En la historia reciente de Argentina, pocas figuras encarnan con tanta fuerza la lucha por el reconocimiento y la igualdad como Alicia Mabel Reynoso. Esta enfermera santafesina de la Fuerza Aérea Argentina, que desempeñó un papel crucial durante la Guerra de Malvinas, ha dedicado gran parte de su vida a asegurar que las contribuciones de las mujeres en el conflicto sean reconocidas. Su historia es un testimonio de valentía, perseverancia y cambio.
Alicia Reynoso, enfermera de la Fuerza Aérea, es una figura destacada en la lucha por el reconocimiento y la igualdad en Argentina.
¿Cuándo elegiste ser enfermera, imaginabas terminar en el campo de batalla de una guerra como Malvinas?
Nosotras, las enfermeras de la Fuerza Aérea, hacía dos años que ya estábamos dentro de la Fuerza como personal militar. La Fuerza Aérea fue la primera fuerza que incorporó mujeres en el año 79, a fines de diciembre del 79 y enero del 80. O sea que cuando llegamos al 82, no teníamos tanta experiencia militar, pero sí una muy buena formación profesional. De hecho, yo soy egresada de la Escuela de Enfermería de Santa Fe, terminé la carrera con un muy buen promedio.
¿Cómo se dio el ingreso a las Fuerzas?
Rendí junto a otras mujeres que se presentaron y quedamos 21. De esas 21, fuimos a los hospitales porque en realidad las enfermeras militares somos asistenciales en tiempo de paz y operativas en tiempo de guerra. ¿Qué significa? Que estamos preparadas para las dos cosas, pero cuando nosotros entramos a la fuerza, con una profesión ya que veníamos de afuera, no nos formó la fuerza, nos formó en la parte militar, en el ambiente militar. Imagínense que era impensado que ingresaran mujeres con grado militar, así que abrir ese camino fue muy difícil para nosotras, porque sentíamos el rechazo continuo y constante. Desde, a ver, hacer movimientos vivos. No es lo mismo un hombre que una mujer. ¿Cuáles son las diferencias? Por empezar, la mujer tiene su periodo de pre-menstruación, no es lo mismo. Por las mamas, por los golpes y demás. Entonces, todo eso se fue tejiendo a medida que nos fuimos abriendo paso y ejerciendo nuestra función en esa primera etapa. La Fuerza Aérea fue la primera que incorporó mujeres. Pero no se pensaron un montón de cosas. La ropa, por ejemplo. Al principio teníamos toda la ropa grande, el militar siempre calza más de 42 y nosotras éramos 35, 36, nos tuvieron que hacer ropa nueva. Calzados nuevos, baños nuevos y demás.
¿Cómo se llegas al campo de batalla?
En el 82, ese 2 de abril, yo estaba en el Hospital, era la jefa de enfermería del Hospital Aeronáutico Central, el que está en Pompeya. Me ordena la superioridad, como todo militar, y me dicen “prepárense porque se van a las Malvinas”. Perfecto. Nosotras, 23 años, 24, 21. Me dicen “elige a las cinco primeras que te van a acompañar a vos, las que creas que no van a flaquear o claudicar o van a fallar en los momentos que se vienen”. Bueno, usé más o menos el criterio lógico y opté por la enfermera jefe de terapia y otras chicas que estaban acostumbradas a la urgencia, a la emergencia y a lo que se podía venir.
¿Y fue el proceso de inserción en la logística militar?
Estuvimos dos o tres días en el hospital ahí con orden, contra orden… desorden “vaya para allá, venga para acá, póngase el arma, arma no, arma sí”. Nosotras no podemos por la Convención de Ginebra portar armas, pero nos dieron armas igual. De todos modos estaban todas fuera de uso porque se salía el cargador o algunas no tenían el cargador. Era de adorno, digamos, ¿no?
¿De qué manera llegaste al campo de batalla?
Nosotras salimos de Buenos Aires y luego salió al hospital reubicable, que estaba anclado ahí en Palomar, así que llegamos a Comodoro Rivadavia, una de las seis bases militares desde donde se atacó a la flota inglesa. Ahí la superioridad ordena que el hospital se quede en cabecera de pista y ahí lo dejaron. Hacíamos todas las evacuaciones, traíamos, llevábamos heridos. Organizamos el hospital en un hangar que todavía está ahí en el aeropuerto de Comodoro Rivadavia; habíamos implementado lo que hoy se conoce como el showroom, donde llegaban todos los heridos. Llegaban a la madrugada, por supuesto, porque había que salir de las islas a la madrugada y volando a muy poca altura para no ser detectados por los radares, lo que significaba que el avión se movía mucho y generaba aún más dolor en los muchachos. En el showroom con muchos sueros colgados con calmante para ir colocándoles a medida que nos daban las camillas o que bajábamos las camillas.
Si hay algo que te sorprendió en esos momentos extremos del ser humano ¿Qué fue?
Siempre recordamos cuando nos juntamos con mis compañeras algo imposible de olvidar cuando llegaban los heridos. Sus gritos no eran gritos de dolor, sino que gritaban pidiendo por su madre. No puedo olvidarlo; “Mamá, mamá, ¿dónde está mi mamá?”, era desgarrador ver a esos chicos en medio del horror queriendo volver a la seguridad del vientre materno. Esa mirada perdida, ese físico maltratado; venían con mucha hambre y desorientados en tiempo y espacio.
En el 82, ese 2 de abril, yo estaba en el Hospital, era la jefa de enfermería del Hospital Aeronáutico Central, el que está en Pompeya. Me ordena la superioridad, como todo militar, y me dicen “prepárense porque se van a las Malvinas”. Foto: Mirador
Esos jóvenes valientes tenían 18 años y quienes los contenían allí éramos mujeres que estábamos vestidas de verde, haciendo la misma tarea que todos los militares, pero con un con un dejo de ternura porque teníamos que ser un poco madre, un poco amigas, un poco hermanas.
Heridas del alma
Nosotras tuvimos que aprender a curar no solo las heridas del alma, sino también las heridas del cuerpo de esos muchachitos de 18 años que nos decían “cúrame rápido porque quiero volver, porque allá está mi amigo, quedó mi hermano”. Nosotras sabíamos que no iban a volver y los conteníamos. Te puedo asegurar que las heridas del alma duelen mucho más que las del cuerpo. ¿Y tus heridas del alma? ¡Ja! Sabía que no me la ibas a dejar pasar... Las heridas del alma se curan en el día a día; cuando empecé allá por el 2009, con la lucha para que nos reconozcan, no hubiese podido hablar con ustedes sin ponerme a llorar. Muchas de mis compañeras aún no lo logran y pasaron 40 años. Años de terapia me ayudaron y también defender este lugar me ayudó a sacarme esta mochila contándolo. Se nos había prohibido hablar de lo que vimos allá. Ayudar a otros también me sanó, porque una nunca deja de ser enfermera. Jubilada ya, sigo siendo la enfermera del barrio. Me reconforta muchísimo ir a las escuelas con los chiquitos, sembrar en tierra fértil la verdadera historia de Malvinas sin falsos héroes, sin falsas heroínas. Malvinas no se debe olvidar, no se debe confundir. Las generaciones venideras sabrán que hubo hombres y mujeres que, sin importarnos absolutamente nada, dimos la vida para defender la patria.
Eso no puede ser negociable jamás.