La original. De izquierda a derecha, el soldado Eduardo Lefipan (con el brazalete blanco); Eduardo Petruzzi; el cabo primero Gallardo (arrodillado y de bigotes); el Capellán Vicente Martínez Torrens y el chofer del Jeep que llevaba la virgen por todas las trincheras (de bigotes).
Foto:Gentileza.
Los rostros cansados, sucios, muy jóvenes. Las manos tiesas del frío. Los ojos que desnudan el íntimo sentimiento de que la muerte está cerca. Las manos llenas del barro del "pozo", de esas trincheras que fueron el hogar durante meses de los soldados. Apenas una sonrisa leve, la del capellán del Ejército. Dos bigotes, que se estilaban a principios de los años '80. De fondo, un lugar del sur argentino. En el centro, la imagen de la Virgen de Luján, la "malvinera", el símbolo que les dio cobijo espiritual a esos combatientes argentinos. La foto fue tomada en un momento de la Guerra de Malvinas.
Reconstruir la historia de un registro fotográfico acaso no es otra cosa que darle vida no sólo a lo episódico del momento, sino a todo un contexto, quizás uno de los más dramáticos de la historia argentina. Y quien está a la izquierda de la imagen de la Virgen es Eduardo Abel "Tato" Petruzzi, cordobés pero "rosarino por adopción". Hoy vive en la ciudad del sur provincial con su familia: es médico dedicado a la atención pediátrica (neonatología). Hace poco cumplió 59 años, y sigue firme en su profesión.
Petruzzi aparece en la foto con sus compañeros de "pozo": Eduardo Lefipan, a la izquierda en la foto, con el brazalete blanco, y el cabo primero Gallardo, arrodillado y de bigotes. También al lado de la virgen está el capellán del Ejército Argentino, Vicente Martínez Torrens, y a la derecha el chofer del Jeep que llevaba la virgen por todas las trincheras.
Es de la Clase ´63, es decir que tenía 18 años al momento de ir a la guerra. "Tato" nació en Monte Maíz, provincia de Córdoba. Cuando se dio el sorteo para el Servicio Militar, el ex combatiente estaba en Rosario. De allí partió a las Islas. Pertenecía al Regimiento 25 de Infantería en Colonia Sarmiento, Chubut, y estaba en la Sección Sanidad: él y sus compañeros eran soldados camilleros.
Una o dos veces por semana, el cura capellán visitaba las trincheras. Iba con un chofer en un Jeep, en el cual llevaban la "Virgen malvinera". Ese es el origen de la foto. "Era un momento de rezo, de oración, y también de charlas con el sacerdote. Fueron momentos muy difíciles, y la presencia de esa imagen religiosa nos daba acompañamiento espiritual; en una guerra te sentís muy solo, lejos de tus afectos. Te aferrás a todo lo que se puede", cuenta "Tato" Petruzzi, en diálogo con El Litoral.
¿Qué siente él al ver esa foto? "Verla es volver a Malvinas. Yo no regresé, porque creo que se debe volver a las islas 'sin pasaporte', pues las Malvinas fueron, son y serán argentinas. Pero entiendo a quienes sí vuelven, a los compañeros que sobrevivieron, a los familiares de los caídos. Porque de alguna forma, todos y a la manera de cada uno debemos cerrar un capítulo, o procesar un duelo, reencontrarse con lugares donde hubo mucho sufrimiento. La guerra fue un antes y un después", confiesa.
"En ese momento en que nos aferrábamos mucho a la religión… Por eso la 'Virgen malvinera' significaba un acompañamiento. Ella representaba un momento de encuentro con la familia, que estaba muy lejos, con los recuerdos. Teníamos otra virgencita en una piedra, y yo la visitaba casi diariamente. Era una forma de sentirme cerca de los seres queridos. Y de sentir un sentimiento de esperanza. La guerra es siempre el error y el horror. Es estar entre la vida y la muerte todos los días", dice el ex combatiente, al borde de la emoción, en su remembranza.
La vida en el pozo
El "pozo" de trinchera era para cinco soldados. "La nuestra era grande; con chapas arriba, teníamos una especie de galería que era como un visor al exterior. Era un terreno arenoso, recuerdo: y el nuestro fue un pozo contenedor. Con el primer ataque inglés, que fue aéreo, tembló todo. Pero también hubo ese mismo 1° de mayo un bombardeo naval. Fue un día muy duro. Ese pozo nos acompañó toda la estadía, hasta la firma de la rendición", rememora Petruzzi.
Para ir a buscar la comida a la cocina de campaña, los soldados debían caminar unos 200 metros. "Durante ese recorrido de pronto podía sonar una alerta roja, que indicaba la posible inminencia de un ataque aéreo. En esa zona y hasta el 14 de junio, los bombardeos ingleses eran permanentes", narra "Tato".
La "otra guerra"
Petruzzi fue parte del regimiento que estuvo en la recuperación de las islas, en la madrugada del 2 de abril de 1982, junto con los Infantes de Marina. Vio flamear la bandera argentina en las Islas: su ubicación con su regimiento fue al costado de la pista del Aeropuerto (de Puerto Argentino). Allí llegó a fines de abril, y estuvo frente al primer ataque inglés que se dio el 1° de mayo. Luego de la firma de la rendición y tras haber sido prisionero, volvió en barco al continente el 19 de junio de 1982.
De nuevo en Rosario, Petruzzi ingresó a la Facultad de Medicina en 1983, en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Fue una etapa muy dura para los que volvieron: era difícil hablar de Malvinas. Muchos ex combatientes necesitaban contar del horror vivido, compartir esas culpas íntimas, las pérdidas de los compañeros caídos en el combate, la sensación de muerte acechando todo el tiempo. Fue la denominada "desmalvinización", que se revirtió con el paso de los años.
Se recibió de médico e hizo la residencia en pediatría. "Estuve siempre en áreas de terapias pediátricas, donde también se ve el desafío de estar al límite, entre la vida y la muerte. Es una lucha permanente: es la lucha de dar todo por salvar la vida de un niño, de un recién nacido", confiesa. Hace 30 años que trabaja en un hospital público en el área de neonatología. Quizás por su sensibilidad, Petruzzi eligió algo parecido a una "guerra". Pero ahora las trincheras son el área de terapia. "A veces siento que se van acabando las pilas, pero se sacan fuerzas de donde se puede".
Tiene a su esposa y a sus tres hijos, a su madre (su papá falleció) y a su hermano menor. "Ellos también son parte de la guerra. Nosotros estábamos allá y ellos esperaban acá. Y para el que espera es mucho más difícil que para el que está lejos. Esperar desespera. La guerra nos atravesó a todos, y para mis seres queridos sólo tengo palabras de agradecimiento", dice Eduardo Petruzzi. Humilde en sus palabras, quizás sea un "héroe por dos", de ésos que pasan desapercibidos entre las gentes, pero que llevan consigo un aura especial que transforma las cosas.
A las nuevas generaciones
-Con toda su experiencia vivida en Malvinas, ¿qué le diría a la sociedad y, particularmente las nuevas generaciones?, consultó El Litoral a Eduardo Abel Petruzzi.
-Malvinas es el ícono de la soberanía nacional. Nos une a todos los argentinos. Hoy tenemos la posibilidad de contar lo que vivimos. En cada uno de nosotros hay una historia de vida, si se quiere de resiliencia. Y los relatos vivos ayudan a que no perdamos la memoria, que es la memoria de nuestro país. Hoy nos invitan a dar charlas en las escuelas: eso es algo muy importante para nosotros.
Y es valioso que los chicos de hoy escuchen y lean los relatos de la guerra, de quienes tuvimos la suerte de volver vivos, para mantener viva esa llama de la memoria, y para recordar a nuestros caídos en la guerra.
Estamos en épocas en que nos bombardean con mensajes negativos, se desvaloriza a nuestro país, se dice que los pibes se quieren ir, creyendo que afuera, en el exterior, está todo mejor. No creo que sea tan así. Pues nuestro país tiene cosas muy valiosas.
Reconstruir la historia de un registro fotográfico acaso no es otra cosa que darle vida no sólo a lo episódico del momento, sino a todo un contexto, quizás uno de los más dramáticos de la historia argentina. Y quien está a la izquierda de la imagen de la Virgen es Eduardo Abel "Tato" Petruzzi, cordobés pero "rosarino por adopción". Hoy vive en la ciudad del sur provincial con su familia: es médico dedicado a la atención pediátrica (neonatología). Hace poco cumplió 59 años, y sigue firme en su profesión.
Petruzzi aparece en la foto con sus compañeros de "pozo": Eduardo Lefipan, a la izquierda en la foto, con el brazalete blanco, y el cabo primero Gallardo, arrodillado y de bigotes. También al lado de la virgen está el capellán del Ejército Argentino, Vicente Martínez Torrens, y a la derecha el chofer del Jeep que llevaba la virgen por todas las trincheras.
Es de la Clase ´63, es decir que tenía 18 años al momento de ir a la guerra. "Tato" nació en Monte Maíz, provincia de Córdoba. Cuando se dio el sorteo para el Servicio Militar, el ex combatiente estaba en Rosario. De allí partió a las Islas. Pertenecía al Regimiento 25 de Infantería en Colonia Sarmiento, Chubut, y estaba en la Sección Sanidad: él y sus compañeros eran soldados camilleros.
Una o dos veces por semana, el cura capellán visitaba las trincheras. Iba con un chofer en un Jeep, en el cual llevaban la "Virgen malvinera". Ese es el origen de la foto. "Era un momento de rezo, de oración, y también de charlas con el sacerdote. Fueron momentos muy difíciles, y la presencia de esa imagen religiosa nos daba acompañamiento espiritual; en una guerra te sentís muy solo, lejos de tus afectos. Te aferrás a todo lo que se puede", cuenta "Tato" Petruzzi, en diálogo con El Litoral.
¿Qué siente él al ver esa foto? "Verla es volver a Malvinas. Yo no regresé, porque creo que se debe volver a las islas 'sin pasaporte', pues las Malvinas fueron, son y serán argentinas. Pero entiendo a quienes sí vuelven, a los compañeros que sobrevivieron, a los familiares de los caídos. Porque de alguna forma, todos y a la manera de cada uno debemos cerrar un capítulo, o procesar un duelo, reencontrarse con lugares donde hubo mucho sufrimiento. La guerra fue un antes y un después", confiesa.
"En ese momento en que nos aferrábamos mucho a la religión… Por eso la 'Virgen malvinera' significaba un acompañamiento. Ella representaba un momento de encuentro con la familia, que estaba muy lejos, con los recuerdos. Teníamos otra virgencita en una piedra, y yo la visitaba casi diariamente. Era una forma de sentirme cerca de los seres queridos. Y de sentir un sentimiento de esperanza. La guerra es siempre el error y el horror. Es estar entre la vida y la muerte todos los días", dice el ex combatiente, al borde de la emoción, en su remembranza.
La vida en el pozo
El "pozo" de trinchera era para cinco soldados. "La nuestra era grande; con chapas arriba, teníamos una especie de galería que era como un visor al exterior. Era un terreno arenoso, recuerdo: y el nuestro fue un pozo contenedor. Con el primer ataque inglés, que fue aéreo, tembló todo. Pero también hubo ese mismo 1° de mayo un bombardeo naval. Fue un día muy duro. Ese pozo nos acompañó toda la estadía, hasta la firma de la rendición", rememora Petruzzi.
Para ir a buscar la comida a la cocina de campaña, los soldados debían caminar unos 200 metros. "Durante ese recorrido de pronto podía sonar una alerta roja, que indicaba la posible inminencia de un ataque aéreo. En esa zona y hasta el 14 de junio, los bombardeos ingleses eran permanentes", narra "Tato".
La "otra guerra"
Petruzzi fue parte del regimiento que estuvo en la recuperación de las islas, en la madrugada del 2 de abril de 1982, junto con los Infantes de Marina. Vio flamear la bandera argentina en las Islas: su ubicación con su regimiento fue al costado de la pista del Aeropuerto (de Puerto Argentino). Allí llegó a fines de abril, y estuvo frente al primer ataque inglés que se dio el 1° de mayo. Luego de la firma de la rendición y tras haber sido prisionero, volvió en barco al continente el 19 de junio de 1982.
De nuevo en Rosario, Petruzzi ingresó a la Facultad de Medicina en 1983, en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Fue una etapa muy dura para los que volvieron: era difícil hablar de Malvinas. Muchos ex combatientes necesitaban contar del horror vivido, compartir esas culpas íntimas, las pérdidas de los compañeros caídos en el combate, la sensación de muerte acechando todo el tiempo. Fue la denominada "desmalvinización", que se revirtió con el paso de los años.
Se recibió de médico e hizo la residencia en pediatría. "Estuve siempre en áreas de terapias pediátricas, donde también se ve el desafío de estar al límite, entre la vida y la muerte. Es una lucha permanente: es la lucha de dar todo por salvar la vida de un niño, de un recién nacido", confiesa. Hace 30 años que trabaja en un hospital público en el área de neonatología. Quizás por su sensibilidad, Petruzzi eligió algo parecido a una "guerra". Pero ahora las trincheras son el área de terapia. "A veces siento que se van acabando las pilas, pero se sacan fuerzas de donde se puede".
Tiene a su esposa y a sus tres hijos, a su madre (su papá falleció) y a su hermano menor. "Ellos también son parte de la guerra. Nosotros estábamos allá y ellos esperaban acá. Y para el que espera es mucho más difícil que para el que está lejos. Esperar desespera. La guerra nos atravesó a todos, y para mis seres queridos sólo tengo palabras de agradecimiento", dice Eduardo Petruzzi. Humilde en sus palabras, quizás sea un "héroe por dos", de ésos que pasan desapercibidos entre las gentes, pero que llevan consigo un aura especial que transforma las cosas.
A las nuevas generaciones
-Con toda su experiencia vivida en Malvinas, ¿qué le diría a la sociedad y, particularmente las nuevas generaciones?, consultó El Litoral a Eduardo Abel Petruzzi.
-Malvinas es el ícono de la soberanía nacional. Nos une a todos los argentinos. Hoy tenemos la posibilidad de contar lo que vivimos. En cada uno de nosotros hay una historia de vida, si se quiere de resiliencia. Y los relatos vivos ayudan a que no perdamos la memoria, que es la memoria de nuestro país. Hoy nos invitan a dar charlas en las escuelas: eso es algo muy importante para nosotros.
Y es valioso que los chicos de hoy escuchen y lean los relatos de la guerra, de quienes tuvimos la suerte de volver vivos, para mantener viva esa llama de la memoria, y para recordar a nuestros caídos en la guerra.
Estamos en épocas en que nos bombardean con mensajes negativos, se desvaloriza a nuestro país, se dice que los pibes se quieren ir, creyendo que afuera, en el exterior, está todo mejor. No creo que sea tan así. Pues nuestro país tiene cosas muy valiosas.
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La delegación de “La Invencible”, con 96 preseas, obtuvo el primer puesto en el medallero de la competencia interprovincial disputada en Mar del Plata. El podio lo completaron Córdoba y Río Negro. Los deportistas santafesinos, que compitieron en 36 disciplinas, habían sido elegidos tras participar de todas las etapas de Santa Fe en Movimiento.
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