La laica que convoca multitudes de distintas zonas del país en Rosario asegura ser una persona más. Por fuera de sus jornadas de oración de los martes, hace una vida normal en esta ciudad. Ella tiene cinco hijos y ya una nieta de 5 años pese a ser muy joven para ser abuela. La jornada en el Parque Independencia volvió a convocar a miles.
El fenómeno Leda es una ola que crece y crece. Nadie sabe cuándo va a parar. Parece no tener techo hasta el momento. De ser un movimiento barrial casi desconocido, ha traspasado las fronteras de su ciudad, Rosario, para llegar a los ojos de los medios porteños. Desde allí su alcance es mayor y atraviesa a toda Argentina. Leda Bergonzi es una laica de 40 y tantos años, con cinco hijos y ya una nieta de 5.
Como en los últimos dos martes, el ex predio de la Sociedad Rural, desborda de gente. Esta vez más que las dos veces anteriores. La fila es más larga y ocupa una buena parte del gran complejo que fue sede de otros eventos masivos. Los dos galpones que dan a bulevar Oroño están llenos de gente sentada. La mayoría son personas enfermas, jóvenes o grandes, con acompañantes.
La presencia de Leda no pasa desapercibida. Atrae las miradas. Está con una remera verde, campera negra y pantalón negro. Tiene ojos negros y el pelo del mismo color. Mirada profunda. Después de la misa y antes del momento cúlmine, las bendiciones de su parte, habla con los pocos periodistas que esta vez se acercan.
Asegura que su aporte comenzó hace años. Conoce las villas de emergencia rosarinas. “Trabajamos en gran parte de la periferia. Es espectacular. Hermoso. Mucha conversión. La gente necesita que la escuchen. ¿Quién se detiene a escucharlos? Nosotros no queremos convertir a nadie. Nosotros vamos simplemente a escucharlos. Ese es un don de Dios. El saber escuchar”, comenta.
Consultada por su relación con la Iglesia Católica, expresa: “Somos una comunidad que sirve a Dios. Tenemos el apoyo de nuestro obispo (Eduardo Martín). Sacerdotes que nos acompañan”. Por otra parte, afirma que ella no es la sanadora. “Dios sana. Yo no hago nada. Nosotros tenemos que enamorarnos de Dios”.
Cuando se le pregunta por su vida por fuera de estos encuentros, responde: “Trabajo. Atiendo mi casa. Lo que hace cualquier persona normal. Voy al gimnasio cuando puedo (risas). Hago una vida normal”. Ratifica tener cinco hijos y una nieta “hermosa”, según sus palabras. Y también una hermana llamada Melisa en Tierra del Tuego.
Lejos de pensarse especial, dice: “Soy una más. A lo mejor transmito a Dios de otra manera. Cualquiera lo puede lograr. Cualquiera lo puede hacer. Para estar acá dejé un montón de cosas, trabajé muchísimos años con los chicos haciendo un montón de misiones. Hoy se concentra acá”. “Dios está. Tenemos que dejar a un lado el pesimismo, la negatividad. Ir a él”, asegura también.
La entrevista grupal termina con un concepto sobre la Cuna de la Bandera. Una urbe que sigue golpeada por oleadas de violencia y muerte. “Si Rosario por algún modo fue un motivo de escándalo, que sea un motivo de alegría. Es un tiempo nuestro. Unidos para adelante”, afirma.