Candelaria Chovet y Herman Zapp, en el 2000 cargaron las valijas y comenzaron a escribir una historia particular. Foto: Gentileza.
En enero del 2000 y con 3000 euros en los bolsillos, Candelaria Chovet y Herman Zapp, cargaron las valijas y comenzaron a escribir una historia particular. Querían llegar a Alaska en auto y volver al país en 6 meses. Pero en el trayecto, los planes iniciales se fueron alterando, la ruta se fue transformando y también, empezaron a pasar los años.
Ella (51), bisnieta de Alberto Chovet, fundador del pueblo santafesino ubicado a 300 kilómetros de la capital provincial, era secretaria en un consultorio médico. Él (53), electricista. Se conocieron cuando tenían 8 años de edad, a los 14 se pusieron de novios y 10 años más tarde, se casaron.
Siempre fantasearon con las aventuras, viajar, recorrer y explorar. En un primer momento, querían alcanzar el otro extremo del continente en un viejo Graham-Paige de 1928. Calculaban medio año de emociones, para luego regresar a Argentina, enfocarse en tener hijos y formar una familia. Pero nada se dio en ese orden.
Transcurrieron 22 largos años y en el medio nacieron nuevos Zapp: Pampa, en Greensboro, Carolina del Norte, Estados Unidos, en junio del 2002; Tehue, en Capilla del Señor, Buenos Aires, en marzo del 2005; Paloma, en noviembre del 2007 en Vancouver, Canadá; y Wallaby, en Australia en marzo del 2009.
Un lugar para Santa Fe
Hace poco, los Zapp estuvieron por diferentes localidades del sur de Santa Fe, para contar sus experiencias a vecinos y curiosos. En esa agenda, una parada obligada fue Chovet (departamento General López), donde Candelaria, está unida al fundador del pueblo.
“Mi bisabuelo fundó Chovet y venir aquí me hace sentir cosas lindas en el corazón, porque cada vez que venía era para estar en una fiesta, con mis primos en el campo, mi abuela y los bailes”, recordó junto a El Litoral. “Era chica, pero tengo presente momentos lindos. Ver el cartel con mi apellido me parece raro a veces”, aseguró entre risas.
Sostiene que “dimos la vuelta al mundo en este auto de 1928 durante 22 años”, donde “salí con Herman cuando tenía 29 años y quería cumplir el sueño de viajar”. “En el trayecto tuvimos 4 maravillosos hijos. Recorrimos tanto y encontramos gente de Chovet en el mundo, fue muy lindo”, aclaró.
Candelaria, está en plan de giras para “compartir mediante charlas que los sueños se pueden cumplir”, entendiendo que “hay que ponerle ganas” y confiar que el “mundo está preparado para los sueños y no que uno tiene que estar preparado para todo”. “Hay que tomar la decisión y ser protagonistas de nuestras vidas e ir para adelante”, afirmó.
Esto es porque a los 2 años de haberse casado, querían empezar a concretar el sueño, pero lo fueron posponiendo y el interrogante surgió al momento de pensar en los hijos. “Nos preguntamos muchas veces que pasaba con nuestros sueños si éramos padres. Pensamos que iba a ser imposible. Así que partimos a Alaska con una idea de 6 meses, volver y agrandar la familia. Pero eso no pasó”.
Asimismo, los problemas con el auto y la salud de los hijos “sobre ruedas”, resultó algo simple de resolver: “En el mundo hay mecánicos y médicos. Fue lindo descubrir cuando el vehículo se rompía o alguien se enfermaba, la humanidad que existe. Estuvimos más de 2 mil noches en casa de familias de todo tipo y religión. Es maravilloso”.
Cuando se sincera, admite que no volvería a Etiopía en África, Alemania y Japón: “Esto es por la parte humana. Tienen lugares maravillosos de visitar, pero la gente no era tan cálida. Nos íbamos antes de esos países. Ahí era cuando más extrañábamos. A nosotros nos ayuda mucho cuando viajamos estar en casas de familias, ser bienvenidos. Tanto tiempo lejos, necesitamos contacto humano”.
Logística
Se autodefinen como “nómades”. Y allí, se encierra una gran “logística”. Por ejemplo, con la escuela, Candelaria todos los días daba clases a sus hijos y cada dos meses mandaba pruebas a Argentina al Ministerio de Educación, a través de un sistema a distancia.
Con los embarazos, también se ponía a prueba el ingenio. “La historia clínica fue sobre ruedas. No me podía quedar 9 meses en un solo lugar. Básicamente, un médico en un país veía como estaba el bebé. Y yo le pedía que informara en mi historia clínica ambulante, para ser atendida luego por otro médico que nunca me vio. Así fue”.
Hoy entiende que la decisión es “ponerle fin a un sueño que puede ser totalmente extensible”, aclarando que “dimos la vuelta al mundo, hay que terminar un ciclo para empezar otro” y que “eso da energías y ganas de saber que lo pudimos cumplir y que podemos ir por más”. “No estamos cansados ni nada”, enfatizó.
“Mi consejo es que escuchen al corazón, que es el que sabe lo que podes cumplir y no escuchar tanto a la mente que siempre pone los miedos enfrente. Hay que confiar que afuera hay una humanidad increíble, preparada para ayudar a cumplir sueños”, resumió.
Algo para contar
En su visita a Santa Fe, Herman afirmó que “teníamos que venir a Chovet por mandato”, luego de que recorrieran muchos pueblos del país compartiendo su sueño. “Nos habían recibido a la vuelta del viaje de Alaska en el 2005 y queríamos volver después de recorrer el mundo. Mi mujer tiene muchos recuerdos, lindas infancias pasadas acá. Se siente como en su casa”, ponderó.
Sobre la hazaña, fue claro: “No fue algo de golpe. No fue un clic ni un shock. Sino que era nuestro anhelo de chicos. Salió perfecto. Fue cumplir un proyecto y formar una familia, todo junto. 362 mil kilómetros recorridos, millones de anécdotas y muchas pinchaduras”, graficó.
De hecho, una de las cosas más sorprendentes que les pasó fue que debieron construir una canoa, para bajar el río Amazonas con el auto arriba. “Tampoco pensamos que íbamos a llegar a Cuba, Margarita, Trinidad y Tobago, que no quedaban camino a Alaska. O hacer la famosa ruta 66 que tampoco tenía que ver con nuestro destino”, rememoró.
Entre toda esa locura, cuando decidieron abandonar el continente americano, “dijimos de ir a Asia, pero nunca pensamos que íbamos a hacer tanto, lo mismo en Oceanía y África”. En tierras africanas, pensaron que iban a estar alrededor de 10 meses y terminaron redondeando 10 años a los que Herman califica de “maravillosos”.
“Nunca imaginamos cruzar el Atlántico en un barco a vela más viejo que el auto, con el auto a bordo y la familia entera. Fue mágico, no hubo ni un día de lluvia. Ni siquiera tormenta. Tanta gente nos decía que se iba a hundir (el barco). Yo no lo creía, porque tiene 100 años flotando y no iba a pasar”.
Una casa con motor
Ese vehículo con en el que cosecharon tantas emociones, apareció faltando 3 meses para salir de Argentina. “Fue una sorpresa, no lo habíamos planeado. Fue un ‘abre puertas’. Una vez, nos dijeron que malos no podíamos ser, porque con ese auto muy lejos no íbamos a llegar, por eso nos hospedaban. Así estuvimos durmiendo en hogares de musulmanes, budistas, hindúes, entre un montón de religiones. Hay una humanidad espectacular afuera esperándonos”, indicó.
El Graham-Paige cambió un poco la estética y las prestaciones originales. Tiene una carpa en el techo, un baúl que al principio no existía y que ahora es la cocina. Además, hubo que cortarlo a la mitad literalmente, “estirarlo” para agregarle una fila más de asientos cuando empezaron a sumarse niños.
“Jamás planeamos viajar tanto tiempo ni formar una familia mientras pasaba eso. Parecía imposible, pero veíamos que sí se podía. Realmente fue excelente. Compartimos tiempo familiar de calidad en el viaje, que resultó mágico. Le regalamos el mundo a nuestros hijos y descubrimos juntos su cultura y geografía. Para todos resultó enriquecedor. Nada que ver lo que salimos y cómo volvimos”.
Herman, señaló que una de las cosas más lindas que les pasó fue quedarse sin dinero en Ecuador: “Es un antes y un después. Nos abrimos más para ver qué hacer. Candelaria empezó a pintar, algo que siempre quiso hacer y ¡qué lindo pinta! Yo se los enmarcaba. Por mi parte, me animé a escribir, lo quise hacer hace tiempo y creí que era para escritores. Me di cuenta que también puedo tener algo para contar. Estas actividades, nos abrieron mucho con la gente y nos llenaron de millones de amigos. Sin plata, suceden lindas cosas”, valoró.
Al igual que Candelaria, tiene presente lugares a los que no volvería. Uno, es Alemania y el otro Japón. “Son bellos, pero tienen una cultura muy aislada, nadie puede molestar y cada uno vive en su mundo. A nosotros nos gusta sociabilizar, estar en contacto y ahí no se podía. Si cierro los ojos, veo caras, veo gente y quiero volver a estar con ellos. No a los lugares”.
Insiste en que “los tres mejores momentos de la vida están relacionados con alguien”, no con un objeto, paisaje o casa. “Hay que tomarse la vida en serio, enfocarse y darse cuenta que las prioridades son el amor y los sueños. Si tenés eso, ¿qué te falta?”, amplió.
Finalmente, apuntó: “Queremos contarles a todos que se puede crear una propia realidad. El mundo está preparado por más que no lo estemos. Hay que sentir lo que hacemos, lo que el corazón pide, que sí sabe y le da sentido a la vida. Con un auto pudimos dar la vuelta al mundo y eso alienta, motiva. Hay muchos sueños de tanta variedad. Solo hay que animarse”.
“Dibujante de sonrisas”
El hogar sobre ruedas, fue bautizado “Macondo cambalache”. Es un Graham-Paige de 1928 con su motor original, llantas de madera y un baúl que es más antiguo aún.
Parecía que daría muchos problemas, que no era el auto apropiado para viajar y aun así los llevó por todo el mundo. Cruzó desiertos, montañas, océanos, por la nieve, por el hielo, por todo tipo de terrenos y hasta viajó en barcos.
Fue protagonista de shows, es simple y recibió mucho cariño de los mecánicos que lo arreglaron para seguir. ¿La velocidad? Viaja despacio, sin prisa. A 40 kilómetros por hora llegaron hasta Texas y ahora anda a 60.
Para seguirlos
Vale mencionar que todo el archivo viajero de los Zapp, se encuentra en tres libros que escribieron durante la pandemia que les tocó vivir viajando por Brasil, cuando retornaban a Argentina, “no para que veas lo que hicimos sino para que veas lo que vos podés hacer”, según enfatizan en su sitio web www.familiazappfamily.com.
Los títulos son: “Atrapa tu sueño”; “Atrapa tu sueño con ganas”; y “Atrapa tu sueño de una vez”. Son la principal fuente de ingresos para afrontar desafíos en los mapas y las rutas desde hace tiempo.
En redes sociales, las historias se multiplican en Youtube, Facebook e Instagram.
Ella (51), bisnieta de Alberto Chovet, fundador del pueblo santafesino ubicado a 300 kilómetros de la capital provincial, era secretaria en un consultorio médico. Él (53), electricista. Se conocieron cuando tenían 8 años de edad, a los 14 se pusieron de novios y 10 años más tarde, se casaron.
Siempre fantasearon con las aventuras, viajar, recorrer y explorar. En un primer momento, querían alcanzar el otro extremo del continente en un viejo Graham-Paige de 1928. Calculaban medio año de emociones, para luego regresar a Argentina, enfocarse en tener hijos y formar una familia. Pero nada se dio en ese orden.
Transcurrieron 22 largos años y en el medio nacieron nuevos Zapp: Pampa, en Greensboro, Carolina del Norte, Estados Unidos, en junio del 2002; Tehue, en Capilla del Señor, Buenos Aires, en marzo del 2005; Paloma, en noviembre del 2007 en Vancouver, Canadá; y Wallaby, en Australia en marzo del 2009.
Un lugar para Santa Fe
Hace poco, los Zapp estuvieron por diferentes localidades del sur de Santa Fe, para contar sus experiencias a vecinos y curiosos. En esa agenda, una parada obligada fue Chovet (departamento General López), donde Candelaria, está unida al fundador del pueblo.
“Mi bisabuelo fundó Chovet y venir aquí me hace sentir cosas lindas en el corazón, porque cada vez que venía era para estar en una fiesta, con mis primos en el campo, mi abuela y los bailes”, recordó junto a El Litoral. “Era chica, pero tengo presente momentos lindos. Ver el cartel con mi apellido me parece raro a veces”, aseguró entre risas.
Sostiene que “dimos la vuelta al mundo en este auto de 1928 durante 22 años”, donde “salí con Herman cuando tenía 29 años y quería cumplir el sueño de viajar”. “En el trayecto tuvimos 4 maravillosos hijos. Recorrimos tanto y encontramos gente de Chovet en el mundo, fue muy lindo”, aclaró.
Candelaria, está en plan de giras para “compartir mediante charlas que los sueños se pueden cumplir”, entendiendo que “hay que ponerle ganas” y confiar que el “mundo está preparado para los sueños y no que uno tiene que estar preparado para todo”. “Hay que tomar la decisión y ser protagonistas de nuestras vidas e ir para adelante”, afirmó.
Esto es porque a los 2 años de haberse casado, querían empezar a concretar el sueño, pero lo fueron posponiendo y el interrogante surgió al momento de pensar en los hijos. “Nos preguntamos muchas veces que pasaba con nuestros sueños si éramos padres. Pensamos que iba a ser imposible. Así que partimos a Alaska con una idea de 6 meses, volver y agrandar la familia. Pero eso no pasó”.
Asimismo, los problemas con el auto y la salud de los hijos “sobre ruedas”, resultó algo simple de resolver: “En el mundo hay mecánicos y médicos. Fue lindo descubrir cuando el vehículo se rompía o alguien se enfermaba, la humanidad que existe. Estuvimos más de 2 mil noches en casa de familias de todo tipo y religión. Es maravilloso”.
Cuando se sincera, admite que no volvería a Etiopía en África, Alemania y Japón: “Esto es por la parte humana. Tienen lugares maravillosos de visitar, pero la gente no era tan cálida. Nos íbamos antes de esos países. Ahí era cuando más extrañábamos. A nosotros nos ayuda mucho cuando viajamos estar en casas de familias, ser bienvenidos. Tanto tiempo lejos, necesitamos contacto humano”.
Logística
Se autodefinen como “nómades”. Y allí, se encierra una gran “logística”. Por ejemplo, con la escuela, Candelaria todos los días daba clases a sus hijos y cada dos meses mandaba pruebas a Argentina al Ministerio de Educación, a través de un sistema a distancia.
Con los embarazos, también se ponía a prueba el ingenio. “La historia clínica fue sobre ruedas. No me podía quedar 9 meses en un solo lugar. Básicamente, un médico en un país veía como estaba el bebé. Y yo le pedía que informara en mi historia clínica ambulante, para ser atendida luego por otro médico que nunca me vio. Así fue”.
Hoy entiende que la decisión es “ponerle fin a un sueño que puede ser totalmente extensible”, aclarando que “dimos la vuelta al mundo, hay que terminar un ciclo para empezar otro” y que “eso da energías y ganas de saber que lo pudimos cumplir y que podemos ir por más”. “No estamos cansados ni nada”, enfatizó.
“Mi consejo es que escuchen al corazón, que es el que sabe lo que podes cumplir y no escuchar tanto a la mente que siempre pone los miedos enfrente. Hay que confiar que afuera hay una humanidad increíble, preparada para ayudar a cumplir sueños”, resumió.
Algo para contar
En su visita a Santa Fe, Herman afirmó que “teníamos que venir a Chovet por mandato”, luego de que recorrieran muchos pueblos del país compartiendo su sueño. “Nos habían recibido a la vuelta del viaje de Alaska en el 2005 y queríamos volver después de recorrer el mundo. Mi mujer tiene muchos recuerdos, lindas infancias pasadas acá. Se siente como en su casa”, ponderó.
Sobre la hazaña, fue claro: “No fue algo de golpe. No fue un clic ni un shock. Sino que era nuestro anhelo de chicos. Salió perfecto. Fue cumplir un proyecto y formar una familia, todo junto. 362 mil kilómetros recorridos, millones de anécdotas y muchas pinchaduras”, graficó.
De hecho, una de las cosas más sorprendentes que les pasó fue que debieron construir una canoa, para bajar el río Amazonas con el auto arriba. “Tampoco pensamos que íbamos a llegar a Cuba, Margarita, Trinidad y Tobago, que no quedaban camino a Alaska. O hacer la famosa ruta 66 que tampoco tenía que ver con nuestro destino”, rememoró.
Entre toda esa locura, cuando decidieron abandonar el continente americano, “dijimos de ir a Asia, pero nunca pensamos que íbamos a hacer tanto, lo mismo en Oceanía y África”. En tierras africanas, pensaron que iban a estar alrededor de 10 meses y terminaron redondeando 10 años a los que Herman califica de “maravillosos”.
“Nunca imaginamos cruzar el Atlántico en un barco a vela más viejo que el auto, con el auto a bordo y la familia entera. Fue mágico, no hubo ni un día de lluvia. Ni siquiera tormenta. Tanta gente nos decía que se iba a hundir (el barco). Yo no lo creía, porque tiene 100 años flotando y no iba a pasar”.
Una casa con motor
Ese vehículo con en el que cosecharon tantas emociones, apareció faltando 3 meses para salir de Argentina. “Fue una sorpresa, no lo habíamos planeado. Fue un ‘abre puertas’. Una vez, nos dijeron que malos no podíamos ser, porque con ese auto muy lejos no íbamos a llegar, por eso nos hospedaban. Así estuvimos durmiendo en hogares de musulmanes, budistas, hindúes, entre un montón de religiones. Hay una humanidad espectacular afuera esperándonos”, indicó.
El Graham-Paige cambió un poco la estética y las prestaciones originales. Tiene una carpa en el techo, un baúl que al principio no existía y que ahora es la cocina. Además, hubo que cortarlo a la mitad literalmente, “estirarlo” para agregarle una fila más de asientos cuando empezaron a sumarse niños.
“Jamás planeamos viajar tanto tiempo ni formar una familia mientras pasaba eso. Parecía imposible, pero veíamos que sí se podía. Realmente fue excelente. Compartimos tiempo familiar de calidad en el viaje, que resultó mágico. Le regalamos el mundo a nuestros hijos y descubrimos juntos su cultura y geografía. Para todos resultó enriquecedor. Nada que ver lo que salimos y cómo volvimos”.
Herman, señaló que una de las cosas más lindas que les pasó fue quedarse sin dinero en Ecuador: “Es un antes y un después. Nos abrimos más para ver qué hacer. Candelaria empezó a pintar, algo que siempre quiso hacer y ¡qué lindo pinta! Yo se los enmarcaba. Por mi parte, me animé a escribir, lo quise hacer hace tiempo y creí que era para escritores. Me di cuenta que también puedo tener algo para contar. Estas actividades, nos abrieron mucho con la gente y nos llenaron de millones de amigos. Sin plata, suceden lindas cosas”, valoró.
Al igual que Candelaria, tiene presente lugares a los que no volvería. Uno, es Alemania y el otro Japón. “Son bellos, pero tienen una cultura muy aislada, nadie puede molestar y cada uno vive en su mundo. A nosotros nos gusta sociabilizar, estar en contacto y ahí no se podía. Si cierro los ojos, veo caras, veo gente y quiero volver a estar con ellos. No a los lugares”.
Insiste en que “los tres mejores momentos de la vida están relacionados con alguien”, no con un objeto, paisaje o casa. “Hay que tomarse la vida en serio, enfocarse y darse cuenta que las prioridades son el amor y los sueños. Si tenés eso, ¿qué te falta?”, amplió.
Finalmente, apuntó: “Queremos contarles a todos que se puede crear una propia realidad. El mundo está preparado por más que no lo estemos. Hay que sentir lo que hacemos, lo que el corazón pide, que sí sabe y le da sentido a la vida. Con un auto pudimos dar la vuelta al mundo y eso alienta, motiva. Hay muchos sueños de tanta variedad. Solo hay que animarse”.
“Dibujante de sonrisas”
El hogar sobre ruedas, fue bautizado “Macondo cambalache”. Es un Graham-Paige de 1928 con su motor original, llantas de madera y un baúl que es más antiguo aún.
Parecía que daría muchos problemas, que no era el auto apropiado para viajar y aun así los llevó por todo el mundo. Cruzó desiertos, montañas, océanos, por la nieve, por el hielo, por todo tipo de terrenos y hasta viajó en barcos.
Fue protagonista de shows, es simple y recibió mucho cariño de los mecánicos que lo arreglaron para seguir. ¿La velocidad? Viaja despacio, sin prisa. A 40 kilómetros por hora llegaron hasta Texas y ahora anda a 60.
Para seguirlos
Vale mencionar que todo el archivo viajero de los Zapp, se encuentra en tres libros que escribieron durante la pandemia que les tocó vivir viajando por Brasil, cuando retornaban a Argentina, “no para que veas lo que hicimos sino para que veas lo que vos podés hacer”, según enfatizan en su sitio web www.familiazappfamily.com.
Los títulos son: “Atrapa tu sueño”; “Atrapa tu sueño con ganas”; y “Atrapa tu sueño de una vez”. Son la principal fuente de ingresos para afrontar desafíos en los mapas y las rutas desde hace tiempo.
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