Pablo Bigliardi
Marcelo Britos nació en mayo de 1970 en Rosario, según él un viernes a la madrugada. Tal como les pasó a varios niños de su generación, vivió momentos de zozobra en la última dictadura militar y atravesó la primera etapa de su niñez en soledad. Con el tiempo se daría cuenta de que estuvo hirviendo un caldo de cultivo, una cuna de sucesos determinantes, un punto de partida de su búsqueda para definirse como escritor.
“No puedo pensar a la dictadura como un proceso, porque yo tenía seis años, doce en la guerra de Malvinas y desde los trece tuve la suerte de vivir toda la primavera democrática que me incentivó a la militancia. Tengo recuerdos de estar en la terraza de mi casa con mi viejo y ver cómo los soldados bajaban de un camión y pintaban con brea en las paredes; también cuando se llevaron a los chicos de al lado de casa. Yo vivía en la calle Córdoba y Castellanos, estudiaban farmacia y el operativo del grupo de tareas bajó al pasillo desde mi terraza. El recuerdo es como esas fotografías de papel que no se sabe para qué están guardadas en un cajón, sé que son mías, pero no sé cómo contextualizarlas.
El resto de mi infancia creo que fui feliz en una casa que no propiciaba ningún tipo de felicidad: mi viejo era un tipo autoritario e infiel. Mi vieja solía descubrir sus trapisondas porque era muy desprolijo, había conflictos y se respiraba ese clima opresivo. Entonces mis juegos hasta los ocho años eran solitarios, no tenía amigos, pero después cuando en 1978 nos mudamos al barrio Echesortu, me encontré con las calles de tierra, con muchos pibes vecinos y ahí le agarré el gustito a la calle en donde pasaba casi el día entero huyendo de los quilombos que había en casa”.
El militante fiel
Marcelo aprendió en la institución “calle” a trabajar de lo que fuera para sobrevivir y ha dedicado su vida a la militancia involucrándose desde los 13 años. Su capacidad de transmitir entusiasmo, de articular grupos para miles de causas como entre otras, ayudar al otro, fue su norte pese a los cambios intensos que lo fueron moldeando hasta sentirse identificado definitivamente en una fuerza política.
“Como mi viejo nunca me daba guita, empecé a trabajar a los 10 años, en la bicicletería de Urbaneja, un vecino de Echesortu. Desde los 14 hasta los 18 años trabajaría con mi abuelo que me hacía hombrear bolsas de harina. Era un viejo explotador hijo de su madre. Tenía un depósito de harina: compraba al por mayor al molino y les vendía al por menor a las panaderías chicas. Luego de mozo en Salamanca, un bar para universitarios que estaba ubicado en Tucumán y San Martín. Más tarde trabajaría en la fotocopiadora de la Facultad de Derecho y después en un programa de alfabetización. Hice un curso de alfabetizador y fui a trabajar a la estación El Gaucho, que queda cerca de Puente Gallego, en la zona Sudoeste. Inicié el profesorado de Lengua y Literatura en el Instituto Olga Cossettini, en el año 1996, tenía 36 años e iba con pibitos de 18. Ahora soy profe en la secundaria. Más tarde haría los post grado en la Facultad de Humanidades y Artes, en Letras. Es una de las bendiciones de tener la Universidad pública porque podés ingresar a cualquier edad”.
-¿Y como militante por dónde empezaste?
-Iba a un colegio religioso que se llamaba San Francisco Solano, uno de los pocos en los que no se rendía examen de ingreso. Conocí amigos para siempre y ahí formamos el centro de estudiantes clandestino porque la escuela no nos dejaba. Todo fue armado por un pibe militante del partido comunista. Con el tiempo me eligieron delegado del curso a mí y a otro compañero e íbamos a las reuniones de la FRES, la Federación Rosarina de Estudiantes Secundarios que manejaba el Partido Comunista, en el que hice mis primeros años como militante. Después me hice alfonsinista en la Facultad de Abogacía e incluso fui conductor regional de la Franja Morada y presidente del Centro de Estudiantes. Cuando termina mi vida útil en el movimiento estudiantil ya tenía 28 años. Había dedicado mucho tiempo a la militancia. Era mi vida y me contenía, pero había descuidado la carrera y caí en una especie de crisis. Tenía en la cabeza el futuro como militante con berretines de finales políticos y darme cuenta de que estaba cumpliendo con un mandato fue como un derrumbe. Después llegaron todas las desilusiones, vino la caída del muro de Berlín, llegó la alianza, la crisis de 2001, que no me hizo dudar nunca de seguir militando, pero sí de los espacios en donde estaba. Creo que el problema del militante asumido es que en algún momento se vuelve un militante profesional. Empieza a olvidarse de lo que piensa y se adapta a situaciones que las instituciones obligan para seguir sobreviviendo en la política hasta enquistarse en el poder. Cuando llegó el Kirchnerismo sentí que hacía realidad todas las banderas que yo levantaba como estudiante y a diferencia de otros, fui fiel a lo que pensaba y milito hasta hoy en este partido. Hace más de veinte años que trabajo en el Concejo Deliberante de Rosario, empecé trabajando para Rafael Ielpi cuando era concejal, después fui jefe de la oficina de Defensa del Consumidor. Mas tarde laburaría para varios concejales hasta que pasé a planta permanente. Eso me facilitó que no renovara más contratos anuales y no me podía pelear con nadie porque necesitaba el trabajo y porque ya sentía más simpatía por el kirchnerismo que por el lugar en el que estaba militando. Ahora estoy en el bloque del Frente de Todos con Norma López, escribo proyectos ahí.
El escritor
-La pregunta del millón sería: ¿por qué o cómo fue que te hiciste escritor? Tratar de explicar esa pregunta suele ser un incordio. Escritor se nace, escritor se hace: fin. La veracidad ante respuestas posibles, es imposible. Las similitudes en la vida de Marcelo como escritor, se acercan a la del laburante, aquel que llega a tiempo luego del paso del tiempo, al darse cuenta de que había nacido en 1970, pero se descubrió como escritor y volvió a nacer y parió libros.
-Desde que era chico en esta cosa de jugar solo antes de los ocho años y por buscar escapes al clima familiar, inventaba historias. Cuando iba a dormir tenía una película para contarme. Yo era el protagonista, siempre me enamoraba de alguna pibita que me gustaba en el barrio y eran historias que tenían que terminar y había cierta rigurosidad y método. Me despertaba acordándome en dónde había quedado porque tenía que seguir a la noche incluso me acuerdo de casi todas esas historias inventadas. Cuando dejé la facultad y el movimiento estudiantil me agarró una locura por leer ficción que no pude largar más. Aun así me persigue como una especie de sombra, de preocupación por no haber leído todo, por ejemplo recién ahora estoy leyendo El nombre de la rosa de Humberto Eco y no me molesta. Y como a todo caballo al que le ponen las anteojeras, le di con todo y me dije: esto es lo mío, soy escritor. Scalona, Roberto Retamoso y Eduardo Danna, me ayudaron: que un gil de 28 años les diga: “mirá, quiero ser escritor”, con todas esas preguntas pavotas de no entender el oficio y que se tomaran el tiempo de decirme qué podía hacer, fue de una generosidad que no me voy a olvidar nunca.
-¿Y qué fue lo primero que escribiste?
-En el año 1998, escribí mi primer cuento, se llamaba El cíclope. Había leído la historia de unos pibes que vivían en las alcantarillas en Córdoba y aspiraban poxiran. Se me ocurre la historia de un policía que bajaba para matarlos, pagado por los comerciantes del barrio y como estaban drogados, creían que el policía era un cíclope porque bajaba con esas linternas en la cabeza como los mineros. Con ese cuento gané en el concurso de la Secretaría de la Universidad Nacional de Rosario. Me llegó una carta de la Secretaría de Cultura de la Universidad y yo creía que me había llegado un mensaje del Cervantes. Nunca fui a talleres literarios, pero mi amigo Marito me comentó que había vuelto de Europa Mario Trejo y que había abierto un taller literario. Lo que pasó fue que Trejo era un personaje muy particular, no tenía paciencia y lo entiendo, el tipo venía de reunirse con Bernardo Bertolucci y de repente estaba con Tatín, Marito y el Negro Daniel, leyendo las porquerías que escribíamos y el taller pasó a ser un grupo de ir a morfar los sábados. Nos llevábamos anotados diez libros para leer y un millón de ideas. Lo que yo venía leyendo hizo una conexión feliz con Mario, porque mis primeras lecturas fueron inesperadas o aleatorias y bajo la tutela de Mario leía autores que nunca me hubieran aparecido.
Publicaciones
“El primer libro que publiqué fue Los dogos, con prólogo de Mario Trejo, fue con la editorial Ciudad Gótica, un libro de siete cuentos. Después vino Alexandria, también de cuentos, con la Editorial de la Universidad Nacional del Litoral. Creo que fue el primer libro con algo interesante ahora que lo veo a la distancia. Con Empalme, mi primera novela, gané el Premio Municipal de Novela Manuel Musto. Fue un hito, ahí me la creí en serio, me dije bueno, por fin da frutos esto en este oficio difícil, porque es como remar en Nutella; se vive del muy pequeño mercado rosarino. Agrandar el público es complicado, no acompañan las políticas editoriales, no acompaña tampoco la idea de
crecer en Rosario. Entonces los invité a comer a mi viejo y a mi vieja con la guita del premio. Era todo un símbolo, incluso un tema de análisis porque invitás a tus viejos para mostrarles el resultado de la elección de ser escritor. Mi viejo estaba con los ojos llenos de lágrimas de emoción hasta que mi vieja dijo: 'mirá si fueras abogado'. Ambos fallecieron entre el 2012 y el 2013. Por supuesto me dejaron cosas lindas junto a una bolsita de neurosis que la vengo apechugando, pero no se va. Con mi viejo tuve una relación primero de miedo, después de bronca y con análisis y voluntad, fui trabajando ese vínculo. Fue el que más me bancó con mi elección de escritor porque él era medio bohemio, cantaba tangos y era socio de la academia porteña de lunfardo. Los momentos fuertes en mi recuento como escritor serían cuando gané el premio Sor Juana Inés de la Cruz, de México, con la novela Adónde van los caballos cuando mueren, y con el último libro El Aserradero, publicado por la Editorial de la UNR. Pero en lo que insisto es en la búsqueda. Porque más que me convenga el reconocimiento de ese caballito de batalla que ganó un premio internacional, no lo podría aceptar si no hubiera un lector que me dijera que la novela lo conmovió o le gustó. Porque todos sabemos que los premios son arbitrarios, circunstanciales, contextuales, no consideraría a mis novelas como un buen trabajo si no le gustó a nadie; no me serviría para lo que sigue. Para mí la literatura no puede estar sostenida por los autores, para mí se sostiene por los libros; los autores se mueren, la carne se degrada y el papel tarda más".
"Pasé por todas las etapas por la que pasamos los autores y autoras en este país, uno se cree que la clave es ser más leído o más publicado y construir una imagen como autor. Hoy a la distancia me doy cuenta de que siempre busqué como lector, el libro que me hiciera recordar a la última página, aquella que me había hecho sentir que era maravilloso escribir. Mi búsqueda es escribir una última página que conmueva. Sé que es casi imposible pero lo que importa es el proceso. Para llegar a confirmar esa idea tuve muchísimo tiempo de frustraciones, de laburo, de formación sobre todo y aun así sigo formándome".
*Pablo Bigliardi montó una biblioteca en su peluquería desde donde fomenta la lectura sugiriendo escritores tanto emergentes como conocidos a cuya obra también se las reseña en redes sociales o diarios y revistas culturales.