Terminó el partido. Ángel Di María en cuclillas y Lionel Messi de pie sufren la derrota.
Foto:Reuters.
Tumbamos en el momento menos esperado. La imagen descolorida, sin fútbol, sin ideas, sin actitud del segundo tiempo, fue el corolario de este batacazo, de este golpe al corazón que nos dieron los árabes, que resolvieron todo en ocho minutos con dos buenas definiciones y luego metieron mucho, corrieron demasiado, pegaron bastante (contaron con la complacencia del árbitro) y se aprovecharon de una Argentina totalmente apática, con un Messi ausente, contrariado en el segundo tiempo, sin entrar en juego y sin hacerse cargo de la situación.
Fue impensado por un montón de cosas, no sólo porque Arabia Saudita era el rival más accesible del grupo (a priori), sino porque el primer tiempo había mostrado otra cosa. Argentina tuvo casi todo a su favor: hizo el gol a los 10 minutos y le anularon tres por posiciones adelantadas que presagiaban lo que podía llegar a ocurrir en la medida en que se lograse un poco de rapidez en el último toque y el pique oportuno y no a destiempo para quedar mano a mano frente al buen arquero árabe.
Basta con repasar lo que había ocurrido en esas tres situaciones anuladas (una a Messi, muy finita y a través del VAR) y dos a Lautaro Martínez: la definición de los dos en las tres ocasiones había sido excelente. Era la fórmula: aprovechar el adelantamiento masivo de la línea de cuatro adversaria con el objetivo de tirar el offside, para burlarlo con una salida a tiempo y un toque rápido. Argentina ganaba bien sin jugar del todo bien. Pero era el único de los dos que mostraba peligrosidad, ante un rival que empezaba a entender que a la mayor jerarquía había que “buscarle la vuelta” por otro lado, corriendo y metiendo.
Cuando Al Shehri y Aldawsari, en sólo ocho minutos, metieron dos remates cruzados (uno abajo y el otro arriba) que fueron inatajables para Dibu Martínez, empezó otro partido. El Papu Gómez activo del primer tiempo, empezó a desnudar lógicas falencias a la hora de contener, que se trasladaron a un Tagliafico de mediocre partido. Y Scaloni movió el banco pero no encontró la fórmula. Lisandro Martínez, Julián Alvarez y Enzo Fernández a la cancha por el Cuti Romero, Papu Gómez y Paredes primero; más tarde, Acuña por Tagliafico.
Argentina se paró con dos 9 (Lautaro y Julián), más Di María y Acuña abriendo la cancha por los costados. A todo esto, Messi buscaba espacios y no los encontraba. La gran pregunta es: ¿habrá estado realmente bien para jugar?, ¿se habrá creído que Arabia no iba a tener la suficiente capacidad para anularlo?. No sé. La cuestión es que Leo sufrió el partido. No lo encontró casi nunca. Arrancó para “comerse” la cancha (lo hizo desparramar al arquero en la primera, ejecutó con maestría el penal y le anularon un gol porque tenía el hombro adelantado, pero luego de enorme definición). Sin Messi para que invente algo distinto, el único que provocaba algo de desequilibrio era Di María por derecha. La idea era abrir la cancha y tirar centros para los dos “9”, pero no fue eficaz la búsqueda. Y a todo esto, el juego fuerte de los árabes, el rápido retroceso que los hacía ganar en superioridad numérica en todos los sectores de la cancha, se encargaba del resto. Línea de cinco en el fondo, hacer tiempo ante cada situación de roce y una enorme disciplina y predisposición física para entender que al partido lo debían ganar corriendo, cosa que en definitiva terminó pasando.
Ese centro de Di María que cabeceó Julián Alvarez y motivó una brillante intervención del arquero árabe fue la última esperanza, desvanecida en las manos seguras del “1” rival. Final de la historia. Impensada, escrita con lágrimas de sangre y llena de preocupación para lo que se viene.
No creo que se haya pensado en que el partido era fácil, pero entiendo que la falta de atención en el comienzo del segundo tiempo, sumado a la ineptitud para quebrar a un rival entusiasta y corredor, son cuestiones a analizar, buscar los por qué y entender que a los dos partidos que vienen hay que jugarlos como finales del mundo, por más que recién la Copa esté en pañales. Arabia nos obliga a pensar así.
Fue impensado por un montón de cosas, no sólo porque Arabia Saudita era el rival más accesible del grupo (a priori), sino porque el primer tiempo había mostrado otra cosa. Argentina tuvo casi todo a su favor: hizo el gol a los 10 minutos y le anularon tres por posiciones adelantadas que presagiaban lo que podía llegar a ocurrir en la medida en que se lograse un poco de rapidez en el último toque y el pique oportuno y no a destiempo para quedar mano a mano frente al buen arquero árabe.
Basta con repasar lo que había ocurrido en esas tres situaciones anuladas (una a Messi, muy finita y a través del VAR) y dos a Lautaro Martínez: la definición de los dos en las tres ocasiones había sido excelente. Era la fórmula: aprovechar el adelantamiento masivo de la línea de cuatro adversaria con el objetivo de tirar el offside, para burlarlo con una salida a tiempo y un toque rápido. Argentina ganaba bien sin jugar del todo bien. Pero era el único de los dos que mostraba peligrosidad, ante un rival que empezaba a entender que a la mayor jerarquía había que “buscarle la vuelta” por otro lado, corriendo y metiendo.
Cuando Al Shehri y Aldawsari, en sólo ocho minutos, metieron dos remates cruzados (uno abajo y el otro arriba) que fueron inatajables para Dibu Martínez, empezó otro partido. El Papu Gómez activo del primer tiempo, empezó a desnudar lógicas falencias a la hora de contener, que se trasladaron a un Tagliafico de mediocre partido. Y Scaloni movió el banco pero no encontró la fórmula. Lisandro Martínez, Julián Alvarez y Enzo Fernández a la cancha por el Cuti Romero, Papu Gómez y Paredes primero; más tarde, Acuña por Tagliafico.
Argentina se paró con dos 9 (Lautaro y Julián), más Di María y Acuña abriendo la cancha por los costados. A todo esto, Messi buscaba espacios y no los encontraba. La gran pregunta es: ¿habrá estado realmente bien para jugar?, ¿se habrá creído que Arabia no iba a tener la suficiente capacidad para anularlo?. No sé. La cuestión es que Leo sufrió el partido. No lo encontró casi nunca. Arrancó para “comerse” la cancha (lo hizo desparramar al arquero en la primera, ejecutó con maestría el penal y le anularon un gol porque tenía el hombro adelantado, pero luego de enorme definición). Sin Messi para que invente algo distinto, el único que provocaba algo de desequilibrio era Di María por derecha. La idea era abrir la cancha y tirar centros para los dos “9”, pero no fue eficaz la búsqueda. Y a todo esto, el juego fuerte de los árabes, el rápido retroceso que los hacía ganar en superioridad numérica en todos los sectores de la cancha, se encargaba del resto. Línea de cinco en el fondo, hacer tiempo ante cada situación de roce y una enorme disciplina y predisposición física para entender que al partido lo debían ganar corriendo, cosa que en definitiva terminó pasando.
Ese centro de Di María que cabeceó Julián Alvarez y motivó una brillante intervención del arquero árabe fue la última esperanza, desvanecida en las manos seguras del “1” rival. Final de la historia. Impensada, escrita con lágrimas de sangre y llena de preocupación para lo que se viene.
No creo que se haya pensado en que el partido era fácil, pero entiendo que la falta de atención en el comienzo del segundo tiempo, sumado a la ineptitud para quebrar a un rival entusiasta y corredor, son cuestiones a analizar, buscar los por qué y entender que a los dos partidos que vienen hay que jugarlos como finales del mundo, por más que recién la Copa esté en pañales. Arabia nos obliga a pensar así.
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