Fue conocida en sus inicios como la hermana de Victoria Ocampo y la esposa de Adolfo Bioy Casares, pero sus libros la llevarían a ingresar al canon literario. Foto: Gentileza.
Lucía Dozo
“Siempre me fascinó la metamorfosis. ¿No te parece maravilloso que una cosa cambie y se transforme en otra? Yo acepto esos cambios. Hay gente que los rechaza. Yo no. Me gusta ver cómo una cosa se hace otra; tiene algo de monstruoso y de mágico”, decía en los años ’70 Silvina Ocampo, entrevistada por el diario La Nación. Enigmática y cultora de un bajo perfil -Silvina eligió mantenerse en la periferia de las cosas-, se transformó después de su muerte en una de las escritoras más prestigiosas de la literatura argentina. En diciembre de 2021 se cumplieron 28 años de su partida.
Fue conocida en sus inicios como la hermana de Victoria Ocampo y la esposa de Adolfo Bioy Casares, pero sus libros, portadores de una fantasía única y extraña, la llevarían a ingresar, aunque de modo tardío, al canon literario; recientemente, al ser traducida al inglés, “The New York Review of Books” la señaló como “una de las grandes maestras del cuento del siglo XX”.
Silvina Ocampo nació el 28 de julio de 1903 en Buenos Aires. Fue la menor de las seis hijas de Manuel Silvio Cecilio Ocampo y Ramona Aguirre Herrera. Su familia pertenecía a la alta burguesía, hecho que le permitió tener una formación muy completa, con tres institutrices (una francesa y dos inglesas), un profesor de español y otro de italiano, de manera tal que las seis hermanas aprendieron a leer en inglés y francés antes que en español. Esta formación trilingüe influiría posteriormente en su escritura.
Un hecho que marcó su infancia fue la muerte de su hermana Clara, de 11 años, cuando Silvina tenía tan solo 6. De chica, Silvina no escribía, pintaba (más adelante sería alumna, en París, de Giorgio de Chirico). Fue, además, la única de las hermanas Ocampo que se sintió atraída por el mundo de la servidumbre del que vivía rodeada. Iba frecuentemente al último piso de su casa, donde estaban las dependencias de servicio, y pasaba mucho tiempo en el lugar, ayudando en los quehaceres domésticos como planchar o arreglar ropa.
“Gran parte de la literatura de Silvina Ocampo parece contenida ahí: en la infancia, en las dependencias de servicio. De ahí parecen venir sus cuentos protagonizados por niños crueles, niños asesinos, niños asesinados, niños suicidas, niños abusados, niños pirómanos, niños perversos, niños que no quieren crecer, niños que nacen viejos, niñas brujas, niñas videntes; sus cuentos protagonizados por peluqueras, por costureras, por institutrices, por adivinas, por jorobados, por perros embalsamados, por planchadoras. Su primer libro de cuentos, ‘Viaje olvidado’ (1937), es su infancia deformada y recreada por la memoria; ‘Invenciones del recuerdo’, su libro póstumo, de 2006, es una autobiografía infantil. No hay período que la fascine más; no hay época que le interese tanto”, cuenta la escritora argentina Mariana Enríquez en el libro “La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo”, publicado en 2018.
En el año 1932 conoció a Adolfo Bioy Casares, con quien se casó en 1940. La relación entre ambos no fue fácil de “clasificar” desde el afuera de la época. Hay quienes describieron a Ocampo como víctima (Bioy, abiertamente, tenía amantes) pero otros, como Ernesto Montequin, han rechazado este retrato: “Eso la pone en un lugar de minusválida. La relación con Bioy fue muy compleja; ella tuvo una vida amorosa bastante plena (...). La relación con Bioy podía hacerla sufrir, pero también la inspiraba”. En 1954 nació Marta, hija extramatrimonial de Bioy, a quien Silvina crió como si fuera propia. Permanecieron juntos hasta su muerte.
“El más común de los lugares comunes sobre Silvina Ocampo es considerar que quedó a la sombra, oscurecida, empequeñecida por su hermana Victoria, su marido, el escritor Adolfo Bioy Casares, y el mejor amigo de su marido, Jorge Luis Borges. Que la opacaron. Pero es posible que la posición de Silvina haya sido más compleja. Quienes la admiran fervorosamente decretan que sin duda fue ella quien eligió ese segundo plano. Dicen que desde allí podía controlar mejor aquello que deseaba controlar. Que nunca le interesó la vida pública sino, más bien, tener una vida privada libre y lo menos escrutada posible. Que, en definitiva, ella inventó su misterio para no tener que dar explicaciones”, detalla Enríquez en “La hermana menor”.
Rodeada de esas tres grandes personalidades, Silvina eligió un segundo plano y desde ese lugar desarrolló una extensa e interesante obra literaria que, al igual que su figura, resultaría clave en la escena literaria argentina.
Legado literario
En 1937 publicó su primer libro de cuentos, el ya mencionado “Viaje olvidado”. Compuesto por relatos breves (la mayoría no supera las dos páginas), el libro fue reseñado por Victoria Ocampo en la revista “Sur”, donde señaló las marcas autobiográficas de los cuentos y le reprochó el haber “distorsionado” esos recuerdos de infancia. “Sur” jugó un rol fundacional en la vida de Silvina: allí aparecieron sus primeros cuentos, poemas y traducciones, y allí también se conformó un grupo de escritores a modo de estrecho círculo de afinidades electivas de Silvina, como Borges y J.R. Wilcock, además de Bioy.
A pesar de las primeras críticas negativas de “Viaje olvidado”, el libro pasó a ser considerado un texto fundamental dentro de la obra de la escritora, en el que ya aparecen los rasgos y temas que caracterizan su escritura, y que iría desarrollando y perfeccionando en libros posteriores. Unos años más tarde colaboró con Borges y Bioy en la preparación de dos antologías: “Antología de la literatura fantástica” (1940), con prólogo de Bioy, y “Antología poética argentina” (1941). En 1942 aparecieron dos poemarios, “Enumeración de la patria” y “Espacios métricos”; a partir de entonces, alternó la narrativa con la poesía.
En 1948 publicó “Autobiografía de Irene”, cuentos donde, según advirtiera la crítica, se percibe la influencia de Borges y Bioy. El libro tampoco tuvo demasiada repercusión al momento de su aparición. Dos años antes había escrito con Bioy la novela policial “Los que aman, odian”.
Tras varios años de publicar únicamente poesía (“Los sonetos del jardín”, “Poemas de amor desesperado”, “Los nombres”, que obtuvo el Premio Nacional de Poesía), volvió al cuento en 1959 con “La furia”, libro publicado por la editorial Sur con el que finalmente obtuvo cierto reconocimiento. Suele considerarse este el momento en que Ocampo alcanza la plenitud de su estilo y del tratamiento de sus temas.
La década de 1960 sería algo menos activa en cuanto a presencia editorial, ya que solo publicó el volumen de cuentos “Las invitadas” (1961) y el poemario “Lo amargo por dulce” (1962). En contraste, la década de 1970 fue algo más fecunda: aparecieron los poemas de “Amarillo celeste”, “Árboles de Buenos Aires” y “Canto escolar”, los cuentos de “Los días de la noche” y una serie de cuentos infantiles: “El cofre volante”, “El tobogán”, “El caballo alado” y “La naranja maravillosa”.
La publicación de sus dos últimos libros, “Y así sucesivamente” (1987) y “Cornelia frente al espejo” (1988), coincidió con la aparición del mal de Alzheimer, que fue mermando sus facultades hasta dejarla postrada durante sus tres últimos años.
De manera póstuma aparecieron volúmenes que recogían textos inéditos, desde poesías hasta novelas cortas. Así, en 2006 se publicaron “Invenciones del recuerdo” (una autobiografía escrita en verso libre, que mencionamos inicialmente) y “Las repeticiones”, una colección de cuentos inéditos que incluye dos novelas cortas, “El vidente” y “Lo mejor de la familia”. En 2007 se publicó por primera vez en Argentina la novela “La torre sin fin” y en 2008 apareció “Ejércitos de la oscuridad”, volumen que recoge textos varios. Todo el material fue editado entonces por editorial Sudamericana, que también reeditó algunas de sus colecciones de cuentos. En 2010 se publicó “La promesa”, una novela que la escritora comenzó alrededor de 1963 y que, con largas interrupciones y reescrituras, terminó entre 1988 y 1989, apremiada por su enfermedad.
Silvina murió a los 90 años, en Buenos Aires, el 14 de diciembre de 1993, y fue sepultada en la cripta familiar de los Ocampo en el cementerio de la Recoleta.
“Siempre me fascinó la metamorfosis. ¿No te parece maravilloso que una cosa cambie y se transforme en otra? Yo acepto esos cambios. Hay gente que los rechaza. Yo no. Me gusta ver cómo una cosa se hace otra; tiene algo de monstruoso y de mágico”, decía en los años ’70 Silvina Ocampo, entrevistada por el diario La Nación. Enigmática y cultora de un bajo perfil -Silvina eligió mantenerse en la periferia de las cosas-, se transformó después de su muerte en una de las escritoras más prestigiosas de la literatura argentina. En diciembre de 2021 se cumplieron 28 años de su partida.
Fue conocida en sus inicios como la hermana de Victoria Ocampo y la esposa de Adolfo Bioy Casares, pero sus libros, portadores de una fantasía única y extraña, la llevarían a ingresar, aunque de modo tardío, al canon literario; recientemente, al ser traducida al inglés, “The New York Review of Books” la señaló como “una de las grandes maestras del cuento del siglo XX”.
Silvina Ocampo nació el 28 de julio de 1903 en Buenos Aires. Fue la menor de las seis hijas de Manuel Silvio Cecilio Ocampo y Ramona Aguirre Herrera. Su familia pertenecía a la alta burguesía, hecho que le permitió tener una formación muy completa, con tres institutrices (una francesa y dos inglesas), un profesor de español y otro de italiano, de manera tal que las seis hermanas aprendieron a leer en inglés y francés antes que en español. Esta formación trilingüe influiría posteriormente en su escritura.
Un hecho que marcó su infancia fue la muerte de su hermana Clara, de 11 años, cuando Silvina tenía tan solo 6. De chica, Silvina no escribía, pintaba (más adelante sería alumna, en París, de Giorgio de Chirico). Fue, además, la única de las hermanas Ocampo que se sintió atraída por el mundo de la servidumbre del que vivía rodeada. Iba frecuentemente al último piso de su casa, donde estaban las dependencias de servicio, y pasaba mucho tiempo en el lugar, ayudando en los quehaceres domésticos como planchar o arreglar ropa.
“Gran parte de la literatura de Silvina Ocampo parece contenida ahí: en la infancia, en las dependencias de servicio. De ahí parecen venir sus cuentos protagonizados por niños crueles, niños asesinos, niños asesinados, niños suicidas, niños abusados, niños pirómanos, niños perversos, niños que no quieren crecer, niños que nacen viejos, niñas brujas, niñas videntes; sus cuentos protagonizados por peluqueras, por costureras, por institutrices, por adivinas, por jorobados, por perros embalsamados, por planchadoras. Su primer libro de cuentos, ‘Viaje olvidado’ (1937), es su infancia deformada y recreada por la memoria; ‘Invenciones del recuerdo’, su libro póstumo, de 2006, es una autobiografía infantil. No hay período que la fascine más; no hay época que le interese tanto”, cuenta la escritora argentina Mariana Enríquez en el libro “La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo”, publicado en 2018.
En el año 1932 conoció a Adolfo Bioy Casares, con quien se casó en 1940. La relación entre ambos no fue fácil de “clasificar” desde el afuera de la época. Hay quienes describieron a Ocampo como víctima (Bioy, abiertamente, tenía amantes) pero otros, como Ernesto Montequin, han rechazado este retrato: “Eso la pone en un lugar de minusválida. La relación con Bioy fue muy compleja; ella tuvo una vida amorosa bastante plena (...). La relación con Bioy podía hacerla sufrir, pero también la inspiraba”. En 1954 nació Marta, hija extramatrimonial de Bioy, a quien Silvina crió como si fuera propia. Permanecieron juntos hasta su muerte.
“El más común de los lugares comunes sobre Silvina Ocampo es considerar que quedó a la sombra, oscurecida, empequeñecida por su hermana Victoria, su marido, el escritor Adolfo Bioy Casares, y el mejor amigo de su marido, Jorge Luis Borges. Que la opacaron. Pero es posible que la posición de Silvina haya sido más compleja. Quienes la admiran fervorosamente decretan que sin duda fue ella quien eligió ese segundo plano. Dicen que desde allí podía controlar mejor aquello que deseaba controlar. Que nunca le interesó la vida pública sino, más bien, tener una vida privada libre y lo menos escrutada posible. Que, en definitiva, ella inventó su misterio para no tener que dar explicaciones”, detalla Enríquez en “La hermana menor”.
Rodeada de esas tres grandes personalidades, Silvina eligió un segundo plano y desde ese lugar desarrolló una extensa e interesante obra literaria que, al igual que su figura, resultaría clave en la escena literaria argentina.
Legado literario
En 1937 publicó su primer libro de cuentos, el ya mencionado “Viaje olvidado”. Compuesto por relatos breves (la mayoría no supera las dos páginas), el libro fue reseñado por Victoria Ocampo en la revista “Sur”, donde señaló las marcas autobiográficas de los cuentos y le reprochó el haber “distorsionado” esos recuerdos de infancia. “Sur” jugó un rol fundacional en la vida de Silvina: allí aparecieron sus primeros cuentos, poemas y traducciones, y allí también se conformó un grupo de escritores a modo de estrecho círculo de afinidades electivas de Silvina, como Borges y J.R. Wilcock, además de Bioy.
A pesar de las primeras críticas negativas de “Viaje olvidado”, el libro pasó a ser considerado un texto fundamental dentro de la obra de la escritora, en el que ya aparecen los rasgos y temas que caracterizan su escritura, y que iría desarrollando y perfeccionando en libros posteriores. Unos años más tarde colaboró con Borges y Bioy en la preparación de dos antologías: “Antología de la literatura fantástica” (1940), con prólogo de Bioy, y “Antología poética argentina” (1941). En 1942 aparecieron dos poemarios, “Enumeración de la patria” y “Espacios métricos”; a partir de entonces, alternó la narrativa con la poesía.
En 1948 publicó “Autobiografía de Irene”, cuentos donde, según advirtiera la crítica, se percibe la influencia de Borges y Bioy. El libro tampoco tuvo demasiada repercusión al momento de su aparición. Dos años antes había escrito con Bioy la novela policial “Los que aman, odian”.
Tras varios años de publicar únicamente poesía (“Los sonetos del jardín”, “Poemas de amor desesperado”, “Los nombres”, que obtuvo el Premio Nacional de Poesía), volvió al cuento en 1959 con “La furia”, libro publicado por la editorial Sur con el que finalmente obtuvo cierto reconocimiento. Suele considerarse este el momento en que Ocampo alcanza la plenitud de su estilo y del tratamiento de sus temas.
La década de 1960 sería algo menos activa en cuanto a presencia editorial, ya que solo publicó el volumen de cuentos “Las invitadas” (1961) y el poemario “Lo amargo por dulce” (1962). En contraste, la década de 1970 fue algo más fecunda: aparecieron los poemas de “Amarillo celeste”, “Árboles de Buenos Aires” y “Canto escolar”, los cuentos de “Los días de la noche” y una serie de cuentos infantiles: “El cofre volante”, “El tobogán”, “El caballo alado” y “La naranja maravillosa”.
La publicación de sus dos últimos libros, “Y así sucesivamente” (1987) y “Cornelia frente al espejo” (1988), coincidió con la aparición del mal de Alzheimer, que fue mermando sus facultades hasta dejarla postrada durante sus tres últimos años.
De manera póstuma aparecieron volúmenes que recogían textos inéditos, desde poesías hasta novelas cortas. Así, en 2006 se publicaron “Invenciones del recuerdo” (una autobiografía escrita en verso libre, que mencionamos inicialmente) y “Las repeticiones”, una colección de cuentos inéditos que incluye dos novelas cortas, “El vidente” y “Lo mejor de la familia”. En 2007 se publicó por primera vez en Argentina la novela “La torre sin fin” y en 2008 apareció “Ejércitos de la oscuridad”, volumen que recoge textos varios. Todo el material fue editado entonces por editorial Sudamericana, que también reeditó algunas de sus colecciones de cuentos. En 2010 se publicó “La promesa”, una novela que la escritora comenzó alrededor de 1963 y que, con largas interrupciones y reescrituras, terminó entre 1988 y 1989, apremiada por su enfermedad.
Silvina murió a los 90 años, en Buenos Aires, el 14 de diciembre de 1993, y fue sepultada en la cripta familiar de los Ocampo en el cementerio de la Recoleta.
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La delegación de “La Invencible”, con 96 preseas, obtuvo el primer puesto en el medallero de la competencia interprovincial disputada en Mar del Plata. El podio lo completaron Córdoba y Río Negro. Los deportistas santafesinos, que compitieron en 36 disciplinas, habían sido elegidos tras participar de todas las etapas de Santa Fe en Movimiento.
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