Pablo Bigliardi
María Lanese tiene mucho para contar, su vida no tiene desperdicio. Es una mujer lanzada al destino en espera de que le sigan llegando nuevas sensaciones, que la llamen para echar una mano en donde sea y que la vida misma mantenga el gustito franco y nítido de lo sensitivo. Su sentido del humor es propio del de aquellas personas que lo han vivido todo y que saben que aún hay algo más que espera a la vuelta de la esquina para dar o nuevas sensaciones a experimentar. Su sonrisa franca suena a vieja conocida porque cada jaja, es la confirmación de la anécdota, tanto buena como terrible. De las miles que tiene para contar en esta entrevista, la primera pregunta indefectiblemente va por el lado de sus inicios: ¿cómo llegó a Rosario?
—Nací en una aldea muy pequeña que se llama Ripalimosani en la provincia de Campobasso, región Molise, en el año 1945 con las últimas bombas de la segunda guerra mundial. Ya lo habían bajado de un hondazo a Mussolini (risas). Mi abuelo paterno había emigrado a la Argentina y mi padre había quedado en Italia, prácticamente huérfano porque había muerto su madre cuando era muy pequeño. Cuando yo tenía cuatro años mi padre decide emigrar para reunirse aquí con su padre que ya tenía otra familia. Llegué a Rosario, a la estación Rosario Norte y tengo el recuerdo tan intenso aun de esa llegada, que me marcó en todos sus detalles para siempre. Los pocos recuerdos que yo tengo de mi aldea son tan fuertes que no los voy a olvidar porque te arrancan de tu lengua que es tu humanidad, porque somos humanos a partir de la inclusión de una lengua.
Mi abuelo era panadero y mi infancia transcurrió en una panadería. Tengo recuerdos de la leña ardiendo en el horno, del olor del pan en la madrugada y mi viejo haciendo las medialunas una por una a mano. Mi familia iba comprando panaderías, vivíamos tres años en un negocio y nos mudábamos. Mi abuela Margarita, la segunda mujer de mi abuelo, era una calabresa que tenía un cerebro económico monumental. Su teoría de la inversión era que había que invertir endeudándose y con eso se crecía económicamente. Cuando llegamos desde Italia, fuimos a trabajar directamente a una panadería que se llamaba El Cóndor, en calle Zeballos y Cafferata. Al tiempo nos mudamos a un pequeño almacén sito en Montevideo y Balcarce y no la pasamos bien, nos dimos cuenta de que lo del almacén era cosa de gallegos y no de gringos (risas).
Fuimos a una panadería que se llamaba La Central, en Cafferata y Pellegrini y terminamos en la más grande de todas: La Virtud, mirá qué nombre. Trabajábamos mucho, tenía cinco hornos y hasta empleados. Cuando dejamos de ser panaderos, yo ya tenía 17 años. Se vendió La Virtud, se repartió el dinero entre la familia y cada uno la invirtió a su manera.
—Aquellos inmigrantes italianos que llegaron en barcos entre 1920 y 1940, con sólo una muda de ropa, han pasado sus vidas sin muchas más aspiraciones que las del ahorro, el trabajo y el escaso disfrute, por eso la pregunta siguiente: y tus padres, ¿te enviaron a la escuela o era sólo lavoro y lavoro?
—Sí, trabajábamos todos arduamente, pero también era una chica de barrio. Hice la primaria en la escuela pública Pedro Goyena, y como era muy fantasiosa y me encantaba el uniforme del colegio Misericordia, les rogué a mis padres que me enviaran ahí porque me gustaba el sombrero que era parecido al de Jackie Kennedy (risas). Ahí me recibí de maestra Normal Nacional. Las materias que me gustaron en esa etapa eran Psicología y Pedagogía por eso, a los 17 años, con la secundaria terminada, decidí estudiar Psicología. Entré en la Facultad de Filosofía y pasé una etapa interesantísima y complicada. Estuve desde el año 1963 hasta 1969, en el gobierno de Onganía que fue terrible porque lo que vino después fue sangriento, pero lo de Onganía fue la decapitación de la intelectualidad argentina. Al intervenir las universidades, renunciaron en masa todos los profesores y fueron reemplazándolos por gente de la Iglesia Católica.
La cantante
Después de que me recibo de psicóloga, me caso con un cuzqueño y nos vamos a vivir tres años al Cuzco, en Perú. Una ciudad imperial fascinante y cuando volvimos a la Argentina, trabajé de psicoanalista hasta que se me cruzó el canto.
Siempre había querido cantar, en mis juegos infantiles yo era cantante y mi abuela, la inversora, me llevaba a ver las películas españolas de Lola Flores y otras. En casi todas las películas bajaban cantando por las escaleras y yo vivía ensayando las canciones en las escaleras de casa. También iba con mi guitarra y cantaba en los asaltos con la idea volverme con alguien a mi casa, jaja. En 1986 me separo de mi marido y empiezo a tomar clases. Cuando debuté en un café concert, con mi repertorio de música popular latinoamericana, con canciones colombianas o del folclore negro peruano, estaba nerviosa. Se convive con el drama de no saber qué hacer con las manos o cómo colocar el cuerpo, por eso resolví pararme a lo gringa. Justo pasaron Florencia Lo Celso y Malena Cirasa (cultura de la provincia y de la municipalidad juntas) y se dijeron: “mirá cómo se para esta mina”. Parecía que estaba amasando una medialuna en la mesa de la cuadra, con los brazos en tasa y las piernas abiertas. Malena me convoca para los ciclos del Centro Cultural Bernardino Rivadavia que hoy se llama Fontanarrosa, cuyo director era el escritor Jorge Riestra. Se hacían ciclos de poesía y música, ahí se empezó a difundir a los poetas de Rosario y Jorge y Malena Cirasa, lograban que se llenara la sala.
Armamos repertorios que llamamos Ensamble poético-musical. Hicimos un ciclo llamado El otro Borges, en el que musicalizábamos y recitábamos sus poemas. El compositor Omar Torres me instó a cantar y grabar tangos. Hice el soporte sonoro de mi voz en un espectáculo llamado “Puerta cerrada” con los bailarines Raquel Devi, David Farías y Ana Varela. Trabajé con titiriteros, con gente de plástica porque yo no podía cantar siempre lo mismo, en Rosario se iban a cansar de escucharme y lo razonable es que la gente busque otras novedades. Me mantuve durante mucho tiempo vigente por esa cuestión de no ceñirme a un género.
La gestora
Cuando inauguran el Festival de poesía, se involucra la Municipalidad de Rosario y Florencia Lo Celso, desde Cultura de la Provincia se acopla para generar este fenómeno. Se inaugura como Festival Latinoamericano de poesía en el año 1993. Me llaman para actuar por el hecho de que eran los poetas los que me iban a escuchar. Estaban Ana Russo, Hugo Diz, Jorge Isaías, esa generación con la que me crié porque como cantante soy el resultado del apoyo de estos poetas. En el año 1995, me convocan de la gestión Municipal para un cargo en Cultura. Dudé mucho, pero me dije arranco y si me gusta esto iré dejando de a poco el ejercicio del psicoanálisis. Trabajé 23 años en la gestión, hasta el 2019. En la Municipalidad y en la provincia. Empecé en el centro cultural Parque Alem. Ahí mi mayor logro fue retomar los carnavales del barrio con murga y todo y después pasé a la secretaría de cultura como directora general de Gestión. Fueron cinco años de poner en orden todos los receptores de cultura, las bibliotecas, los organigramas, el personal tomado no como municipal sino como recurso humano y ver dónde esa gente era más apta. Fue la gestión de Marcelo Romeu, había armado un gabinete de expertos que puso en acción a la cultura porque él conocía los resortes de la política: tenés que lidiar con el sindicato, los empleados municipales, el gabinete. Y no tiene que haber un artista en ese lugar porque fracasa o hace cosas perecederas que luego te la desarman porque no tiene asidero como gestión política. Lo que se debe hacer es una gestión política y no artística.
La poeta
Por el Festival de Poesía pasé por todas las cosas que se pueda pasar, primero como cantante extracomunitaria y después en la gestión acompañando a Hugo Diz y Graciela Ballesteros que estaban en la coordinación por la Municipalidad de Rosario. Hugo propone que el festival pase a ser Internacional e invitan a poetas de otros países. Yo tenía una amistad con Tobías y Iona, un matrimonio de alemanes, traductores de poetas argentinos como Juarroz, Juan Gelman, Olga Orozco, Alberto Szpumberg. Tenían vinculación con Europa del Este y países asiáticos y le propongo a Hugo hablar con ellos. Unos años después los invitamos como poetas y me escriben para pedirme que invite a un poeta serbio, Zlatko Krasni, que quería conocer Rosario. Pero este hombre vivía con diálisis. Planteamos la cuestión y nos permitieron invitarlo con lo que necesitara para asistirlo. Llegó con su mujer, con un poeta vietnamita, otro japonés y un árabe y andábamos juntos para todos lados. Mi amiga poeta, Ada Torres que hablaba inglés, era el nexo en toda esta torre de Babel.
Al tiempo le envían a Ada invitaciones para que vayamos al 42 Encuentro Nacional de Escritores de Belgrado y reacciono diciéndole que yo cantaba, que no escribía y Zlatko insistió. Tardé un año en armar mi primer libro que se llamó “Sonidos graves”. Lo hice revisar con Hugo Diz y dijo que era digno. No tuve tiempo de publicarlo porque recibí de nuevo la invitación y fui con el libro inédito. Debuté en Serbia leyendo y cuando llegué a Rosario, mi amigo el artista Adolfo Nigro, me esperaba con doce collages de “Sonidos graves”. De ahí no paré, me terminó de picar el bicho de la escritura, fui abducida, jaja.
María siguió publicando libros de poesía que fueron traducidos al idioma italiano, al alemán y al serbio. Algunos: Ancora, 2014; No sin antes, 2017; Sudarios, 2019; Versos templados; 2020. Participó en diversas antologías y su último libro fue Conversaciones sagradas, 2022.
Perspectiva Lanese
- Estoy muy conforme con haber llegado a esta altura de mi vida. Hice las cosas que me importaron hacer, que fueron interesantes para otros y aporté algo para el beneficio de otros. Yo disfruto ayudando, me da mucho placer. Mi límite es que no me agarren de boluda. La gente ventajera, aprovechadora, necia en el sentido que no tiene conciencia de sus limitaciones y se creen superiores y que nadie los reconoce, me hace saltar la gringa desgraciada que llevo adentro. ¡Pero hermano! Somos 150 millones, ¿por qué te van a llamar a cada rato a vos? Si te llaman tres veces en tu vida, dale un beso a tu benefactor y agradecé a la vida.
- Yo como no me caso con nadie porque no es mi estilo el matrimonio, saludo a todo el mundo y no regalo nada por mi dignidad y si no te aprecio no te voy a negar el saludo, porque me parece descortés, pero si me caés bien y sos una persona valiosa, contá conmigo para lo que necesites. En la intimidad soy más mala que las arañas, pero cuando alguien me pregunta qué te parece tal proyecto y no me gusta para nada, no soy tan mala, porque entiendo que uno tiene que ser riguroso, más en épocas como esta en donde todo vale y porque todo vale estamos como estamos.
Porque publicaste cinco libros y te llaman de algún diario, revista o televisión, empiezan a acercarse los obsecuentes. Me pregunto qué pasa por la cabeza de esos lameculos. No sé. O porque escribís en una revista todos te clavan el “me gusta” en las redes sociales y te dicen que sos divina y hermosa, y con eso no se puede lograr algo, te diría nada, porque no le vas a dar un cargo, una nota o publicarle un libro a un obsecuente.
- Hay un montaje de histeria en la mujer argentina, en la que consume mucho celular o televisión. La astucia parece ser el nuevo modelo de algunas líderes. Yo me enojo a veces con las ambiciones de poder desmedidas. Aman a Mirtha Legrand, a Susana Giménez, se identifican con esos esperpentos; me tienen cansada, dejame de joder. La nueva mujer a seguir tiene que ser alguien que haya hecho algo ejemplar por la vida, pero no a estas frívolas que se pasaron la vida pintándose las uñas y hablando al cuete.
- Cuando empecé a ser adulta dije: “¿Qué quiero para mi vida?, quiero llegar a vieja y haberme dado cuenta en dónde estuve”. No ser una vieja de mierda porque hay muchas. Me equivoqué en 250.000 cosas, pero la dicha de tener dos hijos que son buenas personas es mi mayor logro y encima me hicieron abuela. Antes hablaba de la alegría, pero supe cabalmente qué era cuando mis nietos nacieron, porque es un sentimiento tan puro… cuando ellos llegan a casa entiendo que es maravilloso ser abuelo.