie de talleres y charlas, en su mayoría, tendientes a presentar los lanzamientos de las editoriales. Otras, en cambio, indagaron sobre la metodología de trabajo de los historietistas, sobre herramientas para crear un comic e iniciarse en la profesión y de la necesaria inclusión de diversas identidades en la historieta. Lejos de las viñetas, se brindaron charlas acerca de cómo emprender en la industria de videojuegos argentina; y se dispusieron espacios para los juegos de rol y de mesa. Las actividades contaron con buena concurrencia.
Frente a la falta de un invitado convocante, a esta última convención se la sintió indudablemente mucho más intima. Característica que propicio, en este obligado cierre de etapa, que los concurrentes puedan recorrer los pasillos -sobre todo los primeros días- de manera más tranquila, contando siempre con la posibilidad de cruzarse con artistas internacionales como el veterano español Enrique Sánchez Abuli, el croata Esad Ribic, el brasileño Marcelo Quintanhilha o el consagrado editor francés Frédéric Toutlemonde. Invitados importantes y de extensísima trayectoria, pero que no cortan tickets como sucedió en convenciones anteriores con las visitas de personalidades como Frank Miller o Geoff Johns, por solo citar algunos.
Gentileza.
En cuanto a la concurrencia, y en concordancia con lo expuesto en el párrafo anterior, el grueso de los expositores coincidió en que la afluencia estuvo por debajo del nivel de ediciones pasadas. Alcanzando su pico máximo el domingo, día de las infancias y en el que también se desarrolló el multitudinario desfiles de cosplay. Respecto a las ventas, los consultados por Mirador Provincial, ofrecieron evaluaciones un tanto dispares. Por un lado, estaban aquellos que “vendieron muy bien” y otros que afirmaban haber tenido ventas “muy por debajo de lo esperado”. Polos totalmente opuestos y en los que para muchos no incidió demasiado la calidad o el precio de tapa. “Había cosas muy buenas en ambas categorías. Muchos fuimos pensando que el público se decantaría por los libros más baratos, comprando un poco en cada stand, pero sin embargo por momentos caía gente a comprar dos o tres libros nacionales, gastando no menos de diez mil pesos”, señalaba uno.
Sobre el final, es meritorio destacar la buena onda y predisposición de los stands, sobre todo los de las editoriales más chicas, muchos de los cuales se agrupan en un solo puesto comercial para abaratar costos. Son al fin y al cabo los que hacen que la “CBB” brille. Es un placer conversar con ellos. Lo mismo pasa con dos de los espacios que más han crecido en los últimos años. El más reciente es el “Callejón de los Artistas” (ubicado en el subsuelo del Galpón 11), espacio con aires a laberinto, que alberga en su mayoría a dibujantes predispuestos a charlar, ofrecer firmas de ejemplares y vender sus originales.
El otro es la “Carpa de los Fanzines”, lugar de acceso gratuito que, a estas alturas, justifica por sí mismo la realización de la convención. Allí se respira rebeldía y libertad, un sitio cuyo fin es permitir visibilizar y comercializar el primer material de muchos artistas.
Crack Bang Boom cierra un ciclo y, gracias a todo su camino recorrido, lo hace con el título ganado de clásico de la ciudad. Se vislumbra un 2024, por lo pronto, con nuevos y grandes desafíos y con una sede que tanto organizadores como expositores y público en general deberán hacer propia. Barajar y dar de nuevo.