Su mayor deseo desde chico era llegar a los estudios de Manuel García Ferré, guiado por el amor hacia el universo de Walt Disney. Pero su padre falleció a corta edad y debió ocuparse de dos hermanos menores y apoyar a su mamá. Aun así, cumplió con el cometido de ser el talento de la familia.
Omar Rubén Alleva nació en Elortondo en 1931. Fue un trabajador toda su vida y también un curioso artista y dibujante, algo que sostiene hasta el día de hoy.
Tiene entendido que su abuelo materno sobresalía por su caligrafía inglesa y que "maravillaba" por lo que hacía, como referencia inmediata a artistas en la familia. "Parecía impreso por la prolijidad. También hacía tapas para bandoneones en madera calada y unas cajas que se usaban como adornos maceteros", recordó.
En su casa de Elortondo, compartía el patio con una maestra, Lorenza Vita. Eso, para el "Cholo" tenía sus beneficios. Podía jugar con los alumnos de la docente y también infiltrarse en el aula.
En cualquier momento la inspiración aparece y enseguida es volcada al papel.
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"Con un cuaderno y un lápiz me sentaba con los chicos en el salón. La señora vio unos dibujos que yo hacía en el patio con un palo y me subió a una silla para dibujar las provincias en el pizarrón con el mapa en la mano. Tenía cinco años", recordó.
En el sur-sur provincial vivió hasta los 22 años y luego se trasladó a Rosario con su familia, lugar en el que reside actualmente y donde abrazó cuatro de sus grandes pasiones: las historietas, las acuarelas, las tizas y a su querido Rosario Central.
Su padre falleció y se cargó la familia a la espalda. Trabajó para ayudar a la economía de la casa, a dos hermanos menores y una madre viuda.
"Como en ese entonces no existían las escuelas secundarias en el pueblo, le dije a mi madre de irnos a Buenos Aires. Yo quería hacer dibujos animados, trabajar de eso y que mis hermanos sigan estudiando. Pero ella tenía miedo de viajar. Le pareció una cosa demasiado arriesgada. Se animó a que nos fuéramos a Rosario porque tenía un hermano que vivía ahí".
Contactos con el escribano López Sauqué y gente conocida, ayudaron para que entrara a trabajar en una compañía de seguros en el año 54, aunque se estaba preparando para ser banquero. "El dactilógrafo de la compañía me tomó una prueba y enseguida me quedé. Yo llegaba a escribir 110 palabras por minuto cuando habitualmente en una academia se hacían 25", indicó.
A mitad de camino de Disney
A la mañana dormía. Entraba a las 12 en la compañía de seguros y salía a las 19.30. En la búsqueda de mayores ingresos, apuntó a uno en el que realmente pudiera volcar su talento. "Logré una conexión para dibujar en una fábrica que hacían banderines gallardetes, clásicos de clubes, ciudades turísticas o que usaban las escuelas. Era un extra que hacía en mi casa aparte del trabajo que tenía".
En paralelo y nuevamente a través del escribano López Sauqué, consiguió un puesto en Teléfonos del Estado, así que a la mañana dibujaba, de 14 a 19.30 estaba en la compañía de seguros, salía, se comía un sándwich con una gaseosa y entraba como operador de teléfono hasta las 24.
En el 58 se casó con su novia de toda la vida, Nelly Muntané, con quien tuvo dos hijas, Andrea y Patricia. Volvió a dibujar con intensidad y llevaba a la escuela de su esposa láminas para darle vida y color a las paredes de los salones. También organizó el teatro de títeres para los chicos.
Más tarde, dejó los banderines y se metió con un nuevo emprendimiento. Aprovechando la habilidad de sus manos, se dedicó a hacer prótesis dentales en un taller por recomendación de un cuñado.
Sumado a eso, continuaba en la compañía de seguros. Y ese fue el lugar desde donde pudo trasladar la cotidianidad de la oficina al papel en formato humorada. Aparecieron caricaturas e historietas con sus compañeros. Algunos reían, otros se molestaban, pero eso le permitía ejercitar la mano.
Pasado unos años, cansado del encierro del taller de mecánica dental y la oficina de teléfonos, renunció a ambos trabajos. Fue en ese momento que un compañero de los seguros que era distribuidor mayorista de juguetería, le insistió para que empiece a viajar y se involucre en el rubro. Dejó sus 25 años en la empresa aseguradora -cuando otorgan la medalla de oro a los empleados-, para cambiar de aire.
Encandilado por el arte
Había pasado de un "fitito" a un Falcon justo cuando surgió la posibilidad de ser representante de marcas de juguetes y librerías de Buenos Aires. Se armó una buena cartera de clientes en distintas provincias, siguió con la representación de artículos de oficina de librerías, artísticas y escritura.
En esa época, el dibujo pasó a un segundo plano. Llegó a estar un mes entero fuera de su casa para volver y dedicarse a la familia. Pero nuevamente el trabajo lo volvió a unir con los dibujos.
"Una de las firmas importaba los pasteles de acuarelas y tiza pastel. Me dieron para probarlas y me gustó. Me compré una caja para mí que era muy cara", acotó.
Afirma que el "pastel no es una pintura muy difundida como es el óleo o la acuarela" y que "sin embargo, artistas famosos como Monet y Degas las trabajaron".
Con una máquina de fotos en la mano y el papel en otra, comenzó a realizar sus primeras obras creando con los dedos (los lápices los usa para los toques finales), como la laguna que estaba cerca en la estancia La Barrancosa yendo a María Teresa; la rama de un limonero; y un grupo de mujeres artesanas del norte, solo por nombrar algunas.
Asimismo, profundizaba cada vez más con las caricaturas. Algunas de ellas se pueden ver en Pizza Piazza de Rosario (donde se imprimieron manteles con sus viñetas y aun se exhiben cuadros en las paredes) y en la panchería de su nieto Mariano (Cholo's Hot & Dog) en Elortondo.
Asegura que "vivía en el ex cine Heraldo" (San Martín 878 de Rosario), que daba noticias y dibujos animados de Walt Disney y que "veía dos películas, salía, me comía un chocolate, tomaba un café y entraba en otro cine; miraba cuatro películas por día, era lo que más me gustaba".