Mirador Provincial dialogó con el fotógrafo Miguel Grattier (Santa Fe, 1959), quien, en 1993, creó la Fotogalería Municipal en el ámbito de la Municipalidad de Santa Fe y, entre 1994 y 1998, fue director de Cultura de ese municipio. También fue docente del Taller de Estética de la Fotografía en el Liceo Municipal Antonio Fuentes del Arco.
Ha realizado muestras en el Centro Cultural Gral. San Martín y el Centro Cultural Recoleta, en Buenos Aires, entre otros espacios provinciales y nacionales. Recientemente participó del ciclo documental sobre Fotógrafos del Litoral realizado por Lucas Castro, del que también forman parte como entrevistados, entre otros, Raúl Cottone, Pablo Cainero y Aimé Luna.
-¿Cómo empezaste con la fotografía, cuál dirías que fue el origen de ese vínculo y esa elección?
-Empecé a hacer fotografías por necesidad de trabajo y por azar, hacia los 23 años. Por entonces estudiaba Letras y miraba mucho cine, trabajaba en turnos rotativos en una central de emergencias, el COBEM: no dormía nunca. Fue entonces que un gran amigo que era periodista tenía el dato de que necesitaban un fotógrafo en Prensa de la Municipalidad y él me podía recomendar. Era un traslado simple y eso me ordenaría los horarios y la vida. Con gran desazón le respondí que no tenía ni idea de lo que era la fotografía, pero insistió en que con todo el cine que tenía encima “¡cómo no iba a poder hacer unas fotos!”: me tenía mucha fe, esa fe que te tienen los buenos amigos. Efectivamente, comprobé que entre el cine y la fotografía no había más vínculo que el del plano visual, y que ese vínculo no era el punto de llegada sino el de partida. Hice el intento para salir de esos horarios esclavizantes y acudí a otro amigo que tenía un laboratorio y que me enseñó en una semana y media el uso de la cámara, el revelado del negativo y la obtención de la copia. Química, y blanco y negro. Tuve suerte, conseguí ese laburo, y allí se quedó la cámara colgada de mi cuello, o en un bolso que llevaba a todas partes; ergo, se quedó a vivir conmigo. De eso me di cuenta unos años después cuando entendí que robaba tiempo a la literatura y otras pasiones por hacer lugar a la fotografía. Más tarde también supe que esos azares jalonaban los hechos más importantes de mi vida, mi vida era esos hechos. No elegí la fotografía, ella me eligió, y a esto que digo con cierto pudor no encuentro otra manera de decirlo, o bien: de la misma manera no elegí a la mujer de la que me enamoré y con la que estoy desde hace cuarenta años, igual que con la fotografía.
Foto: Instagram.
-¿Qué fotógrafos (y artistas en general) considerás que influyeron sobre tu obra y de qué modo?
-En esto también hay mucho de azar ya que mi formación como fotógrafo es aleatoria y autodidacta. ¿Te sorprendería si digo que la densidad y espesor que tienen los cielos de Homero y de los trágicos griegos pesaron más en mi mirada que la contemplación de fotografías o pinturas? La literatura de los griegos me marcó, a partir de esas obras miro obsesivamente el cielo bajo el que suceden todas las cosas que nos pasan. Creo que desde siempre, desde que comencé a hacer fotos, el cielo es protagonista de las imágenes que me importaban. Y cuando la obra de algún fotógrafo me conmovía miraba los cielos, después me fijaba en la organización de la imagen y en la técnica, aspectos que con el paso del tiempo fui dejando. Claramente me atraen los fotógrafos callejeros y llevo detrás de mi retina las imágenes de Cartier Bresson, Robert Frank y Josef Koudelka. Estas son obras imponentes, pero también llevo las de Bernard Plossu, que son cautivantes, y muchas de las fotografías de la soledad urbana de Charles Harbutt que son inquietantes… Ahora bien, en todos ellos la gente, la calle y los rostros son la base de lo fotográfico. Y la esencia de la calle y la gente, y sus rostros, es, en todos los casos un acontecer temporal. Entendí que la posibilidad más alta de la fotografía reside en lo único que la diferencia totalmente de otros medios de producción de imágenes, y que es el diseño mecánico del obturador, el dispositivo que permite robar un instante al fluir temporal y que a través de su elemento óptico lo traslada y fija en un pequeño espacio de material sensible a la luz. Es decir, la fotografía juega su posibilidad más extrema en una suerte de danza en la que se enreda con el devenir temporal, todo indica que es un arte del tiempo. A tal punto puedo afirmar esta condición y pertinencia de lo fotográfico ya que a muchos fotógrafos, entre ellos Cartier Bresson, casi no les importaba ver las fotos impresas en el papel, sabían que habían visto algo y que habían accionado el obturador, eso es la fotografía. No digo que las puestas en escena y otras prácticas por el estilo no sean fotografía, pero sin dudas hay en ellas una invasión plástica y esteticista que subordina la temporalidad de lo fotográfico a la seguridad de la organización del espacio, algo así como un salto mortal del malabarista con la red abajo, prácticas artísticas que persiguen con medios fotográficos imágenes de impacto visual, como sucede en las segundas líneas de la publicidad y la moda, porque en las primeras líneas de estas profesiones siempre hay magníficos retratistas. Y cuando hay un retratista hay un fotógrafo consumado, el que sabe vérselas con lo más fugaz y huidizo que hay junto al fluir temporal, y que es un rostro humano.
-Entre los premios recibidos y las muestras realizadas, ¿cuáles destacarías particularmente y por qué?
-Hace casi treinta años que no hago muestras grandes, no me moviliza o entusiasma mucho hacer muestras. En los últimos diez años hice un par de muestras en la galería de Guidotti, un amigo, pero ya sin exigencias. Además, las fotos están siempre exhibidas en la web, en flickr o Instagram, eso ya está bien para mí.
Foto: Instagram.
-Creaste y dirigiste durante varios años la Fotogalería Municipal de Santa Fe. ¿Qué evaluación hacés sobre esa experiencia?
-Eso fue en los ’90, una experiencia muy valiosa para la ciudad y desde luego para mí ya que me permitió tomar contacto directo con un movimiento muy productivo e intelectualmente crítico que se daba en el país desde los ’80. Ese contexto fue una bisagra para la fotografía que se hacía en Argentina y abrió muchos caminos a los fotógrafos posteriores. A fines de los ’90 me dediqué a otras cosas en el plano laboral y me concentré mejor en lo que estaba haciendo con la cámara, seguí buscando una respuesta a lo que era la fotografía y nunca encontré soluciones mejores que ese verso de Rilke que dice “la vida, no intentes alcanzarla”, o ese otro de Borges que asegura “La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado”. Creo que este último es la mejor respuesta a lo que es la fotografía, debe ser porque me gustan mucho los días lluviosos para hacer fotos, pero la respuesta personal más contundente es que hago fotografías porque no puedo dejar de hacerlo. Como el enigma V de la novela que lleva ese nombre de Thomas Pynchon (risas).
-Participaste recientemente del ciclo documental Indelebles sobre Fotógrafos del Litoral, dirigido por Lucas Castro. ¿Podés contarnos algo sobre esa experiencia?
-Sí, fui uno de los entrevistados por Lucas Castro, el realizador del documental. Lucas asistió al taller de fotografía que dicté durante varios años en el Liceo Municipal. Y de mi parte puedo decir que estoy contento con el resultado. Hizo un buen trabajo, partió de la fotografía, siguió buscando, nunca dejó de hacer fotos, disfruta haciendo lo que hace y piensa sobre lo que hace. Qué más decir, hace lo que eligió, es libre. De eso se trata.