Foto:Gentileza.
Álvaro Javier Marrocco
Corren los últimos meses de 1975, el olor a plomo recorre las calles de una Argentina que se prepara para el golpe de estado de 1976. Laura (Mora Iramaín García) la niña de 8 años, -en su primer rol protagónico- transita una infancia errante, de casa en casa y acostumbrada a usar nombres falsos. La película arranca con una escena donde se ve a los padres de Laura escondiendo armas en en el techo de una casa. “Mi padre y mi madre esconden ahí arriba periódicos y armas, pero yo no debo decir nada. La gente no sabe que a nosotros, sólo a nosotros, nos han forzado a entrar en guerra. No lo entenderían. No por el momento, al menos”, dice la niña de apenas ocho años. Es 1975, y ella vive en La Plata con su madre, que tiene pedido de captura.
Avanzada la trama, el padre cae preso, la madre se tiñe los pelos de rojo brillante y junto con Laura, se instalan en la casa de los conejos, dónde viven Diana, embarazada de tres meses, y su marido Cacho, economista de traje y corbata que trabaja en Buenos Aires. Semejantes desventuras son el discurrir de una infancia signada por la actividad clandestina. Con su padre en la cárcel y sus abuelos -se destacan las intervenciones de Miguel Angel Solá en cada una de las escenas- intentando ayudar como pueden, Laura y su madre (Guadalupe Docampo) se mudan a una casa en La Plata junto a otro matrimonio militante que está a la espera de su primer hijo.
Este drama policial de 94 minutos transcurre sobre dos planos; uno, el mundo adulto donde los militantes montoneros deben pergeñar formas de llevar y traer información, dinero y armas, sin ser vistos. Por otro lado, el mundo de Laura, quien pasa sus días jugando y entablando conversaciones con algunos de los militantes. Allí dentro los nervios y la ansiedad se aplacan limpiando pistolas y fusiles o en mateadas fugaces y amenas. Los compañeros ya mueren o desaparecen, cada semana el ambiente se degrada. La llegada a la casa de “El ingeniero” (Dario Grandinetti), le da a Laura la posibilidad de vincularse con ternura e inocencia con ese personaje cuya misión es construir el embute, un escondite cuyo único acceso es una puerta de cincuenta centímetros que se abre con un dispositivo especial. Detrás de ese embute y bajo la fachada de un criadero de conejos funciona una imprenta clandestina que imprime miles de copias del periódico Evita Montonera.
El personaje del ingeniero (Dario Grandinetti) es quién le da sustento actoral a la película, y la necesaria dosis de realidad -en dos escenas la reprende por jugar a sacarle fotos, y por llevar a la escuela un buzo con el nombre de otra persona- para entender que lo que debía ser juego y diversión, aquí es una cuestión de vida o muerte. Jugar en la casa de una vecina es una actividad vedada. El colegio, una ventana al peligro que significa exponer una identidad falsa.
La película pone en eje algunas cuestiones a mencionar. Por un lado, la locación de la filmación se desarrolla en la emblemática casa de la ciudad de La Plata, hoy Espacio de memoria, donde vivieron Diana Teruggi y Daniel Mariani, dos militantes asesinados por la dictadura, junto a su beba Clara Anahí, secuestrada a los tres meses y apropiada hasta la actualidad. También se destaca la música de la película, compuesta por Daniel Teruggi, hermano de Diana. Y por otro lado, la protagonista (Laura) interpretada por la niña Mora Iramaín García, es platense y nieta de desaparecidos, a los cinco años propuso en su jardín de infantes un homenaje a su abuela Matilde “Tili” Itzigsohn, delegada desaparecida del Astillero Río Santiago.
Filmada casi en su totalidad dentro de esa casa, esta adaptación del libro Manèges, petite histoire Argentine, de Laura Alcoba, a cargo de la realizadora Valeria Selinger construye un universo hostil visto desde los ojos de la infancia, con un fuera de campo inquietante (en varias escenas se ve la cámara a ras del piso, o varios contrapicados enfocado ese mundo adulto). La casa de los conejos hilvana de manera natural el drama de un país y el abrupto despertar de una niña a un universo que apenas comprende, pero que está obligada a sortear. En esa precoz pericia se juega su futuro, puesto en vilo una y otra vez por los cabos sueltos de la vida en fuga.
La casa de los conejos (Argentina-España-Francia/2021)
Dirección y guion: Valeria Selinger. Elenco: Darío Grandinetti, Guadalupe Docampo, Paula Brasca, Mora Iramaín García, Miguel Angel Solá, Federico Liss, Patricio Aramburu y Nahuel Viale. Fotografía y cámara: Leandro Martínez y Helmut Fischer. Edición: Victoria Follonier y Valeria Selinger. Sonido: Stavrópulos y Géraud Bec. Dirección de arte: Sandra Iurcovich. Música: Daniel Teruggi. Distribuidora: Cinetren. Duración: 94 minutos. Apta para mayores de 13 años con reservas.
Las entradas pueden adquirirse de forma digital a través de la plataforma online www.entradascineelcairo.com.ar hasta una hora antes de cada función o de manera presencial en la boletería del cine (jueves a domingo de 18 a 23).
Corren los últimos meses de 1975, el olor a plomo recorre las calles de una Argentina que se prepara para el golpe de estado de 1976. Laura (Mora Iramaín García) la niña de 8 años, -en su primer rol protagónico- transita una infancia errante, de casa en casa y acostumbrada a usar nombres falsos. La película arranca con una escena donde se ve a los padres de Laura escondiendo armas en en el techo de una casa. “Mi padre y mi madre esconden ahí arriba periódicos y armas, pero yo no debo decir nada. La gente no sabe que a nosotros, sólo a nosotros, nos han forzado a entrar en guerra. No lo entenderían. No por el momento, al menos”, dice la niña de apenas ocho años. Es 1975, y ella vive en La Plata con su madre, que tiene pedido de captura.
Avanzada la trama, el padre cae preso, la madre se tiñe los pelos de rojo brillante y junto con Laura, se instalan en la casa de los conejos, dónde viven Diana, embarazada de tres meses, y su marido Cacho, economista de traje y corbata que trabaja en Buenos Aires. Semejantes desventuras son el discurrir de una infancia signada por la actividad clandestina. Con su padre en la cárcel y sus abuelos -se destacan las intervenciones de Miguel Angel Solá en cada una de las escenas- intentando ayudar como pueden, Laura y su madre (Guadalupe Docampo) se mudan a una casa en La Plata junto a otro matrimonio militante que está a la espera de su primer hijo.
Este drama policial de 94 minutos transcurre sobre dos planos; uno, el mundo adulto donde los militantes montoneros deben pergeñar formas de llevar y traer información, dinero y armas, sin ser vistos. Por otro lado, el mundo de Laura, quien pasa sus días jugando y entablando conversaciones con algunos de los militantes. Allí dentro los nervios y la ansiedad se aplacan limpiando pistolas y fusiles o en mateadas fugaces y amenas. Los compañeros ya mueren o desaparecen, cada semana el ambiente se degrada. La llegada a la casa de “El ingeniero” (Dario Grandinetti), le da a Laura la posibilidad de vincularse con ternura e inocencia con ese personaje cuya misión es construir el embute, un escondite cuyo único acceso es una puerta de cincuenta centímetros que se abre con un dispositivo especial. Detrás de ese embute y bajo la fachada de un criadero de conejos funciona una imprenta clandestina que imprime miles de copias del periódico Evita Montonera.
El personaje del ingeniero (Dario Grandinetti) es quién le da sustento actoral a la película, y la necesaria dosis de realidad -en dos escenas la reprende por jugar a sacarle fotos, y por llevar a la escuela un buzo con el nombre de otra persona- para entender que lo que debía ser juego y diversión, aquí es una cuestión de vida o muerte. Jugar en la casa de una vecina es una actividad vedada. El colegio, una ventana al peligro que significa exponer una identidad falsa.
La película pone en eje algunas cuestiones a mencionar. Por un lado, la locación de la filmación se desarrolla en la emblemática casa de la ciudad de La Plata, hoy Espacio de memoria, donde vivieron Diana Teruggi y Daniel Mariani, dos militantes asesinados por la dictadura, junto a su beba Clara Anahí, secuestrada a los tres meses y apropiada hasta la actualidad. También se destaca la música de la película, compuesta por Daniel Teruggi, hermano de Diana. Y por otro lado, la protagonista (Laura) interpretada por la niña Mora Iramaín García, es platense y nieta de desaparecidos, a los cinco años propuso en su jardín de infantes un homenaje a su abuela Matilde “Tili” Itzigsohn, delegada desaparecida del Astillero Río Santiago.
Filmada casi en su totalidad dentro de esa casa, esta adaptación del libro Manèges, petite histoire Argentine, de Laura Alcoba, a cargo de la realizadora Valeria Selinger construye un universo hostil visto desde los ojos de la infancia, con un fuera de campo inquietante (en varias escenas se ve la cámara a ras del piso, o varios contrapicados enfocado ese mundo adulto). La casa de los conejos hilvana de manera natural el drama de un país y el abrupto despertar de una niña a un universo que apenas comprende, pero que está obligada a sortear. En esa precoz pericia se juega su futuro, puesto en vilo una y otra vez por los cabos sueltos de la vida en fuga.
La casa de los conejos (Argentina-España-Francia/2021)
Dirección y guion: Valeria Selinger. Elenco: Darío Grandinetti, Guadalupe Docampo, Paula Brasca, Mora Iramaín García, Miguel Angel Solá, Federico Liss, Patricio Aramburu y Nahuel Viale. Fotografía y cámara: Leandro Martínez y Helmut Fischer. Edición: Victoria Follonier y Valeria Selinger. Sonido: Stavrópulos y Géraud Bec. Dirección de arte: Sandra Iurcovich. Música: Daniel Teruggi. Distribuidora: Cinetren. Duración: 94 minutos. Apta para mayores de 13 años con reservas.
Las entradas pueden adquirirse de forma digital a través de la plataforma online www.entradascineelcairo.com.ar hasta una hora antes de cada función o de manera presencial en la boletería del cine (jueves a domingo de 18 a 23).
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La delegación de “La Invencible”, con 96 preseas, obtuvo el primer puesto en el medallero de la competencia interprovincial disputada en Mar del Plata. El podio lo completaron Córdoba y Río Negro. Los deportistas santafesinos, que compitieron en 36 disciplinas, habían sido elegidos tras participar de todas las etapas de Santa Fe en Movimiento.
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