Nacida en San Genaro en 1937, Alma Maritano construyó una carrera literaria sólida y versátil. Fue, por un lado, ampliamente conocida por lectores niños y jóvenes a través de obras como Un globo de luz anda suelto (que recibió la Faja de Honor de la SADE), El visitante (auténtico clásico de la literatura juvenil de la década del 80 que marcó las lecturas de la generación post dictadura), Vaqueros y trenzas (que retoma, aunque en situaciones cronológicamente anteriores, las peripecias de los personajes de El Visitante), En el sur, Cruzar la calle (ambas protagonizadas también por Robbie, el personaje de las novelas anteriores, con un aliento de saga) y Pretextos para un crimen. Aquí, los protagonistas, que fueron creciendo a lo largo de las historias anteriores, reaparecen entremezclando sus voces con otros personajes y ese discurso polifónico enriquece y particulariza la novela.
Entre su producción también figuran obras teatrales como Los platos sucios, Una sola semilla y El fantasma del tranvía. Fue compiladora, además, de la selección Teatro para adolescentes, que reúne piezas de autores argentinos contemporáneos. Si bien ya había escrito obras para adultos, como los libros de cuentos La cara de la infidelidad, Los ángeles solos y Lagartos al sol, uno de sus trabajos más reconocidos fue Las bufonas, texto basado en la vida y el crimen de Sandra Cabrera. Se ha señalado desde la crítica sobre esta novela: “El ejercicio del poder que alienta la corrupción y el encubrimiento queda al desnudo en esta obra de fuerte peso testimonial. Es la denuncia de un caso real ocurrido en Rosario: el homicidio de Sandra Cabrera, joven que fuera dirigente del gremio que agrupa a las trabajadoras sexuales, AMMAR”.
Recuerdo y testimonio
Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la URN (ex UNL), en 1960 Alma comenzó a desempeñarse como docente. En 2011, fue declarada Escritora Distinguida por el Concejo Municipal, que reconoció expresamente el valor literario de su obra y su labor en el taller Julio Cortázar, al que asistieron varias generaciones de escritores de la ciudad y la región. Actualmente, Pablo Colacrai -quien se formó y trabajó junto a la escritora- coordina el taller Alma Maritano.
Una de las integrantes de aquel histórico taller fue Andrea Lípari, licenciada en Diseño Gráfico y Comunicación Social, coeditora de Río Ancho Ediciones y coordinadora de clubes de lectura y escritura en Pueblo Esther (donde actualmente reside), quien hoy recuerda a la maestra.
-¿Cuándo conociste a Alma? ¿Durante qué período formaste parte de su taller literario?
-Conocí a Alma Maritano en 1999, en sus Encuentros de Verano, y desde entonces participé de su taller. Me asignó al grupo de los miércoles. Ese año estudiamos Rayuela y nos autodenominamos Las Serpientes de Miércoles. Jugábamos mucho, y en ese clima lúdico y vital -sin que perdiéramos de vista el rol de cada uno- los saberes y aprendizajes se deslizaban de tal manera que entre todos encontrábamos la salida no sólo de los laberintos de la escritura. Compartíamos mucho tiempo juntos, abocados al taller y por fuera de él: cenábamos juntos todos los miércoles, y junto a Juan Bereciartua compartimos viajes desopilantes, viajamos a encontrarnos con Saramago, después lo hicimos acá en Rosario en un almuerzo en su casa, vivimos todo tipo de complicidades, como adolescentes.
-¿Cómo sintetizarías la dinámica de trabajo del taller y el rol de Alma en él?
-Inauguró una forma de dar taller. Ella fue en nuestra ciudad, y la región –ya que venían alumnos de otras ciudades- la precursora, a la manera de Grafein, del taller literario como lo conocemos hoy. Esos cruces entre disciplinas, esa forma de abordar la escritura que hoy nos parecen hasta innovadores y excepcionales es lo que ella hacía ya a principios de los 80. Estoy convencida de que de todas las influencias que tuvo el quehacer de Alma, lo más trascendente, lo más decisivo que nos legó fue que ella, muy consciente y deliberadamente, formó coordinadores de taller. Fue muy generosa con los alumnos que ella sabía que compartían su pasión de enseñar: los abrazó en ese recorrido, los animó, les mostró los trucos y el camino, potenció sus capacidades, les dio todo, no se guardó absolutamente nada, pasó la posta, fue una maestra completa. Me pregunto cuántos, ahora, estarán transitando con Pablo Colacrai lo que él y tantos aprendimos amorosamente, y disfrutando, con Alma. Para mí ese es el mejor legado.
-¿Cuáles son tus impresiones como lectora de su obra y cuál fue la importancia de Alma en relación con el hacer literario de la ciudad?
-Alma fue -y es- una pieza clave para la cultura de nuestra ciudad. No sólo por su interrelación con otros artistas –hay artículos y datos sobre este punto, no me voy a detener en esto- también por su obra en sí. Era leída en las escuelas de todo el país. La lectura de El Visitante generaba fascinación y provocaba la llegada, año tras año, de numerosos contingentes de adolescentes que recorrían la ciudad para encontrarse con los escenarios de su saga. Sin saberlo, estos chicos se autogestionaban su “Bloomsday Maritano”. Alma era una rockstar. Muchas veces, después del recorrido, los recibía para conversar y quedaban fascinados con ella. Alma participó, gestó y propició tantas cosas, por ejemplo la editorial cooperativa Río Ancho Ediciones que fundamos con varios compañeros de los miércoles; ese sueño arrebatado no hubiera sido posible sin su taller. Por él pasaron varias generaciones de escritores, también dramaturgos, periodistas, docentes. Quiero decir, lo que sucedía dentro del taller, o en contacto con ella –dinámica, metodologías, formas de abordar y cruzar las expresiones artísticas- se expandía a muchos otros ámbitos de la ciudad. Su pasión, porque en definitiva todo se trataba de eso, también gravitaba sobre nuestras familias, entonces, todos esos mundos que nos acercó -todas sus pasiones que hoy siguen vivas- tuvieron la posibilidad de habilitar miradas nuevas, miradas críticas, miradas diversas, hasta refundarse. Su taller se multiplicaba.
-¿Y qué significó el taller para vos en particular?
-En lo personal, dar con el taller literario de Alma no sólo significó hacerme adulta de manera diferente, fue también el acontecimiento que precipitó y me reveló la importancia que tienen la lectura y la escritura en mi vida. Y la poesía, fundamentalmente. En el año 2001 Alma asignó una hora de la clase para dar poesía y lo hacía Mario Perone, él fue el gran maestro que me enseñó a leer, fue maravilloso, y eso se lo debemos a Alma, a su apertura y generosidad. Su legado es esa semilla apasionada e infinita que va a germinar tan lejos como la lleven las voces que la evoquen, las lecturas y la escritura compartida.