Lo que él dice, lo vivido, lo callado, todo eso guarda Santiago Izaguirre, un trotamundos, un cronista de su vida y recolector de historias. Nacido en Rosario, en octubre de 1991. Es licenciado en Comunicación Social y trabajó en organizaciones civiles, medios de comunicación y equipos de gestión gubernamental. En 2019 publicó su primer libro: Hijo de sus obras. En conversación con Mirador Provincial, Izaguirre nos relata de cómo nace su pasión por la escritura, de la presentación del libro “En país extraño” de la mano de la destacada y reconocida CGeditorial. Editorial Ciudad Gótica y de su mirada a lo que viene.
-¿De qué trata “En país extraño”?
-En país extraño compila más de cuarenta relatos escritos lejos de casa. Hace más de dos años que vivo afuera y estando lejos uno siente la necesidad de acercarse a los suyos. Porque el refugio siempre está en lo familiar. En mi caso, en la escritura. Y así surge este libro donde cuento distintas historias que viajan por la increíble Nápoles para adorar a Maradona, los escombros de Guernica o las trincheras de Madrid durante la guerra civil española. El libro invita a viajar a través de sus páginas por distintos lugares que pude conocer y retratar.
Infancia literaria
- ¿Cuál fue el primer libro que leíste?
-En casa había muchos libros y revistas. Era un hogar donde se leía y se alentaba a hacerlo. Convivían sobre la mesa las historietas de Fontanarrosa, un ensayo de Félix Luna y El Gráfico. Había de todo. Pero seguramente mis primeras lecturas fueron de la mano de María Elena Walsh o Hans Christian Andersen. Y después, más adelante, dos que me marcaron: El Principito y El libro de los abrazos.
-¿Cómo fuiste encontrando tu estilo en la escritura?
-Leyendo, leyendo y leyendo. Creo que es inevitable: leemos y queremos imitar desde recursos literarios a creaciones completas. Descubriendo a García Márquez me dieron ganas de fundar mi propia Macondo y ojeando a Galeano sueño con poder sintetizar con la brutalidad que lo hacía él. La ternura de Benedetti, la inventiva de Dolina, son todos insumos que me han ido orientando a encontrar mi manera de contar las cosas.
-¿Cuál es la honestidad del escritor?
-Del escritor no tengo idea. Por mi parte, en el momento en que me pongo a escribir soy todo lo deshonesto que no soy en mi vida cotidiana. Miento como en el truco. Mis textos favoritos son aquellos donde lo verdadero y lo verosímil se confunden y nadie sabe cuál es cuál. Donde mucha gente está convencida que lo que cuento pasó de verdad. Y capaz es todo un invento. O viceversa. Y si hablamos de un sentido ético, quizás la honestidad esté en escribir lo que uno cree correcto, lo que siente o piensa, por encima de lo que cree conveniente.
-¿Qué anécdotas literarias podría compartir?
-El otro día recordaba el día de la presentación de mi primer libro: Hijo de sus obras. Ese día llegué al lugar temprano y me puse a acomodar cosas. Estaba armando el escenario cuando de pronto, entra una señora, se dirige al mostrador, compra dos libros y se va. Se sube a un taxi y se va. Nunca la vi. Ni supe quién era. Pero fue la primera persona que me quiso leer. Al día de hoy sigo sin saber quién fue. Y no me parece mal: todavía me divierto haciendo conjeturas sobrenaturales o mundanas sobre eso.
Izaguirre junto a Sergio Gioacchini.Foto: gentileza
-¿Qué implica ser un escritor en los tiempos que se vienen?
-Un desafío enorme. Porque la narración ha entrado en crisis, presa del like, del dato duro, del titular impactante. Ya no hay tiempo para narrar, para contar una historia. El tiempo es el gran capital actual. Vivimos produciendo, haciendo mil cosas, como si fuéramos parte de una máquina que nunca descansa. Por eso, como no hay tiempo, todo tiene que estar comprimido en 140 caracteres o en una frase fuerte que lo resuma todo. La información se consume. Mientras que la narrativa, en cambio, crea lazos, nos vincula y conecta. Habrá que dar esa pelea. Seguir narrando, que no es más que prender el fueguito para amucharnos frente a él, a compartirnos historias.
-¿Qué te interesa de las distintas realidades de los países que has visitado como figuras para tu escritura?
-Las pasiones de la gente. Eso me interesa. Viajo como un pordiosero mendigando una buena historia. Anoto frases, ideas y alguna que otra foto. Luego cuando reviso todo, a veces, digo: ¡Eureka, acá hay algo! A través de las pasiones se expresan los pueblos. Por ejemplo, en Nápoles entré a un bar y había un altar dedicado a Maradona que exhibía un mechón de pelo de Diego. Y el dueño del bar me contó mil historias y me terminó regalando un muñeco de Maradona. O en Montevideo donde la pasión de un pueblo cantor se vuelca y se expresa en el carnaval más largo del mundo y tuve la posibilidad de vivirlo muy de cerca.
-Entre esa devoción que vive y produce, mezclado con una dosis de análisis social real, ¿cómo es el modus operandi en tu escritura?
-Tengo dos modus operandi. Uno es el del arqueólogo. Voy caminando y descubro un fósil. El fósil es la idea creativa, es la ocurrencia. Pero una vez que la descubrís, hay que trabajar. Es pico y pala. El modus operandi del arqueólogo me gusta, porque una vez que la musa te besa en la boca, luego solo hay que encontrar la manera de desenterrar el fósil, es decir, cómo contar esa historia que ya fue descubierta. El otro es más difícil. Es el que nace del deseo de decir algo pero hay que inventarse la excusa. Supongamos que quiero escribir que este país, el nuestro, vale la pena. Bien, pero me falta la historia. ¿Quién va a ponerle el cuerpo al relato y cómo va a accionar ese personaje para dar el mensaje de que Argentina es un lugar que vale la pena? Este modus operandi requiere más esfuerzo, pero también es pico y pala nuevamente.
Palabra por palabra, crece desde el pie decía Alfredo Zitarrosa, hasta dar con la excusa y la historia.