Imágenes de archivo de descendientes de alemanes del Volga, muestran a los niños con sus huevos de Pascua.
Sabina Melchiori
[email protected]
A mediados de la segunda mitad del siglo XVIII, Catalina II de Rusia, también llamada Catalina la Grande, publicó un manifiesto convocando a los agricultores alemanes a habitar el territorio ruso a cambio de que pudieran conservar su religión, su idioma, su administración y que no tuvieran la obligación de realizar el servicio militar ruso. Muchos, hostigados por las consecuencias de la guerra de los 30 años y luego la de los 7 años, decidieron abandonar su tierra y emigrar.
En la región media y sur del río Volga fundaron aldeas que con el pasar de los años y al aumentar la población, se fueron multiplicando.
Aproximadamente un siglo después, el gobierno de Rusia empezó a quitarles aquellos beneficios e intentó “rusificarlos”. Fue entonces que muchos de ellos pusieron la mirada en América y decidieron buscar una nueva patria.
En los barcos que llegaron a Buenos Aires viajaron alemanes del Volga de distintas religiones. Hay quienes indican que la mayoría de los católicos fueron destinados a la provincia de Buenos Aires; mientras que la mayoría de los protestantes o evangelistas se radicaron en Entre Ríos. Pero independientemente de la exactitud de ese dato, para esta edición de MIRADOR ENTRE RÍOS hemos puesto el foco en la celebración de la Pascua de los inmigrantes alemanes del Volga protestantes, y para ello dialogamos con Leandro Hildt, presidente de la Asociación de Descendientes de Alemanes del Volga en Gualeguaychú, quien brindó interesantes detalles.
Par empezar, vale la pena dejar en claro que la fe en Dios es una característica sobresaliente entre los alemanes del Volga. A pesar del hambre, el frío y la extrema pobreza por la que pasaron en muchas oportunidades, jamás dejaron de creer y ser agradecidos. Para todos ellos fue una prioridad construir la iglesia al lugar al que llegaron y las prácticas religiosas constituían un deber: asistir a misa todos los domingos, rezar en la casa, agradecer a Dios, la enseñanza del catecismo, el bautismo, la confirmación, la bendición nupcial y un último homenaje al finalizar la vida.
En ese contexto, la resurrección de Jesucristo era una de las fiestas más importantes. “La Semana Santa (Osterwoche) era un tiempo en que solo se hacían las tareas indispensables, las personas permanecían en sus casas orando y solamente se salía para asistir a las ceremonias de la Iglesia. Los niños demostraban cierta ansiedad por la inminente llegada del Osterhase u Osterhaasz, el conejo de Pascua, un personaje mitad humano y mitad conejo que tenía la noble tarea de repartir en todas las casas los coloridos huevos de pascua”, relata Leandro.
En diálogo con MIRADOR ENTRE RÍOS, el presidente de la Asociación de Descendientes de Alemanes del Volga en Gualeguaychú cuenta que “desde el jueves quedaban prohibidos los bailes, la música, casamientos y todo tipo de fiestas o diversión. Las campanas de las Iglesias tampoco se podían hacer sonar, las aldeas eran recorridas por jóvenes con matracas anunciando los horarios de las distintas ceremonias en el templo. Todas las aldeas estaban sumergidas en la meditación y el arrepentimiento. El ayuno era estricto para algunos, el día viernes pasaban todo el día sin ingerir ningún alimento y para quienes no hacían un ayuno absoluto, estaba prohibido comer carne”.
A modo de ejemplo de lo estricto que era el ayuno, Hildt recuerda que “en Colonia Stauber (Irazusta) un señor de apellido Korell ensilló su caballo un viernes santo y fue a recorrer el campo a pesar de las súplicas de su familia para que no lo hiciera. El hombre tuvo una caída y se quebró una pierna. Su familia y toda la colonia, estaban convencidos de que la desgracia había ocurrido por haber trabajado el viernes santo. Hacer actividades ese día, además de ser una falta grave a la tradición cristiana, traía mala suerte”.
El sábado se realizaba una limpieza total y detallada de la casa y los espacios comunes en la aldea, todo quedaba reluciente para recibir la Pascua al día siguiente. Por la tarde, los niños armaban nidos con pasto, papeles, ramas o piedras en el patio de la casa para que el conejo les dejara los huevos y alguna fruta. Otros hacían los nidos en una caja o fuente y los dejaban debajo de la cama. Al día siguiente, se encontraban con las delicias pascuales.
“Los huevos no eran de chocolate, eran huevos duros teñidos, pintados y decorados con distintos motivos, los más lindos eran los que tenían la cara del conejo sonriendo con sus grandes bigotes. Un método para darles color era hervirlos con remolachas para que se tiñan de rojo o con cebolla para el amarillo”, aclara Hildt, y agrega que “también se horneaban galletitas con figuras de animales entre las cuales se destacaban las que tenían la forma de conejo”.
En relación a esta costumbre de los huevos, Leandro Hild también tiene una anécdota para ilustrar: “En la casa de Don Otto, en Costa San Antonio, vivían tres familias, en total eran aproximadamente 20 niños que el domingo esperaban recibir huevos de pascua. Una vez que todos estaban en la cama, las mamás ponían a calentar agua en una gran olla para cocinar unas cuantas docenas de huevos, luego pintarlos y distribuirlos en los nidos. Grande fue la desilusión de los niños un domingo que encontraron la olla en la cocina con agua de color, un color que coincidía con el de los huevos. Para algunos, ese año terminó la historia del conejo de pascua”.
El domingo, fiesta de resurrección, se asistía al culto y las aldeas cobraban vida nuevamente. En la Argentina, quienes no vivían en aldeas sino que estaban alejados de las poblaciones arrendando campos, se preparaban temprano y viajaban en carro hasta el templo. A la vuelta almorzaban todos juntos y en ocasiones recibirán la visita de familiares y amigos.
Algunas de las comidas que preparaban para esta ocasión eran pollo relleno o una sopa de fideos. Los niños esperaban o iban de visita a casa de sus padrinos quienes tenían más huevos de colores o alguna especialidad dulce hecha en casa.
En Rusia, como la pascua es en primavera, se acostumbraba que las niñas estrenaran un vestido de verano el lunes siguiente.
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A mediados de la segunda mitad del siglo XVIII, Catalina II de Rusia, también llamada Catalina la Grande, publicó un manifiesto convocando a los agricultores alemanes a habitar el territorio ruso a cambio de que pudieran conservar su religión, su idioma, su administración y que no tuvieran la obligación de realizar el servicio militar ruso. Muchos, hostigados por las consecuencias de la guerra de los 30 años y luego la de los 7 años, decidieron abandonar su tierra y emigrar.
En la región media y sur del río Volga fundaron aldeas que con el pasar de los años y al aumentar la población, se fueron multiplicando.
Aproximadamente un siglo después, el gobierno de Rusia empezó a quitarles aquellos beneficios e intentó “rusificarlos”. Fue entonces que muchos de ellos pusieron la mirada en América y decidieron buscar una nueva patria.
En los barcos que llegaron a Buenos Aires viajaron alemanes del Volga de distintas religiones. Hay quienes indican que la mayoría de los católicos fueron destinados a la provincia de Buenos Aires; mientras que la mayoría de los protestantes o evangelistas se radicaron en Entre Ríos. Pero independientemente de la exactitud de ese dato, para esta edición de MIRADOR ENTRE RÍOS hemos puesto el foco en la celebración de la Pascua de los inmigrantes alemanes del Volga protestantes, y para ello dialogamos con Leandro Hildt, presidente de la Asociación de Descendientes de Alemanes del Volga en Gualeguaychú, quien brindó interesantes detalles.
La fe como prioridad
Par empezar, vale la pena dejar en claro que la fe en Dios es una característica sobresaliente entre los alemanes del Volga. A pesar del hambre, el frío y la extrema pobreza por la que pasaron en muchas oportunidades, jamás dejaron de creer y ser agradecidos. Para todos ellos fue una prioridad construir la iglesia al lugar al que llegaron y las prácticas religiosas constituían un deber: asistir a misa todos los domingos, rezar en la casa, agradecer a Dios, la enseñanza del catecismo, el bautismo, la confirmación, la bendición nupcial y un último homenaje al finalizar la vida.
En ese contexto, la resurrección de Jesucristo era una de las fiestas más importantes. “La Semana Santa (Osterwoche) era un tiempo en que solo se hacían las tareas indispensables, las personas permanecían en sus casas orando y solamente se salía para asistir a las ceremonias de la Iglesia. Los niños demostraban cierta ansiedad por la inminente llegada del Osterhase u Osterhaasz, el conejo de Pascua, un personaje mitad humano y mitad conejo que tenía la noble tarea de repartir en todas las casas los coloridos huevos de pascua”, relata Leandro.
Ayuno, silencio y arrepentimiento
En diálogo con MIRADOR ENTRE RÍOS, el presidente de la Asociación de Descendientes de Alemanes del Volga en Gualeguaychú cuenta que “desde el jueves quedaban prohibidos los bailes, la música, casamientos y todo tipo de fiestas o diversión. Las campanas de las Iglesias tampoco se podían hacer sonar, las aldeas eran recorridas por jóvenes con matracas anunciando los horarios de las distintas ceremonias en el templo. Todas las aldeas estaban sumergidas en la meditación y el arrepentimiento. El ayuno era estricto para algunos, el día viernes pasaban todo el día sin ingerir ningún alimento y para quienes no hacían un ayuno absoluto, estaba prohibido comer carne”.
A modo de ejemplo de lo estricto que era el ayuno, Hildt recuerda que “en Colonia Stauber (Irazusta) un señor de apellido Korell ensilló su caballo un viernes santo y fue a recorrer el campo a pesar de las súplicas de su familia para que no lo hiciera. El hombre tuvo una caída y se quebró una pierna. Su familia y toda la colonia, estaban convencidos de que la desgracia había ocurrido por haber trabajado el viernes santo. Hacer actividades ese día, además de ser una falta grave a la tradición cristiana, traía mala suerte”.
Huevos de colores
El sábado se realizaba una limpieza total y detallada de la casa y los espacios comunes en la aldea, todo quedaba reluciente para recibir la Pascua al día siguiente. Por la tarde, los niños armaban nidos con pasto, papeles, ramas o piedras en el patio de la casa para que el conejo les dejara los huevos y alguna fruta. Otros hacían los nidos en una caja o fuente y los dejaban debajo de la cama. Al día siguiente, se encontraban con las delicias pascuales.
“Los huevos no eran de chocolate, eran huevos duros teñidos, pintados y decorados con distintos motivos, los más lindos eran los que tenían la cara del conejo sonriendo con sus grandes bigotes. Un método para darles color era hervirlos con remolachas para que se tiñan de rojo o con cebolla para el amarillo”, aclara Hildt, y agrega que “también se horneaban galletitas con figuras de animales entre las cuales se destacaban las que tenían la forma de conejo”.
En relación a esta costumbre de los huevos, Leandro Hild también tiene una anécdota para ilustrar: “En la casa de Don Otto, en Costa San Antonio, vivían tres familias, en total eran aproximadamente 20 niños que el domingo esperaban recibir huevos de pascua. Una vez que todos estaban en la cama, las mamás ponían a calentar agua en una gran olla para cocinar unas cuantas docenas de huevos, luego pintarlos y distribuirlos en los nidos. Grande fue la desilusión de los niños un domingo que encontraron la olla en la cocina con agua de color, un color que coincidía con el de los huevos. Para algunos, ese año terminó la historia del conejo de pascua”.
La resurrección, nueva vida
El domingo, fiesta de resurrección, se asistía al culto y las aldeas cobraban vida nuevamente. En la Argentina, quienes no vivían en aldeas sino que estaban alejados de las poblaciones arrendando campos, se preparaban temprano y viajaban en carro hasta el templo. A la vuelta almorzaban todos juntos y en ocasiones recibirán la visita de familiares y amigos.
Algunas de las comidas que preparaban para esta ocasión eran pollo relleno o una sopa de fideos. Los niños esperaban o iban de visita a casa de sus padrinos quienes tenían más huevos de colores o alguna especialidad dulce hecha en casa.
En Rusia, como la pascua es en primavera, se acostumbraba que las niñas estrenaran un vestido de verano el lunes siguiente.
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