La ciudad me mira con ojos de cineasta, las calles llenas de extenuación, esperan un nuevo guion, nuevos protagonistas que se enamoren. La ciudad nos mira con ojos de Damián Osés. El espectáculo de la vida estaba en la calle, en los colectivos, en un bar, en la casa de la madre. Así lo vivió nuestro entrevistado rosarino, Damián, quien está radicado en España. Según él la pasión por el cine se inició desde pequeño: “de niño tenía un proyector de juguete (de plástico) que me había regalado mi abuela, lo gasté, inventaba historias todas las noches e imaginaba que las proyectaba”. En conversación con Mirador Provincial, el actor y director, nos habla de su trayectoria profesional y anticipa en lo que se viene laboralmente.
El hueco en el que anido
-¿Qué es lo que te acercó al mundo del cine?
-La potencia de la imagen, los primeros planos en los rostros, los gestos…, los distintos planos para una sola escena, una pequeña escena pero contundente. Lo maravilloso de contar una historia, tal vez, sin palabras y que la imagen hable por sí sola. La belleza de la fotografía… Son tantas las cosas, de niño tenía un proyector de juguete (de plástico) que me había regalado mi abuela, lo gasté, inventaba historias todas las noches e imaginaba que las proyectaba y un pequeño grupo de amigos hacía de público, pero no veían ninguna película porque no funcionaba, yo les contaba, les relataba y ellos hacían como que miraban la película. Ya de adolescente amaba la fotografía y hacía un rompecabezas con ellas. Cuando comencé a estudiar teatro (demasiado joven) pasaba horas en los cines y observaba: la gestualidad en los actores, las miradas, sus ojos, “cuando aprendés a mirar entendés que los ojos hablan”, digamos que fui un adolescente rebelde y el cine potenció eso. Las películas penetraban en mí con mucha facilidad, me quedaban días con ellas en la cabeza. Recuerdo ir en colectivo al colegio y durante el viaje “que duraba aproximadamente 40 minutos” apoyaba mi cabeza sobre la ventanilla y creaba mis propias historias; imaginaba todas las escenas, todos los planos. Subía la gente y yo la observaba y a cada uno le destinaba un rol, estaba tan metido en mi imaginación que muchas veces me pasaba de la parada y ya no iba al colegio. Me hacía la rabona, entonces caminaba por Rosario construyendo aquella historia que había imaginado en el colectivo.
Lenguaje audiovisual
-¿Siempre estuvo presente la pulsión escribir guiones?
-Siempre. Desde que tengo memoria escribí toda clase de historias, era una necesidad. Amo los libros, la lectura, los “buenos libros”, esos que te curan, que te iluminan. Escribir es un desafío constante para mí, un acto de fe. Cuando comienzo a escribir, transito un laberinto donde muchas veces no salís indemne de ahí; le rompés la cabeza a alguien o le acaricias el alma. Yo tuve la suerte de empezar a escribir de muy chico para otros, a pedido, comencé a trabajar de muy joven en un canal de TV en Rosario. Justo en ese momento, ese canal compró un radio, así que me tocó escribir mucho para radio, ya escribía pequeñas obras de teatro, pero escribir con cierta exigencia diariamente tiene otro vértigo. El ejercicio de escribir siempre es desafiante; tenés la idea y debés llevarla al papel y así como un orfebre, empezás a tejer mundos imaginarios. Escribí de todo, sobre otros, sobre mí y otras cosas. Por ejemplo, escribí sobre amores inalcanzable, historias de ficción, letras de música… De chico escribía canciones y poesías inentendibles, me parecía más a un traductor de corazones solitarios y al releerlas decía para mí, Dios mío, que hice. Ya ahora, al escribir un guion me parezco más a un constructor, durante esa etapa, no puedo pensar en otra cosa, mi mundo exterior entra en pausa, me exilio, es “mi cuaderno y yo”….ah, y una buena taza de té. Un buen texto eleva el espíritu, cuanto mejor escrito esté, más feliz es el alma de quien lo lee. Eso es al menos lo que imagina.
-¿Cómo sobrellevás los procesos creativos de los guiones?
-Muchas veces lo hacía con angustia, ya no. Me preocupaba mucho que el que los recibiera los comprendiera al pie de la letra. Cometía una montaña de errores, les daba todas las pistas de una. Ahora no. Hace tiempo que dejé de pensar en el público como examinar exclusivo. Aprendí a disfrutar de los momentos creativos. Cuando escribo, actúo o dirijo ya no cargo con esa angustia. Me fascina pensar que estoy en un laboratorio probándolo todo. Me vacío intentando diferentes opciones, saco de mí todo lo que puedo dar. Para mí actuar o dirigir es estar en estado de gracia, es el lugar más placentero que conozco. Es una especie de pecera con líquido amniótico. Es allí donde soy inmensamente feliz. Los ensayos son momentos fantásticos, te diría que los disfruto más que las presentaciones. Es ahí, en ese lugar donde el proceso creativo me trasforma en un animal absolutamente libre.
-¿Cómo definirías tu estilo como director?
-De cine, aún lo estoy buscando. No es fácil. Sigo con mucha tenacidad y fortaleza mi intuición, me dejo llevar. Luego, al observar algunas tomas o escenas realizadas, me digo: “Bien, man, está bueno o soy lapidario”. Pienso, esto es una porquería y vuelvo a buscarlo, a repensarlo y ejecuto de nuevo. Aún no tengo una partitura fija, una fórmula que me describa claramente. Estoy en esa búsqueda. “Trato de no enloquecerme”. En el teatro es muy diferente, lo tengo más claro. Me reconozco un bicho de teatro. Conozco casi todos los rincones y algo esencial aprendí a comprender al actor. Quizás porque también lo sigo siendo. Tuve grandes directores a lo largo de mi carrera. Qué sabían que tecla tocar para que el tipo funcione perfectamente. Sacarme el máximo. También tuve alguno de los otros, muy pocos. Ya no los tengo en mente. Cuando no te aportan, te olvidas rápido. Cuando tenés un maestro como guía, no lo olvidas jamás. Parecido a la vida común con las personas que conocés, algunas muy pocas quedan en uno para siempre. Yo estoy intento dejar mi marca en cada trabajo. Mi propia huella.
-¿Cuánto le debe su producción cinéfila a las experiencias de la vida?
-Mucho, todo lo que haga en la vida tiene un correlato con lo artístico. Soy uno de los que piensa que se puede vivir plenamente con una actitud artística frente a la vida y también que mi mirada sobre ciertas experiencias vividas tienen un sentido artístico. Tengo mundos dispersos y también algunos paralelos, sufro en la ficción (interpretando) tanto como en mi vida personal, después me quito el traje y ya está. Cuando es al revés, es más complicado; como tipo, mis momentos son intensos, demasiados, soy así, me involucro, son me tomo las cosas “con soda”. Me pegan mal, o las disfruto al máximo. Con esa intensidad, vivo mi vida en lo artístico es exactamente igual. Aprendí con los años, una vieja lección, no arrastro a nadie, no me cargo a nadie y no me gustan los tibios. Eso también lo expreso en mis obras. Creo que mis compañeros y el público lo aprecian. No sé hacerlo de otra manera. El tiempo es muy corto, lo aprendes con los años (pensar que hay un tango que dice “20 años no es nada”, no es cierto, 20 años es mucho tiempo- doy fe de eso). No tenemos dos vidas, donde en una ensayás y en la otra lo mostrás, tenemos solo una. En lo artístico es igual. Nunca me guardé ni me guardaré nada.
-El cine crea memoria, la televisión crea olvido. ¿Coincidís?
-No reniego de la TV. Es un medio más. El cine y el teatro son otra cosa. Son lugares donde me reconozco. Si es cierto que casa día conozco más gente que dejo de mirar TV. Apenas ve los noticieros. Y se envenenan más. La gente se mudó a otros sitios. La tele quedó vieja, antigua, vetusta, obsoleta, con pocas cosas que ofrecer, sé lo que te digo Yo crecí viendo buena tele: la del clan Stivel, la de Doria. Esos tipos ya no están más. Ahora, a la tele la maneja otra gente que ni siquiera es del palo. Conozco a varios. Resulta gracioso, antes vendían pasajes o tenían una inmobiliaria. Ahora son directores artísticos. O lo que es peor, son dueños de medios. No tienen ni idea. Cada vez que los veo o los escucho, me digo: “Salí de ahí muñeco, volvé a la agencia”. El cine y el teatro son otra cosa, el cine, particularmente, es para siempre. Si hacés una buena peli, sos parte de un mundo que perdurará. Y la gente que vio esa película, vuelve a verla una y otra vez. El cine te transporta en el tiempo, es cierto, el cine educa, crea consciencia colectiva, te hace soñar, regresas a la niñez. Te emocionas aunque conozca la escena de memoria. Hoy, la TV en la Argentina es una hamburguesa al paso. El cine y el teatro son como la buena música, te ayudan a pensar a sentir. Los discos de Los Beatles, de Bill Evans, de Miles Davis o Spinetta son para siempre.
-¿Cómo ves la construcción del cine en el mundo de la industria?
-De manera impiadosa. La industria te devora. Podés tener una idea brillante, una historia maravillosa, unos actores estupendos, un director ingenioso pero la industria te pone la misma semana un tanque como Los Avengers y fuiste. No duras siete días en cartel. Tenés que aprender el juego y saber las reglas desde el principio. Lo importante para mí, en ese caso, no traicionarte, ese es mi consejo a los chicos que arrancan. Pero en cualquier disciplina, digo. Nunca tenés que traicionarte. Tenés que saber morir con la tuya. Si haces lo que te piden y no lo sentís y lo haces igual, sos un zapato (para ser respetuoso)
-¿Qué autores y directores habitan tu universo literario y cinéfilo?
-Y que difícil, hay tantos. Mi universo literario y mi biblioteca están poblado de gente como Borges, Sabato, Cortazar, Bio Casares, Griselda Gambaro, Gorostiza, Alejandra Pizarnik y muchos más. También están Shakespeare, García Lorca, Bertolt Brecht, Milan Kundera, Pirandello, voy a ser muy injusto y no mencionar a tantísimos que me marcaron. Tengo para llenar páginas enteras con esos nombres. Directores de cine con los que me identifico y me gustan son González Iñarritu, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Stanley Kubrick, Akira Kurosawa, Woody Allen, Bergman, Alfonso Cuarón y Tim Burton, entre otros. En la Argentina, me gustaba mucho Sergio Renán y en la actualidad me gusta Juan José Campanella- tiene una manera de contar historias cotidianas dramáticamente bellas pero si me das a elegir, hoy me identifico más con Gonzalez Iñarritu.
Una mirada hacia la infancia
-¿Cómo transcurrió tu infancia?
-Si me dieran a elegir, sin dudarlo volvería a elegir la vida que tuve. Ni hablar de mi infancia y mi adolescencia. Nací en diciembre, en el Hospital Alberdi, y eso marcó siempre el lugar. Crecí y me crie allí, cerca de la playa. Amo el verano. Mi padre era orgullosamente ferroviario y de allí que viajaba muchísimo en tren. Mi madre, ama de casa y laburante como pocas, pero en realidad, el que la hizo trabajar muchísimo fuí yo….jajaja…deberían darle jubilación doble y medalla de oro. Ellos fueron pilares fundamentales en mi vida, en roles fundamentales. Mi padre fue un compañero inseparable en todo lo que emprendí hasta el día que falleció, año 2020. De él aprendí que la palabra empeñada tiene mucho valor, trabajar a destajo, pelear por lo tuyo y defenderlo, y a nunca darme por vencido. Él me miraba y yo entendía todo, no necesitaba hablar mucho. En sus últimos meses, ya débil, me siguió inspirando y transmitiendo cosas. Yo sentía que comenzaba a despedirse. Ahora, nunca dejó de inculcarme “andá, hacer lo que tenés que hacer, no te guardes nada, así nunca tendrás que arrepentirte”. Lo extraño. De chico me llevaba a pescar y me enseñó a tener paciencia, ganan los que aprenden a esperar. Eso fue un sello. Mi madre, todo lo contrario, un torbellino. Una todo terreno. Siempre para adelante. “Si la hice renegar…ehhhh”. Yo era un chico con mucha avidez, curioso, inquieto, el primer de varios hermanos, imagínate…pasaba mucho tiempo en la calle, especialmente en la playa. Tenía lugar que hoy siguen siendo especiales para mí, por ejemplo, la plaza Santos Dumont, yo la llamo mi santuario…aún lo es. Es un lugar donde en la infancia jugaba, en la adolescencia soñaba, y hoy cuando estoy en Rosario, voy a pensar. Ahí en ese lugar, dejé mi corazón impreso en sus columnas. Siempre fui auto exigente. Muchas veces no es bueno, terminas exigiéndole a los demás lo que es para vos. Me pasa y me pasó siempre de niño, que cuando me indago o analizo, lo hago descarnadamente. Soy mi peor examinador, me tomo examen y no apruebo nunca, de forma peligrosamente silenciosa y despiadada. Me exijo y nunca quedo conforme. No está bien, muchas veces eso me hizo tomar malas decisiones. Cuando creo que soy un pequeño escollo para alguien, me voy, salgo disparado. Me aíslo, pasa lo mismo cuando me aburro, ese es mi peor estadío, si me aburro, (lo supe de chiquito) estoy en problemas. Toda mi infancia y mi adolescencia está relacionada al arte, a la música, al cine, devoraba todo lo que encontraba, libros revistas. Gracias a Dios tuve unos padres que me dieron la libertad de elegir y poder decidir pero con mucha responsabilidad. Si eso estaba claro, me apoyaban siempre. El tema, de pibe, era no lastimar a nadie, nunca. Ese era mi propio código. No conozco otra forma. Voy por todo y con toda, sin cargarme a nadie.
-¿Qué extrañás de Argentina?
-Mi familia, mis amigos, la gente que quiero, mi cuidad. Rosario es sin dudas mi lugar en el mundo. Un café con los amigos, los asados en mi casa, mi Madre…el aroma a jazmín y una taza de té rodeado de antigüedades y esos ojos que me miraban con amor…eso ya no lo tengo aquí y claramente lo extraño. Caminar por la playa, sentarme en el Santos Dumont por las tardes. Extraño la comida de mi mamá, extraordinaria. Mi querido Rosario Central, el club de mis amores. El perfume de las calles del barrio donde nací.
-¿Puedes contarnos sobre tu experiencia en “Bliss”? ¿Qué te ha dejado desde un punto profesional y humano?
-Cuando comenzó la pandemia y nos encerraron a todos, me dije, y ahora…los días eran interminables, pasaba horas en la biblioteca, daba vueltas y vueltas…y me dije “Esto no puede estar pasando”. Muchas tardes nos juntábamos con algunos amigos, clandestinamente en casa y la pregunta siempre era la misma...” ¿y ahora Dami?”…yo los miraba y notaba que estaban hambrientos. Muchos de ellos eran gente que habían trabajado en otros proyectos conmigo y ahora estábamos todos anclados: Me dije: “Algo tenés que hacer”. Recuerdo que los junté a casi todos un domingo por la tarde en mi casa y les dije… “Tengo una idea”…”Ya es hora”…Fue como la escena de los Caballeros de la Mesa Redonda…corremos el riesgo de que nos metan en cana, aun así, vamos a rodar en una celda, nos reímos un rato, y el martes por la tarde comenzamos a rodar el primer capítulo de Bliss, una serie de 12 capítulos que la hicimos durante el año de pandemia. Rodar en exteriores era adrenalina pura. Hacíamos la escena, cargábamos los autos y salíamos corriendo. Profesionalmente fue una experiencia fantástica y en lo humano, aún más, porque yo ya conocía el valor artístico y técnico de mis compañeros, pero a eso debo sumarle un plus, son personas extraordinarias. Quisiera nombrarlos, se lo merecen: Marcos Ibañez, Samanta Juarez, Alejandro Mashke, Oscar Satriano, Martina Moreno y muchos otros que hicieron su participación especial.
-Se desprende una crítica hacia la industria televisiva donde hoy el lenguaje de la ciencia ficción es banal con programas faltos de interés ¿Qué pensás del cine latinoamericano y argentino? ¿Cómo analizás este nuevo escenario?
-Veo el cine argentino en constante crecimiento, una fuente inagotable de ideas, directores nóveles con mucho talento , creativos, en constante formación …también veo que aún no terminan de apoyar económicamente como corresponde cada proyecto y delinear políticas de cine sólidas, definitivas que promocionen que fomenten la industria cinematográfica argentina sin tener que andan mendigando un subsidio para poder rodar, no importa el gobierno que esté de turno, debería ser una política de estado. La cultura es prioritaria en nuestro país. Así lo siento.
Lo que se viene
-¿En qué proyectos estás trabajando en este momento?
-La idea de estar un tiempo en Europa tiene varias aristas, además de trabajar. Me encuentro con gente de diferentes culturas que me comparten sus ideas y sus experiencias. Estoy ansioso de poner aquí en estos escenarios mi última obra basada en textos de William Shakespeare titulada “Yo William” y hacerla girar para distintos públicos y así ver la reacción de ellos. También, le prometí a una persona que amé muchísimo y que ya no está conmigo, que haría “MIL”, una obra que fue escrita aquí y que algún día estrenaré en Rosario. El resto también, lo dejo llevar por la marea.