Se llama Antonio Vigón

Un kayakista remó 115 días el Paraná y quedó desolado por las quemas

"No quedan montes altos, apenas algunos bajos, de 20 años, está todo el humedal pelado, deforestado por las quemas", advirtió. Su remada comenzó en octubre en los Esteros del Iberá y terminó este lunes en el Tigre. Le pasó de todo, hasta fue atacado por chanchos.

31-01-2022 | 18:59 |

Travesía. Aquí, en el arroyo del Medio, prácticamente tapado. Esto es en el límite de las provincias de Santa Fe y Buenos Aires (Villa Constitución - San Nicolás).
Foto:Gentileza

Un kayakista remó gran parte del río Paraná en su tramo argentino, desde los Esteros del Iberá hasta su desembocadura en el Río de la Plata. Tras la odisea describió un paisaje desolador producto las quemas de las islas. Antonio Vigón, de 58 años, partió sin apuro el 8 de octubre del año pasado desde el humedal correntino, atravesó miles de localidades en una experiencia que -dice- le cambió la vida y arribó a la guardería a donde deja su kayak, en el Tigre (Buenos Aires) este lunes 31 de enero. Allí lo esperaba su madre, para cargar todo en su auto y llegar finalmente a casa. Antes, le pasó de todo.

 

Refugio. Una noche de descanso en la isla Dos Hermanas (Uruguay). Foto: Gentileza

 

Una semana antes de arribar al Tigre, Antonio estuvo varios días en su carpa gastada de tanto armarla y desarmarla, alojado en el Club de Remo y Náutica Belén de Escobar, sobre el río Paraná Las Palmas. "Estoy relajado", le contó a El Litoral el lunes 24 de enero en una conversación telefónica, antes de zarpar nuevamente hacia su destino. A ese club había llegado el viernes 21, para descansar durante el penúltimo fin de semana de su larga travesía a remo por el Paraná. Y tres días más tarde zarpó nuevamente para terminar su derrotero.

 

 

 

"Los planes los decidieron las lluvias, porque iba a continuar río abajo pero ante el temporal decidí quedarme acá", contó el kayakista. Así fue todo su viaje, con una planificación mínima, sin fechas, compromisos, ni urgencias. Siempre tratando de escapar de la civilización, en busca la soledad en lo agreste.

 

 

En Santa Fe

Esos valores fueron los que transmitió el kayakista en oportunidad de su paso por Santa Fe. Antonio había pasado por esta ciudad a principios de noviembre. Su viaje fue también una búsqueda interior y una manera de vivir: sin prisa, en contacto con la naturaleza y consigo. Pleno. Aquellos días Antonio había armado su carpa bajo un árbol en el Club de Caza y Pesca, sobre el río Colastiné, a donde recibió alojamiento de cortesía. Pasó un par de días de lluvia e intercambió experiencias con kayakistas locales durante un asado al que agregó sus verduras (es vegetariano), hasta que salió nuevamente el sol y continuó su viaje rumbo al sur.

 

-A modo de balance, ¿qué recogés de esta experiencia?

-Primero, el kayak no es una casita. O sea, no da para vivir en un kayak. Todos los días tenés que armarlo y desarmarlo. Esa es una de las grandes complicaciones que tiene. Si bien tenés capacidad para llevar la carpa (un iglú) y todo lo necesario, armarlo y desarmarlo es agotador y se torna fastidioso.

 

-¿Estás arrepentido?

-Nooo, arrepentido no. Pero no lo volvería a hacer por tantos días.

Es que fueron casi cuatro meses de remo y carpa. Un total exacto de 115 días, con lluvias y sobre el final del viaje una agobiante ola de calor en enero. "Son días bravos, porque tenés que meterte adentro de la carpa para guarecerte de la lluvia intensa, te morís de calor y se te agota la batería del celular, quedás incomunicado", relató.

 

Isla arrasada

Semejante esfuerzo le permitió ser testigo de las angustiantes quemas de las islas del Paraná. "Entre Ríos está quemada", sentenció Antonio. "No quedan montes altos, apenas algunos bajos, de 20 años, está todo el humedal pelado, deforestado".

 

Esa deforestación es la que impide la presencia de la humedad necesaria que propicia las lluvias. Antonio lo sabe bien: "La selva tiene 70 por ciento de humedad -dijo-. Cualquier semilla que cae, germina. Un bosque tiene 21 por ciento de humedad. Y si encima se deforesta no hay humedad. Entonces la consecuencia es lo que está pasando. No es gratis quemar", afirmó. "Estamos sufriendo las consecuencias de lo que hicieron".

 

Si bien "no existen mediciones de humedad en la zona del delta" que puedan ratificar esos porcentajes que menciona Antonio, lo cierto es que "la falta de humedad es un hecho", aportó la doctora en Ciencias Agrarias y Lic. en Genética, Graciela Klekailo, ante la consulta de El Litoral. Aunque "no está medido cuánto cambia el patrón de precipitaciones en virtud de la eliminación de la vegetación producto de las quemas", insistió.

 

Es que "perder masa de vegetación produce un cambio del régimen local de precipitaciones", explicó Klekailo, desde la Facultad de Ciencias Agrarias de Rosario. Porque "Lo que hace la vegetación cuando transpira es devolver agua a la atmósfera, la que luego es precipitada".

 

 

Río seco

Todo ello es lo que observó Antonio en su remada por el Paraná. Isla quemada, falta de vegetación y sus consecuencias. La bajante histórica del río Paraná -que comenzó su tercer año consecutivo- fue otro factor determinante en la travesía del kayakista. Hubo días en los que debió retroceder en su rumbo porque los arroyos y lagunas estaban tapiados o se habían secado. Eso fue lo que le ocurrió, por ejemplo, sobre el arroyo Careaga, entre las lagunas Grande y Recalde. "Ambas estaban secas y tuve que regresar para agarrar otro camino a Victoria", contó.

 

 

Ataque sorpresa

Entre las peripecias que tuvo que atravesar Antonio "no hay nada dramático", dijo. Y contó luego una anécdota que terminó siendo risueña. El día que unos chanchos en una isla le robaron los alimentos y le comieron hasta el asiento del kayak. "Ese día me salvó una gente que acampaba ahí cerca y me llevaron hasta Gualeguay, a donde pude coser el asiento y reponer víveres", recordó.

 

En ese sentido, lo que destacó el kayakista fue la amabilidad de la gente, en cada punto a donde arribó durante su viaje para descansar. Eso no deja de sorprenderlo y le colma el alma. "Tuve mucha ayuda de la gente", dijo. Y contó la historia del día que en medio de la nada pasó a remo junto a un rancho isleño y le tendieron una mano. "Fue en el Paraná Pavón. Pasé frente al rancho y un hombre me vio pasar, se asomó y salió a buscarme en su bote -contó-. Me alcanzó unos 200 metros río abajo y me dijo:

 

-Ahora el río gira y te vas a comer el viento de frente durante muchos kilómetros. Quedate a dormir en casa.

 

Para mi fue algo insólito. No me lo esperaba y no supe qué contestarle, hasta que entendí que era lo correcto. Fui para su casa y entré a un rancho con paredes de chapa y piso de tierra. El hombre no tenía nada y me estaba dando todo". El pescador se llama Carlos Cardozo. Vive allí junto a sus tres hijos, a kilómetros de la ciudad, en medio del humedal. "Uno de sus hijos me cedió su cama para dormir aquella noche. Quedé muy movilizado -confesó Antonio-. Lo único que tenía era un paquete de arroz y se lo dejé, a modo de agradecimiento", contó. "Durante el viaje recibí más de lo que esperaba", reflexionó.

 

Es que "la gente te mide", dijo el kayakista. "Te ve solo, nota que estás muy quemado por el sol y no duda de que estás viajando desde hace mucho tiempo, y de forma automática te pregunta qué te falta, en qué te puedo ayudar. Eso me sorprendió siempre de la gente".

 

-Antonio, ¿sos el mismo tipo que partió a remo el 8 de octubre pasado?

-No, pienso que cambié la frecuencia. La vida que traía, de un tipo de ciudad, ese pensamiento se fue. El entorno te lleva a prestar atención a otras cosas y a pensar más allá, pensar en el universo y en el sentido de la vida. Ya no tengo el cemento, el colectivo, el aumento de precios y los problemas que escuchás por la radio.

 

 

Foto: Flavio Raina

 

-O sea que ahora que regresás a la civilización tenés un problema…

-Sí, pero imagino que vuelvo con otra cabeza y me tomaré todo "con soda" (risas). Ahora tengo la idea de viajar en moto -dijo, y todavía ni se bajó del kayak-. Tengo las dos estaciones: en invierno quiero ir al Amazonas; y en verano, por la carretera austral a la Patagonia. Está claro que lo mío es viajar. Es lo que disfruto.

 

 

Mientras planifica estos próximos viajes en moto, Antonio espera además que le terminen de construir un velero de 26 pies con el que piensa viajar hasta Angra dos Reis, en el norte de Brasil, y al Caribe. No será la primera vez que lo hace. Ya lo dijo. Lo suyo es viajar.


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El texto original de este artículo fue publicado en nuestra edición impresa.
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Autor:

Nicolás Loyarte

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