El artista apeló a toda su simpatía y a hablar de futuro, en una noche que sin embargo recorrió todas las dimensiones de la nostalgia.
Foto:Gentileza Dosdosuno Prensa
Desde las 17 del sábado fue llegando un público diverso, aunque con gran arraigo generacional (aunque también estaban los que heredaron esa música, los que la conocieron por la sociedad con Joaquín Sabina o llegaron desde versiones de terceros), se fue acercando al Autódromo de Rosario paga la despedida de Joan Manuel Serrat de la provincia de Santa Fe. No faltaron figuras de la vida pública de la provincia, como el ex ministro de Economía Ángel Sciara y el senador nacional Marcelo Lewandowski.
El escenario ya recibía con un Telón de terciopelo rojo prolongado en un símil en la pantalla, presidida por la firma en del “Nano de Poble Sec” (“blanco sobre rojo”, diría Rodolfo Walsh en “Esa mujer”).
A las 21, en la fresca de la franca noche, Franco Luciani salió a ejercer de soporte nacional y rosarino, con una propuesta original: acompañado por la guitarra de Leonardo Andersen, abordó desde su celebrada armónica un repertorio que intercaló obras propias y composiciones del protagonista de la velada, Así mostró sus creaciones junto a relecturas de “Lucía” (con un espíritu a lo Toots Thielemans), “Romance de Curro el palmo” (en tiempo de zamba), “Vagabundear” (en forma de landó peruano), “Mediterráneo” (en aire de chacarera, una especie de cita entre Serrat y Hugo Díaz) y “Penélope” (en bossa nova).
Aquellos personajes
A las 21 45, la banda acompañante ganó el escenario, encabezada por los históricos arregladores de diferentes etapas de la carrera de Serrat: por un lado, el mítico Ricard Miralles, protagonista en los años mozos (como “La paloma” o “Dedicado a Antonio Machado, poeta”) en el piano y la dirección; por el otro, Josep Mas “Kitflus”, responsable de la sonoridad de grandes discos de madurez (como “Utopía” o “Sombras de la China”) en los sintetizadores. La formación se completa con Vicente Climent en batería, Raimon Ferrer en bajo y contrabajo, José Miguel Sagaste en saxos, flauta, clarinete y acordeón, Úrsula “Uixi” Amargós en viola y coros, y David Palau en guitarra y coros.
El arranque fue con “Dale que dale”, con sus coros “aflamencados”, y estalló la ovación cuando salió el solista: sacó y camisa oscuros y jeans, prendedor en forma de vaquita de San Antonio en el ojal; los brazos en alto, en saludo de campeón, las canas ralas despeinada por el viento persistente, retratado en plano americano en las pantallas laterales.
En su primera intervención, aprovechar para bromear con su propia finitud: “Qué gusto estar aquí esta noche, y poder agradecerles por acompañarme hoy como lo han hecho en tantas ocasiones a lo largo del tiempo. Gracias por compartir este concierto que dicen por ahí que es de despedida: no es el último, eh, aún me quedan algunos más con suerte. Pero en fin, como todo pudiera ocurrir, sepan que pueda ser que sí; ojalá que no, pero ¿quién sabe? (risas del público) (...) No crean, estoy emocionado y espero que con tanta ilusión y tanta energía que esto no va a ocurrir, de ninguna forma de forma que estén tranquilos, que no voy a dar ningún espectáculo. Pero por si acaso conserven ustedes el boleto: no les van a devolver la plata pase lo que pase; pero siempre tendrán la constancia de haber podido compartir un acto tan único al menos para mí”.
Ahí Miralles y Amargós abrieron un camino de melancolía inevitable, como es “Mi niñez”, pasando a “El carrusel del Furo” con la calesita en la pantalla y Serrat caminando el escenario, diciendo eso de “dos boletos por un duro” (de cuando España tenía la peseta, y no una moneda controlada desde Bruselas).
Entonces el Nano contó: “El Furo era mi abuelo, aunque en realidad se llamaba Manuel: eso del Furo era o es el apodo familiar; el mote, el otro nombre. Ese que ponen en los pueblos a cada familia, y que va pasando de generación en generación. Mi abuelo realmente no fue un feriante; mi abuelo era el secretario del Ayuntamiento de su pueblo; un hombre bueno, e instruido, al que su nieto hizo personaje protagonista de una de sus canciones”.
Y agregó: “Los personajes, queridos amigos, ya saben: no son ni de verdad, ni de mentira. A veces son fantasías con gotas de realidad, o a veces viceversa: realidades con mucho sabor a fantasía, por ejemplo, ustedes se acuerdan de aquella canción que escribí hace un tiempo: La mujer que yo quiero / no necesita / bañarse cada noche en agua bendita (entonando). No sé por qué dije que no necesitaba bañarse en agua bendita; es una absoluta obviedad que nadie necesita semejante borrinada: ni en bendita, ni en destilada ni en agua del Carmen. La verdad es que aquella buena mujer se bañaba, pero en gin tonic, como cualquier dama que se precie. Como la reina de Inglaterra” (ahí vino una humorada sobre el flamante Carlos III y los esfuerzos de la reina para soportar a su familia). “Alrededor de las canciones se mueve los personajes, y alrededor de los personajes mucha fantasía. Pero estarán de acuerdo conmigo en que todas y todos y todes seríamos mucho más pobres, estaríamos mucho más tristes sin las maravillosas criaturas y mentiras que nos regala la ficción”.
Se sentó en una silla para interpretar “Romance de Curro el palmo”: Una bailaora apareció en la pantalla (una Merceditas para Curro), mientras la canción crecía en la flauta, el saxo y las castañuelas de la percusión. De allí saltó a “Señora”, creación de cuando tenía edad para ser yerno y recordarles a las suegras la carne firme, y a “Lucía”: tristeza agradable apoyada en el piano, el acordeón, el contrabajo y la batería con escobillas.
El artista apeló a toda su simpatía y a hablar de futuro, en una noche que sin embargo recorrió todas las dimensiones de la nostalgia.
Canción y compromiso
Agarró la guitarra para interpretar “Hoy por ti, mañana por mí”; la canción que hizo junto a Joaquín Sabina, que retoma frases de obras anteriores (como “Te quiero”, con letra de Mario Benedetti). “No hago otra cosa que pensar en ti” llegó bien jazzística, y sobre ella reflexionó nuevamente, en este caso acerca de qué es una canción: “Es música y letra, de acuerdo; pero es música que habla, y letra que canta. No basta con la letra y con la música, para que exista una canción hace falta que de la unión de esta pareja nazca la emoción: siempre la emoción, solo la emoción. la emoción que contagia como ciertas historias que mágicamente llevamos metidas en la entretela del alma, como un milagro que nos acompaña, y que se está ahí siempre, por los siglos de los siglos en tanto estemos nosotros. Nuestra gratitud, la mía en especial al menos, para todos aquellos que consiguieron inventarse estas historias, que nos contagian emociones y que se nos meten ahí dentro”.
Ahí aprovechó para nombrar a los “arreglistas” que colaboraron con él, rematando en los dos presentes sobre el escenario, y a continuación presentar al resto del staff. “Algo personal”, con una atractiva animación en las visuales, cayó en un arreglo de dixieland o jazz tradicional, y el agregado en la letra de “nos la meten doblada”.
“Miguel Hernández fue un pastor de cabras: un niño al que su padre mandó pa’ la montaña con unas cuantas cabras. Allí pasó muchas horas de su niñez, y allí aprendió de manera casi autodidacta a leer y escribir. Y ese pastor de cabras terminó por ser un extraordinario poeta, comprometido con su gente y con su tiempo; un hombre sencillo y sensible que amaba la vida por encima de todas las cosas. Amaba la libertad y la vida, y ambas cosas se las arrebataron. Las ‘Nanas de la cebolla’ es uno de sus poemas a mi modo de ver más tremendos y extraordinarios; y es la respuesta a una carta que recibe en la cárcel: una carta de su mujer en la que le comunica que en casa no hay más que cebolla y pan. Y ella tiene que amamantar a un niño de ocho meses”. La música esos versos me la prestó mi amigo y compañero Alberto Cortez”. Y así pasaron la canción ceremoniosa, elaborada en torno al clarinete, la viola y la base de cuerdas en los teclados de Mas.
El momento Hernández pegó una subida con “Para la libertad”, ilustrada desde las visuales con murales del misterioso Banksy.
Madre y padre
Nací en Barcelona, en el barrio del Poble Sec, Pueblo Seco. Allí crecí, allí se forjaron las bases de eso que se llama ‘mi educación’. Siempre pensé que buena parte de lo que me movió en la vida lo aprendí en aquellas calles, parte de lo que me enseñaron mis maestros que fueron muy generosos y muy buenos; y de lo que vi en el ejemplo de mi familia. Mi padre era plomero; mi madre se dedicaba a aquello que eufemísticamente se documenta como ‘sus labores’: o sea, se dedicaba a trabajar como una mula: a limpiar, a coser, a barrer, a cocinar, a manejar la casa, a criar a los hijos; y en sus momentos de ocio la mujer escuchaba la radio y complementaba en tanto el salario familiar confeccionando pijamas. Esta canción se la dediqué a ella: fue una de mis primeras canciones, y está basada en una canción popular aragonesa, una canción de cuna que ella me cantaba para dormirme”. En se momento cantó con voz plena “Cançó de Bressol”, con traducción simultánea en la pantalla.
“De cartón piedra” llegó en representación de esas historias bizarras y románticas de las que Serrat ha hecho un estilo (en este caso, el amor por un maniquí que es distintas de “las otras”: “esas muñecas de abril / que me arañaron de frente y perfil”). “Tu nombre me sabe a hierba” pasó latinoamericana, con sabor a joropo venezolano con acordeón. También abordó “Es caprichoso el azar” en lucido dúo con Úrsula: “Además canta, y toca la viola”, celebró Joan Manuel la prístina voz de la damisela. Ese tramo cerró con “Hoy puede ser un gran día”, con algo de dembow centroamericano en la batería, para que don Ricard se ponga salsero en el piano; todo con un toque de humor, en las animaciones basadas en la Mona Lisa.
“Hace aproximadamente 50 años que yo escribí la canción que sigue, y la verdad es que pensaba en absoluto que después de cierto tiempo la canción perdería actualidad por las cosas que cuenta, confiando siempre más de lo que merece en la especie humana. Cuando escribí esta canción nadie hablaba de cambio climático (…) Eso va de los combustibles fósiles, de la contaminación de los ríos; de la contaminación de la tierra, del aire, del agujero de ozono, del efecto invernadero: esto es el cambio climático, un desastre. Apenas hemos empezado a tomar conciencia de la necesidad de cambiar nuestros hábitos, y de buscar un modelo de sociedad que funcione, si no queremos dejar a nuestros hijos, a nuestros nietos, un planeta cada día más enfermo. Todos sabemos que la cosa es grave, todos sabemos que es urgente tomar decisiones severas; pero sorprendentemente aquellos que tienen el poder, la fuerza, las posibilidades de poder llevarlo a cabo con la urgencia que amerita la cuestión, parece que no hay ninguna prisa por este lado. Yo le sugeriría a todos que tomase nota de la urgencia de la situación”
Con esa intro, el propio cantautor arrancó en la guitarra “Pare”, la anticipatoria canción en la que “el río ya no es el río”. Enganchó con “Mediterráneo”, orquestada en los sintes, ilustrada visualmente con postales de ambas costas del mar (incluyendo alguna patera de los inmigrantes de hoy).
En “Aquellas pequeñas cosas” cantó más susurrado y dejó corear al público, en una cita íntima de recuerdos que “acechan detrás de la puerta”. “Cantares” arribó más eléctrica, recordando cuando aquello de “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, de los versos de Antonio Machado.
Dejar el escenario
Llegó el momento de las últimas ovaciones, y el protagonista invitó a Miralles y Kitflus al frente, y después a toda la banda, para saludar. Alguien tiró una camiseta de Rosario Central (“¿La de Newells no la tiene nadie? Y, para emparejar…”, acotó), y se puso serio para el tramo final.
Muchas cosas tendría, admito, que decir y hablar, pero no voy a tirarme hablando de cosas que ya están más que sabidas, y al cabo los años hemos tenido suficientemente oportunidad para contrastarlas; hoy solamente les digo con mucho gusto: seguimos en el escenario. Yo personalmente estaría cantando hasta el amanecer, pero probablemente haría un papelón en un momento. Mejor no hacer papelones: mejor dejarlo con este buen sabor de boca que desde hace tantos años, he podido disfrutar. Respetable y querido público: ha sido un placer conocerles; ha sido un gusto pisar una vez más Rosario y poder gozar de su afecto. Un efecto del que pienso seguir gozando; seguramente no desde los escenarios, pero sí a pie de calle y a pie de vida: porque dejo de subirme a un escenario, pero no pienso dejar de vivir. Vaya, si es posible…”.
Con ese pie el catalán y los suyos abordaron “Esos locos bajitos” y la “Penélope” intensa de los últimos años, en algún punto heredera de sus reversiones por otros artistas (ahí está nuestro Diego Torres en la lista).
Ahí preguntó qué canción le estaban pidiendo para el cierre. “Muy bien, estamos de acuerdo. Lo entendí: las dos, vamos a hacer. Pero cuando me retire del escenario, no voy a volver a entrar: no voy a entrar en el juego divertido, simpático, amable y cariñoso que hemos jugado en otras oportunidades. Realmente es para mí un concierto muy especial, muy emotivo, en el que muchas cosas han pasado por mi cabeza a lo largo de él; muchos recuerdos muchos rostros, muchos momentos irrecuperables pero vividos. Y por tanto con mucho gusto me voy a despedir con estas canciones. Me voy a despedir y van a ser las últimas. No lo tomen como un desaire; es sencillamente que las emociones dan el orden de las cosas”.
Así arribaron a “Pueblo blanco”, con su tristeza y tensiones dramáticas entre fotos antiguas en sepia, de la España profunda. Y todo culminó en el trepidante ritmo de “Fiesta”, con su sabor a final. Serrat salió por el fondo de escenario a través del telón antes de que termine la canción, tal como había entrado. La fiesta había terminado por última vez, pero sin despedida final: el vínculo del artista quedó, como diría Bob Dylan, “flotando en el viento”.
El escenario ya recibía con un Telón de terciopelo rojo prolongado en un símil en la pantalla, presidida por la firma en del “Nano de Poble Sec” (“blanco sobre rojo”, diría Rodolfo Walsh en “Esa mujer”).
A las 21, en la fresca de la franca noche, Franco Luciani salió a ejercer de soporte nacional y rosarino, con una propuesta original: acompañado por la guitarra de Leonardo Andersen, abordó desde su celebrada armónica un repertorio que intercaló obras propias y composiciones del protagonista de la velada, Así mostró sus creaciones junto a relecturas de “Lucía” (con un espíritu a lo Toots Thielemans), “Romance de Curro el palmo” (en tiempo de zamba), “Vagabundear” (en forma de landó peruano), “Mediterráneo” (en aire de chacarera, una especie de cita entre Serrat y Hugo Díaz) y “Penélope” (en bossa nova).
Aquellos personajes
A las 21 45, la banda acompañante ganó el escenario, encabezada por los históricos arregladores de diferentes etapas de la carrera de Serrat: por un lado, el mítico Ricard Miralles, protagonista en los años mozos (como “La paloma” o “Dedicado a Antonio Machado, poeta”) en el piano y la dirección; por el otro, Josep Mas “Kitflus”, responsable de la sonoridad de grandes discos de madurez (como “Utopía” o “Sombras de la China”) en los sintetizadores. La formación se completa con Vicente Climent en batería, Raimon Ferrer en bajo y contrabajo, José Miguel Sagaste en saxos, flauta, clarinete y acordeón, Úrsula “Uixi” Amargós en viola y coros, y David Palau en guitarra y coros.
El arranque fue con “Dale que dale”, con sus coros “aflamencados”, y estalló la ovación cuando salió el solista: sacó y camisa oscuros y jeans, prendedor en forma de vaquita de San Antonio en el ojal; los brazos en alto, en saludo de campeón, las canas ralas despeinada por el viento persistente, retratado en plano americano en las pantallas laterales.
En su primera intervención, aprovechar para bromear con su propia finitud: “Qué gusto estar aquí esta noche, y poder agradecerles por acompañarme hoy como lo han hecho en tantas ocasiones a lo largo del tiempo. Gracias por compartir este concierto que dicen por ahí que es de despedida: no es el último, eh, aún me quedan algunos más con suerte. Pero en fin, como todo pudiera ocurrir, sepan que pueda ser que sí; ojalá que no, pero ¿quién sabe? (risas del público) (...) No crean, estoy emocionado y espero que con tanta ilusión y tanta energía que esto no va a ocurrir, de ninguna forma de forma que estén tranquilos, que no voy a dar ningún espectáculo. Pero por si acaso conserven ustedes el boleto: no les van a devolver la plata pase lo que pase; pero siempre tendrán la constancia de haber podido compartir un acto tan único al menos para mí”.
Ahí Miralles y Amargós abrieron un camino de melancolía inevitable, como es “Mi niñez”, pasando a “El carrusel del Furo” con la calesita en la pantalla y Serrat caminando el escenario, diciendo eso de “dos boletos por un duro” (de cuando España tenía la peseta, y no una moneda controlada desde Bruselas).
Entonces el Nano contó: “El Furo era mi abuelo, aunque en realidad se llamaba Manuel: eso del Furo era o es el apodo familiar; el mote, el otro nombre. Ese que ponen en los pueblos a cada familia, y que va pasando de generación en generación. Mi abuelo realmente no fue un feriante; mi abuelo era el secretario del Ayuntamiento de su pueblo; un hombre bueno, e instruido, al que su nieto hizo personaje protagonista de una de sus canciones”.
Y agregó: “Los personajes, queridos amigos, ya saben: no son ni de verdad, ni de mentira. A veces son fantasías con gotas de realidad, o a veces viceversa: realidades con mucho sabor a fantasía, por ejemplo, ustedes se acuerdan de aquella canción que escribí hace un tiempo: La mujer que yo quiero / no necesita / bañarse cada noche en agua bendita (entonando). No sé por qué dije que no necesitaba bañarse en agua bendita; es una absoluta obviedad que nadie necesita semejante borrinada: ni en bendita, ni en destilada ni en agua del Carmen. La verdad es que aquella buena mujer se bañaba, pero en gin tonic, como cualquier dama que se precie. Como la reina de Inglaterra” (ahí vino una humorada sobre el flamante Carlos III y los esfuerzos de la reina para soportar a su familia). “Alrededor de las canciones se mueve los personajes, y alrededor de los personajes mucha fantasía. Pero estarán de acuerdo conmigo en que todas y todos y todes seríamos mucho más pobres, estaríamos mucho más tristes sin las maravillosas criaturas y mentiras que nos regala la ficción”.
Se sentó en una silla para interpretar “Romance de Curro el palmo”: Una bailaora apareció en la pantalla (una Merceditas para Curro), mientras la canción crecía en la flauta, el saxo y las castañuelas de la percusión. De allí saltó a “Señora”, creación de cuando tenía edad para ser yerno y recordarles a las suegras la carne firme, y a “Lucía”: tristeza agradable apoyada en el piano, el acordeón, el contrabajo y la batería con escobillas.
El artista apeló a toda su simpatía y a hablar de futuro, en una noche que sin embargo recorrió todas las dimensiones de la nostalgia.
Canción y compromiso
Agarró la guitarra para interpretar “Hoy por ti, mañana por mí”; la canción que hizo junto a Joaquín Sabina, que retoma frases de obras anteriores (como “Te quiero”, con letra de Mario Benedetti). “No hago otra cosa que pensar en ti” llegó bien jazzística, y sobre ella reflexionó nuevamente, en este caso acerca de qué es una canción: “Es música y letra, de acuerdo; pero es música que habla, y letra que canta. No basta con la letra y con la música, para que exista una canción hace falta que de la unión de esta pareja nazca la emoción: siempre la emoción, solo la emoción. la emoción que contagia como ciertas historias que mágicamente llevamos metidas en la entretela del alma, como un milagro que nos acompaña, y que se está ahí siempre, por los siglos de los siglos en tanto estemos nosotros. Nuestra gratitud, la mía en especial al menos, para todos aquellos que consiguieron inventarse estas historias, que nos contagian emociones y que se nos meten ahí dentro”.
Ahí aprovechó para nombrar a los “arreglistas” que colaboraron con él, rematando en los dos presentes sobre el escenario, y a continuación presentar al resto del staff. “Algo personal”, con una atractiva animación en las visuales, cayó en un arreglo de dixieland o jazz tradicional, y el agregado en la letra de “nos la meten doblada”.
“Miguel Hernández fue un pastor de cabras: un niño al que su padre mandó pa’ la montaña con unas cuantas cabras. Allí pasó muchas horas de su niñez, y allí aprendió de manera casi autodidacta a leer y escribir. Y ese pastor de cabras terminó por ser un extraordinario poeta, comprometido con su gente y con su tiempo; un hombre sencillo y sensible que amaba la vida por encima de todas las cosas. Amaba la libertad y la vida, y ambas cosas se las arrebataron. Las ‘Nanas de la cebolla’ es uno de sus poemas a mi modo de ver más tremendos y extraordinarios; y es la respuesta a una carta que recibe en la cárcel: una carta de su mujer en la que le comunica que en casa no hay más que cebolla y pan. Y ella tiene que amamantar a un niño de ocho meses”. La música esos versos me la prestó mi amigo y compañero Alberto Cortez”. Y así pasaron la canción ceremoniosa, elaborada en torno al clarinete, la viola y la base de cuerdas en los teclados de Mas.
El momento Hernández pegó una subida con “Para la libertad”, ilustrada desde las visuales con murales del misterioso Banksy.
Madre y padre
Nací en Barcelona, en el barrio del Poble Sec, Pueblo Seco. Allí crecí, allí se forjaron las bases de eso que se llama ‘mi educación’. Siempre pensé que buena parte de lo que me movió en la vida lo aprendí en aquellas calles, parte de lo que me enseñaron mis maestros que fueron muy generosos y muy buenos; y de lo que vi en el ejemplo de mi familia. Mi padre era plomero; mi madre se dedicaba a aquello que eufemísticamente se documenta como ‘sus labores’: o sea, se dedicaba a trabajar como una mula: a limpiar, a coser, a barrer, a cocinar, a manejar la casa, a criar a los hijos; y en sus momentos de ocio la mujer escuchaba la radio y complementaba en tanto el salario familiar confeccionando pijamas. Esta canción se la dediqué a ella: fue una de mis primeras canciones, y está basada en una canción popular aragonesa, una canción de cuna que ella me cantaba para dormirme”. En se momento cantó con voz plena “Cançó de Bressol”, con traducción simultánea en la pantalla.
“De cartón piedra” llegó en representación de esas historias bizarras y románticas de las que Serrat ha hecho un estilo (en este caso, el amor por un maniquí que es distintas de “las otras”: “esas muñecas de abril / que me arañaron de frente y perfil”). “Tu nombre me sabe a hierba” pasó latinoamericana, con sabor a joropo venezolano con acordeón. También abordó “Es caprichoso el azar” en lucido dúo con Úrsula: “Además canta, y toca la viola”, celebró Joan Manuel la prístina voz de la damisela. Ese tramo cerró con “Hoy puede ser un gran día”, con algo de dembow centroamericano en la batería, para que don Ricard se ponga salsero en el piano; todo con un toque de humor, en las animaciones basadas en la Mona Lisa.
“Hace aproximadamente 50 años que yo escribí la canción que sigue, y la verdad es que pensaba en absoluto que después de cierto tiempo la canción perdería actualidad por las cosas que cuenta, confiando siempre más de lo que merece en la especie humana. Cuando escribí esta canción nadie hablaba de cambio climático (…) Eso va de los combustibles fósiles, de la contaminación de los ríos; de la contaminación de la tierra, del aire, del agujero de ozono, del efecto invernadero: esto es el cambio climático, un desastre. Apenas hemos empezado a tomar conciencia de la necesidad de cambiar nuestros hábitos, y de buscar un modelo de sociedad que funcione, si no queremos dejar a nuestros hijos, a nuestros nietos, un planeta cada día más enfermo. Todos sabemos que la cosa es grave, todos sabemos que es urgente tomar decisiones severas; pero sorprendentemente aquellos que tienen el poder, la fuerza, las posibilidades de poder llevarlo a cabo con la urgencia que amerita la cuestión, parece que no hay ninguna prisa por este lado. Yo le sugeriría a todos que tomase nota de la urgencia de la situación”
Con esa intro, el propio cantautor arrancó en la guitarra “Pare”, la anticipatoria canción en la que “el río ya no es el río”. Enganchó con “Mediterráneo”, orquestada en los sintes, ilustrada visualmente con postales de ambas costas del mar (incluyendo alguna patera de los inmigrantes de hoy).
En “Aquellas pequeñas cosas” cantó más susurrado y dejó corear al público, en una cita íntima de recuerdos que “acechan detrás de la puerta”. “Cantares” arribó más eléctrica, recordando cuando aquello de “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, de los versos de Antonio Machado.
Dejar el escenario
Llegó el momento de las últimas ovaciones, y el protagonista invitó a Miralles y Kitflus al frente, y después a toda la banda, para saludar. Alguien tiró una camiseta de Rosario Central (“¿La de Newells no la tiene nadie? Y, para emparejar…”, acotó), y se puso serio para el tramo final.
Muchas cosas tendría, admito, que decir y hablar, pero no voy a tirarme hablando de cosas que ya están más que sabidas, y al cabo los años hemos tenido suficientemente oportunidad para contrastarlas; hoy solamente les digo con mucho gusto: seguimos en el escenario. Yo personalmente estaría cantando hasta el amanecer, pero probablemente haría un papelón en un momento. Mejor no hacer papelones: mejor dejarlo con este buen sabor de boca que desde hace tantos años, he podido disfrutar. Respetable y querido público: ha sido un placer conocerles; ha sido un gusto pisar una vez más Rosario y poder gozar de su afecto. Un efecto del que pienso seguir gozando; seguramente no desde los escenarios, pero sí a pie de calle y a pie de vida: porque dejo de subirme a un escenario, pero no pienso dejar de vivir. Vaya, si es posible…”.
Con ese pie el catalán y los suyos abordaron “Esos locos bajitos” y la “Penélope” intensa de los últimos años, en algún punto heredera de sus reversiones por otros artistas (ahí está nuestro Diego Torres en la lista).
Ahí preguntó qué canción le estaban pidiendo para el cierre. “Muy bien, estamos de acuerdo. Lo entendí: las dos, vamos a hacer. Pero cuando me retire del escenario, no voy a volver a entrar: no voy a entrar en el juego divertido, simpático, amable y cariñoso que hemos jugado en otras oportunidades. Realmente es para mí un concierto muy especial, muy emotivo, en el que muchas cosas han pasado por mi cabeza a lo largo de él; muchos recuerdos muchos rostros, muchos momentos irrecuperables pero vividos. Y por tanto con mucho gusto me voy a despedir con estas canciones. Me voy a despedir y van a ser las últimas. No lo tomen como un desaire; es sencillamente que las emociones dan el orden de las cosas”.
Así arribaron a “Pueblo blanco”, con su tristeza y tensiones dramáticas entre fotos antiguas en sepia, de la España profunda. Y todo culminó en el trepidante ritmo de “Fiesta”, con su sabor a final. Serrat salió por el fondo de escenario a través del telón antes de que termine la canción, tal como había entrado. La fiesta había terminado por última vez, pero sin despedida final: el vínculo del artista quedó, como diría Bob Dylan, “flotando en el viento”.
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La delegación de “La Invencible”, con 96 preseas, obtuvo el primer puesto en el medallero de la competencia interprovincial disputada en Mar del Plata. El podio lo completaron Córdoba y Río Negro. Los deportistas santafesinos, que compitieron en 36 disciplinas, habían sido elegidos tras participar de todas las etapas de Santa Fe en Movimiento.
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