En este libro, el reconocido psicólogo y docente rosarino Eduardo Marostica se interroga acerca de la contemporánea “deconstrucción de las masculinidades”, al tiempo que emprende una profunda reflexión sobre los mandatos y modelos que signaron su propia biografía como hombre.
¿Cómo afecta a la sociedad la idea tradicional de masculinidad?, para entender un poco mejor de qué se trata En el ojo de la tormenta- Preguntas, confidencias y otras disquisiciones sobre el «deber ser» de los varones y la construcción de las masculinidades (Laborde Editor), Mirador charló con su escritor sobre este libro.
-Una definición que es un oxímoron: si es débil, no es hombre. Vivimos en una época donde el miedo invade al patriarcado. ¿Cómo fue la génesis de tu libro En el ojo de la tormenta?
-Desde una mirada patriarcal, entiendo ese oxímoron como “hombre débil”. Es decir, en términos estrictamente patriarcales no se entendería a un “macho débil". Pensarlo como un oxímoron es sostener ese tipo de miradas. Creo que el patriarcado tiene infinitas manifestaciones que, parafraseando a Spinoza que planteaba la inmanencia de Dios, muta a formas, normas y relatos que no solamente se manifiestan a través de los cuerpos de los varones. Aunque sí podemos reconocer una de sus materializaciones. Creo que los resabios del patriarcado persisten en las organizaciones, en lo institucional y en cada individuo de nuestra sociedad.
No sé si podría hablar de miedo del patriarcado. Sí puedo decir que encuentro varones confundidos, algunos machistas acérrimos, otro tanto enojados que te dicen “somos la generación que perdió el patriarcado”, como si este fuera una suerte de territorio u objeto de valor o de estatus social que se ha perdido o se está perdiendo, y con él los supuestos beneficios que nos traía aparejados.
Los aportes planteados por las diferentes olas y actuales corrientes feministas han hecho que la matriz cultural comience a incidir en las subjetividades de otra manera; y en tiempo de transiciones culturales el malestar es inevitable. Yo observo que, además de varones incómodos, hay mujeres incómodas.
En el ojo de la tormenta tiene una génesis que surge a raíz de una conversación que tuve con mi madre unos meses antes de que falleciera, en plena pandemia, en la que me contaba la historia de su mamá y de su abuela oriundas del monte santiagueño y de sangre diaguita. A mi abuela, con tan sólo quince años, la casaron con un italiano lombardo, dueño de un obraje de carbón vegetal, de miles de cabezas de ganado y de hectáreas. Era “un buen partido”, aunque veinticinco años mayor que mi abuela. En ese momento, cuando mi mamá me contaba esto, me pregunté: ¿Qué hubiese pasado si mi abuela hubiese sido varón? ¿Para quién hubiese sido un buen partido? Seguramente para nadie y se hubiera “deslomado” en el monte santiagueño trabajando para mi abuelo. Entonces comencé a hacer un recorrido para pensar cuáles son los no-privilegios que tenemos los varones en esta cultura patriarcal, como por ejemplo, y a lo largo de la historia de la humanidad, la descartabilidad de los cuerpos de los varones.
- ¿Qué representó para vos escribir este libro?
-En lo personal, fue un viaje introspectivo y retrospectivo, buceando en mi historia familiar y en las marcas que me dejaron algunas instituciones como la escuela, por ejemplo. Esas marcas que hacen que yo me autoperciba y a su vez me reconozcan hoy como un varón hétero cis, y preguntarme si estas marcas las encontraba en otros varones. Hablo de marcas subjetivantes en clave de género. También fue reconocer y pelearme con algunas definiciones de “supuestas deconstrucciones” a la que los varones de manera colectiva deberíamos propender. Y aquí es donde yo me pregunto si hay un modelo de deconstrucción preestablecido. Y si eso ocurriera, estaríamos hablando de una imposición de un modelo por sobre otro. Y lamentablemente hacer eso sería incurrir en una lógica asimétrica de poder, donde quien impone cancela el proceso de deconstrucción, que a mi criterio nunca concluye, porque deconstruir implica interrogar y cuestionar, y cuando alguien trata de imponer se obturan estos escenarios de apertura para encorsetar las discusiones en el marco de estructuras que son siempre de poder. Y esto es un resabio patriarcal o tal vez, como planteó una prestigiosa psicoanalista en el Congreso de Psicoanálisis y género del año pasado, la imposición no sea un atributo que se asigne a lo masculino, sino que la especie humana adhiere a esa forma de sometimiento al otro, y a eso lo llamamos “poder”.
-Como psicólogo y escritor que tiene vasta experiencia en este tema, ¿cómo se encuentra la sociedad frente a los modelos y mandatos del patriarcado?
-Yo creo que hay estructuras que están impregnadas de patriarcado. Algunas viven tensiones precisamente como consecuencia de la transición cultural. Y se producen pugnas por cuál es la normativa que se aplica, o que se genera, o bien la interpretación correcta que debe tener una normativa. También creo que, desde cierto punto de vista, hay mandatos patriarcales que no tienen la visibilización que al menos yo considero que deberían tener, y que tienen consecuencias directas sobre la salud de los varones principalmente. Las políticas de cuidado están mucho más orientadas a niños, niñas, adolescentes mujeres y adultas. Los varones jóvenes y adultos quedan al costado y hay estadísticas que no deberían desestimarse: los varones viven cinco o seis años promedio menos que las mujeres en nuestro país.
Existe toda una cultura y una socialización de los niños y adolescentes, en la cual se los invita permanentemente a solapar sus manifestaciones emocionales, a no manifestar su dolor y a silenciarlo. Y sabemos que todo lo que se tapa y se barre debajo de la alfombra trae consecuencias que no son saludables.
-Entendiendo lo problemático que es hablar de masculinidad y deconstrucción en esta sociedad, ¿cómo ves tu aporte con este libro?
-Lo que escribí espero que sea un aporte para discutir y revisar prácticas socialmente aceptadas aunque perjudiciales para los varones. Por ejemplo, cuando se habla socialmente del heroísmo y de la valentía, tan cercanas a la vehemencia y a un montón de atributos que se aplican a lo masculino y que tienen repercusiones directas sobre la subjetividad de los varones, por supuesto nefastas. Si yo creo que no hace falta que vaya al médico, porque iré cuando me enferme o “me rompa”, seguramente esta dureza, que es parte de un blindaje emocional, de una máscara social, va a repercutir sobre mi salud. Como asegura el reconocido psicoanalista y psiquiatra Juan Carlos Volnovich, la dureza de un varón se construye a costa de negar su fragilidad.
Otro aspecto con el que yo me encontré en el proceso de escritura de mi libro fue la recurrencia histórica de algunos modelos paternos cuestionables y que tienen aún vigencia. Padres como Abraham, que en los relatos religiosos sacrifica a su hijo solamente por obedecer a Jehová. O el caso de Dios-Padre, que fecunda a una mujer, pero nunca se hará presente, y quien lo cría, José, prácticamente no es mencionado en los evangelios. Si Dios es el padre biológico y José el que paterna, ¿cuál vale más para esta sociedad judeo-cristiana?
Cuando analicé el plano de la intimidad, encontré que para el caso de un varón con una mujer, el primero tiene que estar “demostrando su potencia”, más que sentir comodidad y confianza en su compañera. En dejarse llevar en una relación donde la intimidad tenga un valor apreciado, pero que en esta sociedad tan patriarcal como también neoliberal e hipermoderna, hace que lo íntimo se transforme en un espectáculo donde uno deba desarrollar una “performance sexual” a cualquier precio… ¿El medio? Ya lo conocemos: el Viagra.
-¿Cómo logramos “quitarle” a un niño desde la infancia los mandatos impuestos desde lo familiar, lo barrial, lo social?
-Los mandatos no se pueden quitar, sí se deconstruyen, podemos trabajarlo desde la niñez, desde muy pequeñitos, pero con un trabajo, a su vez, con las personas adultas que rodean a ese niño o a esa niña, para que tengan el saludable ejercicio de la interrogación. No somos personas que vivimos en atmósferas cerradas, sino que somos parte de una sociedad donde hay una ecología de estos valores patriarcales. Habría que promover una ecología de la deconstrucción.
Si en la escuela un niño tiene un taller sobre educación sexual integral y se cuestiona los estereotipos heteronormativos como matriz cultural, y cuando sale de esa escuela el papá o la mamá le dicen “dejá de mariconear” o “no llores”, o bien cuando va a la canchita para jugar al fútbol, el padre lo instiga a que “la devuelva” o pegue más fuerte, toda esa deconstrucción se va por la alcantarilla.
-Desde tu lugar como psicólogo, escritor y docente, ¿creés que la ESI se está trabajando en profundidad en las escuelas argentinas?
-La pregunta es muy amplia porque cada provincia, desde sus herramientas legislativas y ejecutivas, hace una gestión territorial diferente. También la hacen las personas que implementan esas políticas, como así las gestiones directivas en cada colegio. Sus docentes también hacen una diferencia en la profundidad y la complejidad del abordaje de la ESI. Por mi experiencia, está dada más en lo micro que en lo macro, es decir, que según la decisión política que tome un cuadro directivo en una escuela y cómo lo trabaje de manera seria problematizando la ESI entre sus docentes, seguramente esa institución hará una diferencia en el abordaje de cada uno de los ejes temáticos.
-¿Cómo perjudica al varón y a la mujer este sistema patriarcal?
-Con Ángela Sánchez, psicoanalista, docente de la UBA y prologuista de mi libro, coincidimos en que el patriarcado es una forma de dominación, es decir, una forma de entender las relaciones interhumanas desde la asimetría de poder, y donde el que está arriba aplasta. Me pregunto: ¿Solo los varones pueden oprimir? Concebir las relaciones humanas de manera asimétrica dificulta la construcción de vínculos afectivos desde la paridad.
Creo que varones y mujeres sufren las consecuencias del patriarcado. Porque no está fundado desde una base humanista, sino desde la lógica de la dominación. A lo largo de la historia de la humanidad, el reconocimiento a través de someter al otro ha sido un denominador común, y no es que haya concluido. El patriarcado es una forma más de esa lógica de relaciones asimétricas de poder.