Angustia, desesperación, solidaridad y esperanza, todo junto en pocos días vivió la ciudad de La Paz hace seis años.
Conrado Berón
[email protected]
Era un lunes nublado en las primeras horas del día. Luego de un fin de semana con conmemoraciones por la guerra de Malvinas, la ciudad se aprestaba a comenzar la semana con tranquilidad. Las lluvias habían sido muchas y nadie esperaba lo que iba a suceder.
Antes del mediodía, el arroyo Cabayú Cuatiá –que divide prácticamente a la ciudad en dos– al recibir más de 200 mm de precipitaciones en muy poco tiempo, se desbordó y arrasó con todo a lo largo de su cauce.
El afluente se encuentra en la entrada de la ciudad cuyas dos vías principales de egreso e ingreso lo superan por dos puentes que están a pocas cuadras del centro. La fuerza del agua fue devastadora y se llevó todo lo que encontró en su camino: autos, casas, motos, árboles, animales y varias personas fueron arrastradas por este sorpresivo y violento alud que dejó a la ciudad incomunicada por vía terrestre.
El caos inicial fue dramático para todos, principalmente para aquellos que vivían a la orilla del Cabayú. Además, sólo quedaban minutos para el mediodía y muchos padres debían cruzar el cauce de agua para buscar a sus chicos a la salida de la escuela.
Esa mañana fue el comienzo de muchos días de zozobra, ya que la lluvia continuaba y los pronósticos eran desalentadores. Las calles estaban intransitables y la llegada de ayuda era muy difícil de concretar.
Los números generales hablaban de 200 evacuados y 1.500 afectados. Las pérdidas económicas y materiales eran muy grandes y la ciudad entró en estado de shock. El agua no bajaba y mucha gente perdió todo lo que tenía en pocos minutos. Leer o ver el pronóstico del tiempo se convirtió en un martirio ya que el clima no aflojaba y las perspectivas eran desoladoras. Hubo vecinos que vivieron dos o tres días sin recibir ayuda y con todo mojado.
El gobierno municipal, a cargo del intendente Bruno Sarubi, –quien llevaba casi cuatro meses en el cargo– improvisó un centro de acopio de alimentos, ropa y calzado, junto con Cáritas, en un salón contiguo a la parroquia Nuestra Señora de La Paz.
Dentro de la improvisación y la falta de experiencia, el sistema de ayuda no funcionó como correspondía y esto agravó más la angustia de muchas familias que no podían asistir hasta el lugar céntrico para buscar lo que necesitaban. La ayuda tampoco fue a muchas casas, incluso algunas fueron censadas para saber edades, talles y necesidades prioritarias, pero todo quedó ahí.
Llovió durante varios días más y la cosa empeoraba. El recientemente electo presidente Mauricio Macri visitó la ciudad a los diez días de ocurrida la inundación y entre otras cosas prometió la construcción de 100 viviendas para las familias directamente afectadas por el desborde del arroyo. Hoy, seis años después, nada de eso se concretó.
Las quejas por la poca sensibilidad social de las personas a cargo del “operativo donaciones” se repetían en cada barrio por doquier, ya que la ayuda no debía llegar solo a las familias que vivían a la vera del Cabayú sino también a todas aquellas que en otros barrios se vieron tapadas por el agua de las lluvias.
Nada tuvo que esperar la gente de La Paz para comenzar a recibir ayuda de, especialmente, los paceños residentes en otras localidades. Muchos de ellos encabezaron verdaderas movidas solidarias en su lugar de residencia, las que se vieron reflejadas a los pocos días con cientos de envíos que llegaban directamente a las casas afectadas, sin pasar por el filtro arbitrario de la política.
En Paraná se organizó rápidamente –entre otras– una campaña encabezada por el Atlético Echagüe Club, que contó con el apoyo fundamental de Canal Once y la Filial de River en esa localidad. Se consiguió la logística de transporte Almafuerte, que tenía una sucursal en el norte entrerriano y en el club se comenzaron a recibir todo tipo de elementos indispensables para poder pasar los primeros impactos del evento climático.
El club puso a disposición un espacio físico para el acopio de donaciones y cuando este se llenaba, se activaba una acción conmovedora, ya que los integrantes de la Filial se acercaban a la sede con un camión, lo cargaban y luego lo descargaban en los acoplados del transporte que los llevaría a La Paz al día siguiente. Fueron más de siete viajes que se realizaron en muy poco tiempo ya que la sociedad paranaense no paraba de donar.
Mucha fue la bronca de todos, ya que a los pocos días de la inundación se cortó el paso a vehículos en el puente de Quebracho, en el acceso a Santa Elena, por la ruta nacional 12. Esto obligaba a los camiones a realizar un desvío por la ruta 6, que estaba verdaderamente intransitable, por lo que la ayuda dejó de llegar por algunos días.
Precisamente la ruta 6 debía estar refaccionada y repavimentada, ya que en más de una oportunidad las autoridades locales y provinciales habían licitado su arreglo. Pero como la corrupción hizo lo suyo, la ayuda tuvo que esperar, en momentos en los que era vital.
Los bultos que iban llegando a La Paz eran distribuidos por un grupo de docentes que formaron parte de la logística armada en redes sociales. Ellas estaban conviviendo con la desesperación de sus alumnos y las familias, que más allá de no poder asistir a clases, buscaban en la escuela la ayuda que el Estado no les daba.
Las maestras se encargaban de recibir, bajar, clasificar y salir en sus propios vehículos a distribuir directamente las donaciones. Este proceso duró muchas semanas y fue tan desgastante como aliviador para cientos de personas que la estaban pasando muy mal.
La Paz organiza desde hace 37 años el triatlón internacional que lleva su nombre. Cuando la noticia corrió como reguero de pólvora en los medios nacionales, la familia del “Tria” se puso a disposición y desde decenas de localidades de todo el país, incluso del exterior, comenzaron a juntar dinero, artículos de limpieza y ropa, para hacer llegar a la gente que como ellos definieron “nos recibe con la mejor cara en cada enero”; esa gente los necesitaba y el triatlón no decepcionó.
No se debe esperar a que se cumplan aniversarios con números significativos para recordar estos episodios que se podrían haber evitado, con menos desidia y menos corrupción se podía haber ayudado mucho más y mejor a la gente que la pasó verdaderamente mal.
Al día de hoy no se han hecho obras significativas en el cauce del arroyo y lo que es aún peor, nadie se ha expresado sobre la influencia que tiene el desvío del cauce original del Cabayú en su desembocadura, realizado por un privado con apoyo municipal en gestiones anteriores a la actual de Sarubi.
Fueron días en los que sólo se pedía que deje de llover; pasaron seis años y poco cambió.
[email protected]
Era un lunes nublado en las primeras horas del día. Luego de un fin de semana con conmemoraciones por la guerra de Malvinas, la ciudad se aprestaba a comenzar la semana con tranquilidad. Las lluvias habían sido muchas y nadie esperaba lo que iba a suceder.
Antes del mediodía, el arroyo Cabayú Cuatiá –que divide prácticamente a la ciudad en dos– al recibir más de 200 mm de precipitaciones en muy poco tiempo, se desbordó y arrasó con todo a lo largo de su cauce.
El afluente se encuentra en la entrada de la ciudad cuyas dos vías principales de egreso e ingreso lo superan por dos puentes que están a pocas cuadras del centro. La fuerza del agua fue devastadora y se llevó todo lo que encontró en su camino: autos, casas, motos, árboles, animales y varias personas fueron arrastradas por este sorpresivo y violento alud que dejó a la ciudad incomunicada por vía terrestre.
El caos inicial fue dramático para todos, principalmente para aquellos que vivían a la orilla del Cabayú. Además, sólo quedaban minutos para el mediodía y muchos padres debían cruzar el cauce de agua para buscar a sus chicos a la salida de la escuela.
Esa mañana fue el comienzo de muchos días de zozobra, ya que la lluvia continuaba y los pronósticos eran desalentadores. Las calles estaban intransitables y la llegada de ayuda era muy difícil de concretar.
Los números generales hablaban de 200 evacuados y 1.500 afectados. Las pérdidas económicas y materiales eran muy grandes y la ciudad entró en estado de shock. El agua no bajaba y mucha gente perdió todo lo que tenía en pocos minutos. Leer o ver el pronóstico del tiempo se convirtió en un martirio ya que el clima no aflojaba y las perspectivas eran desoladoras. Hubo vecinos que vivieron dos o tres días sin recibir ayuda y con todo mojado.
Angustia
El gobierno municipal, a cargo del intendente Bruno Sarubi, –quien llevaba casi cuatro meses en el cargo– improvisó un centro de acopio de alimentos, ropa y calzado, junto con Cáritas, en un salón contiguo a la parroquia Nuestra Señora de La Paz.
Dentro de la improvisación y la falta de experiencia, el sistema de ayuda no funcionó como correspondía y esto agravó más la angustia de muchas familias que no podían asistir hasta el lugar céntrico para buscar lo que necesitaban. La ayuda tampoco fue a muchas casas, incluso algunas fueron censadas para saber edades, talles y necesidades prioritarias, pero todo quedó ahí.
Llovió durante varios días más y la cosa empeoraba. El recientemente electo presidente Mauricio Macri visitó la ciudad a los diez días de ocurrida la inundación y entre otras cosas prometió la construcción de 100 viviendas para las familias directamente afectadas por el desborde del arroyo. Hoy, seis años después, nada de eso se concretó.
Las quejas por la poca sensibilidad social de las personas a cargo del “operativo donaciones” se repetían en cada barrio por doquier, ya que la ayuda no debía llegar solo a las familias que vivían a la vera del Cabayú sino también a todas aquellas que en otros barrios se vieron tapadas por el agua de las lluvias.
La solidaridad a flor de piel
Nada tuvo que esperar la gente de La Paz para comenzar a recibir ayuda de, especialmente, los paceños residentes en otras localidades. Muchos de ellos encabezaron verdaderas movidas solidarias en su lugar de residencia, las que se vieron reflejadas a los pocos días con cientos de envíos que llegaban directamente a las casas afectadas, sin pasar por el filtro arbitrario de la política.
En Paraná se organizó rápidamente –entre otras– una campaña encabezada por el Atlético Echagüe Club, que contó con el apoyo fundamental de Canal Once y la Filial de River en esa localidad. Se consiguió la logística de transporte Almafuerte, que tenía una sucursal en el norte entrerriano y en el club se comenzaron a recibir todo tipo de elementos indispensables para poder pasar los primeros impactos del evento climático.
El club puso a disposición un espacio físico para el acopio de donaciones y cuando este se llenaba, se activaba una acción conmovedora, ya que los integrantes de la Filial se acercaban a la sede con un camión, lo cargaban y luego lo descargaban en los acoplados del transporte que los llevaría a La Paz al día siguiente. Fueron más de siete viajes que se realizaron en muy poco tiempo ya que la sociedad paranaense no paraba de donar.
Mucha fue la bronca de todos, ya que a los pocos días de la inundación se cortó el paso a vehículos en el puente de Quebracho, en el acceso a Santa Elena, por la ruta nacional 12. Esto obligaba a los camiones a realizar un desvío por la ruta 6, que estaba verdaderamente intransitable, por lo que la ayuda dejó de llegar por algunos días.
Precisamente la ruta 6 debía estar refaccionada y repavimentada, ya que en más de una oportunidad las autoridades locales y provinciales habían licitado su arreglo. Pero como la corrupción hizo lo suyo, la ayuda tuvo que esperar, en momentos en los que era vital.
Los bultos que iban llegando a La Paz eran distribuidos por un grupo de docentes que formaron parte de la logística armada en redes sociales. Ellas estaban conviviendo con la desesperación de sus alumnos y las familias, que más allá de no poder asistir a clases, buscaban en la escuela la ayuda que el Estado no les daba.
Las maestras se encargaban de recibir, bajar, clasificar y salir en sus propios vehículos a distribuir directamente las donaciones. Este proceso duró muchas semanas y fue tan desgastante como aliviador para cientos de personas que la estaban pasando muy mal.
El triatlón, presente
La Paz organiza desde hace 37 años el triatlón internacional que lleva su nombre. Cuando la noticia corrió como reguero de pólvora en los medios nacionales, la familia del “Tria” se puso a disposición y desde decenas de localidades de todo el país, incluso del exterior, comenzaron a juntar dinero, artículos de limpieza y ropa, para hacer llegar a la gente que como ellos definieron “nos recibe con la mejor cara en cada enero”; esa gente los necesitaba y el triatlón no decepcionó.
No se debe esperar a que se cumplan aniversarios con números significativos para recordar estos episodios que se podrían haber evitado, con menos desidia y menos corrupción se podía haber ayudado mucho más y mejor a la gente que la pasó verdaderamente mal.
Al día de hoy no se han hecho obras significativas en el cauce del arroyo y lo que es aún peor, nadie se ha expresado sobre la influencia que tiene el desvío del cauce original del Cabayú en su desembocadura, realizado por un privado con apoyo municipal en gestiones anteriores a la actual de Sarubi.
Fueron días en los que sólo se pedía que deje de llover; pasaron seis años y poco cambió.
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