Luis Horacio Acosta, a quien todos conocen como Bocha, y María Estela Rojas, se jubilaron como radiólogos del hospital Centenario en tiempo de pandemia. Ella continuó ejerciendo su otra profesión, la Nutrición, pero él, en cambio, se dispuso a descansar disfrutando de las mañanas junto al río, en la zona de la costanera de su ciudad.
En eso estaba cuando observó a un hombre andando en una bicicleta de un complejo de cabañas, de esas que en este tipo de lugares para alojarse ofrecen a sus huéspedes, y notó que la bicicleta hacía ruido, que no estaba en las mejores condiciones; y se dio cuenta, además, que no existía en la costanera de Gualeguaychú un puesto de alquiler de bicis.
Un tiempo antes, Estela, en su función de nutricionista, había comprado una bicicleta para prestársela a un paciente con obesidad, a quien le habían robado la suya y no encontraba una manera más atractiva de hacer actividad física.
Aquella mañana, Bocha volvió a su casa con el firme propósito de convencer a Estela para que le prestara la bicicleta que ella tenía para su paciente y ofrecerla en alquiler en la costanera. Habiendo logrado el sí de su esposa y con las averiguaciones y trámites correspondientes para ofrecer el servicio, una mañana marchó con el mate, la bicicleta y un cartel que decía “Se alquila”.
Persevera, persevera…
Si bien Bocha estaba convencido de que el plan funcionaría, no fue sencillo al principio. Durante los 16 primeros días, nadie se detuvo siquiera a consultar por el costo del alquiler. Bocha asegura que algunos lo miraban con extrañeza y que probablemente algunos pensaron que el Covid y su trabajo en el hospital le habían afectado de alguna manera. “Estar ahí solo, con la bici, el mate y un cartel de ‘Se alquila’ parecía extraño”, reconoce Bocha, “pero yo tenía una fe ciega, pensé que un turista iba a pasar y la iba a alquilar y así fue”.
Durante 16 días, Bocha iba a la costanera con la bici, el mate y el cartel, y volvía con las manos vacías. Podría haberse resignado y retomar el plan inicial de disponerse a descansar, pero perseveró y la perseverancia dio sus frutos. Una mañana, un turista se detuvo, le preguntó el costo del alquiler y salió rumbo al parque Unzué. Era tanta la alegría de Bocha que corrió hasta el consultorio de Estela a darle la noticia y cuando ella le preguntó quién era la persona que le había alquilado la bici, Bocha se dio cuenta de que no le había pedido ningún documento como garantía, solo recordaba el color de la remera. Confiado en que el plan tenía que funcionar, se aferró a la confianza depositada en aquel primer cliente hasta que a lo lejos lo vio regresar.
“Y una bici nos llevó a otra. La primera fue una playera, pero luego nos dimos cuenta que teníamos que tener variedad, entonces pensamos en tener cuatro de cada una”, contó Bocha.
… y triunfarás
El consultorio de Estela fue convirtiéndose poco a poco en un garaje de bicicletas. Todos los días, las llevaban hasta la zona de los obeliscos y las colocaban de tal manera que no obstruyeran el paso de los peatones. Mientras tanto, avanzaban en los trámites de rigor, hasta obtener la habilitación para el servicio de alquiler de bicicletas.
Ahora tienen 22 bicicletas y un local donde guardarlas. Ofrecen playeras, inglesas, urbanas y tándem; también hay algunas con sillitas para llevar bebés, y todas tienen sus cascos correspondientes.
El puesto de alquiler de bicicletas de Bocha y Estela se llama “Punto de partida” y se encuentra en Avenida Morrogh Berdard, casi Obeliscos; o en San Lorenzo 146. Quien guste recorrer Gualeguaychú en bici, puede alquilarla por una hora, a un costo de 900 pesos; o bien durante todo el día, hasta las 8 de la noche, y en ese caso el costo es de 3.500. “Les damos un candadito para que se manejen y puedan cuidarla y que disfruten del parque, de la costanera, de la zona céntrica… Gualeguaychú es muy linda para recorrerla en bicicleta”, aseguró Bocha.
Historias de bici y amor
En plena etapa de inversión, apostando a su emprendimiento, Bocha y Estela compraron la bicicleta doble pensando en las parejas de enamorados, sin embargo, las cosas se dieron de tal manera que quienes la estrenaron fueron una mamá con su hija con ceguera. La semana siguiente, la bici doble generó otra historia conmovedora cuando se acercó a pedirla una pareja de unos 50 años. Él había sido ciclista, pero por una enfermedad había perdido su visión y no había vuelto a pedalear. Veinte años después, gracias al emprendimiento devenido de la perseverancia de Bocha, ese hombre volvió a sonreír arriba de una bici.