Dedicarle un tiempo a la lectura. “Contar cuentos es algo que no se perdió totalmente”, coinciden en el grupo.
Foto:Gentileza: Transmedia VT.
Pablo Rodríguez
[email protected]
Desde hace cuatro años, un grupo de 12 abuelas cuentacuentos en Elortondo -departamento General López- recorren las escuelas, el hospital y el cuartel de bomberos, para contar y reinventar historias. Además, participan en cada actividad en las que la convoca la comuna. Una de las coordinadoras, Esther Carini, recordó que se iniciaron gracias a sus pares en Venado Tuerto, que llegaron al pueblo para compartir su experiencia y trasladarla a los más chicos. Ellas se entusiasmaron, invitaron a las abuelas de Elortondo que quisieran participar y desde entonces nunca pararon.
Todas las semanas se reúnen en la Casa de la Cultura. Planifican a qué escuelas van a ir, qué material van a leer -ya sea cuento o poesía-, y quienes van a estar a cargo. Usan 15 o 20 minutos de las horas de estudio en los jardines o escuelas para poner a los chicos en contacto con los libros.
“Contar cuentos es algo que no se perdió totalmente, más allá de que hay gente que no le puede dedicar tiempo a la lectura y al contacto con los niños de manera oral”, dice Esther. Afirma que se hizo un grupo de amigas y de gente que les gusta la docencia, porque “leer un libro es un poco hacer eso, educar” y que trabajan en ese sentido con el apoyo de la comuna.
“Nos reunimos para pasar un momento grato. Aunque hay que tener un cierto gusto por la lectura, que es algo que se transmite. Yo, por ejemplo, a mis nietos cuando van a mi casa les cuento cuentos”. Rescata que los chicos sean sumamente espontáneos y receptivos: “Ellos se brindan, te escuchan, se acercan. Y cuando nos ven en la calle nos reconocen. Eso es una satisfacción para nosotras. Nos da la oportunidad de seguir siendo siempre jóvenes en cierto sentido”. Y resume: “El deseo es seguir. Poder continuar contando cuentos. Mantener viva la llama de la lectura y el interés por los libros”.
Otra manera de comunicar
Las Abuelas Cuentacuentos tienen su origen en el Chaco, en la fundación de Mempo Giardinelli. La actividad está distribuida en todo el país. A mediados de los ’90, durante una visita a Alemania, Giardinelli tomó contacto de manera casual con personas de la llamada tercera edad que visitaban hospitales para leer cuentos y poemas a enfermos terminales, aliviándoles así el dolor de cerrar sus vidas. Del impacto producido al ver aquella noble manera de ayudar a bien morir, nació la idea de que la lectura de cuentos debía ayudar, también, a bien vivir.
Así comenzó a gestarse, en 1999, la idea de crear un programa de abuelas cuentacuentos, con la premisa de llevar lecturas a quienes comienzan la vida, otorgándoles una oportunidad de acceder al libro y de ejercer su derecho a la lectura. Las primeras experiencias aisladas se realizaron durante 2000; en 2001 el programa fue iniciado oficialmente y en 2002 se logró su sistematización y se realizó la primera transferencia a otra ciudad.
Desde entonces creció hasta convertirse en lo que es hoy: uno de los esfuerzos prioritarios de la fundación y uno de sus programas más emblemáticos y reconocidos.
Todas las semanas se reúnen en la Casa de la Cultura. Planifican a qué escuelas van a ir, qué material van a leer -ya sea cuento o poesía-, y quienes van a estar a cargo.
Usan 15 o 20 minutos de las horas de estudio en los jardines o escuelas para poner a los chicos en contacto con los libros.
“Nos reunimos para pasar un momento grato. Aunque hay que tener un cierto gusto por la lectura, que es algo que se transmite. Yo, por ejemplo, a mis nietos cuando van a mi casa les cuento cuentos”.
Esther Carini
Coordinadora
[email protected]
Desde hace cuatro años, un grupo de 12 abuelas cuentacuentos en Elortondo -departamento General López- recorren las escuelas, el hospital y el cuartel de bomberos, para contar y reinventar historias. Además, participan en cada actividad en las que la convoca la comuna. Una de las coordinadoras, Esther Carini, recordó que se iniciaron gracias a sus pares en Venado Tuerto, que llegaron al pueblo para compartir su experiencia y trasladarla a los más chicos. Ellas se entusiasmaron, invitaron a las abuelas de Elortondo que quisieran participar y desde entonces nunca pararon.
Todas las semanas se reúnen en la Casa de la Cultura. Planifican a qué escuelas van a ir, qué material van a leer -ya sea cuento o poesía-, y quienes van a estar a cargo. Usan 15 o 20 minutos de las horas de estudio en los jardines o escuelas para poner a los chicos en contacto con los libros.
“Contar cuentos es algo que no se perdió totalmente, más allá de que hay gente que no le puede dedicar tiempo a la lectura y al contacto con los niños de manera oral”, dice Esther. Afirma que se hizo un grupo de amigas y de gente que les gusta la docencia, porque “leer un libro es un poco hacer eso, educar” y que trabajan en ese sentido con el apoyo de la comuna.
“Nos reunimos para pasar un momento grato. Aunque hay que tener un cierto gusto por la lectura, que es algo que se transmite. Yo, por ejemplo, a mis nietos cuando van a mi casa les cuento cuentos”. Rescata que los chicos sean sumamente espontáneos y receptivos: “Ellos se brindan, te escuchan, se acercan. Y cuando nos ven en la calle nos reconocen. Eso es una satisfacción para nosotras. Nos da la oportunidad de seguir siendo siempre jóvenes en cierto sentido”. Y resume: “El deseo es seguir. Poder continuar contando cuentos. Mantener viva la llama de la lectura y el interés por los libros”.
Otra manera de comunicar
Las Abuelas Cuentacuentos tienen su origen en el Chaco, en la fundación de Mempo Giardinelli. La actividad está distribuida en todo el país. A mediados de los ’90, durante una visita a Alemania, Giardinelli tomó contacto de manera casual con personas de la llamada tercera edad que visitaban hospitales para leer cuentos y poemas a enfermos terminales, aliviándoles así el dolor de cerrar sus vidas. Del impacto producido al ver aquella noble manera de ayudar a bien morir, nació la idea de que la lectura de cuentos debía ayudar, también, a bien vivir.
Así comenzó a gestarse, en 1999, la idea de crear un programa de abuelas cuentacuentos, con la premisa de llevar lecturas a quienes comienzan la vida, otorgándoles una oportunidad de acceder al libro y de ejercer su derecho a la lectura. Las primeras experiencias aisladas se realizaron durante 2000; en 2001 el programa fue iniciado oficialmente y en 2002 se logró su sistematización y se realizó la primera transferencia a otra ciudad.
Desde entonces creció hasta convertirse en lo que es hoy: uno de los esfuerzos prioritarios de la fundación y uno de sus programas más emblemáticos y reconocidos.
Todas las semanas se reúnen en la Casa de la Cultura. Planifican a qué escuelas van a ir, qué material van a leer -ya sea cuento o poesía-, y quienes van a estar a cargo.
Usan 15 o 20 minutos de las horas de estudio en los jardines o escuelas para poner a los chicos en contacto con los libros.
“Nos reunimos para pasar un momento grato. Aunque hay que tener un cierto gusto por la lectura, que es algo que se transmite. Yo, por ejemplo, a mis nietos cuando van a mi casa les cuento cuentos”.
Esther Carini
Coordinadora
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