No es frecuente que los médicos, médicas y profesionales de la salud salgan a hablar públicamente de las complicadas condiciones en las que trabajan. Pero en los últimos meses, los altísimos niveles de violencia que hay en Rosario y las balaceras que no distinguen objetivos, lograron que las voces comenzaran a reproducirse.
Tener que ir a trabajar a un centro de salud barrial que fue baleado o que podría ser atacado, es ir con terror en el alma. La sensación se multiplica en los profesionales que todos los días asisten a estos espacios que, lejos de estar inmunizados, siguen siendo tiroteados.
Algunos profesionales de la salud se animaron a dialogar con Mirador Provincial sobre cómo se vive puertas adentro en los centros de salud de los barrios donde las bandas narco se disputan el territorio todo el tiempo. No sólo eso, también sobre cómo impacta esta cultura de la violencia en las familias y en las relaciones interpersonales.
Cifras
Algunas cifras concretas exponen, a modo de contexto, los niveles demenciales de violencia y asesinatos que vienen golpeando a la ciudad desde hace años y que, lejos de mermar, se van multiplicando. Por ejemplo, en 2022, Rosario terminó con una tasa de homicidios dolosos de 22,1 cada 100 mil habitantes. Ese registro quintuplica la tasa nacional de 2021 (último dato disponible a nivel país).
Más de un 70% de los homicidios dolosos están asociados a organizaciones criminales y casi un 75% fueron planificados y no espontáneos. Según los registros oficiales, en el último año se duplicó la proporción de víctimas mujeres sobre el total.
El año pasado hubo en total 287 homicidios, un 12% más que el pico anterior, registrado en 2014, con 254 homicidios. Inclusive, de acuerdo con un informe de la Fundación Apertura, en 2022 Santa Fe fue la jurisdicción que recibió menos recursos por habitante por parte del Ministerio de Seguridad de la Nación.
Sin códigos
Si bien parecía que había ciertas instituciones que "por código" no se podían atacar o balear como las iglesias, hospitales o centros de salud, donde asisten muchas personas diariamente, los hechos dejaron a las claras que esa consigna no se cumple.
El miércoles 8 de febrero fue baleado el Centro de Salud Santa Teresita, ubicado junto al Centro Municipal de Distrito Sudoeste "Emilia Bertolé". Por el hecho, el intendente Pablo Javkin levantó su agenda y en declaraciones a la prensa, apuntó contra la inacción policial y pidió que el ministro de seguridad –en ese entonces era Rubén Rimoldi– "se venga a vivir acá (por Rosario)".
La sensación se multiplica en los profesionales que todos los días asisten a estos espacios que, lejos de estar inmunizados, siguen siendo tiroteados.Foto: Mirador
El Centro de Salud Sargento Cabral, ubicado en Piamonte al 3300, fue alcanzado por las balas el martes pasado al mediodía, y los vecinos aseguran que "todos los días se escuchan tiros" en la zona. El dispensario del barrio Tío Rolo continúa cerrado desde el martes tras el tiroteo frente a su puerta y ante el personal de salud y sus pacientes.
En julio del año pasado, el propio Hospital Centenario de Rosario sufrió una balacera que dejó como saldo una empleada de seguridad privada agredida en plena puerta del nosocomio. "Afortunadamente fue una desgracia con suerte y la bala no le dio en ningún lugar importante", había expresado la titular del hospital, Claudia Perouch.
El terror, por dentro
Levantarse todos los días para tener que ir a atender a los dispensarios que están por fuera del centro rosarino es ir "con el corazón en la mano". Las personas que componen los equipos de salud llegan con la esperanza de que algo pueda cambiar, pero a la hora de volver a casa se van con la intención de dejar el trabajo. La angustia los invade.
Quedar en medio de una línea de fuego es moneda corriente para muchos profesionales. La falta de seguridad y el aumento desmedido de la violencia que atraviesa la ciudad en sus diversas zonas, es casi un estilo de vida que deben llevar si pretenden seguir trabajando en los dispensarios. Por eso, cada vez más trabajadores de la salud optan por irse.
El caso de Lucía, quien evita revelar su identidad por temor a represalias en otras instituciones donde trabaja, es el caso de muchos y muchas. Ella es psiquiatra y trabajó en cuatro centros de salud en la zona norte de Rosario como, por ejemplo, el "Alicia Moreau", el de Nuevo Alberdi, entre otros.
La médica psiquiatra contó a Mirador Provincial que cuando trabajaba (dejó hace menos de dos años) "iba mitad de jornada a uno y después me trasladaba a otro. La verdad que ir a los dispensarios era muy áspero. Desde que comencé a trabajar antes de la pandemia hasta después de la ola de Covid, que me retiré, la guerra narco en los barrios ya estaba declarada".
La sensación se multiplica en los profesionales que todos los días asisten a estos espacios que, lejos de estar inmunizados, siguen siendo tiroteados.Foto: Mirador
Para visibilizar el modo restringido y "cuidado" en el que trabajan, Lucía explicó que "los centros de salud –en esa zona– siempre funcionan de día por cuestión de seguridad; y en invierno, quizás nos teníamos que ir un rato antes para que no nos agarre la noche, porque cuando oscurece es tierra de nadie".
"Cuando nos íbamos siempre se esperaba a otro y nos movíamos en grupo. Nadie se quedaba solo esperando a nadie. Ni siquiera esperando el colectivo en soledad", agregó.
A modo de anécdota, señaló que pocos días antes de dejar los trabajos "tuvimos que tirarnos al piso en el consultorio porque de la nada empezaron a tirotearse frente al inmueble. Tuvimos que cerrar absolutamente todo. Si bien se decía que había un código de no atacar los centros de salud, pudimos comprobar que sucede de todos modos".
A los tiros
No se trata solamente de disputas entre bandas narco, sino de violencia intrafamiliar o conflictos entre vecinos que "antes lo resolvían agarrándose a piñas o tirándose de los pelos y ahora es a los tiros sin mediar palabras ni consecuencias", contó a este medio Pablo, un odontólogo que solía trabajar en el centro de salud ubicado en barrio Las Flores, en calle Flor de Nácar al 6900, y que terminó por renunciar. Él también pidió reservar su identidad.
El especialista en salud bucal detalló que el problema no es solamente "la total ausencia de agentes de seguridad", sino que hay "una demanda tremenda y no damos abasto y los pacientes enloquecen y se te meten en el consultorio o te amenazan si no los atendés rápido".
Trabajar en un centro de salud es casi una obligación para muchos profesionales de la medicina que se están terminando de formar o están recién egresados. Muchos optan por transitar esta etapa y dejarlos, mientras que otros sienten vocación por el trabajo en el territorio.
Sin embargo, en los últimos años "con el aumento de las adicciones y de la pobreza, la violencia se desbordó", cuenta el odontólogo. "Antes me animaba a ir en colectivo, pero en el último tiempo prefería ir en mi auto para irme bien rápido, porque la sensación de angustia era insoportable".
El hecho de asistir a los dispensarios con armas o con mensajes amenazantes para tener prioridad en la atención son sólo algunos de los ejemplos que diariamente deben enfrentar los médicos y médicas. "No es solo ver gente baleada por problemas de negocios con droga, también es ver familiares que arreglan las cosas a los tiros sin observar si hay chicos jugando o un centro de salud en el medio", puntualizó.
AUmento desmedido
Un psicólogo que trabajaba en el centro de salud del barrio Itatí, en Castellanos al 3900, –quien tampoco quiso revelar su identidad– contó algunas situaciones que le tocó vivir. Ante el desborde de los hechos de violencia y aumento en el consumo de sustancia de sus pacientes, optó por dejar el trabajo. "Una vez fui a buscar a un paciente de unos 15 años a su casa porque hacía tiempo que faltaba a la consulta. Al llegar a la casa y charlar con él sobre por qué no venía, me admitió que no podía cruzar la calle hacia el centro de salud porque 'se la tenían jurada' y lo iban a matar. Me recomendó que me fuera", relató.
El terapeuta relató que los hechos de violencia se veían "todos los días" y que las problemáticas de "abusos y adicciones que llegaban al consultorio iban en aumento y de manera desmedida". Estos ataques a los centros de salud "no sorprenden", porque "las amenazas son moneda corriente".
"En mi caso me fui porque ya sentía que era muy poco lo que podía hacer en este dispositivo ante una demanda cada vez más grande, sin seguridad y con la sensación de tener las manos atadas para poder ayudar y acompañar", explicó sobre la decisión de dejar el trabajo.
Usurpaciones
Otros profesionales de la salud con quienes dialogó este medio, pero que optaron por no ser citados ni mencionados, dejaron en claro que el modus operandi de usurpar casas o dejar ultimátum para que dejen los hogares viene en aumento también de manera desmedida. Hicieron hincapié en que estas realidades se hacen muy tangibles para ellos, porque suelen ir a las viviendas de los y las pacientes en los barrios para acercarles medicamentos, recetas, conocer si es posible que se internen en sus casas o simplemente para conocer los motivos por los cuales dejaron de asistir a los centros de salud.