Literatura

Raquel Tejerina, la perseguidora


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Las actividades de Julia estarán asociadas al movimiento, a la acción constante de cocinar, de moverse en la bici, de buscar a quien podría ser su novio, salir con sus amigas o ir al trabajo. Poco tiempo hay para el ocio y pareciera que, inconscientemente, la obra hablara un poco de la autora. Raquel es una de las chicas superpoderosas que dirige junto a Selva Almada y Natalia Peroni Salvaje Federal, la librería que distribuye, vende y administra libros mayormente del interior del país; en pocas palabras visibilizan a las editoriales autogestivas o menos conocidas y a sus escritores.

“Solemos recorrer el interior como autoras, pero también vamos con la librería a llevar libros de otras provincias. Concurrimos a festivales y ferias tanto de libros como de editores, hacemos cosas administrativas y presentaciones. Salvaje Federal, además de ser una librería, también es un proyecto cultural, que es la parte que hoy en día más nos interesa. Tiene que ver con la difusión y con la idea de tejer puentes entre autores de distintas partes del país. Por eso hacemos festivales, el año pasado lo hicimos en Rosario”, dice Raquel.

Raquel nació en Hurlingham, provincia de Buenos Aires, en el Conurbano de la zona oeste, razón por la cual y debido a su constante movimiento, le preguntamos en dónde vive. “Hace muchísimo tiempo que vivo en Capital Federal, cuando me preguntan de dónde soy contesto de Hurlingham, pero vivo en Capital. Toda mi infancia la pasé en Hurlingham. Hice la primaria y la secundaria y parte de la facultad viajando, yendo y viniendo. Estudié Licenciatura en Administración de Empresas y también cocina. Soy cocinera profesional, chef o como quieran llamarlo. No se dice chef, pero bueno, soy definitivamente gastronómica. El restaurante que manejamos con mi hermana en Colegiales se llama Catalino”.

-¿Cómo son tus inicios tanto en la lectura como en la escritura?
-Empecé a escribir desde que pude leer. Mi amor por la lectura viene principalmente porque mis viejos leían mucho y no eran súper cultos. Mi vieja era una persona de campo que aprendió a leer de grande y leía bastante. Entonces a mi hermano y a mí, no nos quedaba otra que hacer lo mismo que ellos. Así como nos gustaba tomar mate, porque nuestros papás tomaban mucho mate, también empezamos a leer. Después, de grande ya compartíamos otras cosas de lectura, pero la que me inició fue mi vieja. Siempre leía cuentos a la noche. En la mejor parte se iba dejándome la luz prendida, el libro en la mesita de luz y decía: “bueno, mañana seguimos”. Y yo no aguantaba, tenía que agarrar el libro y terminar de leer el cuento. Después de grande me di cuenta de que sin saberlo o sabiéndolo, dentro de lo que ella podía entender, fomentó mi lectura. Y sobre la escritura en sí, fue que nunca pensé en cómo iba a ser escritora. Creo que es como comer, un hábito, no sé, para mí es muy importante escribir, lo necesito para seguir. De chica escribía diarios íntimos, cartas a mis amigos y cosas así. Era como algo cotidiano que una hace siempre como una necesidad y también eso de no pensarme como escritora, sino el acto de escribir que siempre estuvo en mí. De hecho, esta novela, “La Stalker”, es algo que estaba haciendo y nunca la pensé en el formato libro. No tenía esa intención, pero sí la pulsión de escribir y bueno, después sucede todo el resto como por ejemplo ir por supuesto a talleres literarios. Primero con Julián López y luego con Selva Almada, cuando coordinaba un taller en Espacio Enjambre.

El libro
Cuando apenas se ingresa a la lectura del libro, nos encontramos con un tono cálido, amable y confidente de una amiga que está contando un tema interesante y atractivo. Es inevitable la curiosidad con la que se pasa de página a página. Hay un tipo, Ignacio, que estuvo en casa de Julia, pero se fue temprano. Ignacio tuvo problemas de erección. Tras una breve reacción contrariada de Julia sobre si fueron las drogas o el alcohol. Sobrevienen las promesas de llamadas, beso en la boca, traspaso de números telefónicos, futuro incierto. Ya entramos en la lectura casi in medias res, si no fuera por un breve anticipo y tanto Julia como su autora nos tiene prendados: hasta el final del libro, todos quietos. Pero como de supuestos y suposiciones se ha llenado este mundo, llegará una larga enumeración de lo que pudo haber ocurrido, porque pasan los días y ni un miserable llamado, nada, el hijo de su madre. Las promesas de los hombres sobran para mentir y crear incertidumbre sobre la ansiedad ajena. No requieren de mucho ingenio porque las palabras del amor entre las personas han sido siempre las mismas.

Millones de canciones lo certifican, pero en el caso de Julia, continúa latente una esperanza, un mínimo detalle de alguna palabra clave que dijo este tipo y empieza la espera. Es interesante ver cómo Tejerina se comporta como una escritora de ficción; está pensando como su heroína, como si estuvieran juntas en cada aventura y a una de ellas le tocara contarlo en una repartija de opiniones, ¿sigo yo o seguís vos? Es una testigo fiel que se pega a la espalda de Julia, definitivamente un enorme logro de trabajo fino en la literatura de ficción.

 

El libro La Stalker.
Gentileza: Ocio Casa de Libros.

 

Y empieza la idea fija de nuestra stalkeadora, el motivo del certero título del libro. Sale a pasear en su bicicleta y revisa cada parte del barrio en donde vive Ignacio. Como en una disección zonal barre con la vista cada espacio, esquina, puerta o moto. Cada parte sugiere e interesa al lector por la frescura de la curiosidad del paseo obsesivo cercano al flaneur, hasta que aparece la moto de Ignacio; tiene que ser esa y rememora la patente. Pero en alguna parte el juego la memoria le falla, no está dicho por supuesto.

Se sugiere que la memoria le ha jugado una mala pasada porque también tomó alcohol y drogas aquella noche y se olvida de ciertos datos que no ayudan en la búsqueda: ¿habrá sido todo muy heavy? Descubre la fe y se hace devota de Santa Rita. Es atrayente ver el sentido del humor con que Raquel maneja a su tercera persona, incluso la palabra “frescura” se queda corta en algunos pasajes. “Fue su primer fanatismo. Hizo un curso acelerado: leyó la biblia, fue a misa los domingos, asistió al cura y estuvo en el grupo parroquial. Antes, se tuvo que bautizar. El resto de sus compañeros eran bebés. A ella su madrina no pudo tenerla a upa, solo le apoyó el brazo en el hombro”, escribe Raquel.

Y como reza la frase popular de “cualquier colectivo le viene bien”, llegamos a la parte en donde pasó mucho tiempo desde lo de Ignacio y mirar de reojo al florista que está bueno, o al verdulero también, no está tan mal. Por las dudas Julia le reza a Santa Rita con toda la esperanza que no esperaba su padre cuando la lleva por primera vez a la iglesia creyendo que era la rebelde de la familia y termina como una devota cuya entrega hacia el cura, la parroquia, las reuniones, es totalmente sumisa y obediente, pese a su resistencia en otros asuntos. Pero ella en su primera visita y con diez años de edad salió fascinada de la Iglesia sabiendo que nunca más iba a estar sola. En este punto el personaje Julia está completamente armado, pero sigue sorprendiendo la jugada de Tejerina, porque el punto clave de esta novela es leer bajo la incertidumbre. Las redes sociales juegan un papel determinante en esta parte del siglo y Raquel se mueve como pez en el agua frente a las vacilaciones del “visto”, de las solicitudes de amistad y de la inseguridad de comprender cuánto puede haber de verdad, de genuino en su persecución. Y la novela va entrando en un remolino de perplejidades. Cuando todas las elucubraciones stalkeadoras, pruebas de mensajes, visitas con la bicicleta al barrio, rondas por la casa, echarle el ojo a la moto, revisar las cuentas de las redes sociales de pariente habido y por haber de Ignacio, ingresa un mensaje por WhatsApp y quedan en encontrarse. Ya en casa de Julia, los comentarios de Ignacio no son más que el resultado de los datos recabados en sus inspecciones al barrio.

De pronto hay un revival de Julia cuando Ignacio vuelve a desaparecer y llega la calma con la naturalidad de la vida misma. Acepta lo que le toca en el sorteo de la acción, de lo doméstico, de quedarse sola definitivamente, ser eficaz en el trabajo, no stalkear y con una paciencia de espera, se concentra tanto que cuando recibe otro mensaje de Ignacio no se sorprende. El punto es mantener la tensión y que el lector lea con la perplejidad de no saber en qué va a terminar esta historia que va entrando en un remolino de novedades circulares y la tensión se mantiene intacta hasta que llega el cambio. La gran noticia: un accidente, un descuido, muchas lágrimas y el recurso de la amistad en su máxima expresión de acompañamiento hacia Julia.

La tapa del libro es una pintura en acrílico sobre papel hecha por el artista rosarino Daniel García. Fue publicado por la editorial Beatriz Viterbo a principios de 2023, bajo el cuidado de Caro Rolle.

-¿Cómo definirías tu constante acción entre dos trabajos tan distintos?
-Para mí, el restaurante y Salvaje Federal son proyectos. Si bien uno es de literatura y otro es gastronomía, son bastante hermanos porque tienen una búsqueda de otras cosas. Salvaje Federal tiene una búsqueda con los autores y las ediciones que se realizan en las provincias, digamos por fuera de lo que es Capital Federal o Buenos Aires. En mi restaurante también trabajamos con pequeños productores del país, con productores directos, no con intermediarios. Entonces hay un rescate ahí. Creo que mis dos proyectos tienen algo de rescate. Es una palabra que me gusta.


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