En la presentación de los Cuentos completos, el editor Héctor Izaguirre, Manauta y la entonces directora de EDUNER, María Elena Lothringer.
Redacción Mirador Entre Ríos
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Esta semana se cumplieron siete años de la muerte de Juan José Manauta, poeta, cuentista y novelista gualeyo, autor de “Las tierras blancas”, una obra absolutamente recomendable, Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores en 1956, que muestra (regístrese la época) las marcas del éxodo de los campesinos entrerrianos y el desarraigo que les produjo haber sido corridos por el latifundio y la miseria, un fenómeno que por otra parte jamás ha cesado.
La crítica destacó que se trataba de un texto con la estatura de un clásico, pese a que su autor estaba vivo. El reconocimiento que despertó fue notable. Los cinéfilos recordarán que “Las tierras blancas” fue adaptada para cine, en una versión que dirigió Hugo del Carril, y que se estrenara en blanco y negro naturalmente, el 1959.
De hecho, no fue el único premio importante al que accedió, pese a que -fiel al estilo entrerriano
que marcó una época- Manauta se mantuvo al margen de las modas literarias y los susurros del mercado propalados desde Buenos Aires. Un listado incompleto el Fray Mocho por “Colinas de Octubre”, en 1995, recibió el Diploma al Mérito que otorga la Fundación Kónex, el Premio Fondo Nacional de las Artes por “Cuentos para la dueña dolorida” y una segunda Faja de Honor de SADE por el libro de cuentos “Los degolladores”.
Compromiso
Sus historias, alejadas de todo panfletismo, revelan sin embargo un fuerte compromiso político y social con los oprimidos, los sin voz, los acallados.
“Nací en una escuela de alfabetización. Mi madre era la directora, y el gobierno de la provincia de Entre Ríos les daba merienda en la propia escuela a los chicos que venían a aprender a leer y a escribir. Yo tenía decenas de amigos, chicas y chicos. De ese modo, conocí desde mi infancia algunos perfiles de mi condición social. Vivíamos con el barrio pobre. Las tierras blancas son tierras erosionadas por las inundaciones. El agua se llevaba la parte fértil del suelo, lo que quedaba era la greda, esa tierra degradada, sucia. La casa escuela caló muy hondo, por eso es tan importante la memoria. La memoria afina las cosas, las estiliza y las valoriza. Es mucho más eficaz que la confrontación inmediata”.
En una de las tantas entrevistas que le realizaron Manauta parecía orgulloso de aquellos años y de esa vida, de la que tanto aprendió. “La escuela en la que vivía tenía una jurisdicción. Entonces mi madre y las dos o tres maestras que había en la escuela salían a censar a los chicos en edad escolar. Iban con toda la energía a un rancho y preguntaban casa por casa cuántos chicos había y qué edad tenían. La enseñanza era gratuita, laica y obligatoria. Los chicos en edad escolar tienen la obligación de ir a la escuela. Los padres decían que no, que cómo iban a ir si no tenían guardapolvos ni zapatillas. Lo importante, decía mi madre, era que, a la hora de comer, iban a comer. Esa fue mi infancia”.
Escuela de caracteres
Amigo de Carlos Mastronardi, Juan L. Ortiz y Amaro Villanueva, se recibió de Maestro en la Escuela Normal de Gualeguay pero en lugar de dar clases como su mamá, fue a estudiar letras a La Plata. El trabajo de su papá, almacenero, le ayudó a modelar una mirada que luego integró a la sensibilidad que su madre le inspiró.
En 2006, la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos publicó sus Cuentos completos, en una edición digna de mención. Pese a los galardones, Manauta siguió siendo el hombre sencillo de siempre, con las ideas bien en claro. “Nadie se imagina lo sabio que se convierte un chico que no come. Un chico con hambre, crece. Ahora se degeneran con los narcóticos, que por suerte en aquel tiempo no se conocían. Pero lo que un chico con hambre puede hacer, es terrible. Con uno tuve una discusión porque con una moneda que tenía yo quería comprar caramelos, y él fue y compró galletas. Él había comido aquella vez, pero no tenía la seguridad de volverlo a hacer. Hay que diferenciar el apetito con el hambre, el hambre no se satisface. Un chico hambriento, pobre, indigente sacia su apetito momentáneo. El hambre es la inseguridad, como sinónimo de temor, de no volver a comer”.
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Esta semana se cumplieron siete años de la muerte de Juan José Manauta, poeta, cuentista y novelista gualeyo, autor de “Las tierras blancas”, una obra absolutamente recomendable, Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores en 1956, que muestra (regístrese la época) las marcas del éxodo de los campesinos entrerrianos y el desarraigo que les produjo haber sido corridos por el latifundio y la miseria, un fenómeno que por otra parte jamás ha cesado.
La crítica destacó que se trataba de un texto con la estatura de un clásico, pese a que su autor estaba vivo. El reconocimiento que despertó fue notable. Los cinéfilos recordarán que “Las tierras blancas” fue adaptada para cine, en una versión que dirigió Hugo del Carril, y que se estrenara en blanco y negro naturalmente, el 1959.
De hecho, no fue el único premio importante al que accedió, pese a que -fiel al estilo entrerriano
que marcó una época- Manauta se mantuvo al margen de las modas literarias y los susurros del mercado propalados desde Buenos Aires. Un listado incompleto el Fray Mocho por “Colinas de Octubre”, en 1995, recibió el Diploma al Mérito que otorga la Fundación Kónex, el Premio Fondo Nacional de las Artes por “Cuentos para la dueña dolorida” y una segunda Faja de Honor de SADE por el libro de cuentos “Los degolladores”.
Compromiso
Sus historias, alejadas de todo panfletismo, revelan sin embargo un fuerte compromiso político y social con los oprimidos, los sin voz, los acallados.
“Nací en una escuela de alfabetización. Mi madre era la directora, y el gobierno de la provincia de Entre Ríos les daba merienda en la propia escuela a los chicos que venían a aprender a leer y a escribir. Yo tenía decenas de amigos, chicas y chicos. De ese modo, conocí desde mi infancia algunos perfiles de mi condición social. Vivíamos con el barrio pobre. Las tierras blancas son tierras erosionadas por las inundaciones. El agua se llevaba la parte fértil del suelo, lo que quedaba era la greda, esa tierra degradada, sucia. La casa escuela caló muy hondo, por eso es tan importante la memoria. La memoria afina las cosas, las estiliza y las valoriza. Es mucho más eficaz que la confrontación inmediata”.
En una de las tantas entrevistas que le realizaron Manauta parecía orgulloso de aquellos años y de esa vida, de la que tanto aprendió. “La escuela en la que vivía tenía una jurisdicción. Entonces mi madre y las dos o tres maestras que había en la escuela salían a censar a los chicos en edad escolar. Iban con toda la energía a un rancho y preguntaban casa por casa cuántos chicos había y qué edad tenían. La enseñanza era gratuita, laica y obligatoria. Los chicos en edad escolar tienen la obligación de ir a la escuela. Los padres decían que no, que cómo iban a ir si no tenían guardapolvos ni zapatillas. Lo importante, decía mi madre, era que, a la hora de comer, iban a comer. Esa fue mi infancia”.
Escuela de caracteres
Amigo de Carlos Mastronardi, Juan L. Ortiz y Amaro Villanueva, se recibió de Maestro en la Escuela Normal de Gualeguay pero en lugar de dar clases como su mamá, fue a estudiar letras a La Plata. El trabajo de su papá, almacenero, le ayudó a modelar una mirada que luego integró a la sensibilidad que su madre le inspiró.
En 2006, la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos publicó sus Cuentos completos, en una edición digna de mención. Pese a los galardones, Manauta siguió siendo el hombre sencillo de siempre, con las ideas bien en claro. “Nadie se imagina lo sabio que se convierte un chico que no come. Un chico con hambre, crece. Ahora se degeneran con los narcóticos, que por suerte en aquel tiempo no se conocían. Pero lo que un chico con hambre puede hacer, es terrible. Con uno tuve una discusión porque con una moneda que tenía yo quería comprar caramelos, y él fue y compró galletas. Él había comido aquella vez, pero no tenía la seguridad de volverlo a hacer. Hay que diferenciar el apetito con el hambre, el hambre no se satisface. Un chico hambriento, pobre, indigente sacia su apetito momentáneo. El hambre es la inseguridad, como sinónimo de temor, de no volver a comer”.
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El joven entrenador rosarino fue presentado este lunes por el presidente Ignacio Astore y el director deportivo Ruben Capria. “Llego en un momento complejo, pero siento que siempre me preparé para esta oportunidad, que es la más grande de mi carrera”, dijo. Este martes observará el duelo contra Independiente desde un palco y luego toma las riendas del plantel.
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