Una historia de amor que nace en la cuna y no tiene vencimiento. Defender al club y ese lugar de privilegio en Primera es una obligación que excede divisiones internas, banderías políticas u ocasionales disconformismos.
Siempre son buenos los aniversarios, porque sirven para los recuerdos y los balances. No está de más echar una mirada hacia atrás, como tampoco mirar hacia adelante. Son momentos reflexivos, pero también de esperanza para lo que vendrá. Y al futuro hay que construirlo, no depende del azar, no viene "de arriba". Se trabaja para llegar a una meta, para cumplir objetivos. Es un camino. Un recorrido del que nadie puede ni debe sentirse excluido.
Históricamente, en Unión hubo divisiones. Pero de lo que Unión nunca renegó, es que cuando el club lo necesitó, ningún unionista le "esquivó al bulto". Sectores enfrentados, dirigentes importantes pero rivales, supieron dejar en otros tiempos esas diferencias de lado para apoyar y trabajar por el club que los une en lo más sagrado, que es la pasión por esos colores que aman y defienden desde la cuna. No anteponer intereses personales por los comunes, los de la institución, es una muestra de grandeza del que nadie se puede apartar, aún en el disenso o el disconformismo.
Estos 117 años de vida encuentran a Unión ocupando el sitial privilegiado en la primera categoría del fútbol argentino. Y es un lugar que hay que defender a ultranza, porque ha sido el anhelo desde aquéllos remotos tiempos de comienzos de la década del 40, cuando Unión se animó a golpear las puertas de Afa reclamando un lugar en la máxima categoría -lo mismo que el año anterior habían conseguido Central y Newell's- encontrándose con ese "sí a medias" de permitirle entrar en la máxima competencia futbolística, pero arrancando en el torneo de la Segunda División. Aquella aventura marcó el comienzo de la historia grande, la de dejar las competencias internas y amateurs para convertirse en un club ambicioso y con deseos de protagonismo. Más allá de los vaivenes, el objetivo se logró. Y hoy, 84 años después de aquél inicio, el club goza de un lugar de privilegio que hay que defender con todas las fuerzas.
Las asambleas del jueves pasado seguramente han dejado conformes a muchos e insatisfechos a otros. Luis Spahn está próximo a cumplir 15 años ininterrumpidos como presidente del club, condición que nadie adquirió en los 117 años de vida de Unión, ni siquiera aquellos que ocuparon el máximo cargo en varios períodos alternados. Este año -dicho por los mismos dirigentes- el club debería cobrar más de 8 millones de dólares por las últimas ventas efectuadas y sin contar lo que le corresponde percibir por la de Zenón a Boca. No sólo se supone que no deberían existir los problemas económicos, sino que podría darse un salto de calidad. Lo reclama el técnico, cuando se pregunta: "¿dónde está escrito que Unión no puede pelear bien arriba?". Y si el objetivo "de mínima" que el propio presidente señaló luego de las asambleas, cuando declaró que "el piso es entrar en la Sudamericana", pues hay que poner, en serio, manos a la obra para conseguirlo.
En unos años (cinco para ser bien precisos), el estadio cumplirá 100 años. Es un motivo suficiente, además, para plantearse la meta de llegar a esa fecha con una obra no solamente terminada, sino que esté a tono con los tiempos futuros que pueden implicar un crecimiento en la afluencia de público, pero que a la vez enorgullezca a ese hincha pasional, fiel y consecuente, que podrá enojarse circunstancialmente, pero que nunca le dará la espalda al club ni lo abandonará.
Unión cumple 117 años. La mirada hacia atrás se inundará de recuerdos, alegrías, tristezas y emociones; la perspectiva hacia adelante debe ser de esperanza y espíritu de grandeza. Ningún unionista, en el fondo, quiere que a su club le vaya mal. Defenderlo, de adentro o de afuera, siendo dirigente, opositor, socio o hincha, es un derecho y una obligación a la vez. Es un compromiso impostergable. No sólo con el club. Sino con su vida misma.