-Yamil, ¿cómo fue aquella niñez en tu ciudad natal?
-En Casilda todo queda cerca, iba al club, a la pileta a jugar en el verano, al básquet y a la escuela, pero la diferencia que tenía con mis amigos de clase media, era la de ser el hijo del dueño de un cabaret. Mi vieja se ocupó de llevarme una vida normal para que no sintiera tanta vergüenza. Pero enseguida empecé a trabajar. A los 16 ya era mozo de un bar. Cuando mi viejo se fundió porque quiso transformar lo que había sido el cabaret en un motel, pusimos una sala de videojuegos con algunas mesas conformando un bar y lo llamamos Micerino. Eso implicó primero que yo pudiera decir claramente cuál era mi ocupación porque era un laburo decente y porque, por ejemplo, en la etapa del cabaret, mi viejo siempre andaba con autos robados, era la época de los autos mellizos, pero a partir del negocio, teníamos auto con los papeles legales. Todo Casilda iba a Micerino, una enorme cantidad de pibes se conocían ahí, armaban amistades e incluso algunos hasta se casaron producto de la relación que empezaron en el negocio.
-¿Y cómo empieza tu relación con la literatura? ¿En qué parte de tu vida fue que hiciste el clic y empezaste a leer y escribir? Casi que podríamos usar las palabras asiduas del deporte para decir que te pasaste de una disciplina a otra, ¿no?
-¡Claro! La literatura no entraba en ninguna parte de mi vida. No me gustaba leer, no tenía biblioteca y a los 25 años, cuando me iba muy bien económicamente con el boliche, mi amigo Diego Costa, que actualmente es el director del Teatro Dante, entra a trabajar en la librería El jardín de Epicuro que estaba abajo del departamento en donde yo vivía. Todas las mañanas me iba a tomar mates con él y empecé a mirar los libros. Lo que enseguida me atrapó fue la poesía. Le pido a Diego que me recomiende dos para comprar y me da una antología de Juan Gelman y otra de Miguel Hernández. De ahí no paré más de leer. Al año siguiente empecé a estudiar profesorado de Literatura en el Instituto Manuel Leiva. No lo terminé porque no me gustaba dar clases, pero el hecho de estudiar, me ordenó las lecturas y empecé a escribir en el año 1996, a los 25 años. La profesora de Literatura Extranjera, Sonia Contardi, daba clases también en la Universidad de Rosario y organizó un ciclo en el bar El Aserradero, que se llamó Encuentro de escritores Latinoamericanos. Me invitó a leer y ahí fui vinculándome con escritores rosarinos.
-El camino de la publicación es el más difícil, ¿no? Un escritor puede pasar años esperando la lectura o la aprobación de una editorial para publicar su libro. En tu caso, ¿cómo fueron tus primeras publicaciones?
-A mi primer libro, El ángel solo, lo publiqué en el año 2003, cuando murió mi abuela. La primera parte lleva su nombre, Lala. Tenía una relación extraordinaria con ella, éramos muy compinches. Los siguientes tres libros fueron con la editorial Ciudad Gótica. En el año 2000 me casé, tuvimos dos hijas con mi mujer y abandoné mis actividades literarias, incluso la de escribir. Me dedicaba de lleno al trabajo porque tenía como una sensación enorme de responsabilidad. Pero a partir de la muerte de mi abuela retomo la literatura y nunca más paré de escribir, ya tengo publicados catorce libros. A los primeros lo pagué yo, hay que reconocer que en la poesía es muy habitual pagarse el libro. Con el tiempo la actividad literaria le fue robando horas a la actividad comercial y me separé de la sociedad con mi viejo en el 2007, para abrir una pizzería.
-Tu trabajo como gestor cultural te ha transformado en una especie de activista de festivales. Por las redes sociales se te ve en acción por buena parte del país: una semana en un festival, otra en una feria de libros, ¿cómo vivís esas situaciones y esa acción?
-El año pasado tuve que dar una charla sobre la literatura y la movilidad en el stand de Salvaje Federal, en la Feria del Libro de Buenos Aires y hablé de los traslados. Al principio lo que me imposibilitaba esa acción era la gastronomía. Me invitaban para tal festival y no podía ir porque se generaba un lío enorme en la pizzería. En el 2007, se nos ocurre hacer un ciclo de poesía con Diego Costa, en el teatro Dante. Se llamaba Historia de poetas argentinos. Fueron poetas de todo el país como Rodolfo Alonso, Beatriz Vignoli, Sonia Scarabelli, Diana Bellessi. Como no me podía ir, hice que fueran a Casilda. Cuando me fui a vivir a Buenos Aires, busqué trabajo en el sector gastronómico porque era lo que sabía hacer hasta que me llama la diputada Claudia Yacone para ofrecerme lo mismo que hice en Casilda, pero para la provincia de Santa Fe. Lo llamé Historias de poetas santafesinos. Fuimos a más de 50 localidades de la provincia con la participación de cientos de poetas. Conocí ciudades y pueblos que nunca me hubiera imaginado. En la terminal de Rosario, en el bar Nubacoop, me siguen cobrando como si fuera un chofer. Ahí me encontraba con el escritor invitado y partíamos a la ciudad en donde se daba la charla. Fueron cuatro años de trabajar con todos los secretarios de cultura de la provincia. Organicé la Feria del libro de Goya, la producción de la Feria del libro de Reconquista; al Festival de Poesía del norte santafesino, lo sigo haciendo actualmente.
En uno de esos festivales, Yamil conoció a la poeta Silvia Castro de quien podría decirse que es la gran compañera de su vida y del amor también. Mientras tanto su currículum se agrandaba: creó el concurso José Pedroni con la Municipalidad de Gálvez, en colaboración con la Fundación Pavese de Italia. Actualmente trabaja en la Biblioteca Nacional, en Gestión Cultural y Desarrollo Territorial. Con la oficina de Trabajo Comunitario recorre buena parte del país en el Tren Sanitario junto a un grupo completo de atención primaria de la salud, atención social, cultura y educación. La Biblioteca Nacional otorga películas de cine, talleres de poesía y lecturas en escuelas rurales.
“Mi destino es la casualidad, lo denomino así porque todo se fue dando de esa forma. Yo estaba separándome de mi mujer con todo el lío que genera, con mis hijas en la casa de mi vieja, un desastre todo. Entonces me invitan al Festival de Poesía de Paraná, en febrero de 2016 y no tenía ánimo para ir. Fue algo muy gracioso porque lo llamo al poeta Patricio Torne y le pregunto por el festival, si él iba y quiénes irían. Pero yo no tenía guita para ir, por lo tanto, fui a Buenos Aires, a vender las últimas cajas de vino de élite -que me sobraron de la pizzería cuando cerré- al marido de Selva Almada, con quien soy amigo de hace muchos años. Con ese dinero me fui a la feria. Silvia casualmente también lo llama al Pato Torne para saber sobre el Festival y le contesta lo mismo que a mí. Yo, a Silvia no la conocía, pero empezamos una hermosa charla que duró hasta hoy. A la semana fui a Buenos Aires a visitarla y al mes estaba viviendo con ella. Ya llevamos siete años juntos. En el barrio de Once en donde vivimos, tenemos terraza con parrillero que no es habitual en Capital Federal, y eso generó que vayan escritores de todo el país. Ahí paran a dormir Franco Rosso, Santiago Alassia, Beatriz Vignoli y gente de la Patagonia amigos de Silvia. Se hizo famosa esa terraza y como todo el mundo dice que quiere conocerla, hemos llegado al tope de veinte personas. Se fue dando casualmente, pero ahora todos quieren ir a la terraza. Selva, Leonardo Oyola, Mariano Quirós, van siempre. Nos encanta y todo el mundo lo disfruta”.
Las máximas turque-sas
- Hay un ataque de inseguridad que te agarra cuando ves un poema publicado de tu propia obra y lo leés y encontrás que le harías algunos cambios. Pero al final me quedo con la frase de Eduardo Mileo: un libro se corrige con el otro que publicaste.
- Qué implica la salida de un libro: un diseñador, un editor, un corrector, una imprenta y a la calle. El editor cobra, el diseñador cobra, etcétera; el único que no cobra es el escritor. Cuando hacen una reseña de tu libro, no mencionan a la gente de la editorial. Te invitan a un festival, a una Feria y recibís un valor simbólico que no tiene que ver con la guita. Si te pagan, buenísimo y sino buscate una editorial que te pague, porque la mayoría de las editoriales tampoco ganan plata y laburan mucho.
- Para mí es muy importante publicar porque no puedo seguir con la siguiente obra que esté trabajando, es como que doy por terminada una etapa. Ver la tapa del libro publicado me permite continuar. Y con el tiempo empecé a tener suerte con las editoriales, ahora puedo publicar sin poner un peso. Con esto me doy cuenta de que, por primera vez en mi vida, la centralidad de todo la tiene la escritura.
- Soy muy gil con los premios, hay algo que no me convence. Algunas editoriales publican a través de convocatorias. Pienso que, si quieren publicar un libro que lo hagan y listo. Si perdés en ese concurso, no te vas a sentir igual y dudás de tu obra. Prefiero poner la energía en buscar una editorial que enviar a un concurso.
- Para mí la novela que estoy por publicar es la mejor. Pero no lo comparto con otros escritores como suelen juntarse algunos. Lo que a mí me entusiasma es lo que estoy escribiendo hoy y se lo quiero mostrar a todo el mundo por el efecto de entusiasmo que te produce. Con Silvia no nos mostramos mucho lo que escribimos, sólo cuando lo tenemos terminado.
- La gente famosa ponele, no siente que uno les vaya a pedir algo. Yo jamás les pediría un favor porque estén en una editorial importante. No quiero sacar provecho de estas amistades, quiero que vayan a mi casa comer y charlar de literatura.
Algunos libros publicados por Yamil: Los barcos olvidados (Ciudad Gótica, 2007), Poemas de Casilda para chicos de todas partes (Municipalidad de Casilda, 2007), Una plaza, un niño y un poeta (Plan Nacional de Lectura, 2009), Como playa que se puebla (Ciudad Gótica, 2009), Un hombre encima del mar (Del Dock, 2015), El olor de las hormigas (Palabrava 2017). Los Lindos (Lamás Médula, 2017), Diez mil kilómetros de distancia (Moglia Ediciones, 2019), Por la vereda con sombra (Palabrava, 2020), Once (La gran Nilson 2022).
* Pablo Bigliardi montó una biblioteca en su peluquería desde donde fomenta la lectura sugiriendo escritores tanto emergentes como conocidos a cuya obra también las reseña en redes sociales, diarios y revistas culturales.