Federico Norman se transformó en el primer argentino en completar la Mini Transat, considerada una de las regatas más duras del mundo. Escribió otro épico capítulo en la historia de la náutica argentina. “El velero fue mi primer juguete”, dice el hombre de 37 años, tras cumplir su primer sueño.
Por primera vez, un argentino completó la regata transatlántica en solitario considerada como una de las más duras de los circuitos offshore mundiales. Se trata de Federico Norman, un rosarino de 37 años que el pasado 12 de noviembre terminó la Mini Transat, una regata en solitario que recorre 4.000 millas (7.400 kilómetros), en barcos a vela de 6,5 metros de eslora (largo), y que se realiza sin comunicación ni asistencia externa. El cruce del océano Atlántico. Un verdadero desafío, que cada dos años disputan barcos de todo el mundo, luego de un intenso proceso clasificatorio y selectivo que se realiza en Europa. Esta vez participaron 90 veleros, uno santafesino.
Norman navega a vela desde muy pequeño. “Empecé a jugar en el agua con mis amigos desde chico”, dice, en una charla con El Litoral, luego de cruzar el océano en solitario. “Ir a la isla era algo habitual”, agrega. “El velero fue mi primer juguete”, define.
Más tarde el navegante fue creciendo y comenzó a competir en regatas infantiles de la clase Optimist, para pasar luego a otras categorías como Snipe, 29er, J70 e IRC. “Siempre me divirtió mucho la competición”, define Norman. “Tuve que dejar un poco por la facultad y después me volví un loco de las aventuras. Navegué en windsurf y kitesurf”, cuenta y se define como alguien al que le gusta “meterse en problemas”.
Cruzar el Atlántico
“Siempre quise cruzar el Atlántico y me dije que quería que fuese un desafío, porque todavía me da el ‘bocho’ y el cuerpo”, dice Norman. “Viste que en la vida hoy estás bien y mañana podés estar mal”, agrega. Entonces “cuando se puede hay que apretar e ir a fondo”.
A la antigua. Norman no contó con instrumental moderno para navegar el velero, lo hizo guiado por las cartas de navegación, como el resto de los competidores.
Así fue como descubrió la regata la Mini Transat. “Empezó a tener una mística, un espacio de regata pero además de mucha aventura”, describe Norman. Y “la aventura es más grande que la regata”. Pero antes de decidir subirse a este pequeño velero para cruzar en solitario el océano, Norman debió armar un plan y prepararse. “Antes tuve una vida, me volví empresario de una real estate, mucho trabajo, mucho estrés, hasta que vino la pandemia y me pregunté ¿qué estoy haciendo? ¿Mis sueños a dónde van?”.
“Al igual que mucha otra gente que piensa que la vida es mucho más corta de lo que pensamos, me volví hacia adentro para buscarme y encontrarme -dice el navegante-. Ahí me di cuenta de que trabajaba todo el día y empecé a hacerlo para este sueño. Trabajé un tiempo más hasta que me tiré a cumplirlo, con todos los costos, porque me tuve que bancar la joda yo solo”, relata. “Siempre lo hice con un enfoque muy competitivo, sin perder de vista que la vida es un juego”, dice, “y cuando uno brilla irradia al resto de la gente”.
A la antigua. Norman no contó con instrumental moderno para navegar el velero, lo hizo guiado por las cartas de navegación, como el resto de los competidores.
Dos años para una regata
Norman emprendió este proyecto hace dos años, cuando decidió iniciar su campaña en la clase Mini 6.50, primero en Barcelona (España) y luego en La Rochelle (Francia). Desde allí, luego de haber participado en numerosas regatas tanto en solitario como en dobles, clasificó para la hazaña de competir en la Mini Transat. “Fueron dos años de preparativos para la regata, más los años anteriores”, recuerda ahora Norman. “Es un rollo irte de tu casa a Europa, borrarte dos años y medio, es dificultoso, pero no imposible”.
Los años de preparativos fue “navegar y navegar fuerte para conocer bien el barco”, dice Norman, que bautizó a su velero “Red Hot Mini Pepper” (ARG 1073). Luego la regata tuvo dos etapas. La primera, entre el 25 de septiembre y el 5 de octubre pasado, partiendo desde Les Sables D´Olonne (Francia) hasta Santa Cruz de la Palma (Canarias), recorriendo 1.360 millas. Y luego la segunda etapa, entre el 28 de octubre y el 12 de noviembre, desde Canarias hasta Saint Francois (Guadalupe, Caribe), recorriendo 2.630 millas.
“Esto sigue”, dice ahora Norman, que está eufórico. “Cruzar el Atlántico en solitario fue mi primer paso”, agrega. “Yo me lo tomé como la ‘universidad de la vela’, me dije ‘esto es para aprender’, corrí contra mí. Todavía me tengo que superar, tengo que ser mejor”, intenciona.
Los barcos Mini Transat son pequeños, con 6,5 metros de largo y 3 de ancho. Están preparados para navegar a altas velocidades, inclusive por encima de los 20 nudos. No poseen equipamiento de alta tecnología, ya que la idea es justamente que sea un desafío con lo mínimo indispensable. Su medio de comunicación con el mundo es una radio VHF, para cuando tienen barcos en un radio cercano, y un detector AIS de barcos cercanos, por seguridad.
Su posición en medio del océano la conocen gracias a un GPS que les dice la latitud y longitud en la que se encuentran. Pero no tienen mapas de fondo ni navegadores satelitales, sino que utilizan las clásicas cartas náuticas impresas en papel. Los pronósticos meteorológicos, desde los cuales elaboran diariamente su estrategia de ruta, se basan en un único reporte que reciben por radio AM, a la misma hora cada día. Allí les informan la posición aproximada de los centros de alta y baja presión existentes y algún indicio de condiciones de oleaje.
Federico Norman, el santafesino de Rosario que hizo historia.
Foto: Gentileza.
Cada día durante la regata Norman tomaba esa información que escuchaba, y dibuja en sus cartas los datos recibidos, con el fin de imaginar cómo se comportaría el clima y hacia dónde decidirá navegar para lograr el mejor resultado. “La regata se transformó en algo que no me lo esperaba”, reflexiona. “No fue sólo una regata y aventura, sino que pasó a ser una forma de vida, conocer gente, viajar, transmitir valores”, cuenta el navegante. “Hay una energía que no la vi hasta que empecé a andar en medio del océano. Antes estaba haciendo la mía, con mis dificultades, mis problemas emocionales y financieros, hasta que estuve ahí”.
90 barcos solitarios
Esta regata se corre en dos categorías. De los 90 barcos competidores, 30 corresponden a la categoría "Proto", que son barcos prototipo con diseños y experimentos de materiales y tecnologías, dentro de las dimensiones de la clase. Los otros 60 corresponden a la categoría "Serie" -es en la que participó Norman-, que son todos barcos iguales en términos generales. Los ganadores fueron un uruguayo en categoría Proto (Federico Waksman) y un italiano en Serie (Luca Rossetti). “Hablé mucho con el uruguayo antes de correr esta regata”, apunta ahora en tierra firme, mientras observa como una grúa carga su velero a un barco que lo regresará desde Guadalupe (Caribe) a Europa.
Durante la navegación, sucedieron todo tipo de condiciones meteorológicas, desde vientos de más de 35 y 40 nudos hasta calmas totales. Oleajes de 4 metros e incluso encuentros cercanos con buques comerciales.
La regata es un desafío en el cual el barco nunca descansa, en el que se navega en condiciones de exigencia todo el día, con un entrenamiento para lograr ritmos de sueño que constan de períodos de no más de 15 o 20 minutos, y alimentación basada en comidas liofilizadas (similar a las de astronautas). Son regatas en las que el navegante es su propio mecánico, su propio médico, su propio timonel, estratega y meteorólogo, en las que la soledad en la inmensidad del mar puede hacer titubear a más de uno. Regatas en las que las roturas, los imprevistos, o las situaciones sin control pueden ser protagonistas inesperados. Norman pudo atravesar todo eso. Si bien enfrentó algunos problemas sorteando inconvenientes como encuentros con tiburones, roturas de velas, agotamiento de baterías, blockouts electrónicos, roturas del timón automático, entre otras, pudo continuar su regata.
Equipo en tierra
“El desafío de navegar solo no es lo que más me fascina”, dice Norman. “Hubo mucha gente que me apoyó y me acompañó desde tierra, gente que bancó”, cuenta. “Mi equipo de tierra no se ve y sin ellos no salgo ni a la plaza”, grafica agradecido. “En esta disciplina no hay que ver sólo al deportista sino al resto del equipo que lo acompaña y lo sostiene, desde la familia hasta el nutricionista, el entrenador, y el resto. Todos piensan en vos y te mantienen firme la cabeza, porque esto es muy mental, una mezcla de Iron Man con París Dakar”.
Resultado
Norman tuvo excelentes resultados. Quedó en el puesto 16 en la Etapa 1, y 14 en la Etapa 2, con un 11vo puesto final, y habiendo sido el navegante con mayor velocidad promedio de toda la flota, ya que el resultado final es la suma de los tiempos de cada etapa. “Mi balance es muy positivo, siento que cumplí mis objetivos”, dice el navegante considerando la que fuera su primera experiencia, y las situaciones vividas en cada etapa. “Crecí mucho. Despaché a una persona en Europa y llegó otro a América”, dice. “Así que quiero seguir conociéndome, viendo cuáles son mis sueños y los desafíos que me corresponden, ver hasta dónde llego y hasta dónde puedo pedirle a la gente que me ayude, porque lo que viene son cosas ‘estratosféricas’ pero estoy dispuesto a ponerle toda la cabeza y el cuerpo, voy a sufrirlo pero no voy a abandonarlo. No me achico nunca más”.
La regata tuvo dos tramos, pasando por Canarias hasta arribar a América.
Foto: Gentileza.
Al arribar a Guadalupe, Norman fue recibido por su familia. La flota de veleros comenzó a llegar el 11 de noviembre (el primero), y 17 el último, siendo cada barco que llega, una nueva fiesta para celebrar cada llegada, ya que no se trata de una regata individual, sino de 90 desafíos que merecen un aplauso. “Ahora voy a disfrutar de mi familia en diciembre, porque ellos son los que bancaron mi sueño, me acompañaron”.
Sobre el final de la charla con El Litoral, Norman deja dos reflexiones. “Había momentos en los que algunos competidores estaban un poco decepcionados y yo les decía: ‘Loco, estás cruzando el océano en solitario, sin ayuda de nadie; si estás mal por no ir primero, perdiste la brújula”.
La otra reflexión es para los regatistas argentinos que todavía no se animaron a participar de la Mini Transat. “Prepárense y córranla, porque es una regata para ganarla. La acaba de ganar un uruguayo. El offshore es un juego que nosotros podemos jugar. Los argentinos somos unos navegantes espectaculares. Los atletas en la vela han logrado medallas cuando ninguna otra disciplina lo hacía”, dice Norman, que se crió en Rosario navegando junto a su coterránea Cecilia Carranza, ganadora de la medalla de oro en los JJOO de Río de Janeiro 2016. “Todos navegamos las mismas aguas, miramos los mismos cielos, y somos buenos. Yo conozco 100 argentinos que son maestros. Así que hay que ver qué es lo que uno quiere, apretar, e ir por ello”.
Para conocer más @fedenorman