Juan Aguzzi tiene un largo currículum tanto de trabajo como de situaciones vividas. Trabajó en medios culturales siendo partícipe de lo que fue esa especie de reinauguración de la democracia. También en distintas publicaciones, en revistas de Buenos Aires y en corrección de libros. Pero su centro más logrado de su especialidad lo dice él mismo: “Yo hago crítica de cine desde los de 14 años. Me hacía la chupina en el secundario para ir al cine Capitol, que empezaba a las 10 de la mañana. Como mi viejo trabajaba en el diario La Capital, tenía la suerte de entrar en las redacciones y de hablar con el crítico de cine de aquel momento, Fernando Chao. Me sugirió que escribiera algunas cosas y empecé y él de alguna manera me orientaba en lo que pretendidamente era una mirada relativamente crítica: desde dónde mirar un film, quién era el realizador, en qué contexto estaba, cuál era la historia. Estar vinculado a la teoría, crítica y escribir sobre cine, es una cosa fascinante”.
EL LIBRO
Las primeras páginas de Mar de fondo, están llenas de añoranzas de la niñez, del tiempo jamás recuperado, pero bien perdido en un barrio que hoy es centro. Se veía pasar el tren lleno de pasajeros o se perdía la pelota en el río en plena acción futbolística. Ahí nomás, cerca de todo y del destino también de los soldaditos de plomo y plástico en un patio de baldosas como la nostalgia del tiempo vivido con la tranquilidad del barrio que protege, junto a la familia. Mientras tanto en la calle también puede haber hostilidad cuando la adolescencia esgrime su punto máximo de rebeldía contra nada y el vecino ve al pibe sin futuro. Ese famoso despecho del presente asegurado de esa persona mayor y a la vez también eran observados por “la cana” que pasaba al acecho desde el patrullero. “Las palabras despedían / el mismo fuego / sentimientos de una tribu / los puños apretados y entonando / himnos de guerra”, escribe Aguzzi.
“Yo fui de la zona céntrica, aunque en esa época era una periferia, en calle Brown y Dorrego, hasta que me fui de mi casa a los 20 años. El primario lo hice en la escuela Belgrano. Quedaba a la vuelta de mi casa, justamente estoy escribiendo un poema sobre esto, como material para un segundo libro. Porque toda mi infancia la pasé jugando en las calles Moreno,
Dorrego y Brown y el poema data sobre esas mañanas de invierno, con mi vieja que me llevaba caminando con unos pantalones de sarga que me llegaban a las rodillas. Me ponía unas medias de esas finitas de nylon, unos mocasines viejos y entraba el aire por todos los flancos. Tuvimos de primero a cuarto grado una maestra que era una reverenda irlandesa, que usaba lo que se llamaba puntero y te lo sacudía en los dedos. Y a su vez fue maravilloso porque aprendí a mirar, a meterme en lo que iba a ser el mundo”, cuenta el poeta.
En la página 31, en la sección Borrascas, el poema Antes del final, redime tanto a su autor como al libro cuando escribe esta última parte: … “el manifiesto de nuestras creencias, / nos harían escapar de otra derrota, / sin embargo, a poco tiempo nomás, / nos aniquilaron la iniciativa / y la más atendible de las razones / para abrazar esa patria”. Continúan otras secciones como Tránsito o Intersticios en donde el poeta no para de dar cuenta y testimonio de lo vivido y de lo que aún vive. Pero en la sección Las pestes se recrudece para mostrar la realidad callejera en el poema Otra clase de hija, donde da cuenta de la vida de una mujer joven en la calle.
-Empezaste a escribir desde muy joven, ¿no?
-Sí, en la adolescencia. Tengo muchísimo material acumulado. Y a esa poesía antigua la escribía en unos cuadernos espiralados que me compraba mi vieja. Pero hubo una situación muy complicada de la militancia en la que tuve que irme de la ciudad. Milité durante un tiempo durante la dictadura en lo que era el Partido Socialista de los Trabajadores, en el área de política cultural, en una revista. Entonces mi vieja, por miedo a que me pasara algo, hizo desaparecer mis cuadernos en donde estaba mi obra poética. Llevó ese material y toda mi biblioteca a un campo de Coronel Domínguez y lo rompía tirándolos en una tarde de viento. Tuve mucho tiempo sin entender a mi madre, pero después terminé entendiéndola. Hoy daría lo que no tengo por ver esos cuadernos. A lo mejor son una bazofia, pero he soñado con eso, fui al psicólogo. Tengo un sueño recurrente en que veo los cuadernos que llevaba en un morral de lona que se usaba en esa época y que solía leer y compartir con mis amigos. Al tiempo me fui a Brasil, por ese motivo de la militancia.
EL ARTISTA
Juan Aguzzi pateó las calles rosarinas como muchos de su generación. Caminatas de recorridos por bares, casas de amigos, cines, participar del surgimiento de la Trova Rosarina, o también en el espacio under, donde hubo otra intervención artística poco conocida, pero comentada en ciertos ambientes. El caso de Cucaño, fue uno de los eventos más originales que haya tenido Rosario.
“Los iniciadores de Cucaño son Zapo Aguilera, Carlitos Lucchese y Adrián Abonizio, que arman una especie de performance, en la Sala Pau Casals; lo primero que aparece como hito de Cucaño. Luego se sumaron Carlos Ghioldi, Luis Alfonso, Graciela Simeoni, Guillermo Giampietro. El Zapo Aguilera después ya formaría parte de la Trova Rosarina, volcándose más a la música y también estuve ahí. Nos juntábamos en la calle Cerrito y Chacabuco, en una casa en donde se ensayaba. También se hacía una revista de poesía, incluso publicábamos en otra revista de poesía que era del Chaco, como una especie de puente que se llamaba El Ángel Subterráneo. Ahí estaba Fito, con sus pantaloncitos cortitos, sus piernitas finitas, y sus pelos enrulados.
Había lugares donde nos encontrábamos a leer poesía, a pensar recitales de música que un tiempo funcionó en lo que es la Asociación Cristiana de Jóvenes. Era un lugar neutral dirigido por Mario Gómez y juntaba a la gente, porque no había lugares para reunirse y porque salías a la calle y siempre había razia y te llevaban a la comisaría por portación de pelo o vestimenta. Cucaño fue una experiencia muy interesante para esa época de mucha censura. Teníamos una revistita que se llamaba Acha acha cucaracha, donde escribíamos algo de poesía, el Marinero Turco ilustraba y era como un circuito clandestino. Una psiquiatra muy interesante que nos apoyaba muchísimo, nos cede un espacio en la calle Oroño 440. Era el subsuelo de una casa señorial, antigua y ahí hacíamos intervenciones teatrales. Trabajamos con quien después se lo conoció como Helmostro Punk, que era un teatrista y escritor porteño que más tarde lo veríamos en la revista Cerdos y Peces. Se llamaba Mauricio y era el que nos coordinaba en la parte teatral y quien nos enseñó una serie de recursos y herramientas. Tuvimos a Miguel Bugni cuyo seudónimo era MacPhantom, que imitaba con su voz y gesticulación, todo lo que fuera cazabombarderos yanquis en Vietnam, más las conversaciones entre los pilotos; una cosa genial. Hacíamos obras pensadas para la participación del público, pero no para preguntar qué te parece, sino que participabas del modo que quisieras siempre teniendo en cuenta el contexto de la obra. La consigna era “por más gente que haga arte y menos artistas” más o menos eso.
CURRÍCULUM AGUZZI
• Hice una especie de carrera en el Inca, en Buenos Aires, como una extensión para gente del interior. Era de Realización y uno optaba por distintas orientaciones. Como a mí me gustaba escribir, opté por Teoría y Crítica.
• En Brasil trabajé haciendo redacción publicitaria para sobrevivir en el área de comunicación en distintos estudios publicitarios y luego aquí en Rosario. Se ganaba bien, era una época donde se hacía mucha folletería. Hacíamos las revistas de Cablevisión que tenía un cuaderno, un apéndice adentro que tenía notas de cultura.
• En Buenos Aires, trabajé tres meses en el diario La Opinión. Fue antes de que se le viniera a la noche y de que lo encanaran a Jacobo Timmerman. En ese momento me parecía que había tocado el cielo con las manos. Entré como corrector y había gente que sabía mucho como Bonasso o Verbitsky. Fue mi primer contacto con una redacción que me dio miedo al principio por lo que significaba.
• Ya definido en el periodismo, me dediqué más a la faceta espectáculos y cultura desde el inicio del diario El Ciudadano, cuando hacíamos Número Cero. Lo empezamos en mayo de 1998 y recién en octubre de ese año salió el primer ejemplar a la calle. Fue impresionante que se dé ese fenómeno en donde un tipo ponía guita para que una redacción trabajara sólo para pulir el funcionamiento. Una experiencia fabulosa que no existe más. Ahí estaba Martín Prieto, Pablo Makowski, Beatriz Vignoli, el pelado Briguet.
• En el Diario Rosario trabajé en lo que se llamaba sección Mundo, que era Exteriores, política internacional. También hice algunas cosas de crítica para la sección Espectáculos, cuando estaba Emilio Bellón. En la revista Vasto Mundo, editada por la Municipalidad de Rosario, trabajaba como corrector. Con Elvio Gandolfo y Osvaldo Aguirre presentábamos los libros que editaba la Editorial Municipal.
• Tuvimos una revista de cine acá que se llamaba El Eclipse. En el staff estaban Gustavo Galuppo, Pablo Romano, Fabián del Pozo y colaboradores como Patricio Pron, Elbio Gandolfo, Patricia Suárez. Ahora tenemos como una reedición de Eclipse y la sacamos en la web. En su mejor momento fue una revista con papel ilustración que hoy ni la podés soñar. Trabajamos algunas cuestiones que tienen que ver con pensar el cine hoy, ¿qué es la imagen? ¿Qué es lo que pasó con el cine hoy? ¿Qué está queriendo mostrar? En qué se ha convertido la imagen tal cual uno la conocía, etcétera.