El escritor, realizador audiovisual y vocalista de la banda de punk, Mariano Ludueña publicó en agosto su quinto libro de ficción: el thriller distópico Nuestra señora de las Navidades, una atrapante historia que dialoga con lo mejor del policial argentino.
El suyo es un viaje al origen y al núcleo duro. Un viaje que reconstruye un mundo fabuloso, polémico y perdido, hecho de algunos recuerdos y de mucha ficción, de todo lo que vio y pisó.
En diálogo con Mirador Provincial, Mariano nos revela el porqué de esta novela y de lo que se viene a futuro.
Vanguardista y ficcional
-En términos creativos, ¿cómo fue la génesis de Nuestra Señora de las Navidades?
-Se trata de una novela policial ambientada en una Argentina que recorre la línea de tiempo 2020 al 2030 y donde todo parece haberse ido al demonio. Es un thriller que coquetea con lo distópico y que, a su vez, tiene mucha realidad. La trama se centra en un Gran Buenos violento, corrupto, hacinado, cansado y sin presencia del Estado ni nada que contenga a pibes como Rafa, el protagonista de esta historia.
Rafa padece una infancia atroz y desamorada, en un lugar donde el futuro más promisorio es un arma y una moto. Ya no hay escolaridad, ni entramado social que pueda sostener tanto abandono. Rafa delinque desde y por la traición de su amigo, termina sus días en el penal Nuestra Señora de las Navidades.
La banda criminal de Cacho se transforma en su familia, Marcos, su amigo y hermano de la vida, en un traidor, y Cacho en el padre que nunca tuvo. Son asesinos, criminales, tipos pesados, pero aman y odian como cualquier vecino derecho.
Un camino áspero y en llamas
- ¿Qué representó para vos escribir esta obra?
.Creo que escribí esto por el temor a que suceda. Me hace ruido la cercanía de esta sociedad distópica que planteo con la realidad que vivimos como país, porque si Argentina no logra encaminar su propósito de vida, esto narrado podría llegar a ocurrir antes del 2030. Nuestro futuro ya no depende de nosotros, y hasta que algún político se plante y dé la cara, estamos en manos de los organismos de crédito internacionales y de intereses ajenos al desarrollo del país. La novela representa una mirada subjetiva, personal y fulminante sobre la realidad nacional y adónde podemos terminar como sociedad si no hay un cambio de paradigma.
La Argentina que planteo cruje como una canoa vieja: inseguridad, hiperinflación, pobreza, falta de trabajo, corridas bancarias, crisis política, social y sanitaria. Arden los cerros y los bosques. Todo es controlado por la inteligencia artificial, cuyo algoritmo sabe más de nosotros que nosotros mismos. Los índices de desocupación, pobreza y violencia se multiplican, la vida vale menos que una milanesa, en un país atragantado. Los políticos juegan con la desesperación y para calmar a los que piden sangre, se baja la edad de inimputabilidad a 14 años y luego se instaura la pena de muerte. Argentina retrocede en cuatro patas. Los penales explotan de hacinamiento y violencia, y alguien sugiere que creando una nueva red de cárceles, se podrá controlar la situación. Se equivocan, tendrían que haber construido escuelas, o rearmar el entramado social del AMBA, ya inexistente. Los pibes no quieren ser futbolistas, youtubers, raperos o empresarios, quieren ser bandidos, narcos o jefes mafiosos.
-Siendo músico punk y escritor, ¿qué coyunturas te atraviesan a la hora de componer?
-Yo escribo como vivo: rápido, pero con conciencia. Escribo sobre la mugre, pero en tono romántico o heroico. Mis personajes son héroes, porque sobreviven y cumplen sus sueños. Es como ver flores en los tachos de basura, belleza en la desolación o en la soledad del que no se rinde. La trama del libro es fuertísima, tremenda de a ratos, sin embargo, todo está teñido de humor, y una ironía grotesca y bizarra, a lo Esperando la Carroza, que despierta gracia y complicidad por la gran dosis de idiosincrasia: rasgos, temperamentos y el carácter distintivo y propio de una sociedad dominada por el miedo, el consumo y el monitoreo total del Estado a través de la inteligencia artificial.
En Nuestra Señora de las Navidades, Rafa es un sicario de la banda de Cacho, el Rey del Conurbano, pero es un pibe amoroso, es muy humano, siente mucho. Su trabajo es inhumano, pero sus valores son el amor a Yoli, su mujer, a su hijo, la amistad, su gente, y la traición de Marcos lo desarma, vuelve a sentir todos esos miedos primarios referidos al abandono y se convierte en un tipo duro, con una sola meta en la vida: escapar del presidio de Nuestra Señora de las Navidades.
Respecto a la composición musical, tomo ideas de una palabra, o de una frase, y desde allí desarrollo lo que sigue. Al igual que la literatura, se trata de contar una historia, generar tensión y que haya un mensaje. Las letras están en el aire, uno se sienta y las escribe. A mí me salen mientras pedaleo, me baño o duermo. Me siento y escribo lo que quiero escribir. Es un don y lo atesoro con mucha responsabilidad.
-¿Cuánto de placer y responsabilidad vivenciás en esta profesión musical y literaria?
-La responsabilidad en mi escritura pasa por tratar de mantener esa ironía que genera complicidad y lealtad en el lector, es mi forma de narrar: simple, accesible, mundana y afectiva, como charla entre vecinas. Escribo en el idioma que entiende la gente. Yo cuento historias de ficción que suceden en un país inimaginablemente corrupto, de rodillas, con la cabeza en la guillotina, hastiado, con una economía tumorosa y el control total de la población por la tecnología y un gobierno que identifica pobreza con marginalidad y cree que se trata de un potencial enemigo al que hay que exterminar. Hay un conflicto de intereses… ¿Por qué un ciudadano que vive en la pobreza absoluta cree que votando a la extrema derecha su vida será más digna?
En lo musical, la responsabilidad está en el mensaje y en cómo transmitís ese mensaje para que la gente lo escuche. Y si tenés suerte y tu mensaje es aceptado por la gente que te escucha, entonces cierra todo. Nunca forcé nada.
-Se dice que la escritura es como un ejercicio de diálogo y de intercambio con los demás, y viéndolo así tiene una gran resonancia en tu faceta como músico. ¿Coincidís?
-Sí, coincido, escribir es un diálogo interno que uno luego muestra a los demás. Escribo desde chico, aprendí de forma autodidacta. Leyendo, investigando, husmeando, escuchando conversaciones ajenas. Hice la carrera de periodismo y talleres literarios siempre impulsados por querer saberlo todo. Lo que me mueve es la curiosidad para inventar historias que suenen verdaderas.
Escribir es un acto catártico y fisiológico: es parir, criar, llorar, reír, desear algo y alcanzarlo. Es hermoso y horrible. Escribir es estar solo, para estar acompañado.
Este libro es todos los libros que leí en mi vida, todas las películas y series que vi, todas las emociones que atravesé, la experiencia, los traumas que padecí y sané, las alegrías, las victorias, las derrotas. Todo lo bueno y todo lo malo, cada diálogo que tuve, con cada persona que hablé, besé o abracé, cada lugar o canción que conocí, cada tormenta, cada playa que pisé, cada ciudad, cada bocado, toda esa información, está en este libro.
Antes de la literatura, para mí el rock era todo. Es más, de alguna manera le entregué mi vida al rock… Pero el rock no la quiso y me la devolvió. Tocar en una banda es como ser futbolista: formás parte de un equipo más allá de las jerarquías internas. Escribir es ser un maratonista o un boxeador: es estar solo. No hay equipo, sos vos frente a tus ideas. La vida en la carretera, salas de ensayo, camarines, hoteles, aviones y el escenario me dieron mucha tela para ser escritor. Hoy siento que mis textos son tan o más poderosos que un riff de mi guitarra o un estribillo. Pueden convivir juntas, pero ya no le quiero poner el cuerpo al personaje rockero. Estoy en un proceso de renovación, queremos sonar bien y enteros más que fuerte. Soy un sobreviviente, sobreviví a mí mismo y eso lo respeto y valoro muchísimo.
-¿Cómo recordás aquellos primeros años con la música?
-Recuerdo la mitad, jejjejejeje. Todo fue una bola de ruido infernal, caos, descaro, actitud, excesos, escenarios, sótanos, camarines, amistades para toda la vida, camionetas destartaladas y tocando en sucuchos, clubes o en escenarios multitudinarios, con bandas grandes o chicas, divirtiéndome y recopilando historias para mis primeros cuatro libros, que son netamente de ficción rockera, un subgénero no explorado por estos lados, y que a mí me ha dado grandes satisfacciones. Escribí cuatro libros netamente de rock, De De todo lo que vi, recuerdo la mitad, en 2010 y fue reeditado en 2012. La mitad que no recuerdo, en 2015. La novelas Rockeros (2018) y Tripland (2021) son manuales de lo que no hay que hacer.
Alguien alguna vez dijo de mi escritura rockera “Ludueña es rock y mucho más que eso. Escribe con la garra feroz del que vivió demasiado. Sus libros no son ensayos sobre la influencia de la obra de Bowie en Palermo Hollywood. Ludueña crea personajes infames, hermosos, avasallantes. Mugre, purpurina, carreteras y esmalte negro. Honesto, descarnado, obsceno. El yo narrativo es una metralla letal con el que narra cómo la inocencia se puede transformar en locura y viceversa. No se escapa, atrapa y no suelta. Vocero del barrio. Sueña el sueño imposible y lo alcanza a través de la ficción cinematográfica con la que envuelve historias de amistad, traiciones, camarines, noche, escenarios, hoteles, aviones y sótanos. Sus textos son la historia de los Sex Pistols contada por Sid Vicious. Si lo lees, vas querer renunciar a tu trabajo, desabrocharte la camisa y escribir un libro.”
-¿Qué significa Argentina para vos?
-La Argentina es mi lugar de origen. La patria, los recuerdos: mi infancia en Santa Fe. Saltar al río desde el puente Palito, comer asado a la estaca en San Justo, Santa Fe, la ciudad de mi padre. La Argentina es el Martin Fierro, Don Segundo Sombra. Atahualpa Yupanqui, Gardel, Luca Prodan. Los pueblos originarios. San Martín Sarmiento y Belgrano, Argentina es un cuento de Borges, el esfuerzo atroz por sobrevivir de Horacio Quiroga, el hastío de la Pizarnik. Argentina es un tango de Carlitos, el bandoneón de Piazzolla. Argentina es un país futbolizado. Podemos ser Messi o Maradona, depende de cómo nos levantemos ese día.
La Argentina ofrece salud pública, educación y jubilaciones a todos sus ciudadanos. Una persona sin recursos puede estudiar una carrera universitaria de calidad, gratis, pero no todos lo valoran. La Argentina es la queja eterna, la angustia de no saber qué va a pasar mañana. Somos un país que exporta cultura. Los escritores argentinos hoy están reconocidos y premiados internacionalmente Hay librerías abiertas las 24 horas, cines, teatros y cafés desbordados de público, pero no nos sentamos a hablar de la película, la obra o el libro… Nos sentamos a criticar lo mal que nos va. La Argentina es un país hermoso, con todas las bondades geográficas y de recursos para ser una potencia continental, pero somos una sociedad bipolar que se enoja y vota a lo menos malo. Tenemos todo para ser felices, pero no podemos serlo. Estamos engualichados por el poder político, empachados de pelear con el otro por nada o por todo. Necesitamos a alguien que nos tire el cuerito y darnos un abrazo. Cantar el himno y salir a ganar, aunque nos empaten en el último minuto. Se puede, quedó demostrado.
-Sin dudas, este thriller es la escena cotidiana de la política argentina: la droga, el narcotráfico, el sistema penal en decadencia, un estado ausente o cómplice. ¿Se visualiza esperanza para nuestro país?
-Sí, siempre hay esperanza mientras haya vida. Somos argentinos, lo único que nunca perdimos es la esperanza. Yo creo que estamos atravesando una gran crisis política, económica, sanitaria, social y de infraestructura. Las grandes ciudades son un fiasco colapsado. El futuro y la esperanza está en la gente que trabaja, en quien inculca valores humanos a sus hijos, en quien predica con el ejemplo, en el campo y en la producción. Todos queremos que las cosas cambien para bien, pero para resurgir hay que estar unidos y tirar todos para el mismo lugar, sino seguiremos padeciendo nuestros mismos demonios, sin mirar hacia adentro ni haciendo autocrítica, sino culpando al otro por lo que nos sucede.